sábado, 13 de junio de 2009

Nos apremia el amor de Cristo…

2Cor. 5, 14-21
Sal. 102
Mt. 5, 33-37


‘Nos apremia el amor de Cristo…’ Nos apremia, nos busca, nos llama, nos ofrece mil señales de su amor, nos rodea con sus abrazos de amor. Como el enamorado que apremia con su amor a la persona amada, la busca, le ofrece mil regalos, le canta palabras de amor, va rodeando su vida con las muestras de su amor y su cariño. Así Dios que con nosotros. Así Cristo nos apremia con su amor. ¡Cuántas señales de su presencia amorosa! ¡De cuántas cosas se vale el Señor para llamarnos y hacernos saber su amor!
‘Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros unidos a El, recibamos la salvación de Dios’. El inocente, el justo, el que no tenía pecado cargó con nuestros pecados, expió nos pecados, nos redimió con su muerte en la cruz de nuestros pecados, pagó con su vida y con su sangre por nuestros pecados. ¿Lo merecíamos nosotros? ¿Qué habíamos hecho por el contra?
Nos apremia el amor de Cristo…’ y tenemos que responder a su amor con nuestro amor. Tenemos que responder con una vida nueva; no podemos encerrarnos en nosotros mismos, sino que nos abrimos al amor y nos abrimos a Dios. ‘Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos’.
Es la respuesta que tenemos que dar. Yo no somos para nosotros sino para Cristo, ya somos de Cristo. Y entonces tenemos que ser distintos. ‘El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado’. En otro lugar san Pablo nos hablará del hombre nuevo. Somos hombres nuevos. Lo antiguo, el pecado, ya no cabe en nosotros. Así nos sentimos nuevos y renovados en Cristo.
‘Todo esto nos viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo… Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados…’ ¡Qué distinto lo que hacemos nosotros! Si, yo me reconcilio, te perdono, pero es que lo que dijiste no estuvo bien…, es que aquello que hiciste no fue bueno…, es que aquella palabra, aquella ofensa no la puedo olvidar…, ya no es lo mismo… Nosotros perdonamos haciendo siempre reservas. Pero Dios no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Una cosa que olvida Dios es nuestro pecado una vez que nos ha ofrecido su perdón. ‘Sin pedirle cuenta de sus pecados…’ sin pedirnos cuenta de nuestros pecados nos ama y nos perdona para siempre. ‘No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo… porque el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia’, como nos enseña el salmo.
Habla el apóstol del ministerio de la reconciliación que ha recibido del Señor y por eso se atreve a pedirnos que nos dejemos reconciliar con Dios. ‘En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios’. Es que con ese apremio de amor de Cristo sobre nosotros, no podemos dar otra respuesta, no tenemos otra cosa que hacer. Nos sentimos amados y tenemos que terminar amando, y perdonando, y dejándonos reconciliar, y reconciliándonos nosotros con todos.
‘Nos apremia el amor de Cristo…’ No nos hagamos oídos sordos a sus cantos de amor, a la historia de amor de Dios en nuestra vida. Tratemos de fijarnos en el recorrido que hemos hecho en nuestra vida, también con nuestras miserias y pecados, y veremos que detrás está siempre esa llamada de Dios, esa gracia que nos ofrece, esa invitación que de tantas maneras nos está haciendo continuamente.
Respondamos con nuestro amor y con nuestra vida santa.

viernes, 12 de junio de 2009

Envueltos en el misterio pascual de Cristo

2Cor. 4, 7-15
Sal. 115
Mt. 5, 27-32


La vida del Apóstol, y por supuesto la de todo cristiano, está envuelta toda ella por el misterio pascual de Cristo. Está presente en todo cristiano desde su bautismo, pero si cabe más aún, en el apóstol y en el pastor del pueblo de Dios.
El texto de la segunda carta a los Corintios que hoy hemos escuchado hace referencia explícita a la vida del apóstol y de todo pastor. San Pablo lo está expresando desde la propia experiencia de su vida y así lo manifiesta a los cristianos de Corinto. ‘Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro…’, nos dice. Este tesoro de la Palabra de salvación que tenemos que anunciar, este tesoro de la gracia divina que hacemos llegar a todos a través de los sacramentos, este tesoro inmenso de la vida de Dios que está en nosotros pero a la que tenemos que llevar a todos, está envuelto por nuestro ministerio en vasija de barro que somos nosotros. Pero como nos dice el apóstol ‘para que se vea que una fuerza extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros’.
Nuestra humana condición tan llena de limitaciones y debilidades, tan sometida a las tentaciones y tantas veces envuelta por el pecado sin embargo es el medio que Dios ha querido para hacer llegar la gracia divina a los demás. No son nuestras cualidades ni nuestras habilidades, no son nuestras técnicas o dinámicas ni nuestras sabidurías humanas, sino que es la gracia de Dios la que nos salva y nos llena de vida.
Nos dice el apóstol que ‘nos aprietan… estamos apurados… o somos acosados… nos derriban… pero no nos aplastan... no nos desesperamos… no nos sentimos abandonados… no nos rematan, aunque nos estén continuamente entregando a la muerte…’ Bien sabemos cómo los pastores, al igual que la Iglesia, estamos siempre en el punto de mira de todos, nos miran con lupa lo que hacemos o lo que dejamos de hacer, por las debilidades de unos atacan a todos, buscan la manera de desprestigiarnos o de desprestigiar a la Iglesia… ¡Cuántas campañas de acoso y cómo se aprovecha cualquier ocasión o cualquier fallo real o imaginario…!
Llevamos en nosotros la marca de la pasión y la cruz de Cristo que nos llena de sufrimiento en muchas ocasiones, pero no nos puede faltar la esperanza, porque sabemos siempre que detrás de la cruz y la muerte está la resurrección. ‘Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros’. Es el misterio pascual de Cristo presente en nuestra vida. Sabemos que ‘quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará…’
Como decíamos este texto hace referencia de manera especial al apóstol y a los pastores de la Iglesia. Pero nos puede valer a todos los cristianos. Para que comprendamos bien lo que es la vida del apóstol, del sacerdote, del pastor del pueblo de Dios con sus limitaciones, pero también con sus sufrimientos y soledades, pero a los que nunca puede faltar la alegría de la esperanza. Esperanza que tienen que animar con su oración y apoyo todos los cristianos.
Pero nos puede valer también a todos y cada uno de los cristianos, envueltos también en el misterio pascual de Cristo, con nuestras limitaciones, nuestros fallos, nuestras luchas, nuestros sufrimientos, nuestros deseos de caminar, de superarnos, de avanzar en el camino de la fe y del amor. Nos sentiremos impotentes en muchas ocasiones cuando queremos renovar nuestra vida y una y otra vez aparecen las tentaciones, las debilidades y hasta el pecado. Pero no nos puede faltar la esperanza. Somos ‘vasijas de barro…’, pero ‘esa fuerza extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros’.
No nos faltará nunca la fuerza de la gracia, de la vida divina que está en nosotros, del Espíritu de Dios que anima y alienta nuestra vida.

jueves, 11 de junio de 2009

Id y proclamad la Buena Noticia del Reino de Dios

- Memoria de san Bernabé Apóstol -
Hebreos, 11, 21-26; 13, 1-3
Sal. 97
Mt. 10, 7-13


En este día 11 de junio la liturgia de la Iglesia celebra la memoria de san Bernabé, apóstol. Aunque no formó parte del grupo de los Doce apóstoles la Iglesia siempre lo ha considerado como tal, de manera que en la liturgia de la Eucaristía incluso se dice el prefacio de los Apóstoles.
Bernabé, natural de Chipre y residente probablemente en Jerusalén porque era levita – sería quizá de los judíos helenistas – con la predicación de Pedro y los Apóstoles después de Pentecostés se convirtió y se bautizó. Ya desde la primera ocasión en que aparece en los Hechos de los Apóstoles, además de llamársele ‘hijo de la consolación’ se nos dice que ‘tenia un campo y lo vendió, llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles’. Es el momento en que se nos narra cómo en aquella primera comunidad de Jerusalén ‘lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de lo que tenía… pues lo que poseían tierras o casas las vendía, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesita cada uno’.
Fue un hombre de prestigio en la comunidad de Jerusalén de manera que al crecer la comunidad de Antioquia de Siria es enviado allí por los apóstoles. Será él quien acoja a Saulo recién convertido, lo va a buscar a Tarso y posteriormente lo presenta a los discípulos en Jerusalén sirviendo de aval ante las reticencias que podían tener dado el pasado de Saulo de perseguidor de la Iglesia de Cristo.
En pocas líneas en los Hechos de los Apóstoles se nos da una hermosa definición de Bernabé. No sólo se ha explicado el significado de su nombre, sino que ahora se nos dice que ‘era un hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe’. Cuando se nos describe posteriormente los carismas que había en aquella comunidad de Antioquia, al decirnos que había ‘profetas y maestros’, el primer nombre que se menciona es el de Bernabé.
Finalmente veremos cómo es escogido por el Espíritu Santo con Saulo para emprender una nueva misión que se les confiaba que sería lo que solemos llamar el primer viaje apostólico de Saulo, que sin embargo tendríamos que decir de Bernabé y Saulo. ‘Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a la que los he llamado… les impusieron las manos y los despidieron’.
Largos caminos tuvieron que recorrer en esa misión apostólica. Cuando en los Hechos de los Apóstoles escuchamos las diversas ciudades y lugares por donde predicaron el nombre de Jesús podríamos pensar que son lugares cercanos, sin embargo hemos de reconocer – y los que hemos hecho esos caminos aunque fuera en la comodidad de unos vehículos – sabemos de las largas distancias recorridas. Lo que nos habla de la disponibilidad, del celo apostólico y misionero de Bernabé dando cumplimiento a lo que hoy nos decía Jesús en el evangelio: ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca… lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata o calderilla, ni tampoco alforja… al entrar en una casa saludad con el saludo de la paz…’
Mucho podemos aprender de esa disponibilidad, de esa generosidad de corazón, de ese celo apostólico de san Bernabé. Ojalá sintiéramos con toda intensidad y viviéramos esas cualidades y virtudes. Que con nuestra vida y con nuestra palabra seamos capaces nosotros también de hacer ese anuncio del Reino de Dios, del Evangelio de Jesús a todos los hombres, empleando los medios de los que hoy podamos disponer para llevarlo a cabo.
Algunas veces pienso que si san Pablo y los Apóstoles hubieran tenido los medios electrónicos e informáticos de comunicación de los que hoy disponemos nosotros, los hubieran empleado. Si Pablo, con las penurias propias de aquel tiempo y sus limitaciones nos dejó tan hermosas cartas a las distintas comunidades, qué no haría hoy para hacer llegar el evangelio a todo el mundo. Así tenemos que aprovecharlos nosotros hoy. Si esta reflexión te está llegando, amigo y cibernético lector, es gracias a estas posibilidades que nos ofrece internet.
Doy gracias a Dios el que con mi pobreza pueda hacerlo y el comprobar que en lugares tan diversos se puedan leer estas pobres reflexiones de un humilde cura que más elocuencias o sabidurías en el tema, más que nada es un atrevido. Pero me mueve precisamente ese deseo de hacer llegar la semilla de la Palabra de Dios de cada día a todo ese campo de nuestro mundo. En algunos puede prender y con la gracia de Dios hacer que dé fruto. Doy gracias a Dios por ello y te pido que tú también difundas esta pequeña semilla a cuantos conozcas en tu entorno o en ese mundo de la red cibernética.

miércoles, 10 de junio de 2009

Fidelidad al mandamiento del Señor que nos conduce a la plenitud

2Cor. 3, 4-11
Sal. 98
Mt. 5, 17-19


Una primera palabra en torno a san Pablo y la segunda carta a los Corintios que estamos escuchando en estos días.
Podíamos preguntarnos ¿en qué basa su autoridad el apóstol? ¿En sus capacidades o habilidades? ¿en sus conocimientos y ‘saberes’ o en sus gustos personales? El Apóstol quiere dejarlo claro. El es apóstol por designio de Dios. Es la tarjeta de presentación que habitualmente hace siempre de una forma o de otra al comienzo de sus cartas, como lo escuchamos al inicio de esta segunda carta a los Corintios. ‘Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios’.
Nos habla de que se siente llamado ya desde el seno de su madre, o también nos decía que iba de un lugar a otro impulsa y como arrastrado por el Espíritu Santo. Hoy, frente a los comentarios o reticencias que tienen algunos en la comunidad de Corinto les viene a decir: ‘Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva…’
Bien nos viene el recordarlo para aprender a valorar a los pastores que en nombre Dios están junto a nosotros en la comunidad, en la Iglesia. Para valorarlos por la misión que realizan y para comprender también que son seres humanos con los que Dios ha querido contar que tienen también sus debilidades y flaquezas. Lo que significará por parte de la comunidad cristiana el apoyo de la oración para pedir siempre a Dios por sus pastores para que tengan la fuerza del Espíritu para realizar su misión.
Y brevemente otra palabra en torno al evangelio proclamado. Seguimos escuchando el Sermón de la Montaña de Jesús que inició con la proclamación de las Bienaventuranzas. Es el Maestro y el Señor que nos enseña, que nos trasmite la ley del Señor, que nos está anunciando la Buena Noticia de la salvación.
Hoy nos está pidiendo fidelidad en el cumplimiento fiel de la ley del Señor. Ley de Dios a la que Cristo viene a dar plenitud. En Cristo está la plenitud de la Revelación. El mismo es la Palabra viva de Dios. Pero hoy nos está diciendo que viene para dar plenitud. ‘No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud’.
Cuando está hablando de la Ley y los Profetas está centrándose en lo que era como el meollo de la vida del pueblo judío: la Ley y los Profetas, Moisés y Elías que viene a ser el profeta significativo de todos los profetas. Esa Ley de Dios que vino a manifestar lo que era la voluntad del Señor para su pueblo. Esa Ley de Dios como camino que el pueblo había de recorrer para ir al encuentro con su Dios y mantenerse siempre fiel. Sigue siendo nuestro camino, pero un camino que en Jesús encuentra su plenitud. Plenitud de revelación y plenitud de estilo de vida que Jesús nos vendrá a centrar en el amor. Será el mandamiento en el que Jesús nos resuma toda la ley, el mandamiento del amor. Porque en el amor van a encontrar todos los mandamientos de la ley del Señor como toda nuestra vida.
‘Eneñame, Señor, tus mandamientos; haz que camine con lealtad’, le pedíamos al Señor en la antífona con que aclamábamos el evangelio que se nos iba a proclamar. Que conozcamos el mandamiento del Señor; que nos llenemos del Espíritu del Señor para podamos no sólo conocerlo sino también vivirlo hasta en lo que nos parezca más pequeño – ‘el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos’ -; para que no nos quedemos en la letra material de lo que dice el mandamiento, sino que nos impregnemos de su espíritu y de su sentido. ‘La pura letra mata, y en cambio el Espíritu da vida’, escuchábamos que nos decía san Pablo.
Que llenos de su Espíritu caminemos hacia la plenitud que en Cristo siempre encontraremos.

martes, 9 de junio de 2009

Llegar a la madurez según la plenitud total de Cristo

2Cor. 1, 18-.22
Sal. 118
Mt. 5, 13-16

‘Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo…’ Un compromiso y una tarea. Compromiso porque tenemos que ser luz, llevar la luz de Cristo a los demás. Nos lo repite Jesús en el Evangelio.
Y tarea. Pero tarea en dejarnos iluminar primero nosotros por esa luz. No la podemos llevar si no la tenemos en nosotros. Tarea de crecimiento y maduración de nuestra fe en la que tenemos que estar siempre empeñados. Una tarea que, me atrevo a decir, nunca se acaba.
Igual que en lo humano la persona aspira cada día a un mayor crecimiento como persona, a alcanzar una mayor madurez en su vida, lo mismo tenemos que decir en todos los aspectos, también como cristiano. La persona inmadura es inestable e insegura. La persona inmadura es indecisa y nunca sabemos cómo va a reaccionar o qué partido va a tomar. Necesitamos afirmar nuestra personalidad, sentirnos seguros en nuestra vida, crecer y madurar como personas. Y una persona de personalidad madura y fuerte será alguien que atraiga e invite también a los demás a crecer.
Crecimiento en lo humano, en lo espiritual, como cristiano seguidor de Jesús. Y cada día lo podemos lograr mejor. Dejar de crecer es la muerte para la persona. Mientras hay vida tenemos que ir madurando nuestro ser, nuestro pensar. Crecemos no porque nos sintamos inseguros en lo que ya hayamos logrado, sino porque todo lo podemos madurar más, darle mayor profundidad, mayor hondura.
Como cristianos crecemos hasta lograr la mayor plenitud en Cristo. Porque nuestra medida es Cristo. Nuestro modelo y nuestro estilo es Cristo. Cada día hemos de conocerle mejor, mejor empaparnos de su Espíritu. ‘Primogénito de toda criatura’, se le llama en la escritura, para indicarnos cómo es el modelo de nuestro ser y a lo que hemos de tender.
En la carta a los Corintios que hoy hemos escuchado san Pablo responde a algunas acusaciones que hacían contra él. ‘La palabra que os dirigimos no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’. Cristo Jesús, el Hijo de Dios… no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’; en El todo se ha convertido en un ‘Sí’… Y por Él podemos responder Amén a Dios para gloria suya’. Cristo es el Amén de Dios, el Sí de Dios a la humanidad, que nos ofrece su amor y su salvación. Y Cristo es el Sí que la humanidad deber responder a Dios. Y Pablo al que anuncia es a ese Cristo. Este es su mensaje y su palabra definitiva.
Seguimos a Cristo porque queremos dar ese ‘sí’, que hemos aprendido de Cristo y que podemos dar con todo sentido desde Cristo y con Cristo. Por eso como decíamos tenemos que crecer y madurar en lo más hondo de nosotros mismos para que seamos capaces de dar ese ‘sí’ irrevocable a Dios. De ahí que tengamos que cada día crecer en ese conocimiento de Jesús, en ese llenarnos de su vida y de su luz.
La liturgia de la Iglesia continuamente nos está invitando a decir Amén como respuesta a Dios. Es el Amén con que respondemos a cada una de las oraciones de la liturgia y que no siempre decimos con la intensidad y la hondura requeridas. Tiene que ser el Amén de nuestra fe confesada; es el Amén de poner toda nuestra vida con todas sus consecuencias al lado de Jesús para seguirle, para vivirle, es el Amén de esa gloria que en Cristo, con Cristo y por Cristo queremos dar en todo momento a Dios. Qué importante el Amén con que respondemos a la doxología final de la Plegaria Eucarística. Se nos queda diluido a veces porque quizá no estamos poniendo toda nuestra vida en él.
Sólo así al final podremos ser luz que ilumine y sal que dé sabor a nuestro mundo, como nos pide hoy Jesús en el Evangelio. ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ Pero una sal que no se puede devaluar ni una luz que se vaya a esconder bajo un cajón. Una sal que dé sabor y una luz puesta bien alto para que ilumine. Que lleguemos a esa madurez según la plenitud total de Cristo para que en verdad los hombres contemplen nuestra vida y puedan dar gloria al Padre del cielo.

lunes, 8 de junio de 2009

Qué bueno es el Señor, Padre de la misericordia y Dios del consuelo

2Cor. 1, 1-7
Sal. 33
Mt. 5, 1-12


‘Gustad y ved que bueno es el Señor’, hemos repetido en el salmo. ¡Qué bueno es el Señor! No tenemos que cansarnos de repetirlo, saborearlo. ‘Gustad’, nos dice el salmo. Empaparnos de la bondad de Dios. ‘Contempladlo y quedaréis radiantes…’ Como Moisés cuando bajaba de la montaña de estar con Dios que traía su rostro tan resplandeciente, que tenía que cubrírselo con un velo para que no hiciera daño a los ojos de los que lo contemplaban.
Por eso tenemos que bendecir a Dios. ‘Bendigo a Dios en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca…’ Como hemos escuchado hoy a san Pablo en el comienzo de la segunda carta a los Corintios. Hemos comenzado su lectura que nos durará unos días. ‘¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo!’ Podía bendecir Pablo a Dios porque había experimentado ampliamente en él la misericordia del Señor. Dios lo había amado y escogido a pesar de ser un fogoso perseguidor de los cristianos. Dios seguía amándolo y contando con El en la tarea de la evangelización de los pueblos. Podía y tenía que bendecir al Señor.
Dios era su consuelo y su aliento. Luchas, dificultades, sufrimientos… pero en todo momento sentía el aliento de Dios en su vida. Nunca se sentía sólo. Se sentía fortalecido en el Señor. ‘El nos alienta en nuestras luchas… si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo…’
Pero además desde la experiencia del aliento de Dios en su vida, él podía alentar a los demás. ‘El nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios… si nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación, si recibimos aliento, es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros…’
El apóstol alienta, pero también se siente alentado en lo que contempla y recibe de los demás. El pastor se da y trata de animar, conducir, consolar, fortalecer, alimentar en el espíritu a aquellos que se le han confiado, pero al mismo tiempo el pastor se siente alentado en el camino que contempla realizar a los demás. ‘Nos dais firmes motivos de esperanza… porque también sois compañeros en el buen ánimo’.
Nos alentamos mutuamente con las obras buenas, los esfuerzos y las luchas que realizamos. Creo que tenemos que saber abrir los ojos para ver las señales de luz que hay en los demás. Miramos demasiadas veces las zonas oscuras de la vida y sólo nos parece que hay tinieblas. Pero también hay luz, color, vida en los que nos rodean. Si abrimos los ojos de la fe y de la esperanza podemos contemplar esos rayos de luz que son para nosotros motivo de aliento y de vida.
Hoy hemos comenzado en la lectura del evangelio el sermón de la montaña, que se inicia con la proclamación de las bienaventuranzas. Es un mensaje sublime el que nos ofrece Jesús. Algunas veces nos puede parecer algo utópico e irrealizable. Pero creo que tenemos que saber descubrir en cuántos a nuestro alrededor se está cumpliendo ese mensaje de la bienaventuranzas.
Muchos hay a nuestro lado que son consoladores de los demás, que sufren con los otros o trabajan por la paz, que buscan el bien y luchan por la justicia verdadera, que quizá sufren pacientemente en su carne muchos dolores causados por diferentes causas y saben hacerlo con esperanza, que se han hecho pobres y desprendidos porque quieren compartirlo todo con los demás. En una palabra mucha gente que vive el Espíritu de las Bienaventuranzas. Saberlo descubrir es para nosotros un motivo grande de aliento y de gozo. Las bienaventuranzas de Jesús se cumplen y nosotros podemos también estar entre ellos.
Todo esto para descubrir qué bueno es el Señor, para cantar también nosotros la bendición al Señor por tantos rayos de luz que podemos descubrir en los demás si sabemos abrir los ojos de la vida y de la fe.
‘Gustad y ved qué bueno es el Señor… bendigo al Señor en todo momento…’

domingo, 7 de junio de 2009

Misterio inmenso de amor y de comunión


Deut. 4, 32-34.39-40;
Sal. 32;
Rom. 8, 14-17;
Mt. 28, 16-20


‘¿Hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta? ¿se oyó una cosa semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído la voz del Dios vivo…? ¿Algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras… como todo lo que el Señor, vuestro Dios hizo con vosotros…?’
Preguntas que le hace Moisés al pueblo para que comprendan desde su historia personal cuánto ha hecho el Señor por ellos e para invitarles a reconocerle. ‘Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Señor, allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra: no hay otro’. No les habla Moisés desde ideas o razonamientos intelectuales o filosóficos sino desde la propia experiencia de su historia personal y de la historia del pueblo de Israel.
La historia de la revelación de Dios es la historia viva del Dios que se hace presente en nuestra vida y en nuestra historia. Luego podremos, si queremos, hacer nuestros razonamientos o elaborar nuestro pensamiento de Dios. Pero el Dios en quien creemos es un Dios personal, un Dios que nos ama y que se nos revela, un Dios que se hace presente en nuestra vida y en nuestra historia tanto en la historia personal de cada uno como en la historia de la humanidad o de nuestra comunidad.
Tenemos que abrir los ojos de nuestra fe para descubrir el rastro, las huellas que Dios va dejando de su presencia entre nosotros, que será siempre un rastro de amor, unas huellas de amor. Todo nos habla de Dios, desde la contemplación de todo el universo, creación de Dios, que ya nos está hablando de la gloria del Señor que se manifiesta en sus obras, y que nos está hablando también de cómo ese amor de Dios todo nos lo ha puesto en nuestras manos, pero también de la contemplación del propio ser humano al que Dios he hecho grande cuando lo ha creado a su imagen y semejanza; muchas otras cosas podemos ser capaces de descubrir y sentir a Dios en la más hondo de nuestro propio corazón. Todo un regalo de amor de Dios para nosotros.
Así se nos manifiesta en Jesucristo, enviado del Padre, concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de María para ser presencia de Dios humanado, para encarnarse y hacerse hombre y tomar nuestra vida, para hacernos llegar todo lo que es el amor de Dios en la salvación que nos ofrece. Así se nos manifiesta en Jesucristo revelación de amor que nos ayuda a descubrir a Dios - por eso lo llamamos Revelación y Palabra de Dios -, y nos lo hace sentir en lo más hondo de nosotros mismos cuando nos llena del Espíritu divino, del Espíritu del Amor, del Espíritu de Dios.
¿Qué otra cosa hace Jesús sino revelarnos ese amor de Dios a quien ya podemos llamar Padre? ¿Qué es lo que nos da Jesús sino su Espíritu divino, el Espíritu Santo para llenarnos e inundarnos de la vida divina que nos santifica y nos hace hijos? ‘Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios’, nos ha dicho san Pablo en la carta a los Romanos. ‘Un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)’. Todo esto lo podemos experimentar y sentir en lo más hondo de nosotros mismos, porque así se nos revela, se nos manifiesta y se nos hace presente en nuestra vida y nuestro corazón.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar y celebrar el misterio de Dios en su Santísima Trinidad. Pienso que no es momento de ponernos a intentar dar explicaciones y razonamientos, sino que es momento para la fe porque es así como se nos revela Dios en su infinito amor por nosotros. Sólo tenemos que dejarnos conducir por la fe y por el amor. Así se nos ha revelado, así nos lo ha trasmitido la Iglesia, así proclamamos nosotros nuestra fe en Dios, y así, tenemos que decir, lo sentimos en lo más hondo del corazón, de nuestra vida. Por eso digo respuesta de fe y respuesta de amor. Así nos ha amado Dios y nos ha revelado su amor, y así le respondemos con el obsequio de nuestra fe y de nuestro amor.
Dios que es misterio de amor y de comunión cuando hablamos de la Trinidad divina, tres personas distintas pero un único Dios verdadero, que nos está hablando de ese amor y de esa comunión tan íntima y profunda entre las tres divinas personas que hacen esa unidad indivisible de Dios. Fe en la Santísima Trinidad, entonces, que nos lleva a nosotros también por esos caminos de amor y de comunión, cuando Dios nos ha creado a su imagen y semejanza como se nos enseña ya en las primeras páginas de la Biblia. Creados para el amor, creados para la comunión. Amor y comunión que nunca nos encierran sino que siempre nos abren a ese abrazo que nos une a las demás criaturas, a todos los hombres y mujeres, que entonces así hemos de vivir y así hemos de sentir que es el sentido más hondo de nuestra vida.
En el nombre de la Santísima Trinidad hemos sido marcados desde nuestro Bautismo, porque en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo hemos sido bautizados, para significar así también ese camino de comunión en el que hemos entrado desde la fe que tenemos en Jesús. ‘Id y haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’, hemos escuchado el mandato de Jesús en el evangelio.
Trinidad de Dios que marca continuamente el recorrido de nuestra vida de creyentes porque siempre y en todo por Cristo y en Cristo a quien escuchamos, creemos y seguimos, por la fuerza y la unidad del Espíritu Santo que nos vivifica y nos santifica siempre queremos dar todo honor y toda gloria a Dios Padre todopoderoso; bien expresamos en el momento cumbre de nuestra Eucaristía, la doxología final de la plegaria eucarística.
Si decimos estos dos momentos tan esenciales de nuestra vida de creyentes, estamos significando cómo toda nuestra vida, en todo lo que hacemos o vivimos, está envuelta por el misterio trinitario de Dios. En el nombre del Dios uno y trino, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, iniciamos cada día cada cosa buena que queramos realizar haciendo la señal de la cruz, y en el nombre de ese mismo Dios uno y trino recibimos también su bendición y su gracia.