martes, 6 de agosto de 2024

Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha constituido Señor y Mesías, es como lo contemplamos en su transfiguración, alimento y fortaleza de nuestra fe

 


Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos  y  lo ha constituido Señor y Mesías, es como lo contemplamos en su transfiguración, alimento y fortaleza de nuestra fe

Daniel 7, 9-10. 13-14; Salmo 96; Marcos 9, 2-10

‘No termino de entenderte’, le decimos quizás en un momento determinado a alguien con quien manteníamos una buena amistad, pero cada día van saliendo aspectos distintos de la persona que en cierto modo nos descolocan entre aquello que nosotros pensábamos que era, en la imagen idealizada que nos habíamos forjado de dicha persona, o lo que nos gustaría que fuese porque así de alguna manera también parece que nosotros ganaríamos, y cosas que nos dice ahora que pueden parecer que van en contra de todo lo que hasta ahora habíamos conocido. Nos sentimos como en contradicción, nos sentimos que no sabemos en qué quedarnos, hasta quizás intentaríamos convencerle de que las cosas no son así.

¿Les pasaba algo de esto a los discípulos que seguían a Jesús? Con El se habían entusiasmado desde un principio, sus palabras, sus gestos, sus signos parecían un rayo de esperanza de que algo nuevo iba a suceder; comenzaban a vislumbrar un misterio en Jesús pero de alguna manera se dejaban llevar por los entusiasmos que lo querían reconocer como profeta y como Mesías; pero aun ahí había muchas cosas que no encajaban y que a ellos les costaba aceptar.

Mientras las gentes se entusiasman y hasta quieren hacerle rey, aunque el prudentemente se retira a la montaña lejos de aquellos entusiasmos como cuando sucedió lo de la multiplicación de los panes, ahora viene diciendo Jesús que le esperan momentos de dolor y de sufrimiento. Eso ya no les cabía en la cabeza, Pedro incluso tratará de quitarle a Jesús esa idea de la cabeza aunque va a sufrir un rechazo fuerte de Jesús. Y es que Pedro había hecho antes una confesión en que lo reconocía como Mesías, Jesús no lo había negado, pero le había dicho que aquello no era cosa salida de él, sino revelada del cielo. Pero Jesús insiste en lo que va a significar aquella subida a Jerusalén que ahora están emprendiendo.

¿Se pondría en crisis la fe que los discípulos tenían en Jesús con aquellos acontecimientos? Como Jesús hace siempre quiere preparar a sus discípulos, aunque a ellos les cueste mucho aceptar algunas enseñanzas de Jesús. Tendrán que reconocerle, es cierto, como Señor y Mesías, pero antes han de pasar por un calvario de pasión y de muerte que les hará tambalear en sus convicciones. Por eso ahora Jesús, mientras van recorriendo las llanuras y valles de Galilea poniéndose ya en camino hacia Jerusalén, se lleva a tres de sus discípulos con Él a una montaña alta. Era habitual que en medio de todos aquellos ajetreos de un lado para otro, Jesús siempre encontrará el momento para la soledad, para el silencio, para la oración, para el encuentro con Dios su Padre.

Es lo que va a suceder en aquella montaña que se eleva entre las llanuras de Galilea y que todos identificamos con el monte Tabor. Y allí, estando en oración, Jesús se transfigura en presencia de sus discípulos; su rostro resplandeciendo, sus vestidos de un blanco deslumbrador, y lo más que van percibiendo los discípulos, allí aparecen Moisés y Elías, los signos del Antiguo Testamento, la Ley y los Profetas; una nube que los envuelve cuando Pedro se siente en la gloria y querrá quedarse allí para siempre, ya está pensando en construir tres tiendas, no para ellos sino para Jesús, Moisés y Elías.

Y es entonces cuando se escucha la voz venida del cielo, ‘Este es mi Hijo, en quien me complazco’. Ha aparecido la gloria de Dios y ellos caen aturdidos por tierra. Allí se les está revelando quien es Jesús; aquel Jesús a quien habían seguido, aquel Jesús por quien estaban dispuestos incluso a dar la vida, si fuera necesario, aquel Jesús que veían venido de Dios porque hablaba cosas de Dios, pero al que no terminaban de descubrir del todo en su misterio, aquel Jesús que a veces les desconcertaba pero al que siempre querían seguir. La voz del cielo lo estaba señalando verdaderamente como Hijo amado de Dios; aquello tenía que fortalecer su fe en los momentos duros y difíciles que se les avecinaban, pero era algo que debían llevar en el corazón  hasta que tras su muerte y resurrección terminarán de comprender. Por eso les dice Jesús que no hablen de ello hasta después de la resurrección, aunque aun ellos siguen sin entender. Será entonces cuando en verdad lo van a proclamar como el Señor; Dios lo había resucitado de entre los muertos, dirían más tarde, y Dios lo ha constituido Señor y Mesías.  Todo aquello iba a ser el alimento de su fe, en todo aquello habían de descubrir el verdadero meollo de su fe en Jesús.

Nosotros hoy, en esta fiesta de la Transfiguración del Señor, también lo contemplamos y lo celebramos; queremos alimentar también nuestra fe, queremos sentirnos fuertes para no dejarnos arrastrar por tantas influencias que recibamos del mundo que nos rodea. Es la manera cómo tenemos que contemplar a Jesús, es la manera como lo vamos a sentir en lo más hondo de nosotros mismos, es la manera como también tenemos que proclamarlo, dar testimonio ante el mundo que nos rodea.


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