sábado, 7 de septiembre de 2024

Busquemos el bien de la persona dejando fluir la misericordia y la compasión como suavizante que facilite las relaciones para una verdadera humanidad

 


Busquemos el bien de la persona dejando fluir la misericordia y la compasión como suavizante que facilite las relaciones para una verdadera humanidad

1Corintios 4, 6b-15; Salmo 144; Lucas 6, 1-5

No dejamos que el agua corra montaña abajo buscando su propio camino porque todo lo arrasaría a su paso y de nada nos serviría la fuente de la que nace o la lluvia que nos la hace caer de las nubes; tratamos de encauzarla, buscarle cauces, para poder mejor aprovecharla y a todos nos beneficie; es cierto que la naturaleza en su mismo ha ido creando unos cauces, llamémoslos barrancos por las que circulan esos arroyos, o finalmente ríos que van fecundando con su humedad los campos por los que cruzan; luego nuestra inteligencia y nuestro buen hacer han ido creando esos cauces que nos la transporten para nuestro consumo humano y para todos los beneficios que pueda producir en la naturaleza.

Así ha sido también el transcurrir de la humanidad; nuestra convivencia ha ido creando unos cauces también, llamémosla normas de conducta o códigos éticos, que encauzan toda la actividad humana para lograr también entre la humanidad esa armonía de la que nos es ejemplo la propia naturaleza. Nos vamos imponiendo unas normas o unas leyes que vengan a facilitar ese entendimiento y esa buena convivencia queriendo basarnos en el respeto y la valoración de la persona, que será siempre lo importante. No es rigidez que nos imponemos desde el capricho sino desde un mutuo consentimiento buscando siempre por encima de todo el bien de la persona. Ninguna de esas normas que nos impongamos para nuestra mejor convivencia puede ir nunca en contra del bien de la persona.

Sin embargo, sabemos también que muchas veces nos volvemos exigentes y hasta tratamos de imponernos los unos a los otros, no porque pongamos el bien de la persona por encima de todo, sino que da la impresión que la norma es la que está por encima, dándole una sacralidad  que al final nos convierte en esclavos de esa norma o de esa ley. ¿Por qué hay que hacer esto? Quizás nos preguntamos y simplemente respondemos porque lo dice la ley. Pobre razonamiento que nos damos que le hace perder su sentido más genuino.

Y es una tentación que hemos tenido en todos los tiempos, pero que también podemos seguirla sufriendo hoy, cuando incluso tratamos de imponer una forma de ver la vida desde una ideología o desde una forma de pensamiento muy personal, que olvida cual es el verdadero sentido que siempre ha de tener toda norma de convivencia. Cuánto necesitamos suavizar los engranajes de nuestra vida para que no chirríen nuestros encuentros.

Y vemos en el evangelio que le plantean algunas cosas en este sentido. Está por una parte, por ejemplo del ayuno al que se sometían los discípulos de Juan o de los fariseos, mientras Jesús no es eso lo que le está pidiendo a sus discípulos. Pero viene también el otro planteamiento en torno a lo que era el descanso sabático; algo que se había de alguna manera impuesto en la ley de Moisés para que no olvidaran nunca el culto que debían de darle a Yahvé a quien habían de reconocer como el único Dios y Señor de sus vidas, y que también una forma de respetar y valorar la vida de las personas a las que también había de dársele un necesario descanso en medio de sus tareas.

¿Qué tenía que ser lo importante? Por una parte el reconocimiento del Señorío de Dios sobre todas las criaturas, es nuestro Hacedor y Creador, pero también el valor y el respeto de la dignidad de toda persona que merecía y necesitaba también su descanso. Pero aquello, olvidando su sentido más genuino, se había convertido en una norma implacable de extrema rigidez de manera que pareciera que ya no se pudiera ni ayudar a una persona que lo necesitara. Recordamos como los fariseos estaban muy atentos a ver si Jesús curaba en sábado, o como echaban en cara al paralítico que había sido curado un sábado porque cargara su camilla de regreso a su casa.

Jesús viene a recordarles que el bien de la persona estará siempre por encima de todo, y por el cumplimiento escrupuloso y riguroso de la ley no se podía dejar de ayudar a quien lo necesitara o dar de comer al hambriento aunque fueran los panes que estaban sobre el altar como ofrendas al Señor.

¿Buscaremos siempre el bien de la persona, dejando fluir la misericordia y la compasión, como el mejor suavizante que facilite las mutuas relaciones  y haga verdaderamente humano nuestro trato con los demás?

viernes, 6 de septiembre de 2024

Es un vino nuevo el que nos ofrece Jesús, que pone verdadera paz en nuestro corazón, porque hemos transformado nuestra vida con el amor

 


Es un vino nuevo el que nos ofrece Jesús, que pone verdadera paz en nuestro corazón, porque hemos transformado nuestra vida con el amor

1 Corintios 4, 1-5; Salmo 36;  Lucas 5, 33-39

A alguien le preguntaban un día cómo hacía para que medio de todos los problemas que tiene la vida de cada día, las noticias que se escuchaban habitualmente que no siempre tenían buenos presagios, y seguramente los problemas que también podría tener como cualquier hijo de vecino siempre mantuviera la alegría, la sonrisa en el rostro y el buen ánimo y optimismo con que se le veía en la vida. Una pregunta interesante, porque además no siempre nos encontramos con personas con ese optimismo y buen semblante en la vida.

Y aquel hombre respondía porque a pesar de todas esas negruras de la vida, a pesar también de sus muchos problemas y contratiempos que también tenía y muchos, sin embargo él trataba de mantener la paz en el corazón y la serenidad en su espíritu. Que ¿cómo lo lograba? Respondía que desde su fe. Porque cuando se sabía amado de Dios, sabía en quien de verdad podía apoyarse, quien le daba esa serenidad y esa fuerza a su espíritu, y cuando uno se pone en las manos de quien sabe que no le falla, ¿por qué habrá de atormentarse y amargarse?

¡Qué importante es mantener esa paz y esa serenidad de espíritu a pesar de todos los pesares! Es que en nuestra vida entra un cambio muy importante en la apreciación de lo que es la vida, de cómo afrontar los problemas, que sabemos que nunca faltarán, porque hemos encontrado algo que nos ha transformado totalmente, un verdadero tesoro para nuestra vida que nos hará sentir siempre esa paz en el corazón y mantendrá la alegría y la esperanza en la vida.

Pero es necesario que descubramos el verdadero sentido de nuestra vida, ese sentido y nuevo valor que da a nuestra vida y todo será distinto. No tenemos por qué andar cabizbajos, con cara de funeral porque nos vayan apareciendo problemas en la vida, con el corazón atormentado por mil amarguras. Como decía Jesús, es que los amigos del novio cuando están en la boda con él pueden andar con trajes de lutos y con llantos de tristeza. Todo tiene que tener ese sentido de alegría porque nos conforta esa fe que tenemos y porque nos anima siempre la esperanza.

Tenemos que descubrir el hondo sentido que da la fe a nuestra vida que todo lo transforma. Ya no se trata de ir haciendo cositas como quien va acumulando méritos para conseguir un premio. No es cuestión de irnos amargando con ayunos y penitencias, cuando sabemos lo que es la generosidad del amor de Dios que sigue confiando en nosotros aunque no siempre seamos fieles del todo. Tiene que haber otra generosidad en la vida, otro desprendimiento donde nos gozamos en el amor de Dios y en consecuencia viviremos en un sentido nuevo de amor.

Por eso nos dice Jesús hoy que tenemos que ser vaso nuevo, que tenemos que vestir un vestido nuevo, que de nada nos valen los remiendos que nada arreglan sino que tenemos que dejarnos transformar por El para ser en verdad unos hombres nuevos, unas criaturas nuevas. Ya no nos valen esas medidas que estábamos acostumbrados a usar – hasta aquí llegamos, con este mínimo ya nos es suficiente, desde aquí no nos podemos pasar, como tantas veces nos sigue pesando en nuestro pensamiento - porque el amor no tiene medida ni límites sino que siempre será generoso sin fin como tan bonito nos explica san Pablo en la carta a los Corintios en aquel himno al amor. Es la novedad que nos ofrece el evangelio, es la vida nueva que nace en nosotros a partir de nuestra fe en Jesús desde nuestro Bautismo.

Es un vino nuevo, como en las bodas de Caná, el que nos ofrece Jesús, que pone verdadera paz en nuestro corazón, porque hemos transformado nuestra vida con el amor.


jueves, 5 de septiembre de 2024

Dejémonos sorprender como Pedro en la pesca milagrosa porque algo quiere confiarnos el Señor como tarea nueva para nuestra vida

 

Dejémonos sorprender como Pedro en la pesca milagrosa porque algo quiere confiarnos el Señor como tarea nueva para nuestra vida

1Corintios 3, 18-23; Salmo 23;  Lucas 5, 1-11

Hay ocasiones en que nos sentimos sorprendidos hasta de nosotros mismos viendo lo que somos capaces de hacer; habíamos pensado quizás que no valíamos, que no éramos capaces de cosas así, quizás incluso habíamos intentado algo y por más que habíamos luchado no habíamos podido sacar nada en limpio, pero mantuvimos nuestro tesón, seguimos intentándolo poniendo confianza en nosotros mismos y pudimos lograrlo. En muchas cosas podemos pensar.

Hace unos días un amigo mío me lo reconocía; él pensaba que no era capaz, pero hubo algo en su interior que lo motivó y comenzó a intentarlo; me decía que no se sentía capaz de escribir ni dos renglones seguidos queriendo expresar un pensamiento; pero se había sentido motivo por algo que veía hacer a otras personas, y lo intentó, y yo que conozco lo que escribe, os puedo decir que hace cosas preciosas. Se sintió motivado y lo consiguió, no sin esfuerzo, pero sí con voluntad. Así son muchas cosas en la vida.

Pedro le había dicho a Jesús que allí no merecía echar las redes porque no eran días propicios quizá para ello, se había pasado la noche entera bregando y no había conseguido nada. Jesús había estado enseñando a la gente; precisamente se había subido a la barca de Pedro, para alejándola un poco de la orilla poder hacer que todos los que estaban en la playa le escuchasen, y así lo había hecho; ellos mientras tanto habían estado haciendo los necesarios arreglos de las redes que había utilizado inútilmente.

Pero cuando Jesús terminó de enseñar a la gente, le pide que reme mar adentro en el lago y eche de nuevo las redes. ¿Qué había estado hablado Jesús en aquella predicación? El evangelista en este caso no nos dice nada en concreto, pero las palabras de Jesús siempre eran motivadoras de algo nuevo, de algo distinto para la vida; eran palabras que sembraban esperanza, eran palabras que querían construir un mundo nuevo que El llamaba el Reino de Dios; eran palabras que ponían luz en los corazones, y por eso vemos que son tantos los que entusiasmados le siguen.

¿Qué habría escuchado Pedro en su corazón? A pesar de decir que allí era imposible porque se habían pasado toda la noche sin coger nada, ahora pone su confianza en la Palabra de Jesús y echa las redes. ‘Por tu palabra las echaré’. Y grande fue la redada de peces de tal manera que tuvieron que llamar a otras barcas para que les echaran una mano para recoger las redes.

Pero Pedro se había sentido tocado por dentro. No sabemos lo que pasa en el corazón del hombre, pero ahora Pedro se siente indigno y pecador, le viene a decir a Jesús que no se siente digno de estar en su presencia y le pide que se aparte de él. Su humildad le hacia que no pudiera estar al lado de Jesús porque se consideraba indigno. Nos recuerda otros momentos del evangelio, también hay alguien que no se siente digno de que Jesús vaya a su casa, pero confía en la Palabra de Jesús y le dice que solo una palabra bastará para que su criado sea curado.

Pedro no se siente digno de estar con Jesús, pero Jesús le va a pedir que esté siempre con El. Aquel signo que había sucedido en aquella mañana en medio de lago de Galilea iba a ser señal de algo más que había que realizar. No se trataba ya solo de recoger unos peces que pudieran necesitar para comer y para ganarse la vida, quizás había que renunciar a esas ganancias o a esas redadas en lo material, porque Jesús les ofrecía una nueva profesión, serían pescadores pero no de aquellos mares, serían pescadores de hombres. Y parece que entendieron el mensaje de Jesús porque dejándolo todo aquellos se fueron con Jesús para buscar otra pesca mejor. Habían confiado en Jesús y seguían confiando en Jesús.

Hablamos al principio de motivaciones o de tener confianza en nosotros mismos, contemplamos a Pedro que supo poner su confianza en el Señor, pero ¿eso que nos estará diciendo? Por supuesto que en la vida tenemos que tener más confianza en nosotros mismos y muchas maravillas podríamos hacer, pero desde nuestra fe en Jesús tenemos que dar un paso adelante, un paso más. Nos sentimos algunas veces siervos inútiles que no sabemos qué hacer, nos encerramos quizás en nuestros lagos o en nuestros mares y no somos capaces de ir más allá; caemos también espiritualmente en la rutina y en la modorra de la vida y no sabemos avanzar, ¿no tendríamos que dejar que Jesús nos removiera el corazón, nos removiera la vida para despertarnos y abrirnos a otros horizontes, a otras perspectivas, a otras tareas donde podríamos ser capaces de hacer también muy bien?

Dejemos que Jesús nos toque el corazón. Escuchemos esa Palabra que El quiere decirnos, y a la que muchas veces no le prestamos demasiada atención porque estamos demasiado metidos en nuestras cosas. Seguro que el Señor también quiere sorprendernos con algo y confiarnos algo más. Dejemos actuar a Dios en nuestra vida.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

La gente buscaba a Jesús pero El se pone en camino y nos envía también a nosotros para un anuncio nuevo, el Reino de Dios del que tenemos que dar señales

 


La gente buscaba a Jesús pero El se pone en camino y nos envía también a nosotros para un anuncio nuevo, el Reino de Dios del que tenemos que dar señales

1Corintios 3, 1-9; Salmo 32; Lucas 4, 38-44

La gente andaba buscando a Jesús, nos dice el evangelista. ¿También nosotros andamos buscando? Pero ¿qué buscamos?

¿Quién nos resuelva nuestros problemas? ¿Tener una vida mejor? Seguramente mirando a nuestro mundo con los problemas que cada día nos vamos encontrando – ¿los vamos encontrando quizás porque también andamos buscando algo? – queremos que se acaben las guerras, que no haya tanta pobreza, que seamos capaces un día de entendernos  y no andemos en todos los ámbitos y escalas de la sociedad echándonos la zancadilla o haciéndonos la guerra los unos a los otros. Hay muchas cosas de las que nos sentimos insatisfechos y queremos y buscamos que las cosas sean de otra manera; pensemos, por ejemplo, en la crispación en que se vive en nuestra sociedad en que no sabemos llegar a un acuerdo que de pie a solucionar tantos problemas.

Buscamos, es cierto, de alguna manera una salvación, aunque no siempre estemos de acuerdo en quien es de verdad nuestro salvador. Algunas veces en nuestras búsquedas nos quedamos en algo primordial como pueda ser la salud o que tengamos suerte en la vida, pero en el fondo sabemos que es algo más lo que necesitamos aunque no siempre lo tengamos del todo claro.

Sí, nos dice el evangelio hoy, que la gente buscaba a Jesús. Después de salir de la sinagoga donde vieron aquel signo que Jesús allí realizaba con la liberación de aquel endemoniado, como ellos lo llamaban aunque nosotros pudiéramos pensar en algún tipo de enfermedad epiléptica, al caer la tarde – cuando se acabó el descanso del sábado – vinieron a la puerta de la casa de Pedro con todo tipo de dolencias y enfermedades para que Jesús los curara, enterados quizás de cómo había curado a la suegra de Pedro.

Pero nos sigue diciendo el evangelio que a la mañana siguiente cuando quisieron buscar de nuevo a Jesús – en aquel primer día de la semana, que tantas veces aparecerá significativamente en el evangelio – se había ido al descampado, donde se había pasado la noche orando. ‘Todo el mundo te busca’, le dicen a Jesús, y no quieren que los abandone, pero Jesús les dice que ese mismo anuncio tiene que seguirlo haciendo en otras ciudades y lugares.

¿Una manera de decirnos que tenemos que ponernos en camino? Ahora será Jesús, siguiéndole ya algunos primeros discípulos, el que se pondrá a recorrer aquellas aldeas y pueblos de Galilea para seguir haciendo el anuncio del Reino de Dios. No tardaremos en escuchar en el evangelio cómo Jesús hará poner en camino y enviará a aquellos primeros discípulos para que vayan también a hacer ese anuncio. También hay otros pueblos que buscan, y si acaso no buscan es porque no conocen, luego hay que ir a hacerles el anuncio.

Todo esto nos tiene que hacer pensar. Pensar en nuestras búsquedas y si detrás de todo ello está nuestra búsqueda de Jesús. Pero ¿qué buscamos o por qué buscamos? Eso tiene que ser también otra cosa que hemos de tener muy clara. Sí, miramos nuestras enfermedades y nuestras necesidades, ¿cuál será el signo que nosotros necesitemos en nuestra vida para reconocer lo que en verdad Jesús en su evangelio viene a ofrecernos y que nosotros hemos de vivir? ¿Qué va a significar la fe que tenemos en Jesús en relación a todos esos problemas que tenemos en la vida y para los que queremos una solución?

Si escucháramos de verdad el evangelio, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, nos daríamos cuenta que siguiendo las pautas que Jesús nos va trazando en verdad haríamos un mundo mejor, de mayor paz y de mejor entendimiento, de más solidaridad y de mejores valores para las relaciones entre los unos y los otros, de mayor autenticidad y de menos vanidades y orgullos que a nada nos llevan, de más unidad y de mayor compromiso por hacer las cosas mejor.

Son los valores del Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que quiere que nosotros seamos capaces de construir. Por eso nos pone en camino también, no solo para que digamos bonitas palabras sino para que manifestemos los verdaderos signos del Reino de Dios a través de estilo nuevo de vivir que de El hemos aprendido.

martes, 3 de septiembre de 2024

Jesús viene a darnos la fuerza de su Espíritu para sentirnos libres de todas esas ataduras y llevarme siempre por el camino del bien empedrado en el amor

 


Jesús viene a darnos la fuerza de su Espíritu para sentirnos libres de todas esas ataduras y llevarme siempre por el camino del bien empedrado en el amor

1Corintios 2, 10b-16; Salmo 144; Lucas 4, 31-37

¿Llegaríamos a entender que ofreciéndole a uno que está privado de libertad en la cárcel salir de ella liberado que se negase? Diríamos que está loco, que no sabe lo que hace. Pero no es tan extraño si nos ponemos a pensar un poquito; vivimos con tantas ataduras en nuestra sociedad pero parece que somos felices con ellas; pensemos en tantas dependencias que nos creamos continuamente, pensemos en los vicios que nos aturden, y podríamos poner muchos ejemplos; pero no somos capaces de dejarlo, el alcohólico no es capaz de liberarse de esa dependencia que tanto daño le está haciendo, el drogadicto de sus drogas, pasiones que nos dominan y de las que no somos capaces de liberarnos… podíamos pensar en muchas cosas.

Hoy nos choca en el evangelio, como en algún otro texto como el endemoniado de Gerasa, que aquel hombre poseído por el mal ponga resistencia a ser curado por Jesús. Es todo un signo, porque signo es la liberación del mal que Jesús quiere realizar en nuestra vida cuando nos está anunciando el Reino de Dios – como escuchábamos en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús hace la proclamación del profeta nos da las señales de esa liberación del año de gracia del Señor – pero es signo también lo que hoy escuchamos de lo que sucede en nosotros mismos, en nuestro interior.

Es la imagen que se nos presenta en el peregrinar por el desierto rumbo a la tierra prometida, que muchas veces parece que preferían haberse quedado en Egipto siendo esclavos que aquel camino duro que tenían que estar realizando en búsqueda de la ansiada libertad. Cuando luchamos dentro de nosotros mismos con tantas cosas que queremos superar, muchas veces pareciera que nos quedamos con la añoranza de lo vivido en ese mal camino, pero que pensamos algunas veces que lo pasábamos bien. Nos cuesta arrancarnos de todas esas cosas que tantas ataduras han producido en nosotros.

El anuncio del Reino de Dios es un anuncio de liberación. Es hacer que Dios sea el único Señor de nuestra vida. Eso significa decir ‘el Reino de Dios’. Y con Dios en nuestra vida nos sentimos en la plenitud de nuestro ser; algunos piensan que la religión coarta nuestra vida porque nos pone limites, no nos permite hacer aquello que nosotros quisiéramos y que pensamos que nos hace felices. No hemos entendido lo que significa tener a Dios en nuestra vida, no hemos entendido lo que es la voluntad de Dios para nosotros, no es crear dependencias, sino poner libertad en nosotros, hacer que vayamos a lo que es lo fundamental de la persona y de la vida, caminar por caminos de dignidad y de respeto; nunca un mandamiento del Señor nos llevará a hacer daño a los demás, sino todo lo contrario, nos llevará siempre al respeto y al amor.

Cuántos dioses nos vamos poniendo en nuestra vida, todas esas cosas de las que decimos que sin ellas no podríamos vivir. Y son las cosas a las que nos atamos, pero son, y es peor, las actitudes que tenemos en el corazón con lo que pretendemos dominar, tener poder sea del que sea, creernos en una palabra dioses, es el orgullo para estar por encima de todo y de todos, es centrarlo todo en nosotros mismos y en lo que me dé satisfacción.

Cuántas ataduras y apegos sentimos en el corazón que va a provocar unas actitudes no buenas contra los demás. Por eso nos decía Jesús que es del corazón de donde sale la maldad que nos hace impuros. Y eso nos cuesta aceptarlo, es un camino que algunas veces se nos hace duro por los apegos del corazón, y arrancarnos de un apego cuesta, duele, parece que nos hiere pero cuando logramos desprendernos de él qué liberados nos sentimos.

Jesús viene a darnos la fuerza de su Espíritu para sentirnos en verdad libres, para liberarnos de todas esas ataduras, para vencer esa resistencia que incluso podamos sentir dentro de nosotros mismos, para llevarme siempre por el camino del bien que es un camino empedrado en el amor.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Muchos vaivenes hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe siempre vivida con la misma intensidad, nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual

 


Muchos vaivenes hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe siempre vivida con la misma intensidad, nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual

1Corintios 2, 1-5; Salmo 118; Lucas 4, 16-30

Los entusiasmos a veces no duran sino lo de un suspiro. Creo que tenemos experiencias y muchas en la vida. Nos entusiasmamos por algo, o por alguien y pronto nos cansamos y lo olvidamos. Un suspiro. Son las emociones del momento en una determinada situación o circunstancia, algo que nos ha impresionado y nos ha llamado la atención, algo con lo que nos emocionamos y no sabemos cuanto, pero esas emociones se van enfriando, se suceden otras cosas y aquello primero pasa ya a un segundo lugar, y poco a poco se va quedando atrás de aquello que nos prometíamos grandes cosas nos quedamos en nada. Un suspiro.

Pasa con las amistades o el conocimiento de las personas. Nos parecía tan estupenda, veíamos maravillas en ella, pero quizás el trato se enfrió y al final quedarán en el recuerdo de un pasado. ¿Nos acordamos aun del nombre de todos esos que a lo largo de los años hemos llamado amigos? Ahora con las redes sociales sucede otro tanto, todos quieren ser amigos tuyos, todos dicen entusiasmados que eres estupendo, pero ¿cuánto duran? Y si no siempre tratamos de contentarlos en lo que nos piden o lo que ellos entienden por amistad, veremos cómo pronto se diluyen. Un suspiro.

¿Sería lo que pasó aquel día en la sinagoga de Nazaret? La fama precedía ya la visita que Jesús les estaba haciendo. Con aquellas premisas de lo que escuchaban que Jesús hacía en otras partes, aquel sábado la sinagoga estaba llena con toda la gente del pueblo. Escuchan con atención, la proclamación del profeta, esperan el comentario de Jesús, están orgullos porque es uno del pueblo y que ha llegado con tal fama.

Pero aunque querían escucharle entusiasmados, pronto decayó aquel entusiasmo con los comentarios que Jesús iba haciendo; se había atribuido en El lo que había anunciado el profeta, como que aquello estaba sucediendo allí, pero no estaban viendo los milagros que esperaban; es más los comentarios de Jesús les hablan de que un profeta nunca es bien recibido en su tierra.

Su misión no era tan localista y tenía un sentido más universal. Y recuerda al profeta Eliseo que no curó a los leprosos de Israel mientras era curado un sirio venido de lejos; les recuerda al profeta Elías que habiendo hambruna en Israel sin embargo será a una mujer fenicia a la que socorra. Entendieron que de El nada entonces podían esperar, en fin de cuentas no era sino el hijo del carpintero. Y lo rechazaron.

¿Cuál era realmente el interés que podían sentir por Jesús? ¿Qué es lo que realmente buscaban? Como nos sucede a nosotros con los amigos, como decíamos antes, ¿qué es lo que realmente buscamos en esas amistades? Los sentimientos nacidos solamente de emociones pronto pueden enfriarse y pasar. ¿Solamente creemos cuando nos van bien las cosas? ¿O solamente acudimos, decimos que con mucha fe a Dios, cuando estamos envueltos en problemas de los que no sabemos cómo salir?

Un día quizás nos emocionamos mucho en aquella celebración, con aquellas palabras que oímos, en algún tipo de experiencia que tuvimos, pero ¿fuimos capaces de dar un paso más adelante para ponerle un fundamento firme a esa expresión de fe que en aquel momento vivimos? No es solamente racionalizar las cosas, pero sí tenemos que saber dar una razón de esa fe que tenemos o que queremos vivir. Y eso lo lograremos cuando nos fundamentamos de verdad en la Palabra de Dios, cuando nos gozamos no solamente por una pura emoción de esa fe que tenemos que nos llevará a grandes compromisos en la vida.

Pensemos en los vaivenes que hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe. No siempre la hemos vivido con la misma intensidad, cómo muchas veces nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual, de la que tenemos que despertar; es peligroso caer en esa pendiente de la tibieza pero es muy fácil que nos resbalemos por ella. No siempre tenemos la debida precaución y nos confiamos demasiado sin ponerle fundamento a esa fe y a ese compromiso cristiano. No cuidamos de tener el aceite suficiente para poder mantener encendida esa lámpara, que no va a dar luz por si misma si no la alimentamos.

Y tenemos también el peligro de caer en el rechazo, queriendo arrojar lejos de nosotros esas experiencias de fe que hemos vivido y que tendrían que ser en verdad el motor de nuestra vida. Porque quizás no era lo que esperábamos, porque nos sentimos defraudado con alguna cosa, porque recibimos un mal ejemplo, porque no nos salen las cosas como nosotros queremos. Como aquellas gentes de Nazaret que querían arrojar por un barranco a Jesús fuera del pueblo.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Ahondemos cada vez más en esa buena noticia de Jesús que es en quien encontramos la salvación, en el evangelio que es la sabiduría de nuestra vida

 


Ahondemos cada vez más en esa buena noticia de Jesús que es en quien encontramos la salvación, en el evangelio que es la sabiduría de nuestra vida

Deuteronomio 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27;  Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23

En nuestra carrera humana por la vida todos tenemos la tentación de que aquello que ideamos con la mayor pureza y desde la más buena voluntad luego con el paso del tiempo lo vamos malogrando porque comenzamos a hacerle añadidos, correcciones por acá o por allá, y aquello que era simple y claro luego lo fuimos haciendo engorroso y pesado. Sin mala voluntad en principio porque queríamos aclararlo tanto fuimos dándole tantas explicaciones y comentarios, que al final terminamos haciéndole caso más a las explicaciones o comentarios que pretendían simplemente ser ayuda, que a lo que era lo verdaderamente fundamental que habíamos ideado. Así van naciendo protocolos y reglamentos que los convertimos en norma fundamental.

Nos pasa con lo que es la vida normal de la sociedad que la hemos llenado de tantos reglamentos y leyes que olvidamos lo que en verdad nos constituye como sociedad; nos pasa con todo aquello que se nos ha ofrecido para mejorar la vida de nuestra sociedad, donde al final le damos más importancia a los reglamentos que nos imponemos que a las propias personas que constituimos esa sociedad. ¿Y no nos pasará igualmente en el culto con que queremos expresar nuestro amor y nuestra adoración a Dios como centro y eje de nuestra vida que le hemos llenado de tantos aditamentos que olvidamos el culto y amor que tiene que surgir de nuestro corazón?

En eso nos quiere ayudar a pensar hoy el evangelio. La ocasión parte de aquella queja de los rigurosos fariseos y escribas que vienen a decirle a Jesús que sus discípulos no están cumpliendo con la tradición recibida de los mayores y entonces el culto que le dan a Dios está lleno de impurezas. Y todo porque no se lavan las manos antes de comer el pan.

Una norma higiénica, una ley sanitaria podríamos decir, en la que Moisés en el peregrinar por el desierto había insistido para evitar contagios y enfermedades que se podrían trasmitir por la falta de higiene – pensemos en lo difícil que sería mantener esa higiene en un camino por un desierto – la han convertido en ley de Dios que parece que está por encima de todo lo que son los verdaderos mandamientos del Señor.

Me vienen a la mente las interpretaciones tan literales y rigoristas que algunos se siguen haciendo de palabras de la Biblia que nacieron en su momento para preservar a aquel pueblo que camina por un desierto con tan pocos medios humanos para mantener la salud y la sanidad de sus vidas, o que pretendían ayudarles a que no confundieran el sentido del verdadero culto que habían de dar a su Dios dejándose cautivar por los dioses y los cultos de aquellos pueblos con que se iban a encontrar e incluso convivir al llegar a la tierra prometida.

Estoy haciendo referencia al cuidado de la sangre, por ejemplo, que era una señal de la vida y que no habían de comer por esas razones higiénicas mencionadas, y a la prohibición de hacerse dioses en figuras elaboradas con sus manos a la manera como los tenían los pueblos que los rodeaban. Hoy muchos siguen dándonos la tabarra con esas cosas, como si  nosotros adoramos una imagen, que solo es eso una imagen que nos está expresando como un signo de lo que es la misericordia y el amor de Dios.

Y Jesús les dice que el culto que ellos dan a Dios sí que está vacío, porque no lo hacen desde el corazón. La maldad de la vida no nos entra por un contagio que podamos tener por la forma de usar nuestra manos, limpias o no, nos viene a decir. Lo que en verdad hemos de tener limpio es el corazón arrancando de él toda malicia y toda impureza. Como nos dice Jesús es de dentro del corazón del hombre desde donde salen las maldades, la malquerencia y el odio, el orgullo y la envidia, los malos deseos y las malas intenciones, las ambiciones que nos hacen avariciosos o el egoísmo que nos encierra en la insolidaridad.

Busquemos, pues, esa rectitud del corazón; no dejemos que se endurezca con todas esas maldades sino que nos dejemos purificar por ese amor de Dios que nos sana y que nos salva. Vayamos siempre buscando lo que es lo fundamental para no quedarnos nunca en lo que es accidental o accesorio. Pongamos a Dios verdaderamente en el centro de nuestra vida y alcanzaremos la más sublime sabiduría porque en nosotros estará actuando el Espíritu de Dios.

Ahondemos cada vez más en esa buena noticia de Jesús que es en quien encontramos la salvación; que el evangelio sea la sabiduría de nuestra vida. ‘Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación’, nos decía el libro del Deuteronomio que se harían eco los que conocieran al pueblo de Dios fiel al mandamiento del Señor. ¿Quién tiene como nosotros tenemos un Dios que nos ame tanto y nos haya trasmitido esa sabiduría del amor que nos llena de la verdadera paz?

Cuidado llenemos de malicia nuestro corazón y olvidemos esa sabiduría de Dios y no salga ya a borbotones ese río del amor y de la gracia de Dios que fecunde nuestro mundo.