Tenemos
que ser testigos que contagien, no obstáculos por nuestra incongruencia y
vanidad que interfieran en el camino para el encuentro con Cristo
Romanos 3,21-30ª; Salmo 129; Lucas 11,47-54
Recuerdo una anécdota en la que se
apremiaba a alguien a que llegara puntual a un lugar o a una cita donde debía
ir, pero este le respondía que iba a hacer todo lo posible por llegar pero si
la vaca no estaba en el camino; parece que en otra ocasión en que había
intentado hacer ese recorrido no había podido hacerlo porque una vaca estaba
suelta en el camino y era poco menos que imposible pasar por aquel lugar.
Traigo a colación este hecho en
referencia a lo que nos está expresando hoy el evangelio. Son las palabras de
Jesús contra los fariseos y maestros de la ley porque parecía que disfrutaban
poniendo exigencias en sus comentarios y enseñanzas a la hora de trasmitir al
pueblo creyente lo que era la ley y la voluntad del Señor. Ha partido este
episodio de aquel momento en que un fariseo había invitado a Jesús a comer en
su casa y en su interior estaba haciendo sus juicios porque Jesús no se había
lavado las manos antes de comer; lo que podían ser una medidas higiénicas las habían
convertido en leyes para dictaminar lo que era pureza que por la fe había de
haber en sus vidas.
Jesús habla fuerte contra aquellos que
vivían una fuerte incongruencia en sus vidas; menciona como ahora quieren
justificarse con mausoleos levantados en honor de aquellos a los que habían
perseguido y dado muerte sus padres. ‘¡Ay de vosotros, les dice, que
edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois
testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los
mataron y vosotros les edificáis mausoleos’.
Es algo más que un mausoleo o no lo que
nos quiere decir Jesús, es la incongruencia de sus vidas, a las que les falta
una verdadera profundidad y sentido en aquello que realizan, muchas veces solo dejándose
envolver por la vanidad, pero sin darle autenticidad a sus vidas. No podemos
sentirnos muy lejos nosotros hoy de esas actitudes que muchas veces seguimos
con aquello del cumplimiento externo, pero que sin embargo nos dejamos envolver
totalmente nuestra vida por ese sentido del evangelio. Cumplidores, pero sin
vivencia interior; apariencias pero sin un fondo profundo en la vida. Lo que
hacemos muchas veces con nuestros actos religiosos que se quedan fríos, que se
convierten en un rito formal, una costumbre o una tradición pero que no
repercute en nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestra manera de hacer las
cosas, nuestras actitudes y posturas con los demás o con lo que hacemos que no
llegamos a hacer vida.
Pero recogiendo la imagen con la que
iniciábamos nuestra reflexión muchas veces esas formas incongruentes de vivir
la religión o el ser cristiano se convierten en pantallas que encandilan, que
oscurecen el camino para quieren realizar ese acercamiento a la fe y a la vida
cristiana, pueden ser obstáculos para la fe de los demás.
Como creyentes tenemos que convertirnos
en testigos, ofrecemos nuestra palabra que anuncia pero tenemos que ofrecer el
testimonio de una vida que es lo que de verdad convence y contagia; pero quizás
nuestras actitudes, nuestras vanidades, nuestra superficialidad puede ser ese
obstáculo, como decíamos antes, esa vaca que está en el camino y nos entorpece
y dificulta el que otros puedan transitar por ese camino. Es el ejemplo de
nuestras vidas, es esa vivencia que nos convierte en testigos.
¿Estaremos siendo esos testigos o acaso
por nuestro mal ejemplo somos obstáculos para que otros se encuentren con
Cristo y puedan llegar a vivir su fe? Es una pregunta seria que tenemos que
hacernos, porque lo que se nos pide es esa congruencia en nuestras vidas porque
será lo que contagia nuestra fe a los demás.
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