martes, 24 de septiembre de 2024

Una nueva dinámica para nuestra vida, la del amor, con nuevas actitudes y nuevos horizontes a los que no podemos poner barreras

 


Una nueva dinámica para nuestra vida, la del amor, con nuevas actitudes y nuevos horizontes a los que no podemos poner barreras

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Salmo 118; Lucas 8, 19-21

Nada que tenga que ver con el amor podrá jamás encerrarnos en nosotros mismos. Dejaría de ser amor. El amor siempre es expansivo, el amor abre horizontes, nunca puede ser un circulo cerrado, nunca convierte a nadie en el centro de si mismo, amarse a si mismo para excluir a los demás no tiene sentido, nunca puede ser excluyente. Es algo de la esencia de la persona. En nombre del amor nunca podremos excluir a nadie. Cuando vamos por la vida excluyendo a personas no hemos entendido la esencia de nuestro ser y podríamos decir que nos estamos traicionando a nosotros mismos.

Sería lo que en verdad nos haría felices y crearía una humanidad de felicidad, pero sabemos que nos cuesta. No todos lo entienden ni lo viven y pueden parecer tan felices. Pero hay un vacío. Sin embargo nos confundimos y nos dejamos contagiar por esos brotes de insolidaridad y de un amor propio que no es verdadero amor y que nos llevan a la guerra. Nos hemos inventado muchas maneras de hacernos la guerra cuando dejamos meter las sombras del egoísmo y de la insolidaridad en nuestro corazón. Tenemos que estar atentos y vigilantes para encontrar lo que de verdad va a llenar nuestra vida.

Es lo que ha venido a enseñarnos Jesús. Estando con El nuestros horizontes tienen que ampliarse porque nos pone en un camino nuevo que nos lleva a la plenitud de nuestro ser. No quiere Jesús que en nombre de ningún amor entremos en esas dinámicas de exclusivismos y de exclusiones.

Hoy en el relato del evangelio se nos habla de una visita de María y sus parientes a Jesús en medio de su predicación. ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’, le dicen. Siempre en una primera impresión nos ha sorprendido la respuesta de Jesús. Se pregunta ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Nos podría parecer sorprendente esa pregunta que se hace Jesús y la respuesta que les da. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’, viene a decirles Jesús.

Nos podría parecer que Jesús niega la importancia de aquella visita y de la presencia de María y su familia junto a El, pero no es así. Jesús nos está abriendo horizontes, por así decirlo. Amamos a los padres, amamos a la familia, amamos a aquellos por quienes nos sentimos queridos y amados, pero nuestro amor nunca se puede quedar ahí. El sentido de vida que Jesús nos está dando es que tenemos que ampliar esos horizontes del amor y nuestro amor tiene que ser más universal; no es un amor exclusivo, sino siempre un amor abierto. Porque quienes le escuchan, quienes escuchan la Palabra de Dios están entrando en otra órbita de la vida porque nos sentimos obligados a amar, y amar a todos sin exclusión.

Por eso como hemos venido reflexionando se acaban los exclusivismos. Como nos dirá en otro momento no solo saludamos a los que nos saludan, no solo amamos a los que nos aman, entramos en otra dinámica con un amor que tiene que ser siempre universal. Nos salimos de nosotros mismos pero no hacemos círculos que nos encierren sino que siempre tienen que estar las puertas abiertas, al horizonte de esos campos de la vida en que entramos ya no podremos poner barreras.

Qué lástima que no lo terminemos de entender; pero no solo hemos de saberlo en la cabeza – como tantas veces decimos, ‘eso lo sé yo’ – sino que tenemos que comenzarlo a sentir desde lo más hondo de nuestro corazón. Es una nueva humanidad que nace desde el amor cuando así nos sentimos amados de Dios. Porque ‘el amor consiste’, como nos dirá san Juan en sus cartas, ‘no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero’. Es una nueva dinámica para nuestra vida que tenemos que traducirla en muchas nuevas actitudes para cuantos nos rodean.

 

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