martes, 1 de diciembre de 2009

Un vástago florecerá de su raíz

Is. 11, 1-10
Sal. 71
Lc. 10, 21-24


‘Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz…’ hemos escuchado que así ha comenzado el profeta.
Es como hablar de un tronco viejo, endurecido, reseco del que parece que no puede tener vida ni hacer que de él pueda surgir un nuevo brote o una nueva planta. Sin embargo el profeta nos dice que sí brotará un renuevo, y de su raíz un vástago nuevo. Y ya nos dice que el Espíritu del Señor es el que le dará vida y hará surgir un nuevo vivir. Es muy significativa esta imagen.
La profecía nos hace una descripción de lo que es ese tronco viejo, lo que está significando, porque nos está reseñando un mundo de injusticias, de apariencias y falsedades, de violencia y de muerte, un mundo de enfrentamientos y rivalidades, como puede ser la expresión de la no posible convivencia de animales feroces y salvajes con otros animales más domésticos.
El profeta describe la situación del mundo que él vive, pero que puede ser una perfecta descripción de lo que es nuestro propio mundo. No tenemos que detenernos mucho para hacer la comprobación en nuestra realidad de la descripción profética. ¿No oímos hablar continuamente de violencias de todo tipo, ya sean actos terroristas, ya lo que llaman violencia de género por emplear una expresión actual, o las violencias y enfrentamientos en las familias o entre vecinos, entre razas y entre pueblos? ¿No es un mundo injusto en el que vivimos con tantas desigualdades que provocan tantas miserias? ¿No oímos hablar continuamente de corrupción y de tantas cosas más en ese estilo de injusticias? Podríamos pensar aún en muchas cosas más.
Pero de esa situación de mal, de muerte, de tronco reseco, el Espíritu, nos dice el profeta, hace surgir algo nuevo, ‘un vástago florecerá de su raíz’. Está lleno del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor: espíritu de ciencia y de discernimiento, espíritu de consejo y de valor, espíritu de piedad y de temor del Señor; le llenará el Espíritu del Señor’. A continuación habla el profeta de justicia, lealtad, equidad, paz…
Un texto en cierto modo paralelo a aquel otro del mismo Isaías que Jesús proclamará en la sinagoga de Nazaret en lo que llamamos su discurso programático y que nos viene a decir que todo eso se estaba cumpliendo en El. ‘Hoy se cumple todo esto que acabáis de oír’, les dirá entonces.
Ahora el profeta nos habla de la justicia nueva, de la verdad, de la paz y la armonía que vendrá a nuestro mundo con la llegada del Mesías. ‘Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos; un muchacho los pastorea…’ Así seguirá describiéndonos con ricas imágenes esa armonía total en la nueva creación.
‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, que hemos rezado en el salmo. Todo es nuevo, todo es paz, ya nadie le hará daño al otro. ‘No harán daño ni estrago por todo mi monte santo; porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas cubren el mar’. Así es la abundancia de la paz.
Es la paz mesiánica. Es lo que tendría que ser nuestra vida si recibimos y aceptamos a Jesús en nuestra vida. Es la tarea en la que hemos de comprometernos. Es el mundo nuevo que hemos de construir y vivir. No son ilusiones infundadas ni sueños imaginarios, son esperanzas vivas. Creemos y esperamos al Señor que viene y que puede realizar y realiza esas maravillas en nosotros y en nuestro mundo. Es el recorrido que vamos haciendo en este Adviento, porque es lo que queremos en verdad celebrar cuando llegue la Navidad. Así el Señor transforma nuestra vida.
Con corazón humilde y sencillo nos acercamos al Señor y con esperanza viva. Si así con esa humildad y con esa confianza vamos a El, se nos manifestará, podremos conocerle, como nos dice hoy el evangelio, y podremos vivir ese mundo nuevo de gracia y santidad que Dios quiere para nosotros.

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