sábado, 1 de enero de 2011

Celebramos a Jesús, contemplamos a María y pedimos por la paz



Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

La alegría de la navidad se prolonga y se desborda un día y otro. Llegamos a la octava de la Navidad con el mismo entusiasmo y fervor. No es para menos si consideramos el misterio grande que estamos celebrando. No nos cansamos de mirar a Belén para contemplar a Jesús, misterio de Dios que se hace hombre; derroche de amor de Dios que se hace Emmanuel, Dios con nosotros, y viene a buscarnos para ofrecernos la Salvación.

Hoy en la liturgia, en una de sus oraciones, decimos cómo nos llena de gozo celebrar el comienzo de nuestra salvación. Así es, pues todas las promesas mesiánicas las vemos cumplidas en Jesús, desde aquel primer evangelio, primer anuncio de salvacion que ya allá en el paraíso tras el pecado de Adán se nos hizo. Contemplamos a la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente maligna.

Pero celebrar la Navidad, que es celebrar el nacimiento de Jesús, no lo podemos hacer sin María. Como nos decía san Pablo hoy ‘cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que estábamos bajo la ley para que recibiéramos el ser hijos por adopción…’ Miramos a Belén, miramos a Jesús y miramos a María.

Es María, la madre de Jesús, que así es también la Madre de Dios. Por eso, hoy, octava de la Navidad, celebramos la fiesta grande de la mujer que hizo posible al Emmanuel, al Dios con nosotros; celebramos a María, la Madre de Dios. El don y la grandeza más excelsa de María que, porque iba a ser la Madre de Dios, estaba llena de gracia, llena de Dios. Así la invocamos desde el concilio de Efeso, siendo esta la fiesta más antigua dedicada a María en la liturgia romana. La llamamos Inmaculada o la proclamamos asunta al cielo en cuerpo y alma, la llamamos madre nuestra porque nos la dio Jesús en la Cruz, y contemplamos en ella las más excelsas virtudes, pero todo porque es la madre de Jesús, la Madre de Dios.

Como nos resume admirablemente el Concilio, ‘la Virgen María, al anunciarle el ángel la Palabra de Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo y dio la Vida al mundo. Por eso se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo y unida a El de manera íntima e indisoluble, está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto, es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo’ (LG 53).

Hoy nos gozamos nosotros con María. Es bendición de Dios para nosotros. Por ella nos vino Cristo y, como decíamos recordando el texto litúrgico, es el comienzo de la salvación para nosotros. Nos gozamos con María como todos se gozan con una madre en el nacimiento de su hijo. Cómo no vamos nosotros a gozarnos con su dicha de ser la Madre de Dios.

Pero nos gozamos nosotros con María y damos gracias a Dios porque también la ha hecho nuestra madre. La felicitamos en este día tan hermoso pero nos felicitamos con ella por tenerla siempre junto a nosotros haciéndonos presentes las bendiciones de Dios, pero al mismo tiempo dejándonos llevar de su mano para acercarnos a Jesús, para llegar a Dios y a la salvación. Ella siempre nos conducirá hasta Jesús y nos estará diciendo en todo momento: ‘haced lo que El os diga’.

Una cosa tendríamos que pedirle a María en especial en este primer día del año. Muchas cosas le pedimos siempre a María porque ella es la madre intercesora que nos protege y nos confiamos a ella muchas veces en nuestras peticiones para hacerlas llegar al trono de Dios. Aparte de pedirle que nos consiga siempre esa gracia de Dios que nos haga mantenernos firmes en nuestra fe y en nuestro amor y que no perdamos nunca la esperanza, en este comienzo del año queremos pedirle especialmente por la paz para nuestro mundo.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Una acción de gracias en el año que termina y una súplica por el año nuevo

Una acción de gracias en el año que termina y una súplica por el año nuevo

La vida la marcamos por el tiempo o por los acontecimientos que nos van sucediendo, que van siendo como hitos de nuestra historia. Unos agradables y felices, otros quizá llenos de problemas o dificultades, muchas veces dolorosos, algunos se borran quizá pronto de la memoria, otros son tan memorables que nunca olvidamos, pero ahi se van sucediendo esos hechos que marcan nuestra vida. Dividimos la vida en días, meses o años también según una cronología en cierto modo universal que vamos llenando con todos esos aconteceres de la vida.

Algunos piensan quizá en el azar o el destino porque pareciera que todo sucediera irremediablemente. Pero el creyente cree en la providencia de Dios y es capaz de descubrir detrás de todo eso que nos sucede la mano de Dios que nos guía o nos habla incluso a través de eso que nos sucede. Hemos de saber leer nuestra historia personal con ojos de fe y saber escuchar a Dios que nos habla y nos manifiesta su amor incluso en aquellas cosas que nos pudieran parecer dolorosas.

En esta última celebración del año en la que ahora estamos deberíamos saber hacer esa lectura creyente de todo lo que nos ha sucedido para también saber dar gracias a Dios por cuanto amor nos ha manifestado a lo largo de este año que terminamos en este día. Podríamos hacer una lista de acontecimientos que en el orden social han ido sucediendo a lo largo del año. Cada uno ha de recordar quizá esos hechos que más le hayan afectado en todos los aspectos de la vida, en el ámbito de la vida familiar, en nuestro yo personal, o en eso que hemos convivido con los que nos rodean. Acontecimientos de nuestra historia, acontecimientos de la vida de la Iglesia, acontecimientos que hayan sucedido en nuestra cercanía. Cuántas cosas podríamos recordar.

Os invito a que sepamos dar gracias a Dios descubriendo, como decíamos, su mano amorosa que en todo lo que nos ha sucedido siempre ha querido manifestarnos su amor o una llamada especial. Seguro que hay muchas cosas por las que dar gracias a Dios. Desde la misma vida que vivimos, las atenciones que recibimos de los que están a nuestro lado, el cariño de nuestra familia, la amistad sincera de tantos amigos que han sabido estar a nuestro lado.

En el ámbito de nuestra vida religiosa y de nuestra fe, cuanto nos habrá dicho el Señor en esa Palabra de Dios que escuchamos en nuestras celebraciones; seguro que recordamos cosas que nos llamaron la atención o nos impactaron, o nos sintieron sentir una presencia especial del Señor en alguna de esas celebraciones. Un motivo para recordarlo agradecido en la presencia del Señor.

Habrá habido quizá momentos difíciles por los que hemos tenido que pasar, problemas personales, familiares, de relación con los demás. Sepamos ver también la mano amorosa de Dios que nos ha ayudado a superar esos momentos, reconozcamos su gracia que siempre nos ha acompañado. Y por aquellos momentos en que quizá no supimos vivir nuestra fe y nuestro amor con toda la intensidad que debíamos, o perdimos la esperanza al vernos agobiados por los problemas, también hemos de saber pedirle perdón al Señor y que nos dé esa gracia que necesitamos para salir de ese mal momento y volver a vivir con gozo en su presencia y amistad.

De la misma manera con ojos de fe miramos hacia adelante en el año que va a comenzar y hemos de saber pedir la bendición y la gracia del Señor. Le damos gracias por habernos dado un año más de vida, por poder iniciar otro año en esas etapas de nuestra historia. Y le pedimos, como lo haremos mañana con las bendiciones del Señor, que vuelva su rostro sobre nosotros y nuestro mundo para que nos conceda su favor y su paz. Hemos vivido socialmente momentos difíciles y no parece menos dificil y problemático el año que comienza, pero pidamos la ayuda, la fortaleza, la gracia del Señor para que sepamos construirlo en paz, se supere toda esa problemática social y de pobreza en que se vive en nuestra sociedad, y con la fuerza del Señor entre todos sepamos hacer un mundo mejor.

Como creyentes y cristianos sabemos que el Señor ha puesto la vida en nuestras manos como un talento que hemos de hacer fructificar. Pues que sepamos comprometernos cada uno en su ámbito hacer lo posible por desarrollar nuestras capacidades y valores para entre todos hacer ese mundo mejor y más justo, ese mundo en paz y en el que se pueda salir de esa situación de pobreza en que viven tantos.

Y pidamos por nuestra Iglesia, por cada uno de nosotros, pero pidamos por nuestros pastores para que no falte nunca la gracia del Señor para seguir haciendo el anuncio del evangelio y en verdad vayamos construyendo el Reino de Dios en medio de nuestro mundo. Pensamos en las necesidades de la Iglesia o de los problemas a los que se tiene que enfrentar. Pensamos en las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida religiosa. Pensamos en los misioneros y en tantos comprometidos en el apostolado. Pensamos en los que trabajan por los demás, por los pobres, por los enfermos, por los ancianos… por todos los que tienen alguna necesidad. Que se eleve nuestra oración confiada y agradecida al Señor.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Nuestra vida silenciosa y oscura sin embargo es valiosa ante los ojos del Señor



1Jn. 2, 12-17; Sal. 95; Lc. 2, 36-40

En el evangelio escucharemos decir a Jesús que da gracias al Padre porque se revela no a los sabios y entendidos sino a los pobres y a los humildes. Cuando estamos celebrando estos días hermosos de la navidad y escuchando lo que nos van diciendo los evangelistas en torno al nacimiento de Jesús y esos primeros momentos de su vida, vemos palpablemente eso que más tarde nos enseñará Jesús.

Como ya hemos hecho referencia el primer anuncio es a los pastores, ahora en la presentación en el templo serán unos ancianos los elegidos de Dios para manifestar al que venía como luz para todos los pueblos y era la gloria del pueblo de Israel, como ya ayer escuchamos al contemplar al anciano Simeón y como hoy estamos viendo en esta humilde anciana y viuda que también contempla la gloria del Señor.

Ana, una mujer muy anciana, con muchos años de viuda que ‘no se apartaba del templo noche y día sirviendo al Señor con ayunos y oraciones’. Hablarnos de una viuda en aquellos tiempos era hablarnos de una persona pobre y que habitualmente pasaba necesidad. Veremos más tarde en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas las recomendaciones para atender a huérfanos y viudas, como imagen de los pobres.

Hoy se nos habla de esta viuda humilde y piadosa que aguardaba la futura liberación de Israel, que es decir que tenía una esperanza muy viva en la venida del Mesías Salvador. Y se nos dice cómo ‘acercándose en aquel momento – en referencia al encuentro con el anciano Simeón y sus proféticas palabras – daba gracias a Dios y hablaba de aquel niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’.

Allí estaban aquellos ancianos, muy ancianos que quizá podrían pensar qué podrían hacer ya a sus años. Pero Dios contaba con ellos y a ellos de manera especial se manifiesta la gloria del Señor. Ya lo vemos en el relato del evangelio.

Podíamos pensar en nuestra pobreza o en nuestra debilidad, y nosotros qué hacemos o qué podemos hacer, para qué valemos. Así muchas personas en la vida que se creen que no valen nada, que sienten la pobreza en su vida; quienes dicen que no saben o no tienen preparación, quienes simplemente viven en su casa o en sus quehaceres sin grandes responsabilidades en la vida quizá. Pues Dios cuenta con cada uno, en las circunstancias concretas que podamos vivir en nuestra debilidad, con nuestros años, con nuestras discapacidades y limitaciones.

Como aquellos ancianos también hemos de saber estar abiertos a Dios, que Dios también nos manifiesta su amor y su preferencia. También como el anciano Simeón o Ana, anciana y viuda, podemos orar al Señor y podemos hablar del Señor a los que nos rodean. Nuestra oración es poderosa ante los ojos del Señor.

Y en medio de la Iglesia y en medio de nuestro mundo tan necesitado de la gracia del Señor podemos ser poderosos intercesores con nuestras suplicas y nuestra oración. Esa apertura de nuestro corazón a Dios y ese ofrecimiento de nuestra vida en eso que consideramos nuestra pobreza, es valioso ante los ojos de Dios. Creo que el texto de hoy nos deja un hermoso mensaje.

Si queremos seguir fijándonos en el resto del texto del evangelio proclamado, veremos como Jesús se va a Nazaret con María y con José donde pasará muchos años en el silencio ante los ojos del mundo. Pero dice el Evangelio que ‘el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba’.

Aparte de otras consideraciones que podemos hacernos, pensemos que en ese silencio quizá de nuestra vida, en la que quizá no destacamos por ninguna cosa especial, podemos ir creciendo interiormente, fortaleciéndonos con la gracia del Señor que no nos faltará, llenándonos de la Sabiduría de Dios. Y todo eso es riqueza para nuestra vida personal, nuestra vida interior, pero hemos de saber también que es una riqueza de gracia para la Iglesia. Nuestro silencio hecho oración y ofrenda es valioso ante los ojos de Dios.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ofrenda y acción de gracias a Dios porque ha llegado la salvación


1Jn. 2, 3-11; Sal. 95; Lc. 2, 22-35

En el evangelio, salvo los días de celebración especial como han sido los Santos Inocentes, San Esteban o San Juan Evangelista de estos días pasados, seguimos leyendo durante la octava de la navidad todo lo referente a la infancia de Jesús, mientras de forma continuada comenzamos a leer la primera carta de San Juan.

El texto del evangelio de hoy nos manifiesta por una parte la actitud creyente de toda familia judía que hacía ofrenda a Dios de lo mejor de si misma en esa consagración al Señor de todo hijo primogénito y por otra parte la esperanza del pueblo judío representado en este caso en el anciano Simeón que ve cumplidas sus esperanzas conforme a la palabra que había recibido del Señor.

Fijémonos brevemente por partes. A los cuarenta día del nacimiento conforme a la ley mosaica toda madre que había dado a luz había de presentarse en el templo para su purificación ritual, pero también todo hijo primogénito había de ser consagrado al Señor. Es el acontecimiento que nos narra hoy el evangelio. Es la actitud del creyente que reconoce en todo la acción del poder del Señor y que da gracias a Dios por la vida que ha recibido. Había de ofrecer las primicias y lo mejor de todos sus frutos al Señor como un reconocimiento del poder y gracia del Señor.

Aquel niño que había nacido pobre entre los pobres porque ni siquiera había sitio para su nacimiento en una posada, sino que ha de nacer en un establo y ser recostado entre pajas, ahora en la ofrenda al Señor también se hace la oblación de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones, que es lo que ofrecen María y José. Es bien significativo en aquel cuyo nacimiento fue anunciado a unos pastores y en quien viene a evangelizar a los pobres, a los que llamará dichosos porque de ellos es el Reino de los cielos. ¿Nos estará queriendo decir algo ya a nosotros para que aprendamos a vivir con ese corazón pobre y para que le sepamos ofrecer lo mejor de nuestro corazón y nuestra vida al Señor?

El otro aspecto en el que podemos fijarnos es en el anciano Simeón. Está manifestándonos lo que eran la esperanzas del pueblo de Israel. Allí está en el templo cada día en la espera de que sus ojos puedan contemplar al Mesías de Dios, como le había prometido el Espíritu Santo, ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías de Dios’. Sus esperanzas y las promesas del Señor se ven cumplidas. ‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’, nos dice el evangelista.

‘Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz’. Ha contemplado con sus ojos al Salvador que viene como ‘luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel’. Es la alegría y la acción de gracias, es el reconocimiento de la presencia del Señor, de su Salvador y es el gozo en el Espíritu. Bendice a Dios, porque el Deseado de todos los pueblos se ha hecho presente en medio de su pueblo.

Quizá podríamos preguntarnos si nosotros, que estamos celebrando el nacimiento del Señor, que contemplamos también con nuestros propios ojos desde lo más hondo de nuestra fe que llega a nuestra vida la salvación, habremos dado gracias suficientemente estos días al Señor. Es cierto que lo hemos celebrado. Aquí entre nosotros hemos querido vivir con la mayor intensidad nuestras celebraciones. Pero una y otra vez hemos de saber dar gracias, bendecir al Señor, reconocer su presencia salvadora en medio de nosotros.

Finalmente otro aspecto en que fijarnos podrían ser las palabras proféticas que el anciano Simeón le dice a María anunciándole una vez el significado de Jesús para nuestra salvación y también la espada de dolor que iba a atravesar su alma sobre todo cuando llegase el momento de la pasión. No es necesario decir más cosas sino contemplemos a María y pongámonos a su lado, sintámonos a nuestro lado para que aliente nuestra fe y nuestra esperanza.

martes, 28 de diciembre de 2010

Los Santos Inocentes y la brillante multitud de los mártires que alaba al Señor



1Jn. 1, 5-2, 2;

Sal. 123;

Mt. 2, 13-18


‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Con estas versículos tomados del Tedeum, himno de acción de gracias que rezamos en la liturgia, hemos aclamado hoy al Evangelio que se nos ha proclamado. ‘Te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ Inocente multitud de niños que en Belén y sus alrededores murieron masacrados por la crueldad de Herodes, como hemos escuchado en el Evangelio. Celebramos hoy la fiesta de los Santos Inocentes.

Protomártires, en verdad podemos decir, por ser los primeros que mueren por la causa de Jesús. Era Jesús el que era ya perseguido queriéndolo quitar de en medio a causa de la ambición y orgullo de aquel malvado rey. Ya lo hemos escuchado en el evangelio. Es ya como un preanuncio de la Pascua de Jesús que escuchamos y celebramos en medio de este ambiente navideño mientras estamos celebrando su nacimiento en Belén. Contemplar y celebrar a Jesús en cualquiera de los misterios de su vida es contemplar y celebrar siempre su Pascua, su entrega por nuestra salvación. Estos niños inocentes que hoy celebramos en cierta medida se están uniendo a ese misterio pascual de Cristo, a ese misterio de salvación.

Para nosotros siempre el testimonio de los mártires es un estímulo grande para nuestra vida, para nuestra fidelidad y para el testimonio que igualmente nosotros hemos de dar del nombre de Jesús. En ese sentido van las oraciones y todos los textos de la liturgia de este día. Así pedíamos en la oración que si bien los mártires inocentes proclaman la gloria del Señor, no de palabra, sino con su muerte, que el Señor nos conceda a nosotros testimoniar con nuestra vida lo que profesamos de palabra.

Es esa fortaleza de la fe que hemos de testimoniar con nuestra vida. Confesamos la fe, decimos lo que creemos y lo manifestamos a los demás con nuestras palabras, pero el gran testimonio que hemos de dar ha de ser con nuestra vida, con nuestras obras. Hemos recibido el don del Espíritu para hacernos testigos.

Sin querer ser pesimista ni ver las cosas con negrura bien sabemos que no siempre es fácil nuestro testimonio cristiano; y que en el momento que vivimos no siempre es bien recibido quizá ese testimonio que hemos de dar. Pero no podemos callar, tenemos que ser valientes para proclamar con nuestras obras y palabras esa fe que confesamos, manifestarnos como creyentes y como cristianos, dar razón de lo que es nuestra fe y nuestra esperanza con las obras de amor de nuestra vida.

El celebrar esta fiesta de estos mártires inocentes y precisamente en estos días de navidad como la liturgia nos propone, me hace pensar en tantos cristianos que hoy en el mundo están sufriendo persecusión por el nombre de Cristo. Quizá habremos escuchado noticias estos días que en algunos lugares no se pudo celebrar la misa de nochebuena por falta de seguridad, o que incluso en otros lugares estos días fueron heridos muchos cristianos que estaban participando en la misa de medianoche de Navidad.

Hablando desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, el pontífice deseó "que el amor del 'Dios con nosotros' otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos".

Deseó que "el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo Oriente Medio, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las naciones a una solidaridad efectiva para con ellas".

Que al celebrar hoy esta fiesta de los Santos Inocentes, no sólo nos sintamos estimulados, como decíamos con el testimonio de tantos mártires, sino que además nos sintamos solidarios con tantos cristianos que en distintos lugares están sufriendo persecusión a causa de su fe. Oremos por ellos y que el Señor les dé a ellos y nos dé a nosotros también esa fortaleza de la fe, esa fortaleza de la gracia y que con esa brillante multitud de los mártires alabemos al Señor, cantemos la gloria del Señor.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Con un amor puro como el de Juan vayamos hasta Jesús para conocerle

1Jn. 1, 1-4;

Sal. 96;

Jn. 20, 2-8

‘Este es el apóstol Juan que durante la cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra’. Es la antífona que nos ofrece la liturgia para comenzar la celebración de este día. Celebramos hoy en las inmediaciones del día de la Navidad la fiesta de san Juan Evangelista. El apóstol que reclinó su cabeza en el pecho del Señor en la última cena como nos recuerda la antífona.

Como nos narra su propio evangelio junto con Andrés fueron los dos primeros discípulos que siguieron a Jesús, tras haberles señalado el Bautista que Jesús era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En el relato del Evangelio que hoy se nos ha proclamado será el primero de los apóstoles que llegue al sepulcro del Señor en carrera con Simón tras el anuncio de la Magdalena. Aunque llegó antes dejó que Pedro entrar el primero en la tumba, pero será él quien se fije con detalle de ‘las vendas por el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza , no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte’. Pero nos dirá a continuación ‘entró… vio y creyó’.

Será el que nos hable en el principio de su evangelio con una sublimidad exquisita del Misterio del Verbo de Dios que en Dios existe desde siempre porque ‘la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios’, para concluir que ‘la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Pero será Juan el que en su evangelio nos hablará de que su carne es verdadera comida y que el que le come vivirá por El, haciéndonos el anuncio de la Eucaristía.

Testigo será Juan de momentos especiales de la vida de Cristo porque con Pedro y con Santiago contemplará la gloria del Tabor, la resurrección de la hija de Jairo y la agonía de Getsemaní. Testigo fue de esos anuncios proféticos del misterio pascual de Cristo, su pasión y la imagen de la resurrección pero sería también el único de los Apóstoles para estar al pie de la Cruz de Jesús en la hora suprema de su muerte.

Por eso podrá decir como le hemos escuchado en el inicio de la primera de sus cartas ‘lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida… os damos testimonio y os lo anunciamos… para que vuestra alegría sea completa’.

Es admirable cómo Juan se introdujo en el Misterio de Dios. Era el discípulo amado de Jesús. Lo que le llevó a poder penetrar en su Misterio de la manera que lo hizo y nos lo trasmitió tanto en el evangelio como en sus cartas. El amor a Jesús que le llevaría valientemente incluso hasta el Calvario para estar a los pies de su Cruz.

Que nosotros también tratemos desde un amor puro como el de Juan acercarnos al misterio de Jesús para llegar así a conocerle y amarle, para hacerle vida nuestra. Siempre lo estamos diciendo, cómo tenemos que crecer más y más en ese conocimiento de Jesús. Cómo tenemos que saber ir a buscarle, como Juan que preguntaba ‘Maestro, ¿dónde vives?’. Sabemos la respuesta de Jesús. ‘Ven y lo verás’.

Jesús nos invita a ir hasta El. El se deja conocer porque para eso nos da su Espíritu que nos ilumina y nos conducirá a la verdad plena. Ir hasta Jesús para conocerle. ¿Cómo lo podemos hacer? Es ese crecimiento espiritual que hemos de lograr en la oración y en la escucha de la Palabra. Es esa espiritualidad profunda de la que hemos de llenar nuestra vida. Esa imagen de Juan recostado en el pecho del Señor de esto podría estarnos hablando. Podría ser un buen propósito de esta Navidad que estamos celebrando.

domingo, 26 de diciembre de 2010

La familia escuela de humanismo y semillero de santidad a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret


Eclesiástico, 3, 2-6.12-14;

Sal. 127;

Col. 3, 12-21;

Mt. 2, 13-15.19-23

‘Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre’. Así escuchábamos ayer en el evangelio. Así lo encontrarán los Magos de Oriente, como escucharemos en unos días. Y en el evangelio hemos escuchado hoy que nos habla de aquella sagrada familia de José, María y Jesús con sus dificultades que le harán emigrar a Egipto y luego finalmente establecerse en Nazaret.

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. En medio de este ambiente navideño que por otra parte tiene también tan hermosas resonancias familiares, la liturgia nos invita en este primer domingo después de la celebración del Nacimiento del Señor a contemplar y a celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, imagen en quien mirarse y modelo que imitar para todas nuestras familias.

El Dios amor no podía encontrar mejor realidad humana a la hora de encarnarse y hacerse presente en medio de nosotros para nuestra salvación que la familia. Cuna de amor donde se hace realidad viva esas variadas situaciones de nuestro amor humano. ‘Una realidad con los cuatro rostros del amor humano: paternidad, filiación, hermandad y nupcialidad’ (Puebla 1979).

En la familia llega a la más hermosa plenitud el amor matrimonial y esponsal de un hombre y una mujer que forman matrimonio; en la familia se vive con toda intensidad todo lo que es el amor de una paternidad y una maternidad en esa donación de amor tan hermosa que hacen los padres para con sus hijos; y es en la familia donde se vive esa hermosa relación filial que ya no es solo recibir amor sino también ofrenda de amor de unos hijos para con sus padres; y es también en la familia donde se tiene la rica experiencia de esa hermosisima relación fraternal del amor de los hermanos que caminan juntos, que crecen y maduran juntos alimentados en el amor de los padres, y donde se aprenderá todo el sentido del amor al otro para vivir siempre en esa donación de si a favor de los demás. Es por eso por lo que decimos también que ‘la familia es la célula primera y vital de la sociedad y la primera escuela de virtudes sociales’, como nos enseña el concilio Vaticano II.

La familia, pues, escuela de la más rica y hermosa humanidad, como el mejor caldo de cultivo para la realización de sí mismo y el mejor semillero de un crecimiento espiritual. ‘Escuela del más rico humanismo’, que nos dice la Gaudium et spes del Concilio. En la familia no vivimos unas relaciones interesadas ni nuestro trato desde un mercantilismo del doy para que me des o me das para que yo te dé. No son las cosas materiales las que nos unen, sino son otros lazos más íntimos y sutiles nacidos del amor más puro los que crean y mantienen esa comunidad de vida y amor que es la familia.

Es la familia, entonces, escuela también escuela de espiritualidad de tal manera que como cristianos la podemos llamar también Iglesia doméstica. Es ahí donde mejor poder aprender a conocer a Dios, donde primero se nos habla de Dios y se nos descubre su misterio de amor aprendiendo a llamarlo Padre; pero será ahí en la familia donde aprenderemos a relacionarnos con Dios – en la familia deberíamos aprender las primeras oraciones – y donde hemos de saber hacer Iglesia que escucha y ora al Señor, que le alaba y la de gracias en las distintas situaciones de la vida, y donde también aprenderá a contar con la ayuda y la fuerza de Dios en las diversas necesidades de la vida.

Como familias cristianas hemos de saber poner el centro de nuestra vida en Jesús al tiempo que de El y su Palabra recibir la luz que nos guíe, nos ilumine en los caminos de la vida y nos de la fuerza que necesitamos. Si supiéramos hacerlo que distinta sería la realidad en comparación con tantas familias rotas y con dificultades de todo tipo que contemplamos a nuestro alrededor. Lástima que nuestras familias cristianas no sepan aprovechar y beneficiarse, por decirlo de alguna manera, de toda esa riqueza de gracia que Cristo nos deja en el sacramento del matrimonio.

Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret y en ella podemos ver reflejadas todas esas virtudes y valores que hemos de cultivar en el seno de nuestras familias. Precisamente la realidad en que se nos presenta en concreto en el texto hoy escuchado no es una situación fácil. La huída a Egipto como unos emigrantes o unos desplazados de la sociedad, como tantas situaciones difíciles que contemplamos a nuestro alrededor. Pero allí está la entereza de una familia unida, de un matrimonio de creyentes que se dejan conducir por el Señor, de una fortaleza humana y espiritual que les hace afrontar esas situaciones difíciles de una manera distinta.

Es por eso por lo que tenemos que aprender a entrenarnos y hacer ese crecimiento de nuestra vida interior, de una espiritualidad profunda que nos dé sentido y fortaleza porque en verdad nos dejemos guiar por el Espíritu del Señor y en El siempre encontremos la fortaleza de la gracia. Es la gracia del sacramento que un matrimonio cristiano recibe cuando se casa en el Señor, cuando vive en verdad su matrimonio como sacramento. Que distinta sería la solución de tantos problemas que afectan al matrimonio y a la familia si se supiera contar con la gracia y la fuerza del Sacramento, que es la gracia y la fuerza del Señor.

Muchas reflexiones podríamos seguir haciéndonos en torno a esta realidad de la familia. Mucho tendríamos que aprender de aquel hogar bendito de Nazaret. Pero hoy en nuestra celebración vamos a pedir con toda intensidad por la familia, que en la sociedad en la que vivimos se ve hasta bombardeada por tantas cosas que quieren destruirla. Para nosotros es un valor fundamental que no podemos dejar desaparecer de ninguna manera.

Pidamos al Señor por nuestras familias y pidamos por todas las familias que se encuentran con problemas. Pueden ser problemas de subsistencia para muchos en estos momentos de crisis económica y social, pero pueden ser también otros problemas sociales y humanos los que puedan poner en peligro su estabilidad. Pidamos al Señor por esos matrimonios rotos y esas familias destrozadas donde falta la paz, porque quizá se haya enfriado el amor.

El texto de la Carta a los Colosenses nos da hermosas pistas de esas virtudes que hemos de cultivar: miseriordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón y aceptación mutua, unidad, amor. Y todo iluminado por la Palabra del Señor y alimentado con la oración y la alabanza al Señor.

Pidamos hoy a la Sagrada Familia de Nazaret que se derramen abundantes bendiciones del Señor sobre nuestras familias y se pueda seguir dando ese hermoso testimonio del amor y sigan siendo esas escuelas de humanidad, de espiritualidad, como antes decíamos, y verdaderos semilleros donde cultivemos cada día la santidad de nuestra vida.