lunes, 20 de junio de 2011

Abrahán es un hombre en camino como lo es todo creyente


Génesis, 12, 1-10;

Sal. 32;

Mt. 7, 1-5

‘Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición…’

Iniciamos así hoy la historia de Abrahán que estaremos siguiendo varias semanas. ‘Te bendeciré… y tu nombre será una bendición…’ Es nuestro padre en la fe. Padre del pueblo creyente, así es considerado por las tres grandes religiones monoteistas, judios, cristianos y mahometanos.

Humanamente hablando, y en concreto lo que hoy hemos escuchado, es la historia de un beduino cualquiera, que va errante con sus ganados de un lugar para otro buscando siempre donde asentarse, donde haya agua y tierras de pastos abundantes para sus ganados. Canaán, Siquén, Moré, Betel, el Negueb, como hoy hemos escuchado; más tarde Egipto y de nuevo Canaán donde se establecerá son etapas de su caminar como beduino errante. Pero en Abrahán descubrimos algo más. Es el hombre de la fe, es el hombre que se fia de Dios y se pone en camino. No busca por su cuenta sino que se deja guiar por el Señor. ‘Hacia la tierra que te mostraré…’

Abrahán es un hombre en camino. ‘Abrán marchó como le había dicho el Señor…’ Todavía es Abran, no Abrahán, porque ha de pasar por las pruebas de la fidelidad. Superadas esas pruebas y lleno de la bendición del Señor, el mismo Señor le cambiará el nombre. Ya lo escucharemos. Pero Abrahán es un hombre en camino como lo es todo creyente, que se fía de Dios, que se deja conducir por el Señor, a quien se le va manifestando en el camino el Señor en las pruebas o en los consuelos.

La fe nos hace buscar, nos pone en camino, nos impulsa a crecer. El creyente, aunque se apoya en la seguridad de su fe en Dios, es un hombre inquieto que busca, que siente llamadas que le hacen salir de la pasividad y de si mismo. El creyente quiere cada día conocer mejor a Dios y lo que es su voluntad. El verdadero creyente no está satisfecho con lo que hace o con lo que ya ha logrado, porque sabe que puede hacer más, que Dios le puede pedir más. Pero el creyente es un hombre de paz, que siente la paz en su corazón y va sembrando paz. ¡Cómo no va a sentir paz si sabe que Dios va con El, aunque haya momentos de desierto o de oscuridad!

Vamos a seguir escuchando con atención toda la historia de Abrahán porque mucho tenemos que aprender para nuestro camino de fe. No tengamos miedo al camino que tenemos que realizar porque sabemos bien de quien nos fiamos. Es un Dios de luz y de amor; es el Dios que está junto a nosotros y que nos ama; es el Dios que camina a nuestro lado que para eso ha querido ser Emmanuel, Dios con nosotros.

Pidámosle a Dios ya desde el primer momento en que estamos escuchando la historia de Abrahán que nos dé una disponibilidad como la suya. Se puso en camino, y no le importó ni su casa ni la casa de su padre, ni su tierra ni lo que allí tenía. Se puso en camino, y ponerse en camino significa desprenderse de muchas cosas, que no es sólo lo externo, sino muchos apegos que podamos tener en el corazón.

Tengamos la confianza de que si sentimos esa llamada de la fe en nuestro corazón es porque somos un pueblo elegido y amado de manera especial por el Señor. Nos lo ha dicho el Salmo: ‘dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad’. Se ha fijado en nosotros y de manera especial nos llama como lo hizo con Abrahán. Esa fe con la que pretendemos responder a la larga es un don sobrenatural, un don de Dios. Y si podemos dar esos pasos es porque nunca nos faltará la gracia del Señor. Qué dicha ser elegido del Señor. Somos también los bendecidos por el Señor, como Abrahán.

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