domingo, 22 de noviembre de 2009

Jesucristo es Rey ¿cómo hemos de vivir su realeza?



SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Daniel 7, 13-14;
Salmo 92;
Ap. 1, 5-8;
Juan 18, 33-37




Cuando llegamos al final del año litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar hoy esta solemnidad de Cristo Rey. Es como una recopilación de todo el misterio de Cristo que hemos venido celebrando a través de todo el año litúrgico. La Iglesia nos invita a una contemplación global del misterio del Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro: Jesucristo, rey del universo.
Cuando proclamamos a Jesucristo rey no podemos menos que recordar muchas cosas del evangelio. Anunciaba y constituía el Reino de Dios, pero no se dejaba llamar rey por las gentes que muchas veces entusiasmadas con sus palabras y con sus milagros así querían proclamarlo; recordamos,, por ejemplo, cuando allá en el desierto después de la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces querían hacerlo rey El escapó a solas a la montaña.
Y cuando a los discípulos más cercanos les entraban los deseos de grandezas y de ocupar primeros puestos en su reino, les decía que la grandeza no estaba por ese camino. Y se ponía a sí mismo como ejemplo porque el Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan sino a servir.
De querer hacerse rey lo acusarán ante Pilatos cuando en él nunca se habían manifestado esas pretensiones, pero será precisamente en ese momento, cuando está maniatado ante Pilatos, humillado, insultado y ultrajado cuando reconozca que es Rey. ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ será la pregunta de Pilatos. Y es clara su respuesta: ‘Mi reino no es de este mundo… tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido a este mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz’.
Nos podría parecer que no era el momento adecuado para hacer esa proclamación pero hemos de reconocer que es la congruencia lógica de las palabras y toda la vida de Jesús. Si había dicho que para ser grande, el primero había que ser el último y el servidor de todos, ahora estaba como el último en el servicio y la entrega suprema de su vida de quien había venido a servir, a amar, a darse y a entregarse para ser rescate para todos.
¡Qué hermosa proclamación de la realeza de Cristo! La más auténtica y la más verdadera. La que se puede hacer desde el amor y desde la entrega sin límites como sólo Jesús sabe y puede hacer. Ahora sí que se estaba manifestando en su más honda realidad el Reino de Dios que Cristo había anunciado y estaba constituyendo al dar su vida por nosotros.
¿Qué es lo que El nos había anunciado del Reino de Dios? ¿Cómo nos lo había descrito? ¿dónde estaba la verdadera grandeza en ese Reino de Dios? Tendríamos que recorrer de nuevo las páginas del evangelio, ver su vida, escuchar de nuevo sus parábolas o recordar aquellas palabras hermosas y profundas de las bienaventuranzas allá en el sermón del monte. Es realmente el recorrido que hemos venido haciendo a través de todo el año litúrgico.
En sus parábolas para explicarnos cómo es el Reino de Dios nos habla de una pequeña semilla sembrada en buena tierra y bien cuidada o de un puñado de levadura para hacer fermentar la masa; para darnos sus características nos habla del valor de las cosas pequeñas como la pequeña semilla de la mostaza o de la actitud de acogida y de fiesta de un banquete al que todos estamos invitados; nos habla también de una actitud nueva en el corazón que se abre para siempre perdonar o de la responsabilidad y el cuidado que hemos de tener de aquellos talentos que ha depositado en nuestras manos y tenemos que hacer fructificar.
Para vivir ese Reino de Dios nos habla de un estilo nuevo del que tenemos que impregnar nuestra vida para ser pobres y desprendidos, para tener un corazón limpio y siempre lleno de misericordia para acoger a todos y estar dispuestos a perdonar siempre; nos habla de ese hambre y deseo de bien, de amor, de verdad y de justicia para buscar siempre lo bueno para el hombre y que le haga mantener intacta su dignidad; o nos habla de la capacidad de darnos, de luchar por lo bueno, de amar sin límites aunque no seamos comprendidos ni aceptados. Porque como nos decía hoy ‘mi reino no es de este mundo’ y quienes no entiendan las palabras de Jesús tampoco nos van a entender a nosotros. Y nosotros queremos vivir su Reino, ser de la verdad, de su verdad, para escucharle y para seguirle con todas las consecuencias. Así, nos decía, si vamos viviendo todo esto perteneceremos al Reino de Dios, veremos a Dios y alcanzaremos la más plena recompensa que es la felicidad de Dios.
Por eso cuando hoy queremos proclamar a Jesucristo, Rey del universo, y nuestro único Rey Señor, no lo haremos poniendo coronas de oro en su cabeza ni cubriéndolo con ricos mantos de bellos bordados ni oropeles.
A El tenemos que verle como Rey en el momento supremo de su entrega clavado en la cruz del sufrimiento para poderle contemplar resucitado y glorificado…
¿Cuándo lo estaremos proclamando en verdad como Rey? ¿Cuándo lo contemplaremos así glorificado?
  • cada vez que nosotros trabajemos por la dignidad de toda persona, la respetemos y valoremos,
  • cada vez que nos esforcemos por buscar la paz y la justicia para nuestro mundo,
  • cada vez que vayamos poniendo nuestro granito de arena, como pequeñitas semillitas, para lograr esa civilización del amor que envuelva de verdad las relaciones de todos los hombres y nuestro mundo,
  • cada vez que vayamos llenando nuestras entrañas y nuestro corazón de amor y de misericordia,
  • cada vez que sepamos aceptar a todo hombre o mujer como un hermano o hermana a quien tenemos que amar,
  • cada vez que vayamos tendiendo la mano al que sufre a nuestro lado haciendo nuestro su sufrimiento y ofreciéndole el consuelo de nuestro cariño, nuestra sonrisa o nuestra comprensión,
  • cada vez finalmente que vayamos poniendo de verdad a Dios como centro de nuestra vida, porque es nuestro Padre que nos ama y nuestro único Dios y Señor.

Así proclamaremos en verdad que Jesucristo es Rey, Rey del Universo y único Rey y Señor de nuestra vida. ‘Aquel que nos ama, nos decía el Apocalipsis, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre’. Es lo que hoy queremos celebrar. Es con lo que hoy nos queremos comprometer. Es lo que queremos que sea en verdad nuestra vida de seguidores de Jesús.

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