jueves, 4 de abril de 2024

Lo que hemos vivido y celebrado tiene que provocar en nosotros un entusiasmo renovador de nuestra fe, ¿hasta dónde nosotros hoy seguimos siendo testigos?

 


Lo que hemos vivido y celebrado tiene que provocar en nosotros un entusiasmo renovador de nuestra fe, ¿hasta dónde nosotros hoy seguimos siendo testigos?

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Salmo 8; Lucas 24, 35-48

Seguían con sus dudas, con su incredulidad… algunas veces nos cuesta dar el brazo a torcer, como se suele decir, o bajarnos del burro. Hay momentos y cosas en la vida que aunque parezcan claras para todo el mundo, dentro de nosotros, sin saber por qué, permanece la duda, no terminamos de creernos aquello que nos dicen, aquello que incluso nuestros propios ojos han contemplado; y nos buscamos otras explicaciones, y decimos que hay algo escondido detrás, y no nos entra en la cabeza. Sobre cosas o acontecimientos que nos cuentan, que vemos a través de noticias, de cosas que se dicen y que tratan de explicarnos cosas de la vida.

Así andaba el grupo de los discípulos aquel primer día de la semana, a pesar de todos los acontecimientos y noticias que iban llegando. Ya desde la mañana las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, las visiones de ángeles que contaban que habían tenido, pero que se lo habían tomado como ensoñaciones de mujeres, ahora habían llegado aquellos dos que se habían marchado a Emaús y que habían vuelto a marchas forzadas porque eran una buena noticia que traían, Jesús había estado con ellos en el camino y se había aposentado en su casa, les había hablado y ellos habían sentido algo especial en su corazón sin saber qué, pero al final lo habían reconocido en la fracción del pan. Pero el grupo seguía erre con erre, sin terminarlo de creer.

Y ahora Jesús mismo estaba entre ellos, que se sintieron todos sorprendidos y ahora sí que no sabían qué decir o qué argumentar. Incluso les había pedido si tenían algo que comer, para que vieran que no era un fantasma. Y de nuevo Jesús, como con los discípulos de Emaús se había puesto a explicarles las cosas, a traer a colación las Escrituras donde todo estaba anunciado, y les había abierto el corazón y el entendimiento para que entendieran las Escrituras.

‘El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’. Será cuando el Espíritu del venga sobre ellos en Pentecostés cuando lo comprenderán todo y se convertirán en esos testigos de cuanto había sucedido.

¿Hasta donde nosotros hoy seguimos siendo testigos de todo eso que ha sucedido? Hemos venido contemplando y celebrando en estos días, Fue toda la semana de la pasión para la que nos habías venido preparando durante toda la Cuaresma. Está en el fondo esa fe que tenemos en el corazón y que tanto tenemos que renovar. Lo que hemos vivido y celebrado en estos días tenía que ser en verdad para nosotros esa renovación de nuestra fe. Pero ¿cómo seguimos? ¿Nos habrá faltado algo? Porque está pasando la pascua, realmente estamos aun en los primeros días, y parece como si todo ya nos quedara tan lejos que hemos perdido fuelle, hemos perdido entusiasmo.

Y nos siguen apareciendo dudas y desánimos, caemos de nuevo en la rueda de la rutina y vamos perdiendo la intensidad de lo que supuestamente hemos vivido y celebrado. También nos vamos a nuestras cosas, o nos encerramos en las cosas de siempre, haciendo que todo sea lo mismo. Es como si nos faltara algo. Hay comunidades vivas que han vivido con toda intensidad esa fiesta de la Pascua que ha tenido que significar la resurrección del Señor, aunque también lamentablemente hemos de reconocer que esa fiesta quizás nos ha faltado, ha faltado algo que le diera más calor y viveza a nuestra celebración, por eso tan pronto quizás nos enfriamos. No serán las dudas o interrogantes quizás, porque quizá ni nos lo planteamos, sino la fuerza de la rutina que nos hace tibios en nuestro espíritu.

Renovemos el calor de la pascua, que en verdad sintamos con toda intensidad la presencia del Señor resucitado en medio nuestro, y podamos entonces con valentía y con alegría desbordante hacer el anuncio de la resurrección del Señor.

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