Abramos
puertas y ventanas para llamar y poder salir a buscar, pero también para
escuchar a quienes nos llaman y buscan algo en nosotros
Malaquías 3, 13 – 4,2ª; Salmo 1; Lucas
11,5-13
¿A dónde voy a llamar si parece que
nadie me va a responder? Quizás en alguna ocasión habrá tenido la experiencia
de llamar y al final desistir porque nadie le respondía tan pronto como hacía
su llamada. ¿Le faltaría insistencia, quizás?
Alguna vez nos habremos encontrado a
alguien que venía buscando una determinada persona, le habían dicho que por
aquel lugar vivía, pero ahora no sabía donde ir a llamar porque todas las
puertas estaban cerradas y podría parecer que allí no había nadie. Demasiadas
puertas y ventanas cerradas nos vamos encontrando hoy a nuestro paso por calles
y caminos; quizás los mayores añoramos aquellos tiempos en que las cancelas y
las puertas siempre estaban abiertas o podíamos abrirlas sin necesidad de
llamar mucho. ¿Nos habrán invadido los miedos y las desconfianzas? Pero quizá
aquella persona que buscaba se encontró con alguien que la animó a llamar sin
miedo e insistir en la llamada, asegurándole que alguien le iba a responder.
La invitación hoy del evangelio es a
que perseveremos en nuestras búsquedas y llamadas, que no temamos pedir aquello
que necesitamos porque vamos a tener respuesta, vamos a encontrar lo que
buscamos, van a responder a nuestra llamada. Aunque este pasaje del evangelio
muchas en nuestros comentarios hagamos alusión a la oración, a nuestra relación
con Dios, creo que está queriéndonos decir mucho de esas búsquedas profundas
que tenemos que hacernos en la vida, de ese deseos de conocer y de saber, de
ese deseo de crecer, de ese deseo de buscar hondamente sentido a la vida o de
búsqueda de respuestas a muchos interrogantes que tenemos en nuestro interior.
El que quiere crecer tiene que buscar,
tiene que llamar. Muchas veces somos nosotros mismos los que nos estamos
cerrando puertas en nuestro conformismo o con nuestros miedos; nos contentamos
con lo que somos o con el estado en que estamos y no buscamos algo nuevo, algo
mejor, algo que de verdad nos haga crecer. Esas búsquedas muchas veces son
costosas y son arriesgadas; si las vamos haciendo con sinceridad abiertos a lo
que nos vamos a encontrar, podría ser que se volvieran exigentes con nosotros
mismos porque nos obligan a salir de nuestras rutinas, o arrancar las hierbas
que nos parezcan externamente bonitas de nuestras malas costumbres que nos
encierran en nosotros mismos.
Hay que ser valiente para ponerse en
camino de búsqueda, porque el que se pone en camino no se refugia en lo que ya
tiene ni se contenta con ello, y para poder ponerse en camino a buscar
seguramente tendrá que desprenderse de muchas cosas que podrían ralentizar su
avance por el camino nuevo. Se volverá una exigencia para nosotros.
Necesitaremos abrir puertas en nosotros mismos.
Apertura de puertas para salir
nosotros, pero también para dejar entrar. Alguien a nuestro lado podría estar
queriendo llamar, pero, como decíamos antes, le parece que porque las puertas y
ventanas están cerradas no hay nadie que les pueda responder. Nos toca, pues, a
nosotros abrir puertas para que sepan que pueden contar con nosotros porque
estamos dispuestos a responder.
Nos toca quitar miedos y desconfianzas,
porque seguimos con muchos miedos y desconfianzas ante quienes nos parecen
desconocidos, nos parecen extraños porque no son los que hemos visto siempre,
porque somos muy prontos a poner etiquetas y hacer discriminaciones solo
dejándonos llevar por apariencias que puedan ser distintas. Pensemos cuál es la
acogida que hacemos a quienes emigrantes llegan a nuestras costas o a nuestras
tierras. Creo que hay que pensar y decir en este sentido.
Estamos aplicando estas palabras de
Jesús a este lado humano de la vida para el cual son también buena noticia de
salvación, porque es un invitación a unas actitudes nuevas y a unos valores
nuevos en los que tenemos que profundizar, pero no olvidemos cuanto nos quiere
decir en lo que es nuestra relación con Dios, esa oración en la que necesitamos
ser tan perseverantes, porque aquí no puede haber desconfianzas porque sabemos
que estamos queriendo relacionarnos con un Dios que es nuestro padre y nos ama.
No olvidemos sin embargo que Jesús nos habla de esa acogida de Dios, en la
medida en que nosotros sepamos ser acogedores con nuestros hermanos, sean
quienes sean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario