miércoles, 2 de diciembre de 2009

Aquí esta nuestro Dios… celebremos y gocemos con su salvación

Is. 25, 6-10
Sal. 22
Mt. 15, 29-39


Cuando nos sentimos agobiados por el sufrimiento, sea del tipo que sea, parece que lo menos que apetecería una sería comer o participar en un banquete de fiesta. Pareciera que se hubiera perdido toda esperanza y más quisiéramos dejarnos morir cuando así nos vemos hundidos y deprimidos.
Sin embargo, el profeta hoy, hablándole a su pueblo que precisamente no pasa por sus mejores momentos, les anuncia que se descorrerán los velos y festones de luto y de muerte porque todos estamos invitados a un magnífico banquete. Y nos hace una hermosa descripción. ‘Preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos…’
El dolor y el sufrimiento tienen que haber pasado, la esperanza tiene que haber renacido, los velos de la tristeza y las lágrimas del dolor tienen que desaparecer porque la muerte ha sido aniquilada para siempre y todo tiene que ser vida y alegría. ‘Arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa las naciones. Aniquilará la muerte para siempre… enjugará las lágrimas de todos los rostros’.
¿Cuál es la razón, el motivo de semejante banquete y de tan alegre fiesta? ‘Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’.
Todos entendemos el mensaje mesiánico de este texto, pero que también es como una figura y tipo del banquete del Reino de Dios al que todos estamos invitados en Jesús. El evangelio de hoy nos hablará de una comida bien abundante que será anuncio y anticipo del banquete de la Eucaristía que Jesús nos dará.
Hemos escuchado en el evangelio el relato de la multiplicación de los panes y los peces allá en el descampado comiendo hasta saciarse una multitud considerable de personas. ‘Comieron hasta saciarse y recogieron las sobras… los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños’.
Un milagro de Jesús que es todo un signo. No será ya el pan milagrosamente multiplicado el que Jesús quiere darnos a comer, sino que será Él mismo el que se nos dé como comida y alimento de vida eterna. En el evangelio de san Juan es precisamente después del relato de la multiplicación de los panes cuando Jesús nos anuncia el banquete de la Eucaristía. ‘El que come del pan que yo le daré tendrá vida para siempre y yo lo resucitaré en el último día’, nos dirá.
Ése sí que es un festín de manjares enjundiosos porque comemos al mismo Cristo. Con Cristo ya no puede haber muerte, sino que todo tiene que ser alegría y vida. Se correrán para siempre los paños del luto y la tristeza. Con Cristo está superado todo dolor y todo sufrimiento porque con El toda la vida adquiere un nuevo sentido en el amor.
Estamos haciendo el camino del Adviento que nos tiene que llevar a ese encuentro pleno con el Señor que viene a nuestra vida. Y El quiere ser para nosotros vida, salvación, paz, alegría. Para eso se nos da en la Eucaristía. Que así lo podamos vivir en plenitud, así nos llenemos de su salvación. ‘Aquí esta nuestro Dios… celebremos y gocemos con su salvación’.

1 comentario:

  1. Gracias por la meditación. Ciertamente la palabra de Dios es viva y eficaz, cuando se traduce a la realidad de hoy. Cuando siguen existiendo, profetas y amigos de Dios.

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