sábado, 27 de junio de 2009

Fe, humildad y amor para acoger a Cristo en los demás



Gén. 18, 1-15
Sal: Lc. 1, 46-47.50. 53-55
Mt. 8, 5-17


Hermoso el mensaje que nos ofrece el texto del Génesis que nos presenta hoy la liturgia. Lo primero que aparece ante nuestros ojos es la hospitalidad de Abrahán. ‘Junto a la encina de Mambré… sentado a la puerta de la tienda porque hacia calor’ se encontró con tres caminantes que llegaban hasta su tienda.
La hospitalidad es una virtud muy destacada entre los orientales y sobre todo en los hombres del desierto. Agua y pan es lo primero que se les ofrece así como la oportunidad del descanso en cualquier lugar de sombra frente al calor del desierto. Pero Abrahán no se quedó en eso porque ‘corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a su mujer para que lo guisase enseguida…’ Cuajada, leche, una hogaza de pan, el ternero guisado, las mejores viandas para el banquete de la hospitalidad.
Pero bien sabemos que el texto sagrado quiere decirnos algo más. La imagen de estos tres caminantes es la imagen de Dios que sale al encuentro de Abrahán. Esta imagen que nos ofrece hoy el Génesis ha dado pie a una hermosa con el árbol de Mambré y los tres caminantes que vienen a ser como icono de la Santísima Trinidad, ya que los santos Padres de la antigüedad en estos tres personajes han querido ver un signo de la Trinidad de Dios.
Abrahán, el hombre creyente, el padre de los creyentes sólo pudo ver ese signo de la presencia de Dios que venía a su encuentro y la hablaba. Es el Dios de la promesa que una vez más le anuncia su cumplimiento. Quien le había dicho que iba a ser padre de un pueblo numeroso, ahora le confirma, a pesar de su mucha edad, que ‘cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo’.
Duda Sara y duda el mismo Abrahán, porque se creen viejos e incapaces de poder engendrar y procrear. ‘¿De verdad voy a tener un hijo siendo ya viejo?’ El texto habla incluso de la risa de Sara en un detalle hermoso y humano. Abrahán es centenario y Sara ya es muy vieja, pero el Señor le recrimina por su desconfianza mientras le dice: ‘¿Hay algo difícil para Dios?’ Unas palabras que nos recuerdan las que el ángel de la anunciación dirá a María cuando le comunica que su prima Isabel está también esperando un hijo, y ya está de seis meses. ‘Para Dios nada hay imposible’.
Si Abrahán en aquellos caminantes fue capaz de ver a Dios por su fe, recordemos que Jesús en el evangelio nos enseñaré que también nosotros verle en lo que hagamos al hermano, porque se lo hacemos a El. ‘Estuve hambriento, sediento, desnudo, estaba en enfermo o era peregrino… y me diste de comer, de beber, me vestiste, o me visitaste y acogiste… en uno de esos pequeños hermanos a mí me lo hiciste’. Por la fe como Abrahán también tenemos la oportunidad de acoger a Dios en nuestra vida.
Fe y amor que nos hacen descubrir a Dios. Es la fe, llena de humildad, que descubrimos en el centurión del Evangelio del texto de hoy. Tenía fe aquel hombre en que Jesús podía curar a su criado. Una fe con una certeza muy grande de manera que Jesús alabará la fe de aquel hombre. ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Pero era una fe llena de humildad, porque se sentía indigno de que Jesús visitara su casa. ‘Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo?’ Ya sabemos cómo hemos tomado estas palabras para la liturgia y repetirlas nosotros antes de acercarnos a comulgar, sabiendo que la Palabra de Jesús nos sana y nos salva.
Nos hace falta fe, humildad y amor para acoger a Cristo en los demás. No siempre es fácil, pero sí es posible. Pidamos esa fe, tengamos esa humildad, llenemos nuestro corazón de amor y sabremos acoger al otro, recibirle como a Cristo en nuestra vida.

viernes, 26 de junio de 2009

La curación del leproso signo y señal del Reino de Dios que llega

Gén. 17, 1.o-10.15-22
Sal. 127
Mt. 8, 1-4


El comienzo del evangelio es el anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios que llega y al que tenemos que convertirnos. Fue la primera predicación por las aldeas y pueblos de Galilea y toda Palestina. ‘Convertíos y creed en la Buena Noticia porque está cerca el Reino de Dios’.
En el Sermón del Monte nos explica Jesús cómo hemos de vivir el Reino de Dios, cómo tenemos que hacer para que en verdad pertenezcamos al Reino de Dios, y cuál es el estilo de vivir que hemos de tener los miembros del Reino de Dios. En estos últimos días hemos venido escuchando precisamente todo este llamado Sermón del Monte que comenzó por las Bienaventuranzas.
Seremos felices si vivimos el Reino aunque nos cueste y Jesús nos propone las Bienaventuranzas. Hemos de dar señales en nuestra vida de que en verdad queremos que Dios sea nuestro único Rey y Señor con nuestro amor, nuestra humildad, nuestro estilo de vida desprendido y generoso, nuestra capacidad de perdón para sentirnos todos hermanos, nuestra nueva y especial relación con Dios que es nuestro Padre, para eso nos enseña a llamarle Padre y nos ofrece como modelo de nuestra oración el Padrenuestro.
Pero Jesús ese anuncio del Reino de Dios lo hace a través de signos y señales que son sus milagros. Significan esa transformación que con Cristo tiene que realizarse en nuestra vida. Así el milagro que hoy hemos escuchado en el evangelio, la curación del leproso.
Habíamos escuchado a Jesús en el monte donde había proclamado las Bienaventuranzas y ayer escuchábamos que ‘al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados’. Ahora nos dice que ‘al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente’. Pero de entre toda aquella gente surgió un leproso que se postra ante Jesús suplicándole: ‘Si quieres puedes limpiarme’. Y se realiza el milagro, el signo, la señal clara del Reino de Dios que nos transforma.
Jesús que cura y que libera del mal; Jesús que quiere un corazón puro y limpio; Jesús que quiere que nada se interponga entre los hombres, porque en su Reino todos somos hermanos y nos aceptamos y nos queremos. La curación del leproso nos dice muchas cosas. El hombre con la enfermedad de la lepra era un ser impuro que ya no podía vivir en medio de la comunidad; se le aislaba y estaba obligado a vivir en lugares solitarios apartado de todo el mundo, ni él se puede acercar a nadie ni nadie puede acercarse a él ante el temor de quedar impuro también.
Con Jesús todo eso cambia. El leproso se atrevido a llegar hasta los pies de Jesús y éste no lo rechaza sino todo lo contrario. Liberado de su mal podrá ya ir al encuentro con los demás. ‘Ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés’. Era el requisito previo para su reincorporación a la comunidad.
‘Señor, si quieres puedes curarme’, también le decimos nosotros a Jesús. Queremos que pongas tu mano sobre nosotros, que nos purifiques, nos limpies, nos hagas puros; queremos ser esos hombres nuevos que tú recreas; queremos estar contigo y estar también con los demás; no queremos soledades ni aislamientos; queremos ser uno contigo, queremos sentirnos transformados por tu gracia. Límpianos, Señor. Queremos vivir en tu Reino para siempre. Eres el único Señor, el único Dios de mi vida. Llévanos al Padre.

jueves, 25 de junio de 2009

Cumpliendo la voluntad del Padre realizamos el Reino de Dios y engrandecemos al hombre

Gén. 16, 1-12.15-16
Sal. 105
Mt. 7, 21-29


¿Cuáles son las obras que Dios nos pide? Creo que es importante que nos hagamos una pregunta así para saber bien a qué atenernos cuando nos decimos que somos personas religiosas o que somos tan cristianos como el que más. Y es importante tenerlo claro para ir a lo fundamental y hacer realmente lo que el Señor nos pide.
Con mi comentario no quiero entrar a hacer juicio contra nadie porque es a mí mismo al que me tengo que analizar y ver si realmente con lo que hago y con lo que es mi vida estoy respondiendo a lo que el Señor me pide.
Jesús nos señala dos cosas muy concretas hoy en el evangelio que hemos de tener en cuenta y que nos pueden dar pie para que analicemos muchas cosas. ‘No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos…’ Y a continuación nos señala situaciones de gran actividad, incluso de cosas buenas – habla Jesús de profetizar en su nombre, echar demonios y hacer milagros, que podríamos traducir hoy en tantas y tantas actividades que podemos realizar, incluso en beneficio de los demás -, pero a lo que Jesús nos responderá diciendo: ‘No os conozco, alejaos de mi...’
En dos palabras: el que reduce todo a invocar continuamente el nombre de Dios sin preocuparse de hacer otra cosa, y al que convierte su vida en un activismo que podríamos llamar desenfrenado.
¿Qué contrapone Jesús a todo esto? ¿Qué es lo que realmente tendríamos que realizar? Nos habla Jesús de ‘cumplir la voluntad del Padre del cielo’. Y luego nos dirá ‘el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica…’ Y nos pone a continuación el ejemplo del hombre prudente que edifica su casa sobre roca contraponiéndolo al necio e insensato que edifica sobre arena. Y ya sabemos que acabarán una y otra cuando venga la tempestad.
¿Cómo hemos de entender todo esto? En otro lugar del Evangelio - precisamente este mismo de san Mateo que estamos proclamando – nos invita a que pasemos a heredar el Reino prometido porque le dimos de comer al hambriento, de beber al sediento, vestimos al desnudo, visitamos y curamos al enfermo, etc… Pero la motivación honda será el cumplir la voluntad del Padre, escuchar a Jesús y poner en práctica su palabra. Como decimos en el padrenuestro: santificar el nombre de Dios, buscar el Reino de Dios, vivir el amor de Dios Padre presente en nuestra vida, y todo esto haciendo siempre su voluntad.
Ni una piedad que nos aleja de los demás desentendiéndonos de los otros, ni un activismo que nos haga olvidar a Dios para no tenerlo como principal motor de nuestra vida. El Reino de Dios no es hacer simplemente obras de justicia a favor de los demás, sino hacer todo eso porque sentimos y queremos que Dios sea el único Rey y Señor de mi vida y de la vida de los hombres. Porque siendo Dios nuestro único Señor lo que hacemos siempre es engrandecer al hombre.

miércoles, 24 de junio de 2009

Juan precursor del Mesías, nosotros precursores de Jesús para los demás


Solemnidad del nacimiento de Juan el Bautista
Isaías, 49, 1-6
Sal. 138
Hechos, 13, 22-26
Lc. 1, 57-66.80



‘Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan para dar testimonio de la luz y preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Así nos describe la antífona de entrada de esta fiesta la figura y la misión del Bautista, tomando la idea del principio de Evangelio de Juan y de san Lucas.
No era la luz, sino testigo de la luz. No era la Palabra viva y definitiva de Dios para nuestra salvación, pero sí era la voz que anunciaba la llegada de esa Palabra de vida y salvación. No era el Mesías, como se apresuraba a confesar a los enviados venidos de Jerusalén, ni se consideraba el profeta, pero sí era el que preparaba los caminos del Señor y el que venía ‘con el espíritu y el poder de Elías para preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor’.
Hoy celebramos su nacimiento y todos hacemos fiesta. Es una solemnidad grande que está muy metida en la entraña del pueblo. ‘Te llenarás de alegría, le dijo el ángel a Zacarías allá en el templo cuando la ofrenda del incienso, y muchos se alegrarán en su nacimiento’. Y hoy nos dirá san Lucas que ‘los parientes y vecinos felicitaban a Isabel porque el Señor le había hecho gran misericordia… y la noticia corrió por la montaña preguntándose todos llenos de asombro ¿qué va a ser de este niño?’
‘A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo’
cantará Zacarías alabando y bendiciendo a Dios ‘que ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación’. Viene el testigo de la luz y ‘por la entrañable misericordia de Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas… y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.
Todo esto lo reflexionamos en esta fiesta de san Juan Bautista y es motivo para nosotros para alabar a Dios por lo que significó ya entonces el Bautista en la historia de la salvación. Es el precursor que Dios quiso enviar antes que su Hijo para que preparase el camino de la salvación. El que venía a preparar los corazones de los hombres, como la casa que se prepara para recibir una gran visita. Grande era la visita porque venía Dios mismo a estar con nosotros, a ser Emmanuel, a ser Dios con nosotros.
Dios sigue visitándonos hoy con su gracia y salvación. Dios quiere seguir iluminándonos para sacarnos de las tinieblas de la muerte y del error. Dios quiere seguir siendo el camino de nuestros pasos para que nos lleven por sendas de amor y de paz.
Tenemos que seguir escuchando la voz que grita, que nos despierta, que nos señala a donde hemos de ir. ¿Qué nos señala o a quien nos señala? Yo diría más bien a quien nos señala. Como a aquellos discípulos que estaban a su lado, a nosotros también nos dice: ‘He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Y Juan se hizo a un lado para que aquellos sus discípulos fueran los primeros en ‘seguir al Cordero a donde quiera que fuera’, como nos dice el Apocalipsis; se hizo a un lado para que siguieran a Jesús y nada más que a Jesús. Es lo que a nosotros también nos señala, a donde quiere que nosotros caminemos. Todo tiende a Jesús.
Es a dónde tenemos que ir. Pero es también lo que nosotros tenemos que señalar a los demás. Precursores de Jesús tenemos que ser nosotros para los demás, porque todo nuestro interés tiene que ser señalar el camino con nuestras palabras valientes, con el testimonio claro de nuestra vida para que todos lleguemos a ese conocimiento de Jesús, a esa vida de Jesús.

martes, 23 de junio de 2009

Un camino ancho y un camino estrecho. ¿cuál es el nuestro?

Gen. 13, 2.5-18
Sal. 14
Mt. 7, 6.12-14

¿Qué significa ese camino ancho y ese camino estrecho que nos contrapone Jesús hoy en el evangelio? ¿Será que Jesús quiere ponernos las cosas difíciles y ‘amargarnos’ la vida? ‘Entrad por la puerta estrecha, nos dice… ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!’
Esto no lo podemos decir y más si escuchamos estas palabras en el contexto de este discurso que ha comenzado precisamente anunciando una felicidad para todos. No olvidemos que el Sermón del Monte, del que son estas palabras hoy escuchadas, comienza con las Bienaventuranzas.
Jesús precisamente ha venido a hablarnos de plenitud de vida y lo que más quiere es restablecer la dignidad del hombre, la dignidad de toda persona, arrancándole de toda aquella esclavitud que le hace sufrir. Recorramos las páginas del evangelio para darnos cuenta de ello. Por ahí puede ir la clave de estas palabras de Jesús.
Todos queremos la dicha y la felicidad, es cierto, la plenitud de la vida. Y esto además lo queremos para todos. Pero ¿en qué ponemos esa plenitud, o en qué ponemos esa dicha? Es ahí donde tenemos el peligro de confundirnos, de pensar sólo en nosotros mismos, o de buscar solamente aquellas cosas que me satisfagan pronto y momentáneamente. Y podemos, entonces, buscar sustitutivos de la verdadera felicidad o de la auténtica plenitud del hombre y la persona.
Es el camino de vida fácil al que nos sentimos tentados, de sólo pensar en sí mismo, de dejarme llevar por la más elemental apetencia o por las pasiones, y no buscar lo que verdaderamente merece la pena.
Buscar lo que verdaderamente merece la pena tiene sus exigencias, exige un control y un dominio de nosotros mismos, un sabernos negar a nosotros muchas cosas para poder encontrar y alcanzar lo verdadero.
Aquí podemos entender lo del camino fácil, lo del camino ancho, y por el contra lo del camino estrecho y exigente. ¿Qué es lo que queremos alcanzar y cómo queremos alcanzarlo?
Por ejemplo, el estudiante que se prepara y se forma para su futuro no podrá simplemente dejarse llevar por lo que le apetece en cada momento, por la fiesta, la diversión y abandonar sus estudios y preparación, porque al final no alcanzará la preparación adecuada, no obtendrá los títulos que le acredite y dé fe de su preparación y no podrá obtener aquel trabajo o aquella responsabilidad seria en su vida. Tendrá que sacrificar muchas cosas para poderse sentir satisfecho al final por lo logrado y ser feliz de verdad.
Así es la vida y así es también lo que es alcanzar esa vida en plenitud que Jesús nos ofrece, esa vida eterna a la que todos estamos llamados, la dicha y la felicidad que el Señor quiere para nosotros y por lo que Jesús, el primero, se sacrifica y muere para alcanzárnoslo. La pasión y la muerte es el camino de la vida y de la resurrección. La Pascua es un modelo de nuestro caminar en todos los sentidos. Todo tiene que ser Pascua en nuestra vida.

lunes, 22 de junio de 2009

Ponernos en camino e ir hacia donde Dios nos mostrará

Gén. 112, 1-9
Sal. 32
Mt. 7, 1-5


En la lectura continuada que vamos haciendo de la Biblia en las lecturas en medio de la semana con la intención de que los creyentes tengamos un mayor acercamiento a la Palabra de Dios manifestada en los textos sagrados, en la primera lectura iniciamos hoy la lectura de varios libros del Antiguo Testamento. Se prolongará ahora varios meses y comenzamos con el Génesis para hacer una lectura escogido de los principales textos del Pentateuco, el libro de la Ley para los judíos, y continuaremos luego con otros libros del conjunto de los llamados históricos.
Comenzamos hoy con el capítulo 12 del Génesis porque ahí comienza la historia de Abrahán, fundamental en la historia y en la fe de Israel, como lo es para las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y la musulmana. Las tres religiones tienen como padre en la fe a Abrahán, y para el pueblo de Dios es el inicio de su propia historia. Dios le promete que hará surgir de él un pueblo numeroso, como le dirá más adelante, ‘te bendeciré y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa’.Es el inicio de la historia del pueblo de Israel, el pueblo de Dios.
Abrahán es modelo y ejemplo de fe; se le reconoce como el padre de los creyentes. Hoy se nos manifiesta esa fe de Abrahán, aunque tendremos ocasión de contemplar otros momentos especiales de su fe puesta a prueba. Ahora el Señor le dice: ‘Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré… y Abrahán marchó como le había dicho el Señor’. Aquí está la fe de Abrahán, que se fía de Dios y se pone en camino a donde Dios lo conduzca. Abrahán creyó. Escuchó a Dios y le siguió.
Ahí está su gran ejemplo del que tenemos que aprender. La fe le complica la vida, porque le hace salir y ponerse en camino. Algunas veces queremos tener nuestra como un adorno bonito que lucimos en determinados momentos. Pero la fe tiene que ponernos en camino. Camino de la fe, camino que nos hace salir de nosotros mismos y de nuestras seguridades. Camino que es búsqueda y escucha. No fueron sus propios caminos los que siguió Abrahán, sino los caminos que Dios le señalaba. ‘Hacia la tierra que te mostraré…’
Esa búsqueda no se acaba; ese ponernos en camino es tarea de todos los días; ese arrancarnos de nuestras cosas es algo en lo que tenemos que estar siempre atentos. Hay apegos, y rutinas, y anquilosamiento… Siempre Dios tiene una palabra nueva y viva que decirnos allá en lo hondo del corazón. No nos instalamos. Nos hace arrancarnos de nuestro pecado, y subir la larga pendiente que nos lleva a la santidad. Aunque pasemos por arideces y desiertos. Sabemos quien va con nosotros en ese camino, porque Dios no nos dejará nunca solos aunque muchas veces nos cueste verlo.
Y una palabra del evangelio aunque sólo sea subrayar la sentencia que nos da Jesús. ‘No juzguéis y no seréis juzgados…’ Qué fácil nos sale el juicio y la condena. Qué fácil nos es ver la mota del ojo ajeno. Qué prontos somos para mirar lo negativo del otro aunque sea una cosa muy pequeña. Cuánto nos duele que nos juzguen a nosotros. Siempre queremos justificarnos. Escuchemos lo que nos dice Jesús. ‘La medida que uséis, la usarán con vosotros’.

domingo, 21 de junio de 2009

¿Una travesía con muchas tempestades?

Job, 38, 1.8-13;

Sal. 106;

2Cor. 5, 14-17;

Mc. 4, 35-40


‘Vamos a la otra orilla…’ les dijo Jesús a los discípulos. Y mientras atravesaban el lago en la barca ‘se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Los discípulos estaban asustados mientras Jesús ‘estaba a popa, dormido sobre un almohadón’.
Todavía hay personas que se sienten con miedo e inseguridad cuando tienen que subir a un avión o a un barco para hacer un viaje de larga distancia. No digamos nada si antes de hacer el viaje han oído hablar de catástrofes o accidentes de algún tipo, pues entonces la intranquilidad o inseguridad es peor.
Pero no nos hagamos los valientes frente a esas personas que también nosotros a veces cuando tenemos que enfrentarnos a un mundo cambiante o que ha cambiado tanto en las costumbres que a nosotros nos parece que no tienen que cambiar, también nos sentimos llenos de miedos e inseguridades de manera que nos parece que no hacemos pie en nuestro caminar por la vida.
Costumbres que cambian, gentes que piensan de otra manera y tratan de imponer sus ideas, leyes que nos parecen adversas a nuestros principios, secularización de nuestra sociedad donde lo religioso o los valores cristianos se quieren posponer o relegar a un segundo o último lugar… nos hacen sentirnos mal y nos parece que el barco de nuestra vida se va a hundir.
¿Dónde está Dios? pueden gritarnos algunos, o puede ser la duda que surja en nuestro interior. ¿A dónde vamos a llegar?, nos preguntamos. ¿Qué estamos haciendo de nuestra sociedad? Y nos llenamos de pesimismo para verlo todo negro y nos entran los miedos y las inseguridades. ¿A qué otra orilla estamos caminando?
Es algo parecido a aquella travesía en barca para ir a la otra orilla y en la que los sorprendió la tempestad de la que nos habla el evangelio. Es una imagen de lo que nos sucede. ¿Qué hacer?¿Nos sentiremos igualmente solos y abandonados? ¿Acaso nos echará en cara Jesús nuestra falta de fe? Una cosa sí podemos decir, la barca salió adelante y luego vino la calma. ¿Podría darnos esperanza? La Palabra del Señor siempre tiene que ser para nosotros un faro de esperanza.
¿No ha puesto el Señor esa barca de la vida en nuestras manos? Tenemos que ser los marineros expertos que la saquemos adelante y la llevemos a buen puerto. A nosotros nos dijo: ‘id al mundo entero a anunciar la Buena Noticia de la salvación…’ Creó el mundo y nos lo puso en nuestras manos. Y a ese mundo nos envía ahora a llevar la Buena Noticia. En ese mundo nosotros tenemos que ser luz que ilumine y sal que dé sabor. Somos sus mensajeros que vamos con su misión. Y ahora dependerá de nosotros cómo marche ese mundo, el rumbo que le demos a ese mundo. Claro que siempre con la fuerza de la gracia del Señor.
Pero también recordemos que nos previene que la tarea no va a ser fácil. Hay sufrimientos y enfermedades, hay peligros de todo tipo y hasta venenos que pueden dañar nuestra vida; habrá quienes nos reciban y quienes nos rechacen. A todo eso nos previene Jesús. Recordemos lo que dice a los discípulos cuando los envía de dos en dos o a los apóstoles al final del evangelio cuando los envía por el mundo. Cuando nos manda curar enfermos, llevar paz, y nos anuncia que nos da poder sobre todas esos males, nos está hablando de esas tormentas con las que nos vamos a encontrar en ese mar de nuestro mundo. No será fácil la tarea, pero nos dirá también que El está con nosotros hasta el final de los tiempos, o que nos enviará la fuerza de su Espíritu para ser sus testigos.
¿Por qué dudar, entonces, por qué llenarnos de miedos, por qué sentirnos inseguros cuando aparecen esos peligros y dificultades al enfrentarnos con ese mundo en el que vivimos? ¿Por qué esa falta de fe? Nos recrimina Jesús a nosotros como lo hizo entonces con los discípulos en aquella travesía. ‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ No podemos dudar de su presencia y de la fuerza de su Espíritu que nos ha prometido.
El Señor está ahí y la primera tempestad quizá que quiere calmar está en nuestro interior, en esas dudas y cobardías. El quiere que no perdamos la paz a pesar de las turbulencias de la vida. El es nuestra luz y nuestra fortaleza. El Señor con la fuerza de su Espíritu nos ha transformado para que seamos esa criatura nueva de la fe, del amor, de la valentía y del arrojo para proclamar la Buena Noticia del Evangelio a ese mundo concreto que nos rodea en el que hoy vivimos. ‘Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado’, que nos decía san Pablo.
No nos podemos quedar en añoranzas de otros tiempos que a nosotros nos puede parecer que fueron mejores. Cada momento tiene sus tempestades, sus luces y sus sombras. Y es aquí y ahora cuando nos toca vivir y proclamar la Buena Noticia de Jesús. El está con nosotros. Tengamos la certeza de su presencia y no nos faltará la paz.