sábado, 20 de julio de 2024

Cuánto nos cuesta ser instrumentos constructores y signos de la paz como señal del Reino de Dios y no apagar la mecha humeante ni el pabilo vacilante

 


Cuánto nos cuesta ser instrumentos constructores y signos de la paz como señal del Reino de Dios y no apagar la mecha humeante ni el pabilo vacilante

Miqueas 2, 1-5; Salmo 9; Mateo 12, 14-21

La vida está llena de momentos de desencuentro, situaciones que si no sabemos manejar con prudencia pueden llevarnos a enfrentamientos que terminen incluso con violencias. ¡Qué fácil surge una discusión acalorada, muchas veces desde una nimiedad, pero que no saber tener el necesario control y madurez en la vida nos puede llevar a funestas consecuencias! Amistades que se enfríen, se debilitan y tienen el peligro de romperse y perderse; todos lo contemplamos con tristeza cuando vemos que hay gente que puerta con puerta no llegan ni siquiera a darse los buenos días; todos nos podemos ver envueltos en situaciones así.

Es que no me puedo callar, decimos y podemos tener razón, pero la razón ha de pasar también por saber rumiar las cosas y encontrar el momento más oportuno. Es que tenemos un mensaje que trasmitir, nos escudamos, pero mal podemos trasmitir un mensaje de paz en medio de la violencia. Algunas veces nos cuesta entender, nos cuesta dar el paso a un lado aunque sea momentáneo para evitar el enfrentamiento. Es cierto que Jesús nos dice que lo que hemos escuchado al oído tenemos que proclamarlo desde la azotea, pero nunca podemos hacer un buen anuncio desde un acaloramiento que se puede volver violento, porque además sería lo más contradictorio con el mensaje que queremos trasmitir.

Hoy comienza a decirnos el evangelista que cuando salió de allí, ya los fariseos estaban haciendo planes para quitar de en medio a Jesus. No habían soportado que Jesús hiciera el milagro de curar a un hombre un sábado y parecía que se mundo se venía abajo, y era entonces necesario eliminar a Jesus.

En otro momento dirá que ha llegado su Hora y entra decidido a la ciudad santa de Jerusalén; vemos su determinación cuando se acerca la hora de la Pascua, que va a ser su hora, la hora de la pascua definitiva. Pero no es la hora en estos momentos. El anuncio del evangelio no ha llegado a su término ni a su plenitud, pero veremos que Jesus se marcha de aquel lugar y aunque allí cura a muchos de sus males y enfermedades, les recomienda que no lo divulguen. Ya llegará el momento de su subida decidida a Jerusalén para la Pascua.

Y nos recuerda el evangelista los textos del canto del siervo de Yahvé del Antiguo Testamento. ‘Mirad a mi siervo mi elegido… sobre El he puesto mi Espíritu…no gritará, no voceará, nadie escuchará su voz por las calles… la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará…’ Es el Siervo de Yahvé, es el elegido del Señor, en los corazones se plantará su Palabra, la mano del Señor irá enderezando a los caídos, los que parecen débiles no van a ser descartados, la más mínima luz merece la pena mantenerla y ayudarla a crecer.

Creo que estos textos tienen que hacernos pensar, hacer recapacitar sobre la manera que hacemos las cosas muchas veces; no siempre destacamos por nuestra mansedumbre, no siempre seguimos el camino de la humildad y de la sencillez; muchas veces en lugar de reconstruir lo que hacemos es echar abajo aquello que nos parece poco importante o insignificante, otras tendrían que ser nuestras actitudes y nuestras posturas; mucho tiene que brillar en nosotros la humildad para decir la buena palabra a tiempo, en el momento oportuno; tenemos que estar convencidos de que tenemos que bajarnos de nuestros pedestales y que no nos podemos dejar adular por los que parecen poderosos de nuestro mundo; siempre hemos de ir con la mano tendida que busca la paz, que se ofrece para levantar al caído, que pueda convertirse en bastón para el que va renqueante por la vida.

Tenemos que ser siempre instrumentos de paz, constructores de la paz, signos de la paz que con Jesús podemos ganar en nuestros corazones. Nos convertiremos así en signos del Reino de Dios que tenemos que anunciar. Cuánto cuesta, tenemos que reconocer.


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