jueves, 16 de octubre de 2025

Tenemos que ser testigos que contagien, no obstáculos por nuestra incongruencia y vanidad que interfieran en el camino para el encuentro con Cristo

 


Tenemos que ser testigos que contagien, no obstáculos por nuestra incongruencia y vanidad que interfieran en el camino para el encuentro con Cristo

Romanos 3,21-30ª; Salmo 129; Lucas 11,47-54

Recuerdo una anécdota en la que se apremiaba a alguien a que llegara puntual a un lugar o a una cita donde debía ir, pero este le respondía que iba a hacer todo lo posible por llegar pero si la vaca no estaba en el camino; parece que en otra ocasión en que había intentado hacer ese recorrido no había podido hacerlo porque una vaca estaba suelta en el camino y era poco menos que imposible pasar por aquel lugar.

Traigo a colación este hecho en referencia a lo que nos está expresando hoy el evangelio. Son las palabras de Jesús contra los fariseos y maestros de la ley porque parecía que disfrutaban poniendo exigencias en sus comentarios y enseñanzas a la hora de trasmitir al pueblo creyente lo que era la ley y la voluntad del Señor. Ha partido este episodio de aquel momento en que un fariseo había invitado a Jesús a comer en su casa y en su interior estaba haciendo sus juicios porque Jesús no se había lavado las manos antes de comer; lo que podían ser una medidas higiénicas las habían convertido en leyes para dictaminar lo que era pureza que por la fe había de haber en sus vidas.

Jesús habla fuerte contra aquellos que vivían una fuerte incongruencia en sus vidas; menciona como ahora quieren justificarse con mausoleos levantados en honor de aquellos a los que habían perseguido y dado muerte sus padres. ‘¡Ay de vosotros, les dice, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos’.

Es algo más que un mausoleo o no lo que nos quiere decir Jesús, es la incongruencia de sus vidas, a las que les falta una verdadera profundidad y sentido en aquello que realizan, muchas veces solo dejándose envolver por la vanidad, pero sin darle autenticidad a sus vidas. No podemos sentirnos muy lejos nosotros hoy de esas actitudes que muchas veces seguimos con aquello del cumplimiento externo, pero que sin embargo nos dejamos envolver totalmente nuestra vida por ese sentido del evangelio. Cumplidores, pero sin vivencia interior; apariencias pero sin un fondo profundo en la vida. Lo que hacemos muchas veces con nuestros actos religiosos que se quedan fríos, que se convierten en un rito formal, una costumbre o una tradición pero que no repercute en nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestra manera de hacer las cosas, nuestras actitudes y posturas con los demás o con lo que hacemos que no llegamos a hacer vida.

Pero recogiendo la imagen con la que iniciábamos nuestra reflexión muchas veces esas formas incongruentes de vivir la religión o el ser cristiano se convierten en pantallas que encandilan, que oscurecen el camino para quieren realizar ese acercamiento a la fe y a la vida cristiana, pueden ser obstáculos para la fe de los demás.

Como creyentes tenemos que convertirnos en testigos, ofrecemos nuestra palabra que anuncia pero tenemos que ofrecer el testimonio de una vida que es lo que de verdad convence y contagia; pero quizás nuestras actitudes, nuestras vanidades, nuestra superficialidad puede ser ese obstáculo, como decíamos antes, esa vaca que está en el camino y nos entorpece y dificulta el que otros puedan transitar por ese camino. Es el ejemplo de nuestras vidas, es esa vivencia que nos convierte en testigos.

¿Estaremos siendo esos testigos o acaso por nuestro mal ejemplo somos obstáculos para que otros se encuentren con Cristo y puedan llegar a vivir su fe? Es una pregunta seria que tenemos que hacernos, porque lo que se nos pide es esa congruencia en nuestras vidas porque será lo que contagia nuestra fe a los demás.

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