jueves, 9 de mayo de 2024

Tenemos que abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El, para sentir esa alegría honda que nunca nos va a abandonar

 


Tenemos que abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El, para sentir esa alegría honda que nunca nos va a abandonar

Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Salmo 97; Juan 16, 16-20

Cuando las cosas parece que marchan bien, vemos perspectivas de futuro halagador, aunque seamos conscientes de que las cosas no siempre son fáciles, que nos anuncien que aquello se puede venir abajo, que habrán momentos oscuros en que podríamos pensar que todo puede acabar en un fracaso, no nos agrada, de alguna manera nos sentimos desconcertados, nos pueden entrar dudas que nos lleven al desaliento o podemos hacernos oídos sordos de esos anuncios que no nos agradan. Parece como si nos echaran un jarro de agua fría encima.

Algo asó les estaba sucediendo a los discípulos de Jesús aquella noche de la cena pascual. Reciente habían tenido su entrada triunfal en Jerusalén entre cánticos del pueblo que le aclamaba; venía a ser como un colofón de lo que había sido en parte sus recorridos por Galilea donde las multitudes se aglomeraban en torno a Jesús. La cena había estado llena de emociones y sorpresas, Jesús había hablado de que había llegado la hora de su glorificación, y ellos ya se estaban haciendo sus consideraciones sobre lo que significaría esa glorificación.

¿Llegaba el momento en que Jesús iba a ser reconocido por todos como el Mesías?  Ya sabemos lo bamboleantes que eran cuando no tenían las cosas claras, y aunque Jesús anunciaba pasión y muerte, algunos seguían pensando en los primeros puestos que podrían alcanzar en ese futuro reino de Israel. Los triunfalismos nos acechan a todos en la vida. También nosotros somos soñadores muchas veces, y siempre soñamos a favor de reconocimientos y, ¿por qué no?, honores.

Por eso cuando habla ahora Jesús de que lo verán y dejarán de verlo, para volverse a encontrar de nuevo con El, no entienden nada. La verdad que las palabras de Jesús están llenas de enigmas que luego solo comprenderán en todo su sentido cuando se derrame sobre ellos el Espíritu Santo prometido que se los enseñaría todo. Pero ahora están en el desconcierto. Fácilmente aparece la tristeza en sus corazones.

‘Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: ¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría…’

¿Serán situaciones difíciles también por las que nosotros pasamos en que también nos llenamos de tristezas y de angustias? No siempre es fácil el testimonio que tenemos que dar. El mundo que nos rodea muchas veces se cierra al evangelio de Jesús. Parece como si todo el mundo viniera ya de vuelta y vacunados contra todo. Algo nos falla a veces a los cristianos para la claridad del mensaje que tenemos que transmitir y nuestros antitestimonios muchas veces hacen mucho daño en nuestro entorno.

Quizás también nos hemos hecho una religión llena de crespones negros y en la que falte la alegría verdadera; nuestras posturas conservacionistas con las que pretendemos muchas veces simplemente mantenernos en lo de siempre y sin abrirnos a la novedad que tiene que significar el evangelio cada día en nuestra vida, no ayudan demasiado. Nos contentamos con ir arrastrándonos conservando más o menos el tipo, pero nos falta esa necesaria energía para anunciar con valentía lo que en verdad tiene que ser el meollo del evangelio.

Quien se deja inundar por el Espíritu de Jesús, quien se deja conducir por el Espíritu Santo ha de vivir en una renovación constante, con alegría en el corazón a pesar de los latigazos que nos pueda ir dando la vida, está en una constante revolución espiritual para abrirnos en todo momento a caminos nuevos para poder transmitir toda la novedad que significa siempre el evangelio.

Nos estamos acercando a la fiesta primero de la Ascensión – hoy se cumplen los cuarenta días de la Pascua – y posteriormente a Pentecostés. Tenemos que prepararnos de verdad, abrir nuestro corazón al Espíritu del Señor y dejarnos inundar por El. Entonces sentiremos esa alegría honda de la que nos habla Jesús que nunca nos va a abandonar.

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