sábado, 13 de septiembre de 2025

Unas raíces dañadas o que se quedan en la superficie no tendrán la fuerza para alimentar y sostener el árbol y hacer que dé buenos frutos ¿será así nuestra vida?

 


Unas raíces dañadas o que se quedan en la superficie no tendrán la fuerza para alimentar y sostener el árbol y hacer que dé buenos frutos ¿será así nuestra vida?

1Timoteo 1,15-17; Salmo 112; Lucas 6, 43-49

Cada mañana en mi paseo de cada día paso junto a una huerta que está en las cercanías de mi casa; está dedicada a cultivos menores, tiene algunos árboles frutales y unas vides, que casi tendría que ser su cultivo principal; pero he venido observando que ni son aprovechables los frutos de esos árboles ni pueden tener una cosecha beneficiosa de las uvas que cultivan; las plantas y los árboles están, podíamos decir, enfermos por las plagas que les afectan y los frutos no son nada aprovechables, más bien los vemos por los suelos e inservibles.  No entro en juicio por respeto sobre lo que dichos agricultores realizan con su campo, pero es cierto que el cuidado no es el mejor, donde podría haber hermosos frutos, todo casi se convierte en árboles y plantas dañadas y todo es inservible.

Me fijo en estas cosas y pienso en lo que hago o como cuido mi vida, mirando también mucho de lo que sucede alrededor. No es solo vivir, porque, por decirlo así, respiramos. Necesitamos una prevención y un cuidado para que el mal no nos dañe, para que finalmente los frutos de nuestra vida sean buenos. En principio Dios nos ha creado para que seamos árbol bueno; bien lo dice la Biblia cuando nos habla de la creación donde cada cosa que va saliendo de las manos de Dios, nos dice ‘y vio Dios que era bueno’. El maligno ya inoculó su veneno en el corazón de Eva y de Adán despertando la ambición y el orgullo, y como decimos, así entró el mal en el mundo. Es la tentación que nosotros seguimos teniendo y el mal también se va metiendo en nuestro corazón.

Es hermoso lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos’. Y añade. ‘El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón lo habla la boca’.

¿Qué sale de nuestro corazón? Es importante que lo consideremos y analicemos nuestras actitudes, nuestras posturas, nuestra manera de actuar. Nos metemos muchas veces en una pendiente muy resbaladiza, y nos dejamos arrastrar. Es necesario detenernos y descubrir lo que está dañado en nosotros para curarlo; descubrir que es lo que vamos guardando en nuestro corazón, cuales son nuestros recuerdos por ejemplo de lo vivido y la reacción de nuestros sentimientos ante lo que nos va sucediendo; acumulamos muchas veces demasiadas tensiones y la cuerda tensa se puede romper; mantenemos muchas heridas abiertas en nuestro corazón por los roces que vamos teniendo en la vida y no nos preocupamos de curarlas, y una herida mal curada hará que la enfermedad se vaya extendiendo, los sentimientos negativos sigan permaneciendo en nosotros y se irá dañando nuestro espíritu; cuántos malos humores que tenemos muchas veces que nos hace reaccionar mal con todo el mundo son consecuencia de esas heridas mal curadas.

Tenemos que buscar una solidez para nuestra vida y por eso es importante tener una vida sana, pero tener sano el corazón. Un cimiento con un cemento corroído no tendrá la suficiente fortaleza para sostener el edificio. Nos habla hoy Jesús del edificio edificado sobre roca, que aguantará vientos y tempestades. 

¿Dónde habremos buscado nosotros esa fortaleza del espíritu? ¿Cuál es el fondo de nuestra espiritualidad? ¿Nos estaremos quedando en la superficialidad? Las raíces que no se ahondan en la tierra, sino que se quedan en la tierra superficial no tendrán la fuerza necesaria para alimentar y para sostener el árbol. ¿Estaremos haciendo eso con nuestra vida?

viernes, 12 de septiembre de 2025

Emprendamos un camino de sinceridad y humildad en el que vayamos poniendo nuestros granitos de arena que construyan un mundo de luz en que sepamos aceptarnos mutuamente


Emprendamos un camino de sinceridad y humildad en el que vayamos poniendo nuestros granitos de arena que construyan un mundo de luz en que sepamos aceptarnos mutuamente

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Salmo 15; Lucas 6, 39-42

Solemos decir que cada uno tiene su propia visión de las cosas, es cierto y merece todo respeto; pero también hay otro dicho que nos habla de que cada uno ve las cosas según el color del cristal a través del cual mira; nuestras visiones, pues, pueden estar marcadas por nuestras propias experiencias, lo que ha producido en nosotros una reflexión profunda sobre lo que nos va aconteciendo, sacando nuestras conclusiones y nuestras lecciones, o podemos vernos influidos también por lo que hay a nuestro alrededor, las ideas de los que caminan a nuestro lado o incluso por las manipulaciones que realizan los que quieren dirigirnos en una determinada dirección.

¿Cómo salir de una visión parcial o de una visión meramente subjetiva para llevar a una verdad que sea más absoluta y permanente? En eso está el hombre sabio, para lo que trabaja y reflexiona, para llevarnos a lo que es verdaderamente fundamental, para tener esa claridad de visión de lo que sucede e incluso de nuestra propia vida. Es la búsqueda en la que hemos de empeñarnos, es la inspiración que queremos encontrar en la verdadera y autentica sabiduría, es lo que buscamos en Dios, en su revelación y en su palabra. Y no siempre es fácil, pero ese camino de ascensión en nuestra vida hemos de emprender.

A eso nos quiere estar llevando la Palabra de Dios que escuchamos y que hemos de hacerlo con todo respeto y con una gran apertura de nuestro corazón. Es un camino de ascensión que no siempre es fácil. Hoy nos habla Jesús de los ciegos guía ciegos, que es un peligro y tentación en la que podemos caer. Nosotros mismos sin tener una claridad de ideas queremos influir en los demás. ¿Estaremos cayendo en el hoyo como nos dice Jesús?

Pero esto nos tiene que hacer pensar también en esa visión que nosotros podemos tener de los demás. No nos suceda como a aquella mujer que decía que su vecina lavaba mal su ropa y la tendía a secar llena de manchas, hasta que un día alguien le hizo comprender que las manchas no estaban en la ropa de su vecina sino en los cristales de su ventana; era necesario tener bien limpios los cristales de su ventana para poder ver con claridad, para que en verdad la luz radiante del exterior también penetrara en su casa.

Somos nosotros con nuestros prejuicios cuando juzgamos a los demás; la visión que tenemos de los demás está deforme porque en la retina de nuestro corazón guardamos mucha maldad que va a deformar la visión de las cosas, la visión de la vida de los demás. Necesitamos un colirio que nos cure y que nos limpie; en Jesús lo podemos encontrar; El ha venido a poner una luz en nuestro corazón que dará verdadero brillo a nuestra vida, que dará verdadero brillo a nuestros ojos, que nos hará tener una visión clara de la vida, que nos hará ver con nuevos y limpios ojos a los demás.

Hoy nos habla el evangelio de quitar la viga de nuestro ojo antes de querer quitar la parva que pudiera haber en el ojo ajeno. Es cierto que tenemos que corregirnos, porque nos amamos y nos ayudamos a caminar; pero tiene que brillar la delicadeza y la humildad, la delicadeza en las palabras con que nos acercamos al otro siempre derramando ternura, y humildad para saber aceptar que nosotros también somos débiles, tenemos nuestros tropiezos, también tenemos que dejarnos corregir por el hermano. Qué mal nos ponemos habitualmente cuando alguien nos expresa una opinión que pudiera contradecir lo que nosotros decimos o hacemos; cuanto nos cuesta tener la valentía de reconocer que también nosotros nos podemos equivocar; cómo rebrota tantas veces nuestro orgullo y nuestro amor propio prejuzgando que quien nos corrige lo que quiere es hundirnos o destruir lo que nosotros pretendemos construir.

        Si somos sinceros tenemos que reconocer que eso nos pasa con demasiada frecuencia, pero que triste es también el espectáculo que ofrece nuestra sociedad que en lugar de colaborar con buenos deseos se destruye mutuamente porque no sabemos aceptar lo bueno que nos puedan ofrecer los demás. Pongamos nuestros granitos de arena de sinceridad y de humildad que vayan construyendo una sociedad mejor. El Evangelio es una luz que nos guía en este camino que tendríamos que emprender. 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Seamos capaces de entrar en la sintonía del amor que nos propone Jesús para armonizar el coro de una nueva fraternidad y una nueva humanidad

 


Seamos capaces de entrar en la sintonía del amor que nos propone Jesús para armonizar el coro de una nueva fraternidad y una nueva humanidad

 Colosenses 3,12-17; Salmo 150; Lucas 6, 27-38

Algunas veces parece que en la vida andamos cansados de todo, hasta de lo bueno que hacemos. Hay una persona que rara vez que me encuentre con él no me diga que está cansado; al principio pensaba en la presión que estaba sufriendo en su trabajo, o que eran muchas las cosas que se le acumulaban y que no encontraba tiempo para sacarlas adelante y que estaba dedicando muchas horas a su tarea; trataba yo de decirle que se tomara las cosas con calma, que supiera encontrar tiempo para su descanso que le era necesario para poder luego trabajar mejor, pero un día me di cuenta que al hablar de su cansancio hablaba de algo más que un desgaste físico, se cansaba de sus relaciones con los demás, a algunos no los soportaba, le entraban ganas de alejarse de todas aquellas personas que le rodeaban, porque le parecía que solo era él quien sentía preocupación por ellos o trataba de hacer algo por ellos.

Es el cansancio que nos puede entrar hasta de lo bueno; por qué tengo que ser yo el primero que esté pronto para hacer un servicio si luego ni me lo van a agradecer; por qué tengo que ser yo el que dé el brazo a torcer y me humille y reconozca lo que son quizás mis errores; por qué siempre me llaman a mi cuando hay un problema que resolver… y así no sé cuantas cosas y preguntas que muchas veces nos hacemos; y queremos encerrarnos en nosotros mismos y olvidarnos de todo para vivir mi vida a mi manera y que no me molesten; queremos algunas veces desengancharnos de esos compromisos que un día asumimos. Desánimos y cansancios, desaliento quizás porque nos parece que no reconocen lo que hacemos, ¿no será que al final es que no nos valoramos ni a nosotros mismos?

Pero ¿qué sentido tiene que nosotros solo nos preocupemos de los que parecen ser nuestros amigos, o de aquellos a los que quizás les deba un favor? ¿Dónde está la gratuidad como sentido de vida? Algunas veces da la impresión que solo queremos hacer las cosas por las que nos pagan, pero esa manera de actuar ¿nos llegará hacer sentir satisfacciones hondas en el corazón?

Es lo que nos quiere hacer comprender hoy Jesús en el evangelio. Nos está haciendo unos planteamientos nuevos, haciendo romper unos roles en los que fácilmente nos hemos metido y en los que privarían siempre nuestros intereses. Pero Jesús quiere darnos un sentido nuevo del amor, o hacernos encontrar lo más profundo y hermoso que es el amor que algunas veces aunque lo llamamos amor pudieran convertirse en actos egoístas, aunque parezca un contrasentido tener ‘un amor egoísta’. ¿No es así cuando solo amamos o hacemos el bien por interés?

Por eso hoy Jesús nos pregunta qué de especial hacemos cuando saludamos solo al que nos saluda, si solo ayudamos a los que previamente nos hayan ayudado a nosotros, o también como nos dice, si solo prestamos a los que tenemos la seguridad de que nos van a pagar. Como nos dice Jesús eso lo hace cualquiera, eso lo hace el que piensa en sus negocios y en sus ganancias. Pero el amor en su esencia es dar y entregarse desinteresadamente.

Por eso nuestro amor será también a los que no nos aman o no nos van a corresponder; se atreverá a decir Jesús que tenemos que amar a nuestros enemigos. Es más, tendríamos que pensar, que quien vive desde los planteamientos de amor que nos hace Jesús, no tendría que tener enemigos, es decir, a nadie tendría que ver como enemigo; los que se sienten enemigos es porque en ellos no han dejado entrar el amor y en consecuencia ni sabrán ser comprensivos con los demás ni sabrán perdonar.

Quien ama de verdad entra en otra dinámica en su vida, la dinámica del bien, de la verdad y sinceridad, de la generosidad y del desprendimiento, de la comprensión y del diálogo, del acercamiento al otro y de la capacidad de perdonar, en la dinámica que pone serenidad en la vida a pesar de todos sus lados oscuros y que llenará de paz el corazón, que nos hará sentir lo que es la verdadera alegría y contagiará de ilusión por algo nuevo y distinto a los que están a su lado.

¿Seremos capaces de entrar en la sintonía del amor que nos propone Jesús para armonizar el coro de una nueva fraternidad y humanidad?

Una buena nueva de felicidad nos anuncia Jesús que tenemos que saber escuchar y hacerla realidad en nuestra vida

 


Una buena nueva de felicidad nos anuncia Jesús que tenemos que saber escuchar y hacerla realidad en nuestra vida

Colosenses 3, 1-11; Salmo 144; Lucas 6, 20-26

Ser felices, ser dichosos es un deseo que todos tenemos, es un anhelo universal; lo buscamos, nos inventamos quizás en muchas ocasiones mil cosas buscando esa dicha y esa felicidad, no sabemos como conseguirla. Vemos tanto sufrimiento a neustro alrededor que se nos enturbian esos deseos, parece que se pierden; la situación que vive en nuestra sociedad, desde mil frentes distintos podríamos decir, no es siempre de felicidad para todos; pensamos en los sufrimientos de tantos y que también nos afectan muchas veces a nosotros, desde la enfermedad de nuestro cuerpo o desde los problemas que nos van apareciendo cada día; aunque buscamos sucedáneos al final nos sentimos vacíos e insatisfechos, parece que no llegamos a rozar esos umbrales de la felicidad.

Pero Jesús nos dice hoy felices, dichosos, bienaventurados, son palabras que nos vienen a definir lo mismo. Y es la palabra de Jesús, algún sentido tendrá porque forma parte de la buena nueva que nos anuncia y a la que nos pide creer, que tengamos fe y confianza. Claro que Jesús nos dice felices y habla de los pobres, o de los que lloran, o de los que están cargados de sufrimientos, o de los que no son comprendidos y de alguna manera se sienten rechazados por todos. ¿Será una contradicción? Porque podría parece que no casa eso de ser feliz y ser pobre, o estar marchado por el sufrimiento, o el rostro surcado por las lágrimas, o el corazón lleno de amargura por las incomprensiones.

Pero las palabras de Jesús aunque nos cueste comprenderlas son ciertas, nos dan la llave de la verdadera felicidad que no está en la riqueza ni en que seamos aceptados por todos, que no está en que hagamos desaparecer las lagrimas de nuestros ojos o se nos curen todos nuestros malos. O, sí. Porque Jesús nos hará comprender que hay otra riqueza que no son solo los tesoros o los valores económicos, que no son solo las alabanzas que recibamos de los demás, sino que partirá de lo que en verdad sintamos en la hondura del corazón, que no estará solo en que quitemos nuestras limitaciones corporales sino que seamos capaces de desprendernos de otras ataduras más hondas. Y por ese camino nos sentiremos más libres, más nosotros mismos, más con nuestros valores y eso sí que nos hará encontrar una felicidad que nadie nos podrá quitar.

Es el camino de la autentica grandeza de la persona que no está en las pomposidades externas sino en los valores que cultivamos desde dentro de nosotros mismos. Es un camino de esperanza, de esperanza en que las cosas pueden ser de otra manera, de esperanza que abriéndonos a los demás encontraremos una nueva hermandad, una nueva fraternidad; y cuando hacemos caminos juntos, de la mano los unos de los otros sentiremos una alegría en el corazón que nadie nos podrá quitar.

No nos importará las limitaciones corporales que podamos tener, no importará que no tengamos nada en nuestro bolsillo, porque una sonrisa que recibimos de aquel que va por la calle y nos saluda aunque no nos conozca será algo que nos llena el alma, cuando recibimos una mirada agradecida de aquel con quien habíamos compartido hasta lo poco que teníamos nuestra alma se siente henchida y será como el mejor alimento que podamos comer, o el mejor regalo que podamos recibir.

Seremos en verdad dichosos sin tener que buscar sucedáneos, sin tener que recurrir a sustitutivos que al final lo que hacen es crearnos dependencias y ataduras creando un vacío grande de insatisfacción en el alma. Por eso Jesús se lamenta de los que se creen ricos y poderosos porque pueden disponer de cosas, de los que se creen saciados porque se pueden permitir todos los caprichos, de los que se ríen haciendo ruido para aparentar que son felices mientras sus corazones siguen derramando lágrimas amargas de infelicidad, de los que se creen importantes por todos los conocen o todos hablan de ellos pero que al final no pueden mantener una amistad sincera y verdadera con nadie porque por medio median siempre los intereses.

Una buena nueva de felicidad nos está anunciando Jesús. Escuchemos su evangelio, dejémonos conducir por su Espíritu, sintamos siempre su presencia en nuestro corazón.

martes, 9 de septiembre de 2025

Igual que eligió a los apóstoles con la realidad de sus vidas, sigue Jesús contando con nosotros a pesar de nuestras debilidades, porque todo es un regalo del amor de Dios

 


Igual que eligió a los apóstoles con la realidad de sus vidas, sigue Jesús contando con nosotros a pesar de nuestras debilidades, porque todo es un regalo del amor de Dios

 Colosenses 2, 6-15; Salmo 144; Lucas 6, 12-19

Hay momentos en la vida en que tenemos que tomar decisiones importantes y nos damos tiempo para pensarlo, para reflexionarlo; hay cosas que no podemos hacer solamente a impulsos podríamos decir momentáneos, aunque algunas veces tengamos esa tentación; nos sucede algo que nos impresiona, contemplamos algo que nos llama la atención y nos duele, y nos sentimos impulsados al momento pensando que algo que tenemos que hacer; es bueno que haya esa inquietud, que surjan incluso esos impulsos signos de la vitalidad que llevamos dentro, pero al mismo tiempo ponemos los pies sobre la tierra para que no sean solo sueños, y lo reflexionamos y lo maduramos; que tenemos que contar con alguien para algo que vamos a emprender y que consideramos importante, nos pensamos bien a quien vamos a escoger, sus posibilidades, sus valores y cualidades, aunque por supuesto dejamos siempre la libertad de decidir a quien escojamos su aceptación o no de lo que le proponemos. Las cosas nos las tomamos con la debida responsabilidad.

Hoy lo contemplamos en Jesús. Y nos dice el evangelio se que se fue al monte a orar y allí se pasó la noche en oración. Luego escogerá entre todos los discípulos que le seguían a doce a los que constituye apóstoles. Fue una decisión importante, nos lo manifiesta esa noche de oración de Jesús, de la que tanto tendríamos que aprender en nuestras decisiones. Jesús quiere contar con aquellos que llama apóstoles a los que veremos que va instruyendo de camino para la misión que les va a encomendar; el Reino anunciado por Jesús ha de continuar y en las manos de aquellos apóstoles está.

Cuenta Jesús con ellos y con su libertad; cuenta Jesús con ellos que también son humanos y tienen sus debilidades; habrá alguno que se queda en el camino porque al final le traiciona, habrán otros que siempre estarán pensando en sus sueños y ambiciones y donde Jesús continuamente estará enseñando, los llamará los hijos del trueno por esa intensidad con que viven el seguimiento de Jesús; todos con sus debilidades que cuando ven venir al lobo, como se suele decir, en el momento del prendimiento de Jesús se dispersan y le dejan solo; alguno a pesar de cuanto Jesús había confiado en él llegará a negar el conocerle, aunque siempre le había costado entender lo de la entrega de Jesús hasta la muerte. Pero Jesús sigue confiando en ellos, y a ellos se manifestará de manera especial después de su Pascua para que en verdad se sientan fortalecidos en su fe. Así luego se dispersarán por el mundo cumpliendo el mandato de Jesús de anunciar el evangelio del Reino de Dios.

Me hace pensar todo esto que venimos reflexionando en mi vida. Por una parte como hemos de enraizarnos en Jesús y en su evangelio, cómo tenemos que fortalecernos interiormente y dejarnos iluminar por la luz que nos viene del cielo ante cada una de esas decisiones que hemos de ir tomando en nuestra vida que quiere ser un camino de fidelidad. Pero también con corazón agradecido quiero ser consciente como el Señor sigue contando conmigo, con mis defectos y con mis debilidades, con lo que es mi vida unas veces turbulenta y otras veces adormecida, con sus buenos momentos de luz pero también con ese lado oscuro que todos tenemos fruto de nuestras torpezas y debilidades.

Quiero sentir que el Señor quiere seguir contando conmigo y siempre abre ante mí horizontes amplios donde poder realizar mi vida y vivir mi fidelidad con todas sus consecuencias. Muchas veces los caminos se tuercen y hay que tomar otras decisiones, que en ocasiones pueden ser hasta dolorosas, pero en nuestra fidelidad queremos seguir adelante, agradeciendo a Dios que siga contando conmigo y me vaya abriendo caminos que a veces eran insospechados para mí.

Lo pienso para mi mismo, como me hace mirar con una mirada distinta a los que están a mí alrededor o caminan conmigo, para hacerme comprensivo, para descubrir valores y aprender lecciones, para servir de apoyo y estimular también a los demás a vivir su fidelidad. El Señor sigue viniendo a nosotros para curar nuestras heridas y ponernos de nuevo en camino. Doy gracias a Dios por las posibilidades que me sigue dando.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Pregustemos los resplandores de la aurora para que un día nos dejemos envolver totalmente por la luz del Sol que nos viene de lo alto a donde nos conduce María

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Pregustemos los resplandores de la aurora para que un día nos dejemos envolver totalmente por la luz del Sol que nos viene de lo alto a donde nos conduce María

Miqueas 5, 1-4ª; Salmo 12; Mateo 1, 1-16.18-23

Antes de que el sol se eleve sobre el horizonte, cuando aun no ha comenzado a despuntar, sin embargo comienza el horizonte a teñirse de los primeros resplandores que son anuncio de ese nuevo día que va a comenzar a despuntar con toda la plenitud de los rayos del sol. Tenemos que reconocer que es muy bonito el amanecer cuando tenemos la oportunidad de ver con claridad el horizonte, quizás en la lejanía del mar o desde lo alto de una montaña. He disfrutado mucho cuando he tenido la oportunidad y en esas circunstancias que he mencionado sobre todo desde la alta montaña.

La liturgia en este día en que celebramos la Natividad de la Virgen María la llama con toda razón aurora de un nuevo amanecer. El nacimiento de María nos preanuncia el nacimiento del Sol que nos viene de lo alto, que de ella había de nacer. Hay quienes no quieren entender la devoción y el amor que nosotros los cristianos sentimos por María; sabemos claramente que ella no es la Salvación, pero sí es la Madre que nos trajo al Salvador cuando Dios querrá encarnarse en sus entrañas para de ella nacer siendo hombre y para traernos la salvación.

El resplandor de María a nosotros también nos ilumina cuando nos anuncia la llegada de la verdadera luz. En ella estamos pregustando esas mieles de la salvación, con ella nosotros queremos caminar al encuentro de esa verdadera luz. No la hacemos ni más ni menos, pero es la Madre del Salvador, y toda madre estará siempre cerca del corazón de sus hijos, como tendrán a sus hijos en su propio corazón. ¿Por qué vamos a separar a María del corazón de Cristo? ¿Por qué nosotros, que también somos sus hijos, acogiéndonos al corazón de la madre no podemos aprender de ella a ir hasta Jesús? María siempre nos conducirá hasta Jesús. Ella, por supuesto, no suplantará a Dios, porque ella se sentirá siempre la humilde esclava del Señor que lo único que desea es tener a Dios en su corazón.

Muchas imágenes de María  - pensemos en tantas advocaciones de María que precisamente celebramos en este mismo día – siempre las contemplaremos con una luz, con una candela, con una vela en sus manos, mientras en la otra siempre también nos mostrará a Cristo. Ahondemos en todo el significado de esta imagen que contemplamos para que comprendamos siempre de la mejor manera posible lo que significa la presencia de María en nuestra vida y en la vida de la Iglesia. Podríamos decir frente a tantos que se escandalizan por nuestro amor a María y por el lugar que le damos en la vida de la Iglesia, que María no nos dice que ella sea la luz, sino que siempre nos estará señalando el camino de la luz, porque siempre ella nos está conduciendo hasta Jesús. 

Como decíamos, María es la Aurora de nuestra salvación. La aurora no es el sol, pero sí nos estará reflejando la luz del sol. Eso es María para nosotros, eso es lo que en ella podemos contemplar; son los valores del Reino de Dios que en ella podemos encontrar y copiar para nuestra vida; la mujer llena de fe, que merecerá por ello toda alabanza, pero la mujer disponible siempre para el servicio y para el amor, que siempre está en camino para servir como lo hizo en su camino hasta las montañas de Judea para servir en la casa de Isabel, o como estaba con los ojos atentos en las bodas de Caná para detectar donde había una necesidad y hacer que Jesús allí derramara su gracia.

Es la mujer humilde, que reconoce las maravillas que Dios realiza en ella, pero no se siente ella grande porque aunque siendo madre se siente hermana y cercana de toda la humanidad para caminar nuestros caminos, para hacerse presente con su amor, para estar siempre en esa disponibilidad de un corazón abierto para a todos acoger como madre. Sabe María que los poderosos van a ser derribados de sus tronos y que solo los humildes y los sencillos podrán tener la dicha de conocer y vivir los misterios de Dios, como ella misma canta en el Magnificat. ¿Estará adelantando María en su cántico lo que un día Jesús cantará también dando gracias al Padre que revela su corazón y su misericordia a los que son pequeños y sencillos? En ella ya lo estamos viendo.

Dejémonos envolver por esa luz que María nos refleja de lo que es el amor y la misericordia de Dios para que un día también nos sintamos llenos de esa luz porque nos sentimos enriquecidos con la misericordia del Señor.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

 



Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

Sabiduría 9, 13-19; Salmo 89; Filemón 9b-10. 12-17; Lucas 14, 25-33

Vivir no es ni simplemente dejar pasar las horas y los días, ni solamente ocupar nuestro tiempo haciendo cosas y cosas; algo más hondo tiene que darle intensidad a nuestra vida, unas metas hemos de tener para que aquello que hacemos tenga un sentido y un verdadero valor, sopesamos así lo que somos y lo que valemos, descubrimos nuestras posibilidades y llenamos nuestro caminar de unos valores, le damos riqueza a nuestra vida, y crecemos desde lo más hondo, le damos un contenido de humanidad a lo que hacemos y lo que vivimos y de ninguna manera nos encerramos en nosotros mismos, porque vivimos entre los demás, con los demás y de alguna manera también para los demás, porque de lo contrario todo se convertiría en egoísmo; será el amor el que le dé verdadera hondura a nuestra vida y lo que hará rica nuestra existencia. Pero para llegar a todo eso tenemos que hacer nuestros planteamientos, descubrir, sí, lo que son nuestras posibilidades, pero también sentir esa fuerza interior y al mismo tiempo superior que nos ayuda y fortalece. Es, por así decirlo, encontrar la sabiduría de la vida.

Hoy Jesús en el evangelio tratando de que sus discípulos tengan claro lo que significa seguirle, como diríamos hoy nosotros, lo que significa ser cristiano, precisamente nos quiere ayudar a que descubramos lo que es verdaderamente importante, siendo capaz de dejar a un lado, aunque incluso sea bueno, aquello que nos podría desviar de nuestra verdadera meta. En ese camino nos enseña cómo incluso tengamos que decirnos no a algunas cosas para que en verdad seamos sus verdaderos discípulos.

Queremos, por ejemplo, construir un edificio y tratamos de ver todos los materiales que podríamos utilizar y que están a nuestra mano, al tiempo veremos lo que podemos hacer, lo que es la capacidad que tenemos y los medios de los que nos vamos a valer para poder realizarlo. Pero quizás, aunque sean buenos, no todos los materiales los podremos utilizar, tendremos que descartar algunos porque no nos van a servir para lo que pretendemos construir. Ahí está el trabajo, en cierto modo, previo que tenemos que realizar, analizando, escogiendo lo mejor, descartando lo que quizás no nos seria provechoso, buscando los medios y trazándonos los verdaderos planos para lograr ese bello edificio. Sabio el que sabe elegir lo mejor para tener el mejor edificio.

Jesús nos ha hablado con unas pequeñas parábolas por una parte del hombre que quiere construir una torre, o del reino que en una guerra ha de enfrentarse a vecinos enemigos; en uno y otro caso nos dice Jesús que hay que detenerse tanto antes de comenzar a realizar la torre como antes de emprender la batalla, para saber si en verdad podremos conseguir nuestros fines, no sea que se nos derrumbe el edificio o seamos vencidos irremediablemente en la batalla.

Así en la vida, así en el camino de nuestra vida cristiana. Tenemos que clarificar muy bien el camino que nos señala Jesús, el sentido verdadero del Reino de Dios del que nos habla Jesús, no sean que emprendamos sendas erróneas. ¿Dónde vamos a encontrar ese verdadero camino? Vayamos al Evangelio, escuchemos de verdad la Palabra de Dios, plantémosla en lo hondo de nuestro corazón, rumiémosla muy bien en nuestro interior.

Será lo que en verdad va a dar hondura a nuestra vida, lo que dará profundidad a nuestras decisiones, lo que finalmente nos mantendrá firmes con constancia en el camino emprendido. Podríamos decir que no podemos ir a lo loco, no podemos solamente dejarnos llevar por fervores momentáneos, que pronto se pueden apagar; una llamarada muy grande y aparatosa en principio, pronto se quedará en un rescoldo que a lo más mínimo se va apagar y todo se volverá humo. Muchas veces nos encontramos así, o lo contemplamos en tantos a nuestro lado. Les faltó o nos faltó esa verdadera profundidad, esas hondas raíces bien enraizadas en el corazón de Cristo, en el evangelio. Es la sabiduría que nos da el evangelio.

Pueden resultarnos desconcertantes las palabras del evangelio en aquello que nos dice Jesús a lo que hemos de renunciar. No nos dice Jesús que no tengamos que amar a nuestros padres o a nuestros hijos, al hermano o al esposo o la esposa; podría parecer contradictorio con otros pasajes del evangelio en que Jesús nos propone como mandamiento principal precisamente el amor. Lo que nos quiere decir que nada puede ensombrecer el amor que le tengamos a Dios, más aun tenemos que hacer que ese amor de Dios sea la fuente de nuestro amor para el amor que tengamos a cuantos nos rodean. Es encontrar lo que verdaderamente es fundamental y que se va a convertir en fuente de cuanto hagamos o digamos.

En ese sentido va también lo que nos dice del desprendimiento con que hemos de vivir en nuestra relación con lo material. El verdadero tesoro de nuestra vida no está en esos bienes materiales que tengamos; son cosas que necesitamos, es cierto, en nuestras mutuas relaciones o para la adquisición de lo que necesitamos para una vida digna; pero cuando convertimos lo material en lo fundamental de nuestra vida estamos trastocando el sentido de todo, por eso tenemos que liberarnos de esos apegos, no convertirlos en el tesoro de nuestro corazón. Cuando vivimos con esos apegos nos esclavizamos, nos hacemos dependientes de esas cosas, oscurecen nuestra visión porque lo convertimos en un filtro en nuestros ojos que no nos deja ver con claridad.

Y las palabras de Jesús son tajantes, porque quien vive de esa manera, nos dice, ‘no es digno de mí’. Son materiales que nos pueden echar a perder el edificio y no nos valen como piedras fundamentales para la construcción de nuestra vida. Tenemos que saber encontrar esa verdadera sabiduría que enriquezca nuestra vida llenándola de humanidad.