jueves, 4 de abril de 2024

Jesús no nos deja solos en las oscuridades de nuestros desalientos

Jesús no nos deja solos en las oscuridades de nuestros desalientos, pone muchas señales de su amor con los panes y los peces sobre las brasas que alimentarán de nuevo el fuego de nuestro corazón

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Salmo 117; Juan 21, 1-14

La riqueza de nuestro lenguaje nos ofrece expresiones, que casi son como sentencias, que vienen a describirnos multitud de situaciones por las que podamos estar pasando y que vienen a ser como una manifestación de una cultura o de una filosofía de la vida que condensamos en esos refranes.

‘A perro flaco todo son pulgas’ decimos cuando se amontonan los problemas, las situaciones que se nos vuelven difíciles de resolver, pues decimos también que ‘nunca ningún mal viene solo’. Por supuesto no podemos ser pesimistas ni fatalistas en la lectura de la vida, aunque si es verdad que muchas veces nos encontramos que los problemas se nos juntan y hacen montañas y nos llenamos de desaliento y desánimo.

Los apóstoles habían tenido unas horas bajas, con todo aquello del prendimiento de Jesús y cómo los judíos lo llevaron a muerte. Ya desde un primer momento, allá en el huerto cuando el prendimiento lo abandonaron y huyeron. Algunos andaban algo despistados de acá para allá como le sucedió a Tomás, otros habían intentado marchar a sus casas y sus ocupaciones, y allí estaban en Cafarnaún un grupo de aquellos apóstoles desalentados porque aún les costaba entender que Jesús hubiera resucitado. Pedro se quiere ir a pescar, allá estaba aún la barca y las redes, y los que estaban con él se ofrecieron a acompañarle. ‘Me voy a pescar… Nosotros vamos contigo’, es el diálogo escueto que nos ofrece en esa ocasión el evangelista a más de darnos algunos nombres de los que se fueron a pescar.

Pero aquella noche no cogieron nada. Parece que se repiten algunas circunstancias. Alguien pregunta desde la orilla si tienen pescado y ante la negativa les sugiere que echen la red por el otro lado. Y aunque cansados, y por qué no aburridos por no coger nada, hacen lo que se les pide y ahora de nuevo la redada de peces es bien grande.

¿De quién era aquella voz que les hablaba desde la orilla y ellos no reconocieron? Será Juan, el discípulo amado que hace unas noches en la cena había recostado su cabeza en el pecho de Jesús el que tendrá una sensibilidad especial para reconocer en aquel timbre de voz que le llegaba parecía desde la lejanía, era la voz de Jesús. ‘Es el Maestro, es el Señor’, le dice a Pedro y este se lanzará al agua tal como estaba para llegar pronto a los pies de Jesús. Los demás vendrán en la barca arrastrando la red, pues la redada había sido bien grande.

Es de nuevo la Palabra de Jesús, es la voz del Maestro que en su pesadumbre y en sus oscuridades no supieron reconocer pero sí obedecer, el que les abre nuevos caminos llenos de esperanza. No importa ya lo pesada que sea la red cargada de peces, pero ellos la arrastran hasta la orilla, como un signo de aquella nueva pesca que realmente han de comenzar a realizar. Un día se les había dicho que serían pescadores de hombres.

La mesa está servida, podíamos decir, porque Jesús ha estado al tanto de todo y ya sobre unas brasas hay unos peces y unos panes. ‘Vamos, almorzad’, son las palabras que se escuchan porque parece que nadie se atreve hablar, nadie se pregunta ya, porque todos saben muy bien que es el Señor.

Jesús no nos deja solos, por muchas que sean las oscuridades en que andemos o nos vayamos metiendo en la vida. Los desalientos y los desánimos ensombrecen el corazón y ciegan los ojos. Las ilusiones no bien fundamentadas pueden hacernos daño y hacer que andemos a la deriva. Nos hace falta sentirnos seguros para sentirnos fuertes. Y solo lo podemos estar cuando escuchamos la voz del Señor que nos llama, nos hace prestar atención, nos hace mirar al sitio verdadero donde encontrar la luz y la salvación. Pero somos nosotros los que no podemos amodorrarnos, dejarnos arrastrar por las desilusiones, aflojar la tensión del espíritu para caer en la tibieza que será mucho más dañina que estar frió del todo porque nos llena de confusiones.

Sepamos ver al Señor, escuchar su voz, reconocer tantos signos de amor que va poniendo a nuestro lado, para nosotros tiene también aunque no sepamos verlo los peces y los panes sobre las brasas para alimentarnos y hacer que de nuevo renazcamos a la vida.


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