martes, 26 de noviembre de 2024

No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

 


No podemos quedarnos impasibles permitiendo que se destruya ese templo hermoso de la vida que Dios ha llenado de tanta belleza

Apocalipsis 14,14-19; Salmo 95; Lucas 21,5-11

Cuando una cosa que nosotros consideramos de gran valor, una joya, una obra de arte, algo quizás muy querido para nosotros vemos que se resquebraja en nuestras manos y se destruye sentimos un gran pesar y dolor por la pérdida; me viene a la mente lo que habrán sufrido los damnificados por la DANA recientemente en Valencia cuando veían que perdían sus casas y sus pertenencias, que estaban en peligro por sus vidas, que muchas de aquellas cosas valiosas que tenían se las llevaba la inundación, grande sería su dolor.

Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús les anuncia que aquel templo tan hermoso, del que todos se sentían orgullosos y al que amaban mucho por su significado en sus vidas como pueblo y como pueblo creyente un día va a ser destruido. Grande sería la decepción que sentían en aquellos momentos, y aunque aun no había sucedido – cuando nos lo narra el evangelista habla ya de hechos pasados y consumados – el dolor que sentían sería también abrumador.

Pero Jesús está queriendo decirles algo más. Aquel templo sería destruido, pero un día Jesús había hablado, aunque no lo habían comprendido, que podrían destruir ese templo y El en tres días reconstruirlo. Los evangelistas nos dirán que los discípulos lo entendieron después de su muerte y de su resurrección, porque El estaba refiriéndose no solo a aquel templo material, sino al templo de su cuerpo, estaba anunciando su muerte y resurrección.

Creo que desde esa honda tenemos hoy nosotros que escuchar este evangelio. Y es que a continuación Jesús habla de muchas cosas que les causarían dolor, les habla de catástrofes naturales, como les habla de violencias y de guerras; parece que está haciendo un anuncio de la historia, pero también estuviera hablando del momento final de la historia, del fin del mundo. Ciertamente no deja de hacerlo, pero algo más quiere decirnos Jesús.

¿Hablaba de aquel templo, pero hablaba del propio templo que era su Cuerpo? ¿Nos estará hablando de ese templo de Dios que somos nosotros también? ¿Y de igual manera no lo llenamos también de muerte? ¿De alguna forma no estaremos en el devenir de nuestra historia personal llenándonos de muerte, y no es ya solo la muerte corporal que un día nos sucederá cuando llegue el final de nuestros días sino de esa muerte que nos inflingimos cuando no estamos amando de verdad la vida?

Catástrofes y violencias, odio y muerte que se suceden en nuestra historia, que vamos viviendo también en nosotros cuando nuestras relaciones se llenan de violencias, de resentimientos, de venganzas, de orgullos y envidias, de egoísmo y de insolidaridad. Nos está recordando Jesús lo que puede ser nuestra vida cuando cerramos nuestros oídos a su evangelio, cuando desterramos de nosotros el amor y las buenas maneras, cuando nos entran las desconfianzas y nos dejamos envolver por la malicia. Muchas veces nuestras mutuas relaciones son peores que una guerra, la violencia con que avasallamos tantas veces a los que nos rodean es peor que las avalanchas de unas inundaciones que todo se lo llevan por delante, nuestros orgullos y nuestro amor propio con verdaderos terremotos que echan abajo los cimientos de la amistad y de las buenas relaciones, el odio nos oscurece la vida peor que una noche de tinieblas si perdiéramos el sol y se cayeran las estrellas del cielo.

Y Jesús nos dice que todo eso está por venir, que en esas redes podemos caer, pero que de esas catástrofes y calamidades con que llenamos nuestra vida podemos salir. Las palabras de Jesús son una alerta, un toque de atención, pero también una luz de esperanza, que bien necesitamos. No  nos dejemos engañar, nos dice, porque serán muchas las confusiones que nos sobrevendrán. Tengamos la certeza de que Dios está con nosotros y con El tenemos asegurada la victoria, podemos hacer un mundo nuevo. Es nuestra tarea y es el compromiso de nuestra fe.

¿Dejaremos que se destruya ese templo y nos quedamos impasibles? ¿Dejaremos que se destruya nuestra vida, nuestro mundo, nuestras relaciones con los demás, la convivencia, la Paz? No son cosas sobrevenidas sino que son cosas que nosotros hacemos o en nuestra dejación contribuimos negativamente.

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