lunes, 25 de noviembre de 2024

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

 


Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando como lo es nuestra vida

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Salmo 23; Lucas 21,1-4

Un grano de arena por pequeño e insignificante que sea siempre será un grano fundamental en la construcción que con ese material estamos edificando. Algunos pueden decir, ¿pero un simple grano de arena? Otros granos habrá, podrán argumentarnos. Pero si cada grano de arena, o todos los granos de arena, porque se consideran pequeños y como tal innecesarios se marchan, vamos a decirlo así, a otra parte, ¿qué es lo que quedará para esa construcción?

Jesús está en el templo, en las cercanías de la entrada quizás, pero ciertamente en un lugar desde el que puede observar a quienes van entrando en el templo; cercana está el arca de las ofrendas y según van entrando allí van poniendo sus limosnas o su contribución al servicio del templo, como queramos verlo; algunos quizás con grandes aspavientos, como suele suceder con los fariseos, echan ofrendas ‘generosas’ en el arca, pero Jesús observa a una pobre mujer, una viuda pobre según se ve por sus circunstancias, que también deposita su ofrenda. Ha pasado desapercibida, porque además no han sonado escandalosamente las monedas, porque solo echa unos cuartos.

Y aquí viene el comentario de Jesús, ‘En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.

Siempre nos hemos quedado en el comentario de la generosidad de aquella mujer que solo tiene unas monedas y ‘ha echado todo lo que tenía para vivir’. Pero creo que hay algo más, aunque ya eso de por sí es enormemente significativo y muchas veces lo hemos comentado. Pero vamos a fijarnos en esas dos monedillas, que podríamos pensar que ni se iban a notar entre todas las otras generosas ofrendas que se realizaran. Pero eran importantes, es su contribución para Dios, es su contribución para el culto, es su contribución a lo que es la organización de aquella sociedad que giraba en torno al  cumplo del templo, es su contribución para las obras sociales o benéficas que se hicieran a partir de las ofrendas del templo.

Y aquello era valioso. Aquella mujer en su pobreza no se desgajaba de su sociedad, de su mundo ponía su pequeño grano de arena tan importante con los otros grandes pedruscos, vamos a seguir con la imagen, con que otros contribuían. Y eso nos puede estar diciendo mucho a nosotros, a la contribución que cada uno desde lo que es y desde lo que tiene está haciendo, tenemos que hacer por el bien de nuestro mundo de nuestra sociedad. Cuantas veces, quizás en nuestra tacañería, nos escudamos en nuestra pobreza; en que yo no valgo, es que yo qué puedo aportar, es que yo tendría que pensar primero en mi mismo, en mis necesidades y problemas… aquella pobre viuda no lo pensó así.

Y recordamos otros episodio bíblico que hemos meditado recientemente acompañando también a este evangelio de la viuda del templo de hoy, aquella cananea que solo le quedaba un poco de aceite y un poco de harina para hacer un pan para ella y su hijo y después esperar la hora de la muerte, pero cuando el profeta se lo pide generosamente lo ofrece y la alcuza de aceite no se consumió ni la orza de harina se vació.

¿Dónde está nuestro compromiso? ¿Dónde guardamos o ponemos nuestro pequeño grano de arena? ¿Dónde habremos enterrado el talento que se nos ha confiado y recordamos más pasajes evangélicos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos? ¡Qué importante es nuestro pequeño grano de arena!

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