lunes, 2 de septiembre de 2024

Muchos vaivenes hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe siempre vivida con la misma intensidad, nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual

 


Muchos vaivenes hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe siempre vivida con la misma intensidad, nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual

1Corintios 2, 1-5; Salmo 118; Lucas 4, 16-30

Los entusiasmos a veces no duran sino lo de un suspiro. Creo que tenemos experiencias y muchas en la vida. Nos entusiasmamos por algo, o por alguien y pronto nos cansamos y lo olvidamos. Un suspiro. Son las emociones del momento en una determinada situación o circunstancia, algo que nos ha impresionado y nos ha llamado la atención, algo con lo que nos emocionamos y no sabemos cuanto, pero esas emociones se van enfriando, se suceden otras cosas y aquello primero pasa ya a un segundo lugar, y poco a poco se va quedando atrás de aquello que nos prometíamos grandes cosas nos quedamos en nada. Un suspiro.

Pasa con las amistades o el conocimiento de las personas. Nos parecía tan estupenda, veíamos maravillas en ella, pero quizás el trato se enfrió y al final quedarán en el recuerdo de un pasado. ¿Nos acordamos aun del nombre de todos esos que a lo largo de los años hemos llamado amigos? Ahora con las redes sociales sucede otro tanto, todos quieren ser amigos tuyos, todos dicen entusiasmados que eres estupendo, pero ¿cuánto duran? Y si no siempre tratamos de contentarlos en lo que nos piden o lo que ellos entienden por amistad, veremos cómo pronto se diluyen. Un suspiro.

¿Sería lo que pasó aquel día en la sinagoga de Nazaret? La fama precedía ya la visita que Jesús les estaba haciendo. Con aquellas premisas de lo que escuchaban que Jesús hacía en otras partes, aquel sábado la sinagoga estaba llena con toda la gente del pueblo. Escuchan con atención, la proclamación del profeta, esperan el comentario de Jesús, están orgullos porque es uno del pueblo y que ha llegado con tal fama.

Pero aunque querían escucharle entusiasmados, pronto decayó aquel entusiasmo con los comentarios que Jesús iba haciendo; se había atribuido en El lo que había anunciado el profeta, como que aquello estaba sucediendo allí, pero no estaban viendo los milagros que esperaban; es más los comentarios de Jesús les hablan de que un profeta nunca es bien recibido en su tierra.

Su misión no era tan localista y tenía un sentido más universal. Y recuerda al profeta Eliseo que no curó a los leprosos de Israel mientras era curado un sirio venido de lejos; les recuerda al profeta Elías que habiendo hambruna en Israel sin embargo será a una mujer fenicia a la que socorra. Entendieron que de El nada entonces podían esperar, en fin de cuentas no era sino el hijo del carpintero. Y lo rechazaron.

¿Cuál era realmente el interés que podían sentir por Jesús? ¿Qué es lo que realmente buscaban? Como nos sucede a nosotros con los amigos, como decíamos antes, ¿qué es lo que realmente buscamos en esas amistades? Los sentimientos nacidos solamente de emociones pronto pueden enfriarse y pasar. ¿Solamente creemos cuando nos van bien las cosas? ¿O solamente acudimos, decimos que con mucha fe a Dios, cuando estamos envueltos en problemas de los que no sabemos cómo salir?

Un día quizás nos emocionamos mucho en aquella celebración, con aquellas palabras que oímos, en algún tipo de experiencia que tuvimos, pero ¿fuimos capaces de dar un paso más adelante para ponerle un fundamento firme a esa expresión de fe que en aquel momento vivimos? No es solamente racionalizar las cosas, pero sí tenemos que saber dar una razón de esa fe que tenemos o que queremos vivir. Y eso lo lograremos cuando nos fundamentamos de verdad en la Palabra de Dios, cuando nos gozamos no solamente por una pura emoción de esa fe que tenemos que nos llevará a grandes compromisos en la vida.

Pensemos en los vaivenes que hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe. No siempre la hemos vivido con la misma intensidad, cómo muchas veces nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual, de la que tenemos que despertar; es peligroso caer en esa pendiente de la tibieza pero es muy fácil que nos resbalemos por ella. No siempre tenemos la debida precaución y nos confiamos demasiado sin ponerle fundamento a esa fe y a ese compromiso cristiano. No cuidamos de tener el aceite suficiente para poder mantener encendida esa lámpara, que no va a dar luz por si misma si no la alimentamos.

Y tenemos también el peligro de caer en el rechazo, queriendo arrojar lejos de nosotros esas experiencias de fe que hemos vivido y que tendrían que ser en verdad el motor de nuestra vida. Porque quizás no era lo que esperábamos, porque nos sentimos defraudado con alguna cosa, porque recibimos un mal ejemplo, porque no nos salen las cosas como nosotros queremos. Como aquellas gentes de Nazaret que querían arrojar por un barranco a Jesús fuera del pueblo.

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