sábado, 6 de abril de 2024

Como cristianos tenemos que mirar a Cristo y a su Pascua, para experimentar en nosotros el paso de Dios por nuestra vida y así ser testigos de Evangelio ante el mundo

 


Como cristianos tenemos que mirar a Cristo y a su Pascua, para experimentar en nosotros el paso de Dios por nuestra vida y así ser testigos de Evangelio ante el mundo

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Salmo 117; Marcos 16, 9-15

¿Tan difícil es creer? Pudiera parecer una pregunta retórica sin embargo ante esa pregunta no todos van a responder de la misma manera. Desde los que te dicen que para ellos es fácil, porque solo significa aceptar unas tradiciones o unos mandatos para la vida y realmente no se hacen más planteamientos profundos, como que para decir que de verdad somos creyentes es necesario implicar la vida en esas verdades en las que decimos que creemos, pero también los que lo consideran algo irracional, supersticiones heredades de otros tiempos, de otras tradiciones pero que nos dicen que razonablemente el hombre de hoy no tiene por qué implicarse en una vida de fe, en una vida y prácticas religiosas, o que eso lo consideran como algo del pasado o algo meramente privado y allá cada uno con su fuero interno.

Claro que cuando nos lo estamos planteando así, no sé si todos comprenderán lo mismo en relación a lo que es creer, o si nos podemos quedar en una visión superficial de la fe. Y es que decir que tengo fe no es simplemente como un barniz externo que pongo a mi vida con unos ritos o unos cumplimientos sin que realmente esté convencido, sino que es algo mucho más hondo que le va a dar un sentido y un valor a la vida. Cuando me digo creyente y creyente cristiano es mucho más lo que tenemos que manifestar o lo que realmente tenemos que hacer vida nuestra.

Cuando hablamos de fe estaremos entrando en una visión, llamémosla así, de confianza, pero una confianza que estoy otorgando desde una experiencia previa de amor. Me siento amado de Dios, y más cuando lo miro todo desde la óptica de Jesús, y estoy dando una respuesta de amor poniendo mi confianza en quien sabemos que verdaderamente nos ama. Y me convenzo de ese amor desde lo que contemplo en Jesús, pero más aun desde lo que yo voy experimentando en mi propia vida de lo que es ese amor que Dios nos tiene que nos ha entregado a Jesús. En ese amor me siento transformado, en ese amor siento que la vida tiene un distinto sentido y valor, en ese amor me siento engrandecido a pesar de todas las limitaciones que yo sé que tengo en mi vida, porque me conozco y conozco mis debilidades.

Sin embargo, no siempre es fácil, me siento envuelto en esas mismas debilidades que no me dejan dar toda esa respuesta de amor que tendría que dar a todo el amor que de Dios recibo. Son muchos los cantos de sirena que tratan de arrastrarme encandilándome con otras cosas que parece que se nos presentan más fáciles o donde no tendríamos que realizar tanto esfuerzo para superarnos. Miramos a nuestro alrededor y vemos el sentido de vida de tantos envueltos en sus superficialidades y que parece que nada les preocupa y pareciera que todo les va bien, y nos sentimos tentados. Nos ponemos con nuestros razonamientos humanos donde todo nos lo queremos explicar de manera fácil, y nos llenamos de dudas y desconfianzas.

¿Dónde está, pues, nuestra fe? Como cristiano miro a Cristo y a su Pascua. Cuando estoy contemplando a Cristo estoy sintiendo un paso de Dios por mi vida, un paso de Dios que me está diciendo que me ama y solo me pide su amor. Pero muchas veces nos cuesta mirar la Pascua de Cristo; nos sentimos como desconcertados con su sufrimiento, son su pasión y su muerte y no terminamos de contemplar toda la luz que viene a resplandecer en la Pascua, al contemplar a ese Cristo crucificado.

Todavía muchas veces seguimos buscando solo al crucificado y no terminamos de contemplarlo vivo y glorioso, no llegamos a captar todo el sentido de la Pascua. Y eso se debe también a las influencias que recibimos de mundo, a las cobardías por las que muchas veces nos dejamos arrastrar cuando tendríamos que ser verdaderos testigos de resurrección.

Hoy el evangelio de Marcos, en su concisión y brevedad nos ofrece un resumen de aquellos momentos de la Pascua de los primeros discípulos. Cuanto les costaba creer que Jesús realmente había resucitado. No aceptaban el testimonio los unos de los otros. Ni creyeron a las mujeres que fueron al sepulcro, ni querían creer a aquellos discípulos que volvieron de Emaús con sus ricas experiencias de Cristo resucitado. Finalmente Cristo se les manifiesta allí en el cenáculo y aunque en principio también se sintieron sorprendidos, terminaron creyendo en Jesús. Jesús les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, pues no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Definitivamente desde aquella experiencia ahora sí se convierten en los testigos que han de ir por el mundo anunciando esa Buena Nueva. Es el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. Es el evangelio de la vida y de la salvación, es el evangelio del perdón y de la gracia, es el evangelio del amor de Dios, que no podemos callar. Como dirían más tarde cuando intentaban hacerlo callar y prohibirles hablar en el nombre de Jesús, dirán que no pueden callar lo que han visto y oído.

¿Nosotros podemos decir lo mismo también? ¿Es de esa manera que hacemos anuncio del evangelio? ¿Estaremos transmitiendo también lo que hemos experimentado en nuestra vida convirtiéndonos así en testigos de ese evangelio? Arranquémonos de una vez por todas de nuestras dudas y cobardías.

jueves, 4 de abril de 2024

Jesús no nos deja solos en las oscuridades de nuestros desalientos

Jesús no nos deja solos en las oscuridades de nuestros desalientos, pone muchas señales de su amor con los panes y los peces sobre las brasas que alimentarán de nuevo el fuego de nuestro corazón

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Salmo 117; Juan 21, 1-14

La riqueza de nuestro lenguaje nos ofrece expresiones, que casi son como sentencias, que vienen a describirnos multitud de situaciones por las que podamos estar pasando y que vienen a ser como una manifestación de una cultura o de una filosofía de la vida que condensamos en esos refranes.

‘A perro flaco todo son pulgas’ decimos cuando se amontonan los problemas, las situaciones que se nos vuelven difíciles de resolver, pues decimos también que ‘nunca ningún mal viene solo’. Por supuesto no podemos ser pesimistas ni fatalistas en la lectura de la vida, aunque si es verdad que muchas veces nos encontramos que los problemas se nos juntan y hacen montañas y nos llenamos de desaliento y desánimo.

Los apóstoles habían tenido unas horas bajas, con todo aquello del prendimiento de Jesús y cómo los judíos lo llevaron a muerte. Ya desde un primer momento, allá en el huerto cuando el prendimiento lo abandonaron y huyeron. Algunos andaban algo despistados de acá para allá como le sucedió a Tomás, otros habían intentado marchar a sus casas y sus ocupaciones, y allí estaban en Cafarnaún un grupo de aquellos apóstoles desalentados porque aún les costaba entender que Jesús hubiera resucitado. Pedro se quiere ir a pescar, allá estaba aún la barca y las redes, y los que estaban con él se ofrecieron a acompañarle. ‘Me voy a pescar… Nosotros vamos contigo’, es el diálogo escueto que nos ofrece en esa ocasión el evangelista a más de darnos algunos nombres de los que se fueron a pescar.

Pero aquella noche no cogieron nada. Parece que se repiten algunas circunstancias. Alguien pregunta desde la orilla si tienen pescado y ante la negativa les sugiere que echen la red por el otro lado. Y aunque cansados, y por qué no aburridos por no coger nada, hacen lo que se les pide y ahora de nuevo la redada de peces es bien grande.

¿De quién era aquella voz que les hablaba desde la orilla y ellos no reconocieron? Será Juan, el discípulo amado que hace unas noches en la cena había recostado su cabeza en el pecho de Jesús el que tendrá una sensibilidad especial para reconocer en aquel timbre de voz que le llegaba parecía desde la lejanía, era la voz de Jesús. ‘Es el Maestro, es el Señor’, le dice a Pedro y este se lanzará al agua tal como estaba para llegar pronto a los pies de Jesús. Los demás vendrán en la barca arrastrando la red, pues la redada había sido bien grande.

Es de nuevo la Palabra de Jesús, es la voz del Maestro que en su pesadumbre y en sus oscuridades no supieron reconocer pero sí obedecer, el que les abre nuevos caminos llenos de esperanza. No importa ya lo pesada que sea la red cargada de peces, pero ellos la arrastran hasta la orilla, como un signo de aquella nueva pesca que realmente han de comenzar a realizar. Un día se les había dicho que serían pescadores de hombres.

La mesa está servida, podíamos decir, porque Jesús ha estado al tanto de todo y ya sobre unas brasas hay unos peces y unos panes. ‘Vamos, almorzad’, son las palabras que se escuchan porque parece que nadie se atreve hablar, nadie se pregunta ya, porque todos saben muy bien que es el Señor.

Jesús no nos deja solos, por muchas que sean las oscuridades en que andemos o nos vayamos metiendo en la vida. Los desalientos y los desánimos ensombrecen el corazón y ciegan los ojos. Las ilusiones no bien fundamentadas pueden hacernos daño y hacer que andemos a la deriva. Nos hace falta sentirnos seguros para sentirnos fuertes. Y solo lo podemos estar cuando escuchamos la voz del Señor que nos llama, nos hace prestar atención, nos hace mirar al sitio verdadero donde encontrar la luz y la salvación. Pero somos nosotros los que no podemos amodorrarnos, dejarnos arrastrar por las desilusiones, aflojar la tensión del espíritu para caer en la tibieza que será mucho más dañina que estar frió del todo porque nos llena de confusiones.

Sepamos ver al Señor, escuchar su voz, reconocer tantos signos de amor que va poniendo a nuestro lado, para nosotros tiene también aunque no sepamos verlo los peces y los panes sobre las brasas para alimentarnos y hacer que de nuevo renazcamos a la vida.


Lo que hemos vivido y celebrado tiene que provocar en nosotros un entusiasmo renovador de nuestra fe, ¿hasta dónde nosotros hoy seguimos siendo testigos?

 


Lo que hemos vivido y celebrado tiene que provocar en nosotros un entusiasmo renovador de nuestra fe, ¿hasta dónde nosotros hoy seguimos siendo testigos?

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Salmo 8; Lucas 24, 35-48

Seguían con sus dudas, con su incredulidad… algunas veces nos cuesta dar el brazo a torcer, como se suele decir, o bajarnos del burro. Hay momentos y cosas en la vida que aunque parezcan claras para todo el mundo, dentro de nosotros, sin saber por qué, permanece la duda, no terminamos de creernos aquello que nos dicen, aquello que incluso nuestros propios ojos han contemplado; y nos buscamos otras explicaciones, y decimos que hay algo escondido detrás, y no nos entra en la cabeza. Sobre cosas o acontecimientos que nos cuentan, que vemos a través de noticias, de cosas que se dicen y que tratan de explicarnos cosas de la vida.

Así andaba el grupo de los discípulos aquel primer día de la semana, a pesar de todos los acontecimientos y noticias que iban llegando. Ya desde la mañana las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, las visiones de ángeles que contaban que habían tenido, pero que se lo habían tomado como ensoñaciones de mujeres, ahora habían llegado aquellos dos que se habían marchado a Emaús y que habían vuelto a marchas forzadas porque eran una buena noticia que traían, Jesús había estado con ellos en el camino y se había aposentado en su casa, les había hablado y ellos habían sentido algo especial en su corazón sin saber qué, pero al final lo habían reconocido en la fracción del pan. Pero el grupo seguía erre con erre, sin terminarlo de creer.

Y ahora Jesús mismo estaba entre ellos, que se sintieron todos sorprendidos y ahora sí que no sabían qué decir o qué argumentar. Incluso les había pedido si tenían algo que comer, para que vieran que no era un fantasma. Y de nuevo Jesús, como con los discípulos de Emaús se había puesto a explicarles las cosas, a traer a colación las Escrituras donde todo estaba anunciado, y les había abierto el corazón y el entendimiento para que entendieran las Escrituras.

‘El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’. Será cuando el Espíritu del venga sobre ellos en Pentecostés cuando lo comprenderán todo y se convertirán en esos testigos de cuanto había sucedido.

¿Hasta donde nosotros hoy seguimos siendo testigos de todo eso que ha sucedido? Hemos venido contemplando y celebrando en estos días, Fue toda la semana de la pasión para la que nos habías venido preparando durante toda la Cuaresma. Está en el fondo esa fe que tenemos en el corazón y que tanto tenemos que renovar. Lo que hemos vivido y celebrado en estos días tenía que ser en verdad para nosotros esa renovación de nuestra fe. Pero ¿cómo seguimos? ¿Nos habrá faltado algo? Porque está pasando la pascua, realmente estamos aun en los primeros días, y parece como si todo ya nos quedara tan lejos que hemos perdido fuelle, hemos perdido entusiasmo.

Y nos siguen apareciendo dudas y desánimos, caemos de nuevo en la rueda de la rutina y vamos perdiendo la intensidad de lo que supuestamente hemos vivido y celebrado. También nos vamos a nuestras cosas, o nos encerramos en las cosas de siempre, haciendo que todo sea lo mismo. Es como si nos faltara algo. Hay comunidades vivas que han vivido con toda intensidad esa fiesta de la Pascua que ha tenido que significar la resurrección del Señor, aunque también lamentablemente hemos de reconocer que esa fiesta quizás nos ha faltado, ha faltado algo que le diera más calor y viveza a nuestra celebración, por eso tan pronto quizás nos enfriamos. No serán las dudas o interrogantes quizás, porque quizá ni nos lo planteamos, sino la fuerza de la rutina que nos hace tibios en nuestro espíritu.

Renovemos el calor de la pascua, que en verdad sintamos con toda intensidad la presencia del Señor resucitado en medio nuestro, y podamos entonces con valentía y con alegría desbordante hacer el anuncio de la resurrección del Señor.

miércoles, 3 de abril de 2024

Dejémonos encontrar por Jesús que llegará a través de los signos más insospechados, de las personas que menos pensamos, o de esa nueva sensibilidad del corazón

 


Dejémonos encontrar por Jesús que llegará a través de los signos más insospechados, de las personas que menos pensamos, o de esa nueva sensibilidad del corazón

Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Salmo 104; Lucas 24, 13-35

Pero, ¿de qué están hablando ustedes? Parece que no entienden mucho lo que pasa y de lo que están hablando. De pronto alguien se ha metido en nuestra conversación y con ese poco menos que exabrupto se mete con nosotros y con lo que estamos hablando. Seguramente nos deja perplejos con esa irrupción en nuestra conversación, y habría la posibilidad de que le respondiéramos de mala manera, o si era tal el estado anímico por el que estamos pasando, nos quedamos callados sin saber qué responder o qué hacer.

¿Se sentirían así aquellos dos discípulos que en aquella tarde se marchaban a Emaús dándole vueltas y revueltas a cuando había sucedido aquellos días y para lo que terminaban de encontrar explicación? También se verían sorprendidos con aquel caminante que se une a ellos en el camino y en la conversación. Explicado un poco lo que había sucedido que no comprendían que él no lo supiera, se encuentran que el caminante va dando respuestas a todo aquello que estaba sucediendo en sus corazones.

Para ellos había sido un chasco muy grande el que habían sufrido, con el prendimiento y muerte de Jesús. Aunque recordaran que El lo había anunciado, sin embargo no lo terminaban de entender. Aunque habían venido las mujeres que habían ido al sepulcro aquella mañana diciendo que estaba vacío y unos ángeles les hablaban de que había resucitado, se lo habían tomado como visión de mujeres y no las habían creído. Ahora desalentados se vuelven a sus casas y a sus cosas, tan cegados por el sufrimiento ante todo lo que había pasado que no llegan a reconocer a quien les hablaba, que ahora les explicaba con las Escrituras en las manos el sentido de cuanto había sucedido.

Poco a poco parece que van cambiando sus actitudes y posturas, que van sintiendo algo distinto en sus corazones, algo así como cuando Jesús les hablaba, y ante el deseo de seguir adelante aquel caminante le invitan a quedarse con ellos, porque los caminos en la noche son peligrosos. ‘¡Quédate con nosotros, porque atardece!’


Cuando se sienten a la mesa y al partir el pan para ellos, podíamos decir, como huésped de honor en aquel hogar, se les abren los ojos. Lo reconocieron al partir el pan. Ahora se dan cuenta de quien ha caminado con ellos y les hablaba; les ardía el corazón mientras les explicaba las Escrituras. Y aunque ya no lo están viendo con los ojos de la cara saben que ha estado con ellos y que es Jesús que verdad ha resucitado, por eso marchan de nuevo a Jerusalén, ya no hay noche peligrosa para ellos, para anunciar a los demás cuantas cosas les han sucedido.

Es un texto hermoso que habremos meditado y reflexionado muchas veces. Un texto seguramente donde nos hemos visto retratados, en aquellos desánimos y desesperanzas con las que andaban por aquellos caminos que cada vez más se les llenaban de sombras. Cuántas veces andamos así, y también tenemos la tentación de tomar el camino de la huida, de marcharnos de nuevo a nuestras cosas porque quizás queremos olvidar, porque no nos queremos comprometer, porque no queremos hacer el esfuerzo de abrir los ojos y el corazón.

Y Jesús nos va saliendo al encuentro en ese camino oscuro de la vida que vamos recorriendo, y cuanto nos cuesta muchas veces reconocerle. Alguna vez quizás también cuando se han metido con nosotros, y nos han dicho cosas que nos interrogan o quieren abrirnos los ojos para que tengamos una mirada distinta, quizás nos encerramos más, quizás interiormente rechazamos esa posibilidad de ver las cosas de otra manera. Tenemos que despertar la sensibilidad de nuestro corazón, para no encerrarnos en nosotros mismos. Cuando abramos las puertas del corazón para dejar que alguien entre a nuestra vida seguramente todo cambiará, porque las actitudes de amor y de generosidad hacen milagros en la vida. Como les sucedió a aquellos discípulos de Emaús que querían que se quedara con ellos y fue entonces cuando lo reconocieron.

Dejémonos encontrar por Jesús que podrá llegar a nosotros a través de los signos más insospechados, a través de las personas que quizás menos pensamos que pudieran ayudarnos, a través de esa nueva sensibilidad que ponemos en el corazón. Nos daremos cuenta que Jesús está entre nosotros y saldremos también corriendo a anunciarlo a los demás sin temores a noches oscuras ni a peligros en los caminos.

martes, 2 de abril de 2024

Afinemos las fibras de nuestro espíritu para que entremos en la sintonía del amor que va a secar nuestras lágrimas y nos dará sensibilidad ante las lágrimas de los que nos rodean

 


Afinemos las fibras de nuestro espíritu para que entremos en la sintonía del amor que va a secar nuestras lágrimas y nos dará sensibilidad ante las lágrimas de los que nos rodean

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Salmo 32; Juan 20, 11-18

¿Por qué lloras? Es lo que sale espontáneo de nuestros labios cuando vemos correr rostro abajo unas lágrimas. Sale a flote nuestra sensibilidad. Unas lágrimas son siempre un fuerte despertador para nuestra sensibilidad. Ya sea el llanto de un niño, ya sean las lágrimas de una mujer, ya sea el llanto muchas veces disimulado de un hombre que no sé por qué razones parece que estuviera peleado con su masculinidad, pero los hombres también lloran. Y nos preguntamos ¿por qué esas lágrimas?, y no soportamos quizás el sufrimiento que esconden detrás. Y nos dejan quizás mal sabor en nuestro paladar humano porque nos saben quizás a amargura, nos evocan soledades, nos recuerdan sufrimientos que no siempre sabemos curar.

Hoy en el evangelio estamos contemplando de entrada unas lágrimas que nos pueden traer recuerdos de encontradas emociones y recuerdos, pero que son siempre sintonía de un corazón agradecido y lleno de amor que no quiere separarse del amado. María Magdalena tenía mucho que recordar, porque un día Jesús le había arrancado siete demonios de su alma, como nos recuerda san Juan, podía haber sido aquella mujer pecadora pero que sin embargo un día supo volverse hacia el amor y la misericordia y había sido perdonada por sus muchos pecados. Es la mujer que desde entonces siempre había sido fiel y no se había separado de Jesús en sus andanzas a través de toda Palestina desde Galilea a Jerusalén.

Sabemos que estuvo al pie de la cruz hasta el último momento bebiéndose las últimas palabras y los últimos gestos de Jesús para alimentar más y más su amor. Ahora la contemplamos a la entrada del sepulcro vacío, donde en la tarde del sábado ella había contribuido también a depositar allí el cuerpo de Jesús difunto. Entre las primeras mujeres que al alba habían venido al sepulcro en el deseo de embalsamar a Jesús estaba ella también cuando se encontraron el sepulcro vacío.

Ella participó también seguramente en aquellas carreras matinales por las calles de Jerusalén para llevar la noticia que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, y ahora estaba allí llorosa preguntando a todo el mundo quien se había llevado el cuerpo de Jesús, donde lo habían colocado, porque ella iría a buscarlo y traerlo para darle honrosa sepultura. Primero los ángeles que estaban dentro de la sepultura y luego a quien parecía ser el hortelano encargado de aquel huerto.

¿Por qué lloras? Había sido la pregunta repetida. ¿Cómo no iba a llorar el amor cuando sentía que la soledad le amargaba el alma? ¿Cómo no iba a llorar quien se sintiera tan agradecida por los dones de amor que Dios había derrochado sobre ella? Y sus ojos llorosos estaban encandilados y ahora no podían distinguir al que era la luz de su vida que estaba delante de ella. Será el sonido de unas palabras que pronuncian su nombre el que la hará despertar de aquel letargo en que el dolor la había sumido. No fue necesario nada más para que se despertaran todas las sintonías del amor que escuchar su nombre en los labios de Jesús. Todo se hacía música para ella y comenzó de nuevo a cantar su corazón. Había sido la nota palpitante que la había despertado y todo su amor se desbordaba. Seguramente las lágrimas seguían desparramándose de sus ojos, pero ahora eran de alegría en el amor recobrado.

¿Nos embargarán también a nosotros las lágrimas del amor o las lágrimas que nos hacen sensibles al dolor de los demás? ¿Será acaso que ya no sabemos llorar? Despertemos de nuevo la sensibilidad del corazón. Pero quizás también necesitamos oír una voz, una palabra con nuestro nombre en los labios de Jesús. ¿Qué tendríamos que hacer para escucharla? Miremos cómo vamos a afinar las fibras de nuestro espíritu para que podamos entrar de nuevo en esa sintonía de amor. Hay un paso de Dios por nuestra vida que va a ajustar la música de nuestro corazón, dejémonos encontrar por ese paso de Dios que lleva a esa nuestra vida que muchas veces aun permanece junto a la puerta de una tumba. También nosotros tenemos que resucitar.

lunes, 1 de abril de 2024

Unas primeras evangelizadoras, primero llenas de miedo por la sorpresa, pero luego inundadas de alegría anuncian valientemente que Jesús ha resucitado

 


Unas primeras evangelizadoras, primero llenas de miedo por la sorpresa, pero luego inundadas de alegría anuncian valientemente que Jesús ha resucitado

Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Salmo 15;  Mateo 28, 8-15

Las sorpresas en muchas ocasiones nos dejan descolocados y no sabemos cómo reaccionar; si además hemos estado pasando por momentos de gran tensión, aunque nos esforcemos por mantener la serenidad y el equilibrio en aquellas cosas que tenemos que hacer, sin embargo siempre nos fallan las cosas, no solemos prevenirnos lo suficiente para los inconvenientes que nos pueden sobrevenir y si a esto se añade la sorpresa de lo inesperado, aunque nos hubieran barruntado que eran cosas que podían suceder, nos hace reaccionar de forma incontrolada mezclándose multitud de sentimientos en nuestro interior y teniendo reacciones bastante dispares.

¿Con qué estado de ánimo iban aquellas mujeres en la mañana del primer día en dirección al sepulcro? Mucho habían pasado la mañana y la tarde del viernes, grande había sido la soledad que habían sufrido durante el sábado sin poder hacer nada, y ahora se apresuraban para a tiempo aun poder embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús con sus ungüentos y perfumes; hasta se habían olvidado de llevar a alguien que les ayudara a correr la piedra de la entrada del sepulcro.

Comienzan las sorpresas, porque la piedra está rodada; dentro no se encuentran el cuerpo de Jesús; tienen unas visiones que a ellas les parecen que son Ángeles los que les hablan preguntando por qué buscan allí el cuerpo de Jesús; cómo buscar entre los muertos al que vive, buscan a un crucificado y se les anuncia que está vivo, que ha resucitado. Vienen quizás a su mente las palabras de Jesús cuando anunciaba lo que le iba a pasar y siempre terminaba hablando de resurrección; pero ellas como el resto de los discípulos aquello nunca lo habían entendido. Y ahora parece que es realidad.

Corren sorprendidas, llenas de miedo y al tiempo de gozo y alegría, se mezclan los sentimientos, para ir a contarlo a los discípulos que allá andan encerrados en aquella sala que les habían prestado para la cena pascual y se había convertido en su refugio. Pero se detienen en seco porque es Jesús mismo el que les sale al encuentro. Era verdad, lo que les había dicho el ángel, lo que El había anunciado; lo creen y no lo creen como sucede en estos casos de sorpresa y cuando todo se provoca a la alegría. Quieren abrazarle los pies. Pero las palabras de Jesús que les invita a la alegría, son también un envío, han de ir a anunciar todo esto a los discípulos, las primeras portadoras de la Buena Noticia, las primeras evangelizadoras y precisamente unas mujeres, porque además han de ir a Galilea.

Sorpresa y alegría, temores producidos por la sorpresa porque como suele suceder no se lo terminan de creer, pero también la confianza de un anuncio, la misión de un primer envío que un día será por toda la tierra, unas sencillas mujeres que son las primeras que reciben el mensaje, pero que han de ser las primeras también en transmitirlo, en comunicarlo a los demás.

Es la alegría que seguimos viviendo nosotros también la pascua. Que se disipen nuestras dudas, que se apaguen los nubarrones de los miedos, que sintamos la fortaleza de quien va con nosotros, porque nos ha salido al encuentro pero para estar con nosotros, para también nosotros seguir haciendo ese anuncio hoy.

De lo que hemos celebrado a lo largo de toda la semana santa, de lo que vivimos y celebramos en la vigilia pascual y en el día de Pascua, ¿qué nos queda? ¿Será una cosa que archivamos en los recuerdos y si acaso algún día hacemos memoria de aquello que entonces vivimos y volvemos a abrir ese archivo de nuestros recuerdos? Pesan mucho las actitudes pasivas y negativas que seguimos manifestando en la rutina de los días a la que hemos vuelto como si nada hubiera pasado.

¿Seremos acaso como aquellos guardias que querían mantener que en el sepulcro no había pasado nada y a lo más es que algunos habrían venido de noche para robar el cuerpo de Jesús? ¿Seguiremos todavía con sepulcros sellados y cerrados porque no nos queremos convencer que Cristo está vivo porque quizás nos da miedo hacer ese anuncio a nuestro mundo? Ellos se dejaron sobornar por el dinero, ¿por qué miedos nos dejamos sobornar nosotros?

domingo, 31 de marzo de 2024

Tenemos que ponernos en camino a la Galilea de nuestra vida para seguirle viendo y seguir proclamando la Buena Noticia de la Pascua, que Cristo ha resucitado

 


Tenemos que ponernos en camino a la Galilea de nuestra vida para seguirle viendo y seguir proclamando la Buena Noticia de la Pascua, que Cristo ha resucitado

Romanos 6, 3-11; Marcos 16, 1-7

No podemos menos que repetir el mismo anuncio. Es la Buena Nueva de hoy y de siempre. Es el evangelio que nos manda proclamar Jesús. Es la Buena Noticia que estábamos esperando y para lo cual Jesús nos había pedido desde el principio que teníamos que creer, que teníamos que convertirnos para hacerla vida nuestra. Es la gran noticia del Reino de Dios que se realiza hoy y aquí entre nosotros cuando podemos proclamar, como hoy lo hacemos, a todo pulmón que Cristo ha resucitado.

Lo escuchamos en la noche de la Pascua y lo volvemos a repetir hoy. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Estáis buscando a Jesús, el Nazareno, el crucificado? No está aquí. ¡Ha resucitado! Mirad el sitio donde lo pusieron’. Efectivamente la tumba está vacía y eso hará correr a aquellas buenas mujeres que con la mejor buena voluntad del mundo aquel primer día de la semana habían ido para completar los ritos funerarios y embalsamar el cuerpo de Jesús que no habían podido hacer en la tarde del viernes, porque a la caída del sol comenzaba la pascua. Corrían a comunicarlo al resto de los discípulos que estaban aun encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos, a que a ellos les pasara igual. ‘Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo’.


Lo de menos ahora era que la tumba estaba vacía. Magdalena lloraría a la puerta de la tumba buscando al responsable de quien había quitado de allí el cuerpo de Jesús; vendrían a corroborarlo algunos de los discípulos, Pedro y Juan en loca carrera también por las calles de Jerusalén. Estaba la palabra del ángel. Un ángel le había anunciado a María su nacimiento, ¿habría también un ángel que a ella le anunciara también que había resucitado?

Lo importante es que Jesús les va saliendo al encuentro. A las mujeres en el camino de vuelta, a María Magdalena a la entrada del sepulcro, a los discípulos encerrados en el Cenáculo. Todos van a ir teniendo la experiencia del encuentro con Cristo vivo, con Cristo resucitado. Y nacería la fe en sus corazones. Y correría el anuncio a lo largo y ancho del mundo. Y lo sentimos vivo también nosotros que también nos sale al encuentro y lo podemos vivir. Lo hemos vivido en nuestra celebración pascual y lo sentimos palpitar en nuestros corazones. Y tiene que crecer nuestra fe y convertirse también en anuncio.

Es la Pascua. Es la Pascua hoy y ahora. No es la celebración de un recuerdo. Es la celebración de algo que vivimos. Es el hoy del encuentro con Jesús resucitado. Hemos venido haciendo un camino durante la cuaresma, hemos querido subir con El hasta esta Pascua pasando por el desierto o el monte de la cuarentena, con nuestras dudas y con nuestras reticencias que se habían hecho tentaciones en nuestra vida; quisimos subir con El al Tabor, porque allí también nos había invitado para que aprendiéramos a descubrir la luz; bajamos a la llanura de la vida y fuimos escuchando sus anuncios que algunas veces parecía que se nos hacían duros a los oídos y más aun al corazón, por aquello de lo que teníamos que desprendernos, aquello de lo que teníamos que purificarnos; nos dimos cuenta que la semilla hay que enterrarla para que dé fruto y eso nos costaba; pero quisimos atravesar el pórtico del monte de los olivos para con El entrar en la ciudad santa y con cierto temor nos acercamos un poquito al Calvario.

Ha sido el camino que nos ha conducido a la Pascua, porque nos hemos dado cuenta del paso del Señor por nuestra vida que nos ha ido renovando, purificando, fortaleciendo, transformando. Hoy sentimos la alegría de la Pascua, de contemplarlo resucitado, pero de sentir cómo nos ha llevado a nosotros también a la resurrección, porque ha sido Pascua en nosotros. No es un recuerdo, es la realidad que ahora estamos viviendo, es el gozo grande que ahora se desborda de nuestro corazón, porque nos sentimos con vida nueva, con la vida del resucitado.

A nosotros también nos manda a ir al encuentro con los hermanos, a nosotros nos manda también que vayamos a la Galilea de nuestra vida, para seguirle viendo, para seguir encontrándonos con El. Galilea fue aquel lugar donde principalmente hizo su vida y el anuncio del Reino de Dios. Galilea es el día a día de nuestra vida, de nuestras familias, de nuestros vecinos y nuestros amigos, de nuestros trabajos y lo que son las responsabilidades diarias de nuestra vida. Ahí tenemos que ir con el gozo de la Pascua, ahí tenemos que ir con el anuncio de la Pascua, ahí tenemos que seguir proclamando la Buena Nueva del Evangelio, ahí en esas personas con las que convivimos o con las que nos cruzamos cada día tenemos que seguir encontrándonos con El, ahí a esas personas nosotros vamos a contagiar con la alegría de nuestra pascua.

‘Que vayan a Galilea y allí me verán’, les anunciaban los ángeles en nombre de Jesús a las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío. Es lo que se nos está diciendo a nosotros. No es al pie del sepulcro, ni en lo alto del calvario donde tenemos que quedarnos. Es ponernos en camino a la Galilea de nuestra vida para seguirle viendo y para seguir proclamando al mundo esa Buena Noticia.