sábado, 15 de junio de 2024

Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, hagamos brillar la lealtad

 


Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, hagamos brillar la lealtad

1 Reyes 19, 19-21; Salmo 15; Mateo 5, 33-37

¿Por qué nos costará tanto en el mundo en que vivimos creer en la palabra de los demás? Será quizás porque ya voy siendo mayor que recuerde aquellos tiempos en que no eran necesario ni papeles ni contratos para llegar a un acuerdo entre las personas incluso hasta en la compra de terrenos; bastaba la palabra dada, y como se solía decir entonces, aquella palabra iba a Misa. La garantía era la palabra, la honradez, la rectitud. Ahora demasiado vivimos en un mundo de desconfianzas; oímos tantas cosas que luego no se cumplen, escuchamos tantas promesas que no llegan a nada; se está creando un mundo de fantasía y de mentira, no hay sinceridad.

Es doloroso que tengamos que vivir así. Vivimos tras las apariencias, y porque sabemos que hay un velo de apariencia que todo lo tapa, desconfiamos. Necesitamos aprender a vivir en sinceridad y en rectitud. Quien obra rectamente actuará con sinceridad, no tiene nada que oculta, nada de lo que avergonzarse. Es cierto que podemos equivocarnos, cometemos errores, pero sin con sinceridad vamos por la vida, no tenemos que avergonzarnos sino aprender de esos errores reconociendo nuestra debilidad, nuestra posibilidad de errar, y creo que quien se presenta así con sinceridad delante de los demás, también con sus errores, será más apreciado y valorado.

Tenemos que saber apreciar la valentía de quien sabe levantarse, quien tiene valor para decir que se ha equivocado y pide disculpas, quien es capaz de recomenzar de nuevo para tratar de hacer las cosas bien; ahí está la verdadera rectitud, no en las apariencias, no en la ocultación.

Hoy Jesús en el evangelio nos está enseñando a actuar con esa rectitud y con esa sinceridad tan necesaria en la vida. ‘Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no’. Es la forma de actuar rectamente. Jesús sale al paso con esta enseñanza al tema de los juramentos. Jurar es poner una garantía, es poner a algo o alguien como testigo de la verdad de aquello que decimos o del compromiso serio y cierto de cumplir aquello a lo que nos comprometemos. El juramento, por así decirlo, más sublime es poner a Dios por testigo de la verdad que decimos o prometemos. Es algo serio, algo grandioso, pero con lo que no podemos jugar. Por eso nos dice Jesús que vaya por delante nuestro si o nuestro no, que no es suficiente más.

Por eso en nuestra ética más fundamental sabemos que no hemos de jurar sin necesidad. Y no hay necesidad si estamos acostumbrados, como se suele decir, a ir siempre con la verdad por delante, a hablar y actuar siempre con sinceridad, a actuar siempre con rectitud alejando de nosotros toda falsedad o toda apariencia, sea lo que sea lo que hagamos. Por eso a la persona que actúa siempre con rectitud no es necesario pedirle el juramento. Basta la palabra, que está avalada con la verdad de su vida.

Peor es cuando en el juramento no hay ni verdad ni sinceridad en nuestro compromiso. Pecado grande contra Dios es ponerle por testigo de algo que no es verdad, de algo falso, de algo en lo que no queremos actuar con sinceridad. Por eso en nuestra ética está como condición para un juramento necesario y auténtico el hacerlo con justicia, hacerlo con verdad.

Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, aunque tenga también sus limitaciones; esa sinceridad será lo que nos hará grandes a pesar de nuestra pequeñez. Es la lealtad con que hemos de aparecer siempre en la vida. Nos ganaremos el respeto y la confianza, sabremos colaborar mejor los unos con los otros, estaremos haciendo un mundo mejor desde la verdad.


viernes, 14 de junio de 2024

La autenticidad y la rectitud que nos plantea Jesús en el evangelio es algo hermoso y gratificante, nos lleva al mayor gozo y nos hace caminar por caminos de verdadera felicidad

 


La autenticidad y la rectitud que nos plantea Jesús en el evangelio es algo hermoso y gratificante, nos lleva al mayor gozo y nos hace caminar por caminos de verdadera felicidad

1 Reyes 19, 9a. 11-16; Salmo 26; Mateo 5, 27-32

Hay gente a la que le gusta improvisar, van siempre al salto de mata, como se suele decir, a lo que salga, y cuando van apareciendo las cosas buscamos una salida o una solución. Es cierto que la vida tiene imprevistos, porque todo no depende de nosotros, vivimos en relación con otras personas que también van actuando en la vida con toda su libertad y en un momento determinado tendremos que reaccionar a algo que haya hecho otra persona; vivimos en medio de la naturaleza y aunque la naturaleza tiene su propio orden, sus propias leyes podríamos decir, sin embargo hay cosas que no esperamos y nos obligarán en momentos determinados a tomar unas decisiones.

Pero aparte de todo eso que venimos diciendo y que podríamos ampliar en más ejemplos, sin embargo cada uno ha de tener, por así decirlo, su plan de vida, su hoja de ruta. Desde nuestros principios, desde nuestros valores vamos a vivir esa vida, y tenemos que saber lo que queremos, lo que buscamos, lo que nos planteamos, y eso nos obligará a tener una idea, unos objetivos o unas metas, un camino por donde queremos caminar. Como quien va a hacer un recorrido, un camino, una excursión, y tenemos que saber a donde queremos ir, por donde podemos ir, y tener precaución para lo que nos podamos encontrar. ¿Tendremos siempre claro el camino de la vida? ¿Sabremos ciertamente lo que queremos y a donde vamos? Algunos, como decíamos al principio, pueden ir al salto de mata, a lo que salga.

Es lo que Jesús va planteándonos en el evangelio. Como hemos comentado estamos en estos días escuchando el llamado sermón del monte, que se inició con la proclamación de las bienaventuranzas. Ahí nos plantea nuestra meta, porque quiere que nosotros seamos felices en plenitud. Y cuanto afrontamos en la vida nos lo hemos de plantear desde ese ideal y esa meta que nos propone Jesús.

Ahora en los siguientes capítulos, en este como resumen que nos hace el evangelista san Mateo, Jesús va descendiendo a las cosas de cada día, a esos problemas que nos podemos ir encontrando, pero sin olvidar nuestra el ideal y la meta, cuando nos anuncia el Reino de Dios. Ya nos ha dicho que le demos sentido a lo que hacemos, que busquemos en verdad la plenitud de nuestra existencia y que las pautas que El nos da, primero con los mandamientos de Dios que El no viene a abolir y lo que en cada momento nos va señalando vayamos dándole sentido a todo lo que hacemos y vivimos desde la autenticidad más profunda de nuestra vida.

No nos valen apariencias ni meros cumplimientos. ‘Si vuestra justicia no es mayor que la de los fariseos, nos decía ayer, no seremos dignos del Reino de los cielos’. Nos pide la autenticidad del amor. Solo desde esa autenticidad podremos ser plenamente felices como nos ha prometido.

Hoy nos habla de la integridad de nuestras relaciones mutuas pero también de la integridad desde lo más hondo de nosotros mismos. No podemos andar con componendas con el mal. El mal tenemos que arrancarlo de raíz, pero lo arrancamos de raíz cuando desde nuestro pensamiento no hay maldad, cuando actuamos con un corazón limpio que nos lleva a valor y a respetar la dignidad de toda persona. No podemos utilizar a las personas como si fueran juguetes solo para nuestra satisfacción personal, para dejarnos arrastrar por nuestras pasiones.

En toda relación tiene que haber un profundo encuentro con la persona, con el otro, dejándome yo también encontrar. Y cuando actuamos desde esa rectitud de intención no va a ser la pasión lo que nos domine, no va a ser un juguete en nuestras manos, va a ser alguien con quien construimos un mundo de plenitud y de felicidad. Lo otro no tendría sentido porque sería inhumano. Y todo lo que sea inhumano tenemos que arrancarlo de nuestra vida. Como nos dice del ojo que nos hace pecar o de la mano que nos lleva a hacer el mal.

Es hermoso lo que nos plantea Jesús en el evangelio. Es hermoso y gratificante, nos lleva al mayor gozo y nos hace caminar por caminos de verdadera felicidad.

jueves, 13 de junio de 2024

Dispuestos a escardar la tierra de nuestra vida para arrancar las malas hierbas que malearían el jardín de la vida, abonándola con el amor de Dios para obtener buenos frutos

 


Dispuestos a escardar la tierra de nuestra vida para arrancar las malas hierbas que malearían el jardín de la vida, abonándola con el amor de Dios para obtener buenos frutos

1Reyes 18, 41-46; Salmo 64; Mateo 5, 20-26

Si nos ponemos a hablar razonablemente seguramente todos estaremos de acuerdo en que lo más bonito en nuestras mutua relaciones es que lo hagamos con paz y armonía, con buen entendimiento y con diálogo, buscando siempre lo que nos acerque y evitando todo aquello que pudiera crear abismos entre unos y otros. Digo, si nos ponemos a hablar razonablemente, pero bien sabemos cómo pronto salta la chispa y aparece en la práctica todo lo contrario; se nos puede derivar pronto la conversación a buscar culpabilidades, a decir que el otro no es razonable, que si alguien me sale con algo que no me guste tendré que contestarle y poco a poco se va elevando el tono para caer en esa espiral en que fácilmente nos vemos envueltos en esta sociedad.

Hay demasiada acritud, aflora muy pronto el amor propio que se siente herido por cualquier cosa, vienen las malas interpretaciones, pronto aparecerán palabras que pueden ser insultantes o por las que alguien puede sentirse herido, y comenzamos a ir por una pendiente peligrosa en donde lo que tendría que ser delicadeza se convierto pronto en violencia y terminamos poniéndonos barreras entre unos y otros porque se rompe la sintonía del corazón, entra la discordia, y ya quien no piense como nosotros es un adversario que van en contra nuestra y un enemigo.

Lo podemos ver en la cercanía de los que están a nuestro lado, porque incluso en las familias no nos hemos librado de esas tensiones, pero es el ejemplo también que nos están dando nuestros dirigentes en que todo son descalificaciones, de ninguna manera se busca el encuentro y el entendimiento y aparecen tantas violencias. Somos fáciles a ir a una manifestación contra una guerra que nos parece injusta en cualquier lugar del mundo, pero no somos capaces de manifestarnos en contra de esa violencia hasta institucional que estamos viendo cada día en nuestra sociedad.

Nos hemos preguntado en reflexiones anteriores sobre qué presencia estamos teniendo los cristianos en medio de nuestro mundo, en nuestra sociedad y en esos lugares donde se decide y se construye el futuro de nuestra sociedad. Tendríamos que preguntarnos también qué estamos haciendo por nuestra parte para hacer que nuestro mundo sea mejor, haya mayor armonía, y realmente nos convirtamos en instrumentos de paz en medio de la violencia que se está generando cada día en nuestra sociedad.

Me estoy haciendo esta reflexión desde lo que nos está planteando hoy Jesús en el evangelio. Seguimos con el llamado sermón del monte; ayer nos invitaba Jesús a que busquemos el sentido y el valor de los mandamientos que nos tienen que conducir a una mayor plenitud de vida. Hoy de una forma concreta comienza a hablarnos del amor que tiene que envolver nuestra vida. Tenemos que dar un paso más que un mero cumplimiento.

No es solo ya el arrancar de nosotros esa violencia explicita que nos puede conducir a romper la vida de los demás, sino también todas esas señales de violencia que envuelven nuestras palabras y nuestros gestos, que se vuelven insultantes o hirientes, que desprecian o discriminan por cualquier motivo. Nos disculpamos tantas veces en nuestro mal carácter para disimular el infantilismo de nuestra inmadurez y de la falta de rectitud que tendríamos que tener en el corazón.

Por eso nos habla claramente Jesús de reconciliación, que es encontrar la paz con el otro, pero que es también saber encontrar la paz en nuestro propio corazón. Es la paz que va a generar un corazón generoso y comprensivo, que busca siempre el encuentro y la armonía, que sabe entrar en sintonía para desde lo bueno de cada uno saber ser constructores de algo mejor.

Y de eso tenemos que dar testimonio claro y valiente los que creemos en Jesús. También podemos sentir la tentación de la violencia, también nos cuesta entendernos y perdonar, también muchas veces pueden florecer esos cardos de insolidaridad y egoísmo, pero tenemos que estar dispuestos a escardar la tierra de nuestra vida para arrancar esas malas hierbas que malearían el jardín de la vida, para podar aquellos ramajes que nos impedirían dar buen fruto, de abonar nuestra tierra en el amor de Dios para que demos esos buenos frutos.

miércoles, 12 de junio de 2024

Amar no es una cosa cualquiera, es algo profundo que nos transforma desde dentro, no es simplemente hacer cosas buenas, en el amor encontraremos la plenitud de nuestro ser

 


Amar no es una cosa cualquiera, es algo profundo que nos transforma desde dentro, no es simplemente hacer cosas buenas, en el amor encontraremos la plenitud de nuestro ser

1 Reyes 18, 20-39; Salmo 15; Mateo 5, 17-19

Bueno, yo trato de ser bueno con todo el mundo, intento no molestar ni ofender a nadie, soy amigo de mis amigos y ayudo a los que me ayudan, pero que no se metan conmigo, que yo tampoco me meto con nadie, no necesita más, ni tanto rezo, ni tanta Iglesia, que para ser bueno no necesita más.

Así piensan algunos y actúan en consecuencia y por supuesto respetamos y valoramos la congruencia que pueda haber en sus vidas, así sentimos en ocasiones la tentación de pensar y de actuar nosotros también, porque quizás la vida nos haya quemado mucho, porque no hemos encontrado las satisfacciones que nosotros queríamos, porque quizá un día recibimos un palo de donde menos esperábamos y nos sentimos defraudados, pero ¿realmente nos podemos quedar satisfechos de un actuar así, de esa manera?

Algunas veces nos volvemos medio anarquistas y quisiéramos quitar todo lo que suene a mandato, que cada uno actúe, decimos, según su conciencia, que no necesitamos mandamientos ni reglas, y estaríamos incluso dispuestos a hacer una revolución en ese sentido. Nos sucede hoy, pero han sido cosas que han sucedido en todos los tiempos. En cierto modo añoramos revoluciones que todo lo cambien, que eliminen todo lo del pasado y que comencemos de nuevo y de cero. ¿No será algo de esto también lo que estamos viendo en nuestra sociedad hoy con movimientos que decimos nuevos que surgen, pero que son tan antiguos como toda la historia de la humanidad?

Algunos también cuando Jesús comenzó a predicar por Galilea y hablaba de algo nuevo cuando hablaba del Reino de Dios, quizás de alguna manera estaban pensando en una revoluciona si. Había entonces también ciertos movimientos de resistencia, de renovación, de deseos de cambio, que en cierto modo lo concretaban algunos sectores en una liberación de Israel de yugos extranjeros que consideraban opresores. ¿Se habrían imaginado que Jesús iba por esos caminos? Algunas inquietudes en ciertos sectores iban apareciendo en quienes de entrada rechazaban a Jesús.

Pero hoy vemos que Jesús habla claro. Estamos en lo que llamamos el sermón del monte, por el lugar en que sitúa Mateo estas palabras de Jesús que vienen a ser como un resumen de lo que El venía a enseñarnos lo que era el Reino de Dios que anunciaba. Era la Buena Noticia que había que aceptar y creer en ella, y para lo que se necesitaba también una renovación profunda del corazón; por eso hablaba Jesús de conversión.

Y Jesús nos habla de que El no viene a anular la ley, sino a darle plenitud. Como decíamos antes queremos quitar de en medio todo lo que signifique mandato, mandamiento, reglas de vida, porque pensamos que todo eso coarta nuestra libertad; claro consideramos que libertad es hacer lo que a cada uno le de la gana. Pero Jesús viene a decirnos que lo que tenemos que hacer es encontrar el sentido de esos mandamientos; como nos dice El, que le demos plenitud, que le demos sentido, que le demos hondura a la vida.

No se trata de que vayamos como corderitos cumpliendo a la letra lo que son las normas, si para nosotros no tienen sentido; entonces sí que estaríamos siendo de alguna manera esclavos de la letra. Jesús quiere que le demos plenitud, que encontremos de verdad el sentido de todas las cosas. ‘No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley’.

Es el verdadero camino que hemos de hacer. Y Jesús vendrá a decirnos a lo largo de todo este sermón de la montaña que será el amor en lo que encontremos esa plenitud, pero eso nos dirá al final que es su único mandamiento. Pero amar no es una cosa cualquiera; amar es algo profundo que nos transforma desde dentro; amar no es simplemente hacer cosas buenas, sino que Jesús nos irá hablando de la amplitud de todo lo que significa ese amar. Ya lo iremos escuchando.

¿Cuál es la postura que allá en lo más hondo de nosotros mismos tenemos ante los mandamientos del Señor?

martes, 11 de junio de 2024

Tenemos que tomarnos en serio lo que nos dice Jesús de ser luz y de ser sal para nuestro mundo, que está necesitando esa luz y ansiando ese nuevo sabor

 


Tenemos que tomarnos en serio lo que nos dice Jesús de ser luz y de ser sal para nuestro mundo, que está necesitando esa luz y ansiando ese nuevo sabor

Hechos de los apóstoles 11, 21-26; 13 1-3; Salmo 97; Mateo 5, 13-16

¿De qué me vale tener una tonelada de sal guardada en la bodega si luego la comida está insípida y sin sabor o se me echan a perder los alimentos por no guardarlos debidamente con la sal que poseo? ¿De qué me vale tener muchas baterías acumuladas de energía pero bien guardada si no las utilizo para alumbrar allí donde estoy y vivo en total oscuridad?

Parecería un absurdo. Pero ¿no será lo absurdo en que de alguna manera vivimos los cristianos que teniendo la riqueza del evangelio no llenan de luz y de sabor nuestro mundo porque no somos capaces de difundir el mensaje del evangelio?

Tenemos una fe, hemos recibido la gracia del bautismo, en nuestras manos está el conocimiento de Jesucristo y el conocimiento de Dios, tenemos con nosotros el evangelio de Jesús ¿y qué es lo que vivimos? ¿Qué es lo que trasmitimos a ese mundo que nos rodea?

Estamos luego muy prontos para hablar y para quejarnos, para denunciar muchas situaciones que no nos gustan y para decir lo mal que andan las cosas y toda la problemática de nuestro mundo tan envuelto en tinieblas de ignorancia, de violencia, de desenfreno en muchas cosas; nos quejamos de la oscuridad pero no somos capaces de encender la luz. Es lo que estamos haciendo los cristianos porque tenemos la semilla en nuestras manos y no somos capaces de sembrarla.

Hoy nos está diciendo Jesús que tenemos que ser luz y que tenemos que ser sal. Y ya no solo es que nosotros nos dejemos iluminar por esa luz del evangelio tratando de vivir lo que nos enseña Jesús como sentido de nuestra vida, sino que además no somos capaces de llevar esa luz a los demás. Tenemos que ser sal nos dice Jesús, repito, no solo porque nosotros hayamos encontrado ese sabor de Cristo para nuestra vida dándole un sentido y un valor a lo que somos, a lo que vivimos, a lo que hacemos, sino que esa sal tenemos que llevarla también nuestro mundo.

Como nos dice Jesús no se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte. Y eso tenemos que ser nosotros; es el testimonio que tenemos que dar, es por lo que tienen que reconocernos, son los valores que nosotros hemos de vivir y que han de ser reflejo para el mundo que nos rodea. No nos podemos ocultar. Pero muchas veces nos da miedo dar ese testimonio, dar la cara por aquello que son nuestros principios, los valores por los que nosotros vivimos, y parece que vamos de vergonzosos por la vida, porque nos da miedo dar la cara por la verdad, por la justicia, por el bien, por el amor.

La luz hay que ponerla donde ilumine. Es lo que tenemos que ser nosotros. Y vivimos nuestro compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor, y no nos da miedo decir que lo hacemos desde el compromiso de nuestra fe; y trabajamos para que la gente viva en sana convivencia, en armonía siendo siempre instrumentos de paz, y lo hacemos porque desde Jesús nos sentimos comprometidos. No solo tienen que repicar las campanas de nuestras iglesias para decir que allí hay una comunidad cristiana, sino que tiene que notarse nuestra presencia en el mundo con nuestros valores por los que luchas para hacer que nuestro mundo sea mejor.

Tenemos que ser sal, nos dice Jesús. Y la sal se mezcla con los alimentos porque así es como les da sabor y así es como pueden conservarse sanos. ¿Estaremos en verdad mezclados los cristianos que creemos en Jesús con ese mundo que nos rodea, pero para desde dentro irle dando ese nuevo sabor a nuestro mundo porque trabajamos para hacer que todo tenga un nuevo sentido desde los valores del evangelio? Parece que los cristianos rehuimos estar ahí en medio de todo lo que es el entramado social para ser sal, y al final nos dejamos contagiar y no hacemos valor lo que son nuestros valores y nuestros principios. Una sal que no vale para sazonar aquello con lo que se mezcla no es buena sal, se ha echado a perder, se ha corrompido, ¿será eso lo que nos pasa a los cristianos que no estamos logrando que en nuestra sociedad brillen esos valores que nos trasmite el evangelio y es por eso la pendiente resbaladiza por la que se va deslizando nuestro mundo?

Es serio lo que nos plantea hoy Jesús de ser luz y de ser sal. A ver cuándo nos lo tomamos en serio.

lunes, 10 de junio de 2024

Dichosos, felices, bienaventurados, como nos dice Jesús, pero no es con una varita mágica como lo conseguimos, sino con el camino nuevo que nosotros emprendamos

 


Dichosos, felices, bienaventurados, como nos dice Jesús, pero no es con una varita mágica como lo conseguimos, sino con el camino nuevo que nosotros emprendamos

1Reyes 17, 1-6; Salmo 120; Mateo 5, 1-12

Todos soñamos siempre con algo mejor, sobre todo cuando estamos pasando por momentos difíciles, con problemas y carencias; si alguien viene además a decirnos con convencimiento que todo eso puede cambiar, más grande se hace nuestra ilusión y de más esperanza llenamos nuestros sueños; aunque nos tratemos de convencer que quizás eso no es tan inminente como nos lo prometen, pero ahí está sembrada la semilla de la esperanza, y seremos capaces de irnos detrás de quien nos ha hecho esas promesas hasta el fin del mundo si fuera necesario; además cuando vemos algunas señales de que eso es posible, más alegría se mete en el corazón, aun cuando sigamos todavía por un tiempo con aquella misma situación. La esperanza que nos parece cierta pone un nuevo brillo en nuestros ojos.

Seguramente era lo que iban sintiendo los que escuchaban el mensaje de Jesús. Aunque algunos les dijeran que eso que prometía era imposible, era irrealizable, estarían dispuestos a todo por escucharle y por seguirle. Todavía hoy hay quienes cuando escuchan esta página de las bienaventuranzas en el evangelio dicen que eso es una utopía irrealizable, que de alguna manera los oyentes de Jesús se sentían engañados, y siguen tirando piedras sobre el tejado de la Iglesia y del evangelio.

No queremos tampoco hacer rebajas en las interpretaciones que nos hagamos de esta página del evangelio con unas explicaciones muy espiritualistas. Sí tenemos que darnos cuenta de la trascendencia que se despertaba en los corazones al escuchar estas palabras de Jesús. Van más allá de una lectura e interpretación al pie de la letra; tenemos que saber entender lo que significaba el Reino de Dios anunciado por Jesús; tampoco Jesús quería promover una revolución llena de revueltas, como tantos hoy manipulan a las personas y a los pueblos; Jesús estaba proponiendo un mundo nuevo que por supuesto tenía que plasmarse en la vida de las personas, en la mejora de las que iban a disfrutar todos los que creyeran el mensaje de Jesús y quisieran ponerlo en práctica.

Porque de eso se trata, es algo que tenemos que poner en práctica; no es una varita mágica con la que tocamos las cosas y las cosas por si solas se transforman. Es la Palabra y la mano de Jesús que irá tocando el corazón del hombre, el corazón de las personas para hacer posible eso nuevo que Jesús nos proclama cuando nos llama dichosos también en nuestra pobreza, nuestras carencias que pueden llevar al hambre y a la sed, a aquellos que van a actuar de una manera nueva porque será la mansedumbre su manera de actuar, desterrarán todo lo que signifique maldad y violencia, o se sientan defraudados porque no son comprendidos por nadie.

Es que tenemos que comenzar a tener un corazón nuevo - ¿no pedía Jesús conversión desde sus primeros anuncios para poder creer en la buena noticia del Reino de Dios que Jesús nos anunciaba? -, por ahí tenemos que comenzar y entonces comenzaremos a tener una nueva mirada de la vida, de las personas, de los que están a nuestro lado, de cuanto vaya sucediendo, y podremos tener esa mansedumbre del corazón, y esa humildad para mirarnos los unos a los otros de una manera nueva, y pureza de corazón para arrancar toda malicia que nos lleva a sospechas, envidias o incomprensiones. Vamos a comenzar a sentir una nueva paz en el corazón, y nos sentiremos satisfechos de las semillas que vamos sembrando, de la bondad que vamos repartiendo, de la ternura con que vamos contagiando nuestro mundo. Y comenzaremos a sentir una felicidad nueva en los corazones.

Es lo que nos está diciendo Jesús y es lo que tenemos que comenzar nosotros a hacer y a vivir. Y no es una utopía irrealizable lo que Jesús nos anuncia, esa manera de ser felices que Jesús nos está diciendo. Si de verdad nos ponemos en camino en este estilo de Jesús estaremos haciendo de verdad un mundo de felicidad para todos.

¡Dichosos! ¡Felices! ¡Bienaventurados!, que nos dice Jesús.

domingo, 9 de junio de 2024

Queremos ser nosotros la familia de Jesús, llenarnos de su paz, rebosar de amor, sentirnos hombres nuevos, para comenzar a hacer un mundo nuevo

 


Queremos ser nosotros la familia de Jesús, llenarnos de su paz, rebosar de amor, sentirnos hombres nuevos, para comenzar a hacer un mundo nuevo

Génesis 3, 9-15; Sal. 129; Corintios 4, 13–5, 1; Marcos 3, 20-35

‘Mira tú, ese muchacho, por lo que le ha dado’. Así pensamos alguna vez, o hemos escuchado el pensamiento de alguien, cuando vemos que alguien cercano a nosotros, vecino o familiar quizás, se ha dedicado a cosas que nos parecen extrañas, porque quizás en lugar de buscarse un trabajo con el que forjarse un futuro, se dedica a ir por ahí complicándose la vida, porque quiere ayudar a todo el mundo, porque se implica en cualquier batalla reivindicativa ante problemas que hay entre el vecindario o en la comunidad, y vemos que quizás unos lo aprecian, pero otros no lo ven con tan buenos ojos y andan sembrando desconfianzas incluso entre aquellos a los que ha ayudado ese muchacho, como decíamos. ‘Mira tú por lo que le ha dado’.

¿Pensarían así los vecinos de Nazaret cuando se enteraron de las andanzas de Jesús? ¿Pensarían así los familiares y vecinos que le conocían de toda la vida, porque allí se había criado? Ya sabemos, por otra parte, que no fue muy exitosa su visita a Nazaret. No nos extraña pues esos primeros párrafos en que tras presentarnos como la casa se le llenaba a Jesús de gente de manera que ni podían comer tranquilos, ahora aparecen por allí unos familiares que quieren llevarse a Jesús porque eso no es vida, no anda en sus cabales. Pero nada pudieron hacer.

Y Jesús sigue rodeado de aquella gente sencilla que se siente dichosa de escucharle; por eso andan allí metidos en su casa. Pero no todos piensan lo mismo. Han llegado unos emisarios de Jerusalén, representantes de aquellos partidos que se sentían o creían poderosos en medio del pueblo. No se sienten tranquilos con lo que escuchan de Jesús y lo ven un peligro. Hay que buscar la manera de desprestigiarle.

¿Qué Jesús cura a los endemoniados? No podían admitir que aquello era obra de Dios, liberar a cuantos se sentían oprimidos por el mal; era lo que Jesús realmente iba haciendo cuando ayuda a la gente a que realizara una transformación de sus corazones. El mal no es algo que nos domine de fuera, aunque hay muchas cosas que pueden ser opresión pero siempre procede de la maldad de los corazones, sino que tenemos que descubrir ese mal que tenemos dentro de nosotros y del que tenemos que librarnos.

Es algo que cuesta, pero cuando lo vamos logrando nos sentimos transformados, porque nos llenamos de una nueva paz, de un nuevo sentido y valor para la vida. Es lo que Jesús va realizando en los corazones con esa palabra salvadora que nos anuncia. Es así como se va realizando de verdad el Reino de Dios, porque no será el mal el que nos domina, sino que Dios es el verdadero Señor de nuestra vida y con El sentimos la paz.

Pero esa liberación no les convence a aquellos venidos de Jerusalén que vienen sembrando cizañas de desconfianza. Lo que hace Jesús, vienen a decir, lo hacer con el poder del príncipe de los demonios. ¿Quién los puede entender en su propia contradicción? Y escuchamos hoy a Jesús como quiere hacerles comprender donde está esa verdadera liberación que viene de Dios. Es el actuar de Dios en nuestras vidas, es la fuerza del Espíritu del Señor.

La gente sigue apretujada junto a Jesús, porque no escuchan a aquellos sembradores de cizañas. Alguien más quiere llegar hasta Jesús. Ahora no son unos familiares cualesquiera, son su madre y sus hermanos, que tampoco pueden llegar por la aglomeración de la gente. Es lo que le anuncian a Jesús. ‘Fuera están tu madre y tus hermanos que andan buscándote’.

Y ahora Jesús nos dice algo muy importante. No niega la valoración de la familia, de su madre y parientes que están allí porque quieren estar a su lado también. Jesús nos abre horizontes, porque nos dice que todos podemos ser su familia. Estos son mi familia, mi madre, mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.

Queremos ser nosotros esa familia de Jesús. Queremos dejarnos impregnar por esa palabra salvadora que nos libera, nos sana y ya no es solo de nuestros males físicos sino de ese mal que se nos puede meter por dentro, nos llena de gracia, nos hace hijos, nos hace hermanos de Jesús.

Dejémonos liberar por Jesús, dejémonos sanar por esa Palabra de vida. Nos llenaremos de su paz, comenzaremos a rebosar de amor, nos sentiremos en verdad unos hombres nuevos, comenzaremos a hacer un mundo nuevo, comenzaremos a actuar a la manera de Jesús aunque también nos puedan decir que no estamos en nuestros cabales, como san Juan de Dios seremos los locos de Dios por el amor.