viernes, 20 de septiembre de 2024

Tendríamos que preguntarnos con sinceridad que auténticos signos estamos dando del Reino de Dios que intentamos anunciar y proclamar

 


Tendríamos que preguntarnos con sinceridad que auténticos signos estamos dando del Reino de Dios que intentamos anunciar y proclamar

1Corintios 15, 12-20; Salmo 16; Lucas 8, 1-3

Nos convencen más las obras que las palabras. Seguramente muchas veces hemos escuchado a alguien que habla muy bien, tiene, por decirlo así, bonito discurso, sus palabras y sus ideas incluso nos pueden parecer originales, o al menos nos llaman la atención, sin embargo será algo que realmente no termina de convencernos, pero sobre todo porque solo lo vemos en las palabras, en el mundo de las ideas, pero eso no provoca el querer realizarlo o convertirlo en ideal de nuestra vida porque no lo vemos reflejado en aquel que nos habla. Filosofía, decimos, pero que no nos lleva a nada, sin querer con esto que decimos menospreciar el mundo de la filosofía; pero es el concepto popular que se tiene.

Nos convence el que aquello que propone lo realiza de alguna manera, en su vida o en su actuar y su compromiso por los demás. Lo cual ya de principio en esta reflexión nos tendría que hacer pensar que sucede que los cristianos teniendo tan grandes y altos ideales de vida, sin embargo no terminan de calar en el mundo que nos rodea.

Este breve pasaje que nos ofrece hoy el evangelio creo que nos ayuda a pensar en esto que estamos diciendo, que más que las palabras nos convencen las obras. La gente entusiasmada seguía a Jesús, porque realmente sus palabras calaban, despertaban esperanza, las encontraban llenas de sentido y sentían que con el mensaje de Jesús una nueva vida podría comenzar a vivir. Recordamos como hay pasajes en el evangelio que nos expresan las opiniones de la gente en este sentido; ‘nadie ha hablado como este hombre’, se decían, pero también decían que Jesús hablaba con autoridad. ¿Dónde estaba esa autoridad de Jesús?

Los signos que le acompañaban. Si en la Sinagoga hablaba de la pronta llegada del Reino de Dios, pronto daba señales de ello liberando a los poseídos del malignos, venciendo todo mal y enfermedad con las curaciones que hacía, y aquellos milagros que realizaba se convertían en verdaderos signos del Reino de Dios que anunciaba. Lo hemos ido reflexionando en día pasados en el evangelio de esos primeros pasos de Jesús por Galilea.

Hoy el evangelista nos dice que Jesús recorría los pueblos y ciudades de Galilea, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, enseñando, proclamando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Pero Jesús no iba solo. Quienes le acompañaban ya eran un signo para aquellas gentes de ese Reino de Dios que Jesús anunciaba. Allí iban sus primeros discípulos, aquellos que un día lo  habían dejado todo por seguir a Jesús, recordemos los pescadores de Galilea; pero allí les acompañaban también nos dice el evangelista algunas mujeres que habían sido curadas de diversas enfermedades, y les pone nombre.

Habla de María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios; nos habla también de la mujer de un administrador de Herodes, Juana; y nos habla también de Susana y otras mujeres que ponían a disposición sus bienes en la tarea que Jesús iba realizando. Mujeres que se convierten en un signo del Reino de Dios, porque han sido liberadas del mal, porque comenzaban a vivir un sentido nuevo de la vida y aun con la buena posición de sus familias eran capaces de dejarlo todo por estar con Jesús e incluso habían entrado en la dinámica del compartir que es la dinámica del amor.

Jesús y los que le acompañaban en aquella misión apostólica que estaban realizando por toda Galilea eran en si mismo un signo de lo que anunciaba Jesús, un signo del Reino de Dios. Aquello nuevo que anunciaba Jesús era posible, aquello nuevo ya había alguien que lo estaba viviendo. No eran solo las palabras, era el testimonio de vida lo que se convertía en un signo del Reino de Dios.

¿No nos hace pensar esto? Algunas veces quizás sentimos dentro de nosotros el dolor de ver que el mundo no cambia, que el evangelio no es escuchado, que a pesar de la presencia de la Iglesia en medio del mundo no terminamos de ver acogido y realizado el Reino de Dios. ¿Nos estarán faltando signos auténticos que mostremos los cristianos con nuestra vida? ¿Se estará preocupando la Iglesia demasiado de la imagen que presenta ante el mundo, de prestigio, de poder quizás, de influencia social y política, quizás hasta de parecernos en la manera de actuar a como actúa el mundo, pero se estarán dejando de ver los verdaderos signos del Reino de Dios?

Mucho tendríamos que pensar para una reflexión sobre nuestra vida, pero también para una reflexión de lo que en verdad son nuestras comunidades cristianas, nuestros grupos cristianos y nuestras parroquias en medio del mundo que nos rodea.

 

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