martes, 29 de octubre de 2024

Planta de mostaza que nos acoge bajo sus ramas y levadura que se diluye en la masa del mundo para fermentarlo para algo nuevo que es el Reino de Dios

 


Planta de mostaza que nos acoge bajo sus ramas y levadura que se diluye en la masa del mundo para fermentarlo para algo nuevo que es el Reino de Dios

Efesios 5, 21-33; Salmo 127; Lucas 13, 18-21

Cuando soñamos con un proyecto en nuestra imaginación, pero también fruto de nuestros deseos, aspiramos a realizar algo grande e importante; ya nos estamos viendo en medio de la grandiosidad de lo que hemos soñado y cuando pensamos que lo tenemos realizado llenos de orgullo por aquello que hemos logrado y que pudiera ser quizás beneficio para tantos. Pero quizás nos olvidamos de una cosa, de los pasos que hemos de dar para lograrlo, de cómo tienen que ser sus comienzos y nos olvidamos de aquellos primeros granos de arena de aquellos primeros trazos que hicimos y que fue el cimiento de lo conseguido al final. Tenemos que aprender a valorar esas pequeñas cosas que nos podrían parecer insignificantes, pero que nos hicieron soñar cuando humildemente pusimos aquellos sencillos cimientos.

Creo que es pensamiento que nos puede ayudar mucho en la vida, empezando por ser humildes y valorar esas pequeñas cosas que vamos realizando en la vida, o que vemos realizar a los demás. No lo podemos realizar sin esos pequeños granos de arena, que tan insignificantes son que se los puede llevar el viento.

Hoy Jesús se pregunta en su diálogo con la gente con que puede comparar el Reino de Dios que está anunciando y queriendo construir, con qué puede ser semejante. Había salido Jesús por aquellos caminos y aldeas de Galilea anunciando la llegada del Reino de Dios; en las gentes se despertaba la esperanza, porque además en la idea que tenían del Mesías ese Reino parecía que tenía que ser algo muy material, porque sería reconstruir la soberanía de Israel frente al dominio que estaban sufriendo de pueblos extranjeros, en este caso de Roma. Quizás la gente que en principio parecía tan entusiasmada con el anuncio de Jesús podía desinflarse, porque no veían cumplir sus esperanzas como ellos soñaban. Lo mismo le podía suceder a aquel grupo de discípulos más cercanos que siempre estaban con Jesús y a los que nos faltaban también sus ambiciones, a pesar de todo lo que Jesús les iba enseñando.

Y ahora nos dice que la semejanza está en ese pequeño arbusto que podría pasar desapercibido incluso entre árboles más grandes a su alrededor, la mostaza en la insignificancia de su semilla, y en la humildad de su planta. Pero Jesús les dice que será algo grande, porque los pájaros del cielo vendrán a anidarse en ella. Entre los sueños de grandeza que se habían ido elaborando en sus cabezas, parece que aquella imagen no terminaba de convencerles.

Pero habla también Jesús de la levadura. Un polvillo que podría deslizarse entre los dedos y hasta perderse llevado por el viento. Pero Jesús les habla de lo importante de la levadura; sin ella no puede fermentar la masa, es así cómo podrán elaborar el pan que los alimente, haciéndolo fermentar y crecer para darnos unas hermosas y jugosas hogazas de pan para el alimento de cada día. Pero qué hace la levadura, tiene que mezclarse bien entre la masa, hasta de alguna manera desaparecer o confundirse con la masa; pero tendrá su efectividad.

Y nos está diciendo Jesús cómo tenemos que ser esa planta, que aunque nos parece pequeña tiene que ser acogedora, o ser como esa levadura que se mezcla con la masa para hacerla fermentar. Algo que nos parece humilde, pequeño, incluso insignificante, pero que no es nada insignificante porque nos va a producir unos grandes efectos.

Y es aquí cuando en nuestra reflexión tenemos que preguntarnos, por ejemplo, en qué medida estamos nosotros siendo esa levadura en medio de nuestro mundo. Es el paso importante que tenemos que dar en lo que es nuestra vida cristiana; no somos cristianos para nosotros mismos, como la levadura no es para sí misma. Tenemos que ser cristianos para los demás, tenemos que ser cristianos en medio de los demás, tenemos que ser cristianos que seamos en verdad levadura en medio del mundo.

¿Lo estaremos siendo? ¿Se nota la presencia de los cristianos en medio de la sociedad influyendo desde nuestros valores, desde nuestros principios, o acaso nos hemos diluido tanto que más bien hemos sido absorbidos por la masa de ese mundo? No quiero ser pesimista ni derrotista, pero algunas veces tendríamos que pensar si en nuestra sociedad somos tantos los cristianos ¿cómo es que no influimos en los valores de esa sociedad que por otra parte vemos como se van perdiendo principios y valores cristianos, cada vez es una sociedad más descristianizada, se ha ido perdiendo el sentido de Dios y de lo religioso?

Tenemos que despertar los cristianos. Y no es que tengamos que hacer ostentosas representaciones del hecho religioso, no es que tengamos que presentar a los ojos del mundo unas liturgias muy solemnes y esplendorosas, no es que tengamos que cargar a nuestras imágenes religiosas de tanta ostentación y rodearlas de tantos oropeles, sino que cada uno de los cristianos tiene que ser un testigo en medio del mundo de esos valores que nos enseña Jesús en el Evangelio, de lo que de verdad es el Reino de Dios.

Creo que son cosas que nos tienen que hacer pensar. Pensemos en lo que soñamos de cómo nos gustaría la presencia de la Iglesia en medio del mundo, muchas veces más pensando en prestigios y vanidades humanas, y si está en consonancia con lo que Jesús nos enseña en el evangelio.

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