sábado, 11 de mayo de 2024

Jesús está desparramando toda la ternura de su corazón con nosotros. ¿Cómo no amarle y querer en verdad seguir su camino?

 


Jesús está desparramando toda la ternura de su corazón con nosotros. ¿Cómo no amarle y querer en verdad seguir su camino?

Hechos de los apóstoles 18, 23-28; Salmo 46; Juan 16, 23b-28

Si vamos a intentar conseguir algo con el aval de alguien que consideramos importante e influyente, justo es que no nos presentemos con esos avales mientras por detrás la hacemos la guerra, o estamos en contra en sus proyectos, por ejemplo, de quien es nuestro avalista. Si vamos con ese respaldo, pero también con la sinceridad y la rectitud de nuestra vida en consonancia con tal persona, seguro que conseguiremos todo lo que deseamos.

Hoy Jesús en el evangelio se pone como avalista nuestro en las peticiones que hagamos a Dios. Incluso insiste en que tengamos la confianza, que vayamos sin miedo, porque siendo sus discípulos el Padre nos va a conceder todo cuanto le pidamos. Incluso nos dice que no será necesario siquiera que El pida por nosotros. Es muy importante lo que nos está diciendo Jesús, es importante que lo tengamos en cuenta, es importante que ganemos esa confianza y seguridad, de que Dios siempre nos escucha. Pero lo tenemos que hacer en nombre de Jesús.

¿Qué significa eso de que lo hagamos en nombre de Jesús? Es fácil decir yo vengo en nombre de… y ponemos por así decirlo por testigo a esa persona de quienes somos y de lo que es nuestra vida. Pero, ¿en verdad estaremos siendo consecuentes con esa representación que nos atribuimos? ‘El que me ama guardará mi palabra’, le hemos escuchado decir a Jesús en estos días. Amar, guardar su palabra. O sea, que no son solo palabras que nosotros digamos, son palabras que nosotros realizamos en nuestra vida, que las palabras de Jesús son en verdad la norma de nuestra vida, el actuar de nuestra vida, nuestra manera de vivir.  De lo contrario parece que estaríamos tirando piedras sobre nuestro propio tejado.

Es importante la rectitud con que vivamos nuestra vida, es importante la congruencia de lo que decimos creer y lo que luego realmente hacemos en nuestra vida. Por eso es importante lo de que guardamos su palabra, que vamos realizando en nosotros lo que es la enseñanza de Jesús, que vamos haciendo vida en nosotros los valores que nos enseña Jesús en el evangelio, que aquello que decimos en el padrenuestro de ‘hagase su voluntad así en la tierra como en el cielo’, es que es lo que nosotros queremos hacer, la voluntad de Dios. Es la forma cómo podemos decir que nosotros amamos a Dios. Y hacer la voluntad de Dios es entrar en toda esa dinámica del amor que nos enseña el evangelio.

Estamos ya en la víspera de la Ascensión, que mañana celebraremos, y vemos ahí el cumplimiento de las palabras de Jesús. ‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’. Pero nos ha dejado un grande descubrimiento, que Dios es nuestro Padre, que Dios nos ama. Y si Jesús vuelve al Padre con El nosotros también seremos llevados de vuelta al Padre. Ya nos decía que va a prepararnos sitio porque donde está El quiere que estemos nosotros también. Es hermosa la ternura con que nos está hablando Jesús.  ‘El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.

¿Queremos algo más? Jesús está desparramando su corazón con nosotros. ¿Cómo no amarle y querer en verdad seguir su camino?

viernes, 10 de mayo de 2024

Hagamos que el aliento del Espíritu sople sobre ese pabilo vacilante para que se reavive su luz, para que se reaviven esos fuegos del Espíritu que transformen nuestro mundo

 


Hagamos que el aliento del Espíritu sople sobre ese pabilo vacilante para que se reavive su luz, para que se reaviven esos fuegos del Espíritu que transformen nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 18, 9-18; Salmo 46;  Juan 16, 20-23a

Cuando más te necesitaba, más me habías dejado solo’, es quizás la queja al amigo que en momentos difíciles no supimos ver a nuestro lado con lo que sufrimos una soledad peor. Nos pasa en ocasiones en la vida, nos vienen la dificultades y nos vemos solos, aquellos en los que confiábamos no estuvieron a nuestro lado, o al menos, nosotros en nuestras angustias no supimos ver las señales que nos mandaban. Porque eso nos sucede también, nos es fácil culpar al otro, pero quizás a nosotros nos faltó sensibilidad, o nos encerramos tanto en nosotros que no supimos ver las señales que nos estaban dando.

Quiero comenzar mi reflexión de hoy sacando a flote quizás experiencias negativas por las que alguna vez hemos pasado; son los problemas cotidianos de la vida, o son las noches oscuras de nuestro espíritu. Nos aparecen las dudas, nos entran los desánimos, se nos mete la depresión en el alma y no somos capaces de ver nada. Es lo que nos pasa muchas veces en nuestro camino de fe, parece que nada ya nos satisface, nos desanima la poca acogida que encontramos al mensaje que queremos trasmitir, parece que el mundo nos come, a la gente ya no le importa nada la religión ni la iglesia, ni nada que suene a cristiano, veamos la indiferencia con que la gente camina en este aspecto, y eso a nosotros nos desalienta. Y quizás también comenzamos a hacernos preguntas.

No tengamos miedo de afrontar esa realidad. Como dice la gente tantas veces para tantas cosas, es lo que hay. Pero no podemos perder la serenidad de nuestro espíritu para que no deje de iluminarnos la luz; no le pongamos vallas a la luz que siempre puede llegar a nosotros para levantarnos de esos momentos depresivos y tristes en lo que nos podamos encontrar. Necesitamos escuchar con atención estas palabras de Jesús que hoy nos ofrece el evangelio.

Jesús estaba preparando a los discípulos para aquella noche oscura que iba a significar la pasión en sus vidas. Podían llegar momentos de dispersión y abandono. Pero Jesús les está animando a que se mantengan firmes, que aunque vengan esos momentos oscuros como va a significar todo el recorrido de la pasión, Jesús volverá a estar con ellos. Pasarán por esos momentos de agobios, de tristezas, de huidas pero volverá a renacer la alegría en sus corazones. Es todo lo que va a suceder desde Getsemaní, no entenderán aquella angustia de Jesús, pero cuando llegue el momento del prendimiento todos van a huir y dispersarse; vendrán momentos de miedo y de cobardías, hasta Pedro va a negar que conocía a Jesús. Ahora después de la pascua lo comprendemos todo. Entendemos esa alegría que Jesús dice que nadie ya nos podrá arrebatar.

Es lo que tiene que fortalecer nuestra vida para que no nos entren esos desánimos. Siempre podremos encontrar a nuestro lado muchas señales de esa presencia de Jesús. No nos quedemos mirando los nubarrones negros, sino seamos capaces de descubrir esos destellos de luz, aunque nos parezcan pequeños, que brillan también en torno nuestro. Hay mucha gente que a pesar de todo mantiene su fe, hay gente que sabe sentir y guardar en su corazón esa presencia de Jesús, hay gente que sigue amando y entregándose aunque lo haga en silencio, pero ahí están.

Sepamos descubrir el lado bueno de muchas cosas que aparentemente nos pueden parecer turbias, pero en las que en el fondo sigue brillando una luz. Ese pabilo vacilante y aun humeante no lo podemos descartar, no lo podemos apagar. Hagamos el aliente del Espíritu sople sobre ellos para que se reavive esa luz, para que se reaviven esos fuegos del Espíritu que transformen nuestro mundo. Nos toca avivar también esa luz y ese fuego de nuestro corazón.

jueves, 9 de mayo de 2024

Tenemos que abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El, para sentir esa alegría honda que nunca nos va a abandonar

 


Tenemos que abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El, para sentir esa alegría honda que nunca nos va a abandonar

Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Salmo 97; Juan 16, 16-20

Cuando las cosas parece que marchan bien, vemos perspectivas de futuro halagador, aunque seamos conscientes de que las cosas no siempre son fáciles, que nos anuncien que aquello se puede venir abajo, que habrán momentos oscuros en que podríamos pensar que todo puede acabar en un fracaso, no nos agrada, de alguna manera nos sentimos desconcertados, nos pueden entrar dudas que nos lleven al desaliento o podemos hacernos oídos sordos de esos anuncios que no nos agradan. Parece como si nos echaran un jarro de agua fría encima.

Algo asó les estaba sucediendo a los discípulos de Jesús aquella noche de la cena pascual. Reciente habían tenido su entrada triunfal en Jerusalén entre cánticos del pueblo que le aclamaba; venía a ser como un colofón de lo que había sido en parte sus recorridos por Galilea donde las multitudes se aglomeraban en torno a Jesús. La cena había estado llena de emociones y sorpresas, Jesús había hablado de que había llegado la hora de su glorificación, y ellos ya se estaban haciendo sus consideraciones sobre lo que significaría esa glorificación.

¿Llegaba el momento en que Jesús iba a ser reconocido por todos como el Mesías?  Ya sabemos lo bamboleantes que eran cuando no tenían las cosas claras, y aunque Jesús anunciaba pasión y muerte, algunos seguían pensando en los primeros puestos que podrían alcanzar en ese futuro reino de Israel. Los triunfalismos nos acechan a todos en la vida. También nosotros somos soñadores muchas veces, y siempre soñamos a favor de reconocimientos y, ¿por qué no?, honores.

Por eso cuando habla ahora Jesús de que lo verán y dejarán de verlo, para volverse a encontrar de nuevo con El, no entienden nada. La verdad que las palabras de Jesús están llenas de enigmas que luego solo comprenderán en todo su sentido cuando se derrame sobre ellos el Espíritu Santo prometido que se los enseñaría todo. Pero ahora están en el desconcierto. Fácilmente aparece la tristeza en sus corazones.

‘Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: ¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría…’

¿Serán situaciones difíciles también por las que nosotros pasamos en que también nos llenamos de tristezas y de angustias? No siempre es fácil el testimonio que tenemos que dar. El mundo que nos rodea muchas veces se cierra al evangelio de Jesús. Parece como si todo el mundo viniera ya de vuelta y vacunados contra todo. Algo nos falla a veces a los cristianos para la claridad del mensaje que tenemos que transmitir y nuestros antitestimonios muchas veces hacen mucho daño en nuestro entorno.

Quizás también nos hemos hecho una religión llena de crespones negros y en la que falte la alegría verdadera; nuestras posturas conservacionistas con las que pretendemos muchas veces simplemente mantenernos en lo de siempre y sin abrirnos a la novedad que tiene que significar el evangelio cada día en nuestra vida, no ayudan demasiado. Nos contentamos con ir arrastrándonos conservando más o menos el tipo, pero nos falta esa necesaria energía para anunciar con valentía lo que en verdad tiene que ser el meollo del evangelio.

Quien se deja inundar por el Espíritu de Jesús, quien se deja conducir por el Espíritu Santo ha de vivir en una renovación constante, con alegría en el corazón a pesar de los latigazos que nos pueda ir dando la vida, está en una constante revolución espiritual para abrirnos en todo momento a caminos nuevos para poder transmitir toda la novedad que significa siempre el evangelio.

Nos estamos acercando a la fiesta primero de la Ascensión – hoy se cumplen los cuarenta días de la Pascua – y posteriormente a Pentecostés. Tenemos que prepararnos de verdad, abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El. Entonces sentiremos esa alegría honda de la que nos habla Jesús que nunca nos va a abandonar.

miércoles, 8 de mayo de 2024

No nos puede faltar arrojo y valentía para lanzarnos adelante y adentrarnos en ese desierto o enmarañado bosque de nuestro mundo, tenemos la fuerza del Espíritu

 


No nos puede faltar arrojo y valentía para lanzarnos adelante y adentrarnos en ese desierto o enmarañado bosque de nuestro mundo, tenemos la fuerza del Espíritu

Hechos de los apóstoles 17, 15. 22 — 18, 1; Salmo 148; Juan 16, 12-15

Quizás la preocupación de un padre cuando por la razón que sea tiene que dejar sus responsabilidades y dar paso al hijo al que ha venido formando y educando es pensar si acaso el hijo ya estará lo suficientemente preparado y maduro para asumir la tarea que se le va a confiar; quizás buscará personas que estén al lado del hijo y le sigan asesorando y apoyando, no lo quieren dejar solo, aunque sabe que es el hijo el que tiene que afrontar el reto que se pone en sus manos. Pensamos en situaciones así entre padres e hijos que les suceden, como podemos pensar en el responsable de una empresa y de la preparación de sus trabajadores, si acaso han llegado ya a estar a la altura de asumir mayores responsabilidades. Preocupaciones humanas normales y nacidas de la misma responsabilidad de la vida.

En los textos que nos ofrece la liturgia en estos días previos a la fiesta de la Ascensión se nos habla de esa despedida de Jesús, porque sabe que le ha llegado su hora – así se había expresado al comienzo del relato de la cena pascual – y llegaría un nuevo momento para sus discípulos; no era solo el escándalo de aquellos día de pasión, sino la continuidad a posteriori de la obra de Jesús. Van a ser enviados por todo el mundo llevando esa Buena Nueva de Jesús.

Habían, es cierto, tenido aquellas experiencias en que los embarcó Jesús más de una vez dejándolos solos, como la noche de la travesía del lago de Tiberíades, o como cuando los había enviado de dos en dos para comenzar a anunciar también ellos el Reino de Dios. ¿Solos como corderos en medio de lobos? ¿Solo sin más apoyo que aquel bastón que les había permitido llevar cuando los había enviado? ¿Solos con la misión y el poder de Jesús? Les había enviado también a curar enfermos y expulsar demonios. En sí tenían la posibilidad de atravesar los mares en contra en medio de sus miedos y fantasmas. El poder de Jesús estaba con ellos.

El Espíritu de Jesús estará con ellos. Es lo que ahora Jesús les está diciendo. No los deja huérfanos. ‘Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir’. Con ellos estará el Espíritu de la verdad que los guiará hasta la verdad plena.

Despertemos nosotros nuestra fe en la presencia del Espíritu del Señor en nuestras vidas. No estamos ni solos ni huérfanos. La travesía de los mares de la vida se nos hace dura y costosa en muchas ocasiones. Parece que nos faltara energía y fuerza interior, porque nos aparecen una y otra vez nuestros miedos y cobardías. Vemos también fantasmas por doquier cuando pasamos por esas noches oscuras del alma. Nos sentimos en muchas ocasiones cansados, débiles, sin fuerzas, parece que hasta hemos perdido el coraje y las iniciativas desaparecen de nuestra mente, cayendo de nuevo en tibiezas y en rutinas.

¿Dónde está el fuego del Espíritu que ha venido a prender nuestro mundo? ¿Seguimos teniendo miedo a ese torbellino que se forma en torno nuestro cuando decimos una verdad, cuando luchamos por algo bueno, cuando denunciamos las mentiras y falsedades que nos quieren hacer creer en la vida?

No nos puede faltar ese arrojo y valentía, ese lanzarnos hacia delante para adentrarnos en ese mundo que nos puede parecer un desierto o un enmarañado bosque. Pero ahí tenemos que abrir camino, ahí tenemos que comenzar a roturar la vida para sembrar la buena semilla. Con nosotros estará siempre la fuerza del Espíritu del Señor. Reavivemos esa fortaleza interior, crezcamos más y más en nuestra espiritualidad. Tenemos que sentir que estamos preparados porque con nosotros está la fuerza de su Espíritu.

martes, 7 de mayo de 2024

La vuelta de Jesús al Padre, no será para nosotros comienzo de una ausencia que nos angustie sino punto y arranque de una nueva venida que nos llena de nueva alegría

 


La vuelta de Jesús al Padre, no será para nosotros comienzo de una ausencia que nos angustie sino punto y arranque de una nueva venida que nos llena de nueva alegría

Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Salmo 137; Juan 16, 5-11

Todos sabemos de ausencias y de soledades. Es el amigo al que nos sentíamos muy unidos pero que por circunstancias de la vida tuvo que ausentarse y marchar a otros lugares donde ya se nos hace difícil el trato personal, la cercanía de quien incluso físicamente lo sentíamos a nuestro lado, que era para nosotros un apoyo grande en ese camino de la vida, que siempre tenía para nosotros la palabra amable y acertada, quizás el aviso y la corrección ante lo que pudiéramos hacer o lo que hubiéramos hecho, pero que ahora ya no podemos contar de la misma manera con su presencia. Deja soledades en el corazón, queremos aun en la distancia tenerlo cerca, buscamos los medios – hoy por supuesto con los modernos medios de comunicación lo tenemos más fácil – de seguir en contacto y en comunicación.

Pero es la ausencia más fuerte del ser querido que se nos va, que ha terminado su ciclo en esta vida terrena y la muerte nos lo arranca, y ya no podemos sentir ni el calor de su mano, ni la ternura de su mirada, y nos sigue doliendo su ausencia por mucho que sea el tiempo que pase y a lo que no terminamos de acostumbrarnos. Podríamos pensar en otras ausencias y en otras soledades que sentimos en la vida, tras una ruptura, tras un alejamiento del corazón, tras tantas barreras que en la vida tantas veces encontramos que nos destruyen por dentro, pero que a pesar de dolores del alma y sufrimientos nunca podemos dejar de recordar.

Son algunas experiencias humanas que he querido evocar al contemplar lo que está sucediendo en el corazón de los discípulos de Jesús en aquella noche de la cena pascual. Aunque Jesús les hablaba claramente, les era difícil entender, pero intuían algo por así decirlo misterioso al menos para ellos ahora que había de suceder. Las palabras de Jesús suenan claramente a despedida pero también a recomendaciones, pero también a sembrar nuevas esperanzas en los corazones, porque les está hablado de una presencia nueva y distinta que van a comenzar a vivir.

Como les dice Jesús es necesario que el vuelva al Padre. Es su glorificación, aunque aquella glorificación ha de pasar por la pasión y la muerte. Pero Jesús vive y vivirá para siempre. Nosotros seguimos en tiempo pascual que es celebrar precisamente esa vida de Jesús resucitado para siempre junto a nosotros. Ahora les dice que de alguna manera comprende la tristeza que está surgiendo en sus corazones. Pero les anuncia también algo nuevo. No estarán solos, porque no les faltará el Espíritu de Jesús, vuelve al Padre de donde será enviado el Espíritu consolador.

‘Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré…’

El nos enviará al Paráclito, al Espíritu Santo que va a transformar esa tristeza de los corazones en verdadera alegría. Será la fuerza de Dios en sus corazones para realizar la misión que Jesús les está encomendando. Será la Sabiduría divina que inundará sus corazones para que todo lo comprendan, para que todo lo puedan recordar, para que todo lo puedan vivir de un modo nuevo. Recordamos cómo Jesús les abría los corazones para que pudieran entender las Escrituras y su cumplimiento. Por eso con la fuerza del Espíritu es cómo vamos a sentir viva en nosotros la Palabra de Dios contenida en la Escritura Santa.

Es la fuerza de su Espíritu el que nos dará esa presencia viva de Jesús que nos llena de su gracia. Es la fuerza del Espíritu el que hará posible los sacramentos para que aquella agua del bautismo sea para nosotros fuente de vida eterna que nos hace hijos de Dios, que hará que aquel pan y aquel vino de la Eucaristía no sea solo un alimento para nuestro cuerpo, sino que alimentándonos del Pan de vida podamos tener vida para siempre y seamos resucitados en el último día; es el Espíritu que nos fortalece en la dificultad y en la enfermedad haciéndonos presente junto a nosotros al Jesús que da la vista a los ciegos, levanta de su camilla al paralítico o resucita a los muertos, es el Espíritu que hace posible en todos y cada uno de los sacramentos la presencia y gracia de Dios que en cada momento de la vida nos hace mantener el camino de nuestra fe.

La vuelta de Jesús al Padre, la vamos a celebrar el próximo domingo en su Ascensión, no será para nosotros comienzo de una ausencia que nos angustie sino punto y arranque de una nueva venida que nos llena de gracia y santidad poniendo nueva alegría a nuestra vida. Como escucharemos en el día de la Ascensión de la misma manera que lo vemos irse subiendo al cielo, volverá junto a nosotros para hacernos sentir una presencia nueva.

lunes, 6 de mayo de 2024

Que sea en verdad el Espíritu Santo el que guíe nuestra vida y tenemos la seguridad de alcanzar la meta que Jesús nos ofrece

 


Que sea en verdad el Espíritu Santo el que guíe nuestra vida y tenemos la seguridad de alcanzar la meta que Jesús nos ofrece

Hechos de los apóstoles 16, 11-15; Salmo 149; Juan 15, 26 — 16, 4a

Nos lo habían dicho y no nos lo habíamos creído.  Alguna vez nos habremos hecho este comentario, agradeciendo a aquella persona buena que nos predijo lo que nos había de suceder aunque entonces no le hicimos mucho caso. Siempre hay personas que tienen como visión de futuro, o que desde su experiencia saben lo que suele suceder, quienes saben hacer una lectura crítica de la vida y aunque ahora podamos ver muchos triunfos o muchas cosas que nos parecen bien saben que eso va a cambiar, que nos podremos encontrar con situaciones bastante diferentes. Pero aquello que nos dijeron nos hace ahora sentirnos más seguros, parece como si una presencia invisible está con nosotros.

Es lo que Jesús está haciendo con sus discípulos, está haciendo con nosotros. Nos da la confianza de que no estaremos solos. Con nosotros estará la fuerza de su Espíritu. Nos lo ha prometido muchas veces. ‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Podemos sentirnos seguros, podremos dar nuestro testimonio con toda valentía. Aunque a veces parece que aflojamos, que se nos turbia la vista, que nos entran de nuevo miedos y cobardías, que nos pueden los cansancios.

Pero no podemos sentirnos confundidos, tenemos que sacar a flote toda nuestra fuerza interior, que no es solo nuestra buena voluntad, sino el Espíritu que va creciendo dentro de nosotros y dándonos fortaleza, la valentía que necesitamos. Porque nos encontramos muchas veces en encrucijadas en las que no sabemos que hacer, qué postura tomar, en confusiones que el espíritu del mal va también metiendo dentro de nosotros haciendo aflorar esas desconfianzas y dudas.

Jesús nos ha hablado claro y no siempre queremos entender. No es cuestión de tomarnos las cosas al pie de la letra con radicalismos que a nada nos llevan, pero sí saber leer esos acontecimientos con que nos vamos encontrando y que son de los que nos ha hablado Jesús. ‘Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí’.

Los primeros cristianos vivieron eso en la oposición que de los mismos judíos recibieron. Pero esto tenemos que traspasarlo a las situaciones que vivimos hoy día, en las incomprensiones de cuantos nos rodean, muchas veces de los más cercanos que no entienden nuestra fe, que no entienden nuestros compromisos con la iglesia o con los demás. Pero es el ambiente del mundo en que vivimos donde se va perdiendo el sentido de lo religioso, donde lo que les suene a cristiano, a Cristo, a la Iglesia no les dice nada, porque lo ven quizás como algo trasnochado. Es ese mundo que presenta otros valores, otras maneras de entender la vida y que muchas veces nos confunden porque todo nos parece bueno.

Y es ahí donde tenemos que en verdad fortalecernos por dentro, sentir cómo el Espíritu del Señor actuar en nuestro corazón y nos hace ver la realidad y la bondad del Evangelio de Jesús del que no podemos desertar, que no podemos abandonar. Habrá momentos en que nos sentimos quizás confusos por dentro porque haya cosas que no nos convencen, haya ejemplos que no son buenos, haya decisiones que nos cuesta aceptar, pero tenemos que abrir nuestro corazón al Espíritu para que El sea quien en verdad nos guíe y nos fortalezca, nos lleve a ahondar cada vez más en nuestra fe y prepararnos mejor para poder dar respuesta a tantos interrogantes que el mismo mundo nos presenta.

Que sea en verdad el Espíritu Santo el que guíe nuestra vida y tenemos la seguridad de alcanzar la meta que Jesús nos ofrece. ‘Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho’,  nos dice hoy Jesús.

 

domingo, 5 de mayo de 2024

No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama, porque Dios siempre va tomando la iniciativa, nos elige y nos regala con su amor

 


No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama, porque Dios siempre va tomando la iniciativa, nos elige y nos regala con su amor

Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan 15, 9-17

Vivimos en un mundo de méritos; nos lo hemos ganado, decimos; nos creemos merecedores de todo porque tengamos unos títulos, porque hayamos hecho un recorrido en la vida, porque hayamos acumulado unos méritos. No digo que no tengamos que tener en cuenta esas cosas, y está por medio nuestra preparación, el desarrollo de cualidades y valores, la buena ejecución de aquello que se nos haya encomendado; es una forma de valorarnos y de estimularnos, es una forma de que otros también se sientan impulsados a crecer. Pero la vida es más.

No son unos méritos o unos títulos los que nos ganan el corazón de las personas; no es con una carrera con la que vamos a presentarnos ante alguien para exigirle que nos acepte y nos meta en su vida; no es lo que tengamos acumulado en nuestras ganancias lo que en verdad nos hace grandes como personas; es otra cosa que tenemos que sentir en el corazón, en lo más hondo de nosotros mismos, donde vamos a manifestar lo que es la verdadera realidad de nuestra vida y nuestra grandeza.

¿Qué es lo que verdaderamente dará grandeza a nuestra vida? ¿Qué es el fondo lo que nos puede producir mejor y más honda felicidad? Todos andamos buscando esa grandeza, esa dignidad que también tenemos que saber reconocer en los demás, esa felicidad que nos llenará de las satisfacciones más hondas. ¿Dónde encontrarlo?

Sentimos así la necesidad de amar y de sentirnos amados. Es esa relación de comunión que queremos establecer con las personas, con las personas que amamos y de las que nos sentimos amadas. Es el camino que tenemos que aprender a descubrir. Es de lo que hoy Jesús nos está hablando en el evangelio.

Como bien sabemos, estos textos que estamos escuchando estos domingos, aunque también en las lecturas de pascua en medio de la semana, están tomadas en gran parte del evangelio de san Juan y en especial de la cena pascual antes del comienzo de la pasión. Momentos de emociones fuertes, momentos de desahogo y de despedida, momentos de últimas recomendaciones. Jesús está desparramando toda la ternura de su corazón. Los discípulos amaban a Jesús y por eso su emoción y hasta su tristeza porque realmente aún terminaban de comprender todo lo que iba a suceder, por eso les veremos luego despistados, desparramados, que huyen y se esconden. Pero allí Jesús les va dejando todas las señales de su amor, que tendría que ser en verdad en lo que ellos tendrían que apoyarse para no sentirse tan escandalizados por lo que luego sucedería.

Y les dice una cosa muy bonita. Hay como una corriente de amor que parte del Padre y que a través de Jesús les llega a ellos también. De manera que si entran en esa corriente de amor algo nuevo habrán de sentir en sus corazones para que su vida fuera distinta. Pero aunque Jesús les habla claramente ellos andan como aturdidos y terminan de saborear hondamente las palabras de Jesús. Será después de la resurrección, cuando se llenen del Espíritu, cuando lo comprenderán todo y comenzarán a vivirlo intensamente.

Jesús les está diciendo que no los mira como siervos, no los mira como alguien ajeno a su corazón, para El son sus amigos, los amados, los que también se están llenando de ese amor de Dios. Porque no es lo que ellos realmente por si mismos hayan hecho como merecimientos en el tiempo que han estado con Jesús. Es Dios quien ha tomado la iniciativa.

A vosotros os llamo amigos’, les dice, porque ya conocéis todo lo que es el amor de Dios que se nos ha manifestado. Conocer, bien sabemos, en el sentido bíblico es algo más que tener conocimiento de algo, un conocimiento intelectual, o como quien conoce una noticia que le comunican; conocer es experimentar en si mismo, es algo mucho más hondo. Cuando María dice que no ha conocido hombre está queriendo decir que no ha tenido experiencia de lo que es el amor de un hombre, recordamos. Es ahora lo que les está diciendo Jesús. Ellos han experimentado en sí mismo lo que es ese amor y esa elección de Dios. ‘Yo os he elegido’, les dice Jesús. Les ha elegido porque les ama; en esa elección de Jesús están experimentando en sí mismos el amor que Jesús les tiene.

Todo es iniciativa de Dios. ¿Qué sucedió en el texto que hemos escuchado en la primera lectura cuando Pedro es llamado a ir a visitar la casa de aquel gentil y de repente siente que el Espíritu Santo ha inundado aquella casa llenándolos a todos del Espíritu Santo? No eran judíos, no estaban bautizados, llamaron a Pedro porque estaba en un camino de búsqueda de conocer el evangelio de Jesús, pero el Espíritu del Señor tomó la iniciativa, y por eso dirá Pedro como podrán negarles entonces el bautismo de Jesús.

Es lo que nos viene a decir también san Juan en la segunda lectura. Repito, la iniciativa es de Dios. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios primero nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados’. Es que Dios es amor, y todo va a ser una derivación de ese amor que es Dios, de ese amor con Dios nos ama y nos entrega a su Hijo. Es mucho más que un amor de amistad, aunque Jesús empleará esa palabra para referirse a sus discípulos. Es el amor que es entrega. Por eso no hay amor más grande que el de quien da su vida por los que ama, del que se entrega por los que ama. No son nuestros méritos, sino el regalo gratuito que Dios nos hace cuando nos ama.

¿Seremos capaces de amar con un amor así? Es el amor que Jesús nos pide, porque nos pide que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Y no es poca cosa.