martes, 16 de septiembre de 2025

Necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, ni nos dejemos influir por la primera impresión

 



Necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, ni nos dejemos influir por la primera impresión

1 Timoteo 3, 14-16; Salmo 110; Lucas 7,31-35

Tantas veces que nos dejamos llevar por la primera impresión; es una tentación fácil en la que podemos caer, juzgamos por las apariencias, no nos detenemos a pensar y reflexionar, nos dejamos influir por esa primera impresión en una mirada superficial o muchas veces influidos ya sea por nuestros prejuicios, ya sea desde influencias externas que recibimos desde quienes están interesados en que veamos todo según su punto de vista, y caemos también nosotros en esa superficialidad y ligereza.

Así los juicios que nos hacemos de los demás, de lo que hacen, y no nos preguntamos qué circunstancias están viviendo esas personas para actuar así o cuales son los problemas por los que están pasando, las motivaciones que puedan tener o el respeto que tendríamos que tener a la forma de pensar o de actuar de los demás. Pronto estamos para exigir que nos escuchen a nosotros y respeten nuestra opinión porque es la nuestra, pero no somos capaces de respetar la opinión o el actuar de los demás. Así andamos en una carrera loca en la vida.

Estaba pasando con Jesús como había pasado con Juan Bautista; no gustaba el camino de exigencias y austeridad que planteaba Juan, porque escucharle y seguirle significaba entrar en camino de conversión, de cambio en sus vidas, de cosas con las que tendrían que actuar de otro modo y se resquebrajaba la comodidad en la que vivían o las rutinas en las que se movían sus vidas.

Cuando hay exigencias enseguida volvemos la espalda para no enterarnos o para seguir por nuestro camino; aunque había habido muchos que habían ido a escuchar a Juan en el desierto, otros poco menos que iban a fiscalizar sus palabras, o le volvían la espalda, porque les parecía insoportable.

Pero con Jesús estaba sucediendo lo mismo. Muchos se sentían entusiasmados con sus enseñanzas, con sus milagros y le seguían hasta lugares descampados o le salían al paso con sus enfermos, pero otros no querían reconocer la autoridad con que hablaba y actuaba Jesús, veían quizás en peligro sus posiciones y prestigios y bajarse de los pedestales no es cosa fácil; por eso una cosa que hacían era querer desprestigiarlo diciendo que comía y se juntaban con pecadores y gente de mala vida, le negaban la autoridad de su palabra y el poder de Dios con que actuaba, se escandalizaban porque perdonaba los pecados, o porque dejaba que sus discípulos, aunque fuera en sábado, pudieran coger unas espigas por el camino para llevarse a la boca.

Por eso Jesús se preguntaba qué es lo que buscaba aquella generación. Como les dice se parecen a los niños que juegan en la plaza y no son capaces de ponerse de acuerdo en sus juegos y terminan dividiéndose y peleándose. ¿No será imagen de ese infantilismo en que vivimos muchas veces? ¿De esa superficialidad que envuelve nuestra vida que se queda en vanidades y apariencias? Son esos pocos criterios que tenemos para hacer nuestros juicios por la superficialidad con que actuamos y juzgamos.

Pero no nos quedemos en hacer juicio sobre aquellos que rodeaban a Jesús entonces, sino que tenemos que mirarnos a nosotros mismos, dar cuenta también de nuestro actuar como iglesia. Andamos muchas veces como veletas que se dejan llevar por el viento, por las corrientes de aire.

Necesitamos tener unos criterios firmes, necesitamos ahondar y reflexionar más, necesitamos ese respeto también a los que están a nuestro lado en su forma de actuar, necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, para que no nos dejemos influir por la primera impresión, para que no nos dejemos engañar por tantos cantos de sirena que escuchamos a nuestro alrededor y que quieren influir en nosotros.

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