miércoles, 8 de octubre de 2025

 

Sepamos quitar esa ‘chinita’ de la incapacidad de perdonar de nuestro zapato y comenzaras a sentirte más dichoso y feliz, con más ganas de amar con un amor generoso

Jonás 4,1-11; Salmo 85; Lucas 11,1-4

Queremos tener zapatos cómodos en nuestros pies y nos gastamos lo que sea necesario para conseguir unos zapatos bonitos cómodos y poder caminar sin ningún tipo de molestia; pero a veces nos sucede que se nos mete una ‘chinita’ en el zapato que nos hace amargo nuestro caminar, nos molesta, no sabemos a veces como quitarla porque parece que va corriendo por toda la planta del zapato y se nos hace insoportable nuestro caminar.

Hoy sale a relucir esa ‘chinita’ del zapato de nuestra vida que no nos deja tranquilos, que no terminamos de comprender ni saber qué hacer terminar de liberarnos de eso que muchas veces va amargando nuestra existencia, aunque tratemos de disimularlo. Está incluido en una de las peticiones que hacemos en la oración que Jesús nos enseñó.

El evangelio nos habla de la petición que le hacen los discípulos a Jesús, ‘enséñanos a orar’. Repetidamente vemos la oración de Jesús en el evangelio, como participa en la oración de la comunidad en la sinagoga o en las fiestas pascuales en el templo de Jerusalén, pero también le vemos en diversos momentos que se retira a orar a lugares apartados o expresa su oración y acción de gracias al Padre en medio de los mismos acontecimientos que se van sucediendo. En muchas ocasiones por otra parte nos hablará de la insistencia, perseverancia y confianza con que hemos de orar al Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá…’ porque el Padre siempre atiende a la oración de los hijos.

Ahora Jesús nos deja plasmado en unas palabras concretas lo que ha de ser el sentido de nuestra oración. Hemos grabado esas palabras de Jesús en el corazón de nuestra vida y nos las hemos aprendido de memoria para repetirlas una y otra vez en nuestra oración. No voy ahora a extenderme en cada uno de esos como apartados con los que traza lo que ha de ser nuestra oración; quiero más bien ir a subrayar lo que más nos cuesta decir con todo sentido y en toda su amplitud en esa formula de oración y que de alguna manera es esa ‘chinita’, esa piedrecilla que se ha metido en nuestro zapato y que no terminamos de resolver.

Pedirle perdón a Dios parece ser fácil en cuanto pedimos ese perdón para nosotros, y ya hasta de alguna manera nos hemos acostumbrado a decir que somos pecadores y como que parece que Dios ya tiene en su misericordia la obligación de perdonarnos. 

Vayamos por partes, ¿sabremos nosotros disfrutar de ese perdón? ¿Será en verdad motivo para sentir gozo en el alma, pero de tal manera que no nos queremos ver de nuevo envueltos en aquellas negruras del pecado? ¿No nos estará sucediendo que no terminamos de unir este perdón que le pedimos a Dios con aquella forma de llamarle tal como lo hacemos cuando comenzamos a llamarle Padre en nuestra oración? Quizás no hemos sabido saborear del todo esa palabra, ese llamar a Dios Padre, ese sentir que Dios es para nosotros un Padre que nos ama y nos ama de una forma incondicional y en su amor nos regala su perdón.

Pero la ‘piedrecita’ la encontramos cuando llegamos a las consecuencias de ese perdón, el perdonar nosotros a los demás, a los que nos han ofendido, con quienes tenemos la deuda de esa ofensa y de ese consiguiente perdón. Ahí es cuando nos sentimos cojear en ese perdón de Dios también, porque si no somos capaces nosotros de perdonar, de ofrecer ese regalo de amor de nuestro perdón, ¿cómo seremos capaces de pedir ese perdón de Dios?

Por ahí comenzamos a cojear, a querer hacer nuestras interpretaciones favorables a ver como quedamos bien, pero algo está flaqueando en nuestra vida y en nuestras actitudes porque parece que ya el amor no es tan amplio como tendría que ser. Es lo que tenemos que aprender a disfrutar, es cuando tenemos que sacar todas las consecuencias de aquel amor con queremos llamar a Dios Padre y sentirnos amados por El.

Es por donde tenemos que empezar, es lo que tenemos que saber saborear, disfrutar. Podremos entender las palabras de Jesús en la cruz cuando no solo pide perdón por los que le crucifican sino que aun los disculpa porque no saben lo que hacen. ¿No sería eso lo que movería el corazón de aquel ladrón que estaba en el mismo sufrimiento de Jesús para tener la confianza y la osadía de pedir a Jesús que se acordara de él cuando llegara a su Reino?

Y es que el perdón generoso no solo nos dará más felicidad a nuestro corazón sino que también moverá el corazón más endurecido para querer entrar también en esa órbita del amor. El contemplar esa capacidad de perdón de alguien a nuestro lado es un aliciente y un estimulante para movernos a nuestro propio arrepentimiento y a la confianza de obtener ese perdón como también ofrecerlo generosamente.

Sepamos quitar, pues, esa ‘chinita’ de nuestro zapato, porque vas a comenzar a sentirte más dichoso, más feliz, con más ganas de amar con un amor totalmente generoso.  

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