sábado, 13 de abril de 2024

‘Soy yo, no temáis’, escuchamos la voz de Jesús y aunque sean duros los mares embravecidos que atravesar nos sentimos seguros porque El está ahí

 


‘Soy yo, no temáis’, escuchamos la voz de Jesús y aunque sean duros los mares embravecidos que atravesar nos sentimos seguros porque El está ahí

Hechos de los apóstoles 6, 1-7; Salmo 32; Juan 6, 16-21

Cuánto necesitamos en los momentos oscuros y difíciles el sentir a nuestro lado la presencia de alguien que nos dé seguridad y confianza. Es cierto que nos creemos valientes, sabemos muy bien disimular nuestros miedos, porque no queremos que nadie sepa de nuestras debilidades. Pero en una noche oscura, si tenemos que pasar por un lugar peligroso, del que sabemos que allí han ocurrido cosas desagradables, preferimos que nos acompañe alguien. Será una noche oscura, será un lugar peligroso y arriesgado, como pueden ser tantas situaciones en la vida en que nos encontramos con la debilidad de nuestra inseguridad.

Muchos ejemplos podríamos poner, pero si somos sinceros todos nos hemos visto alguna vez en la vida en situaciones así, y ya no se trata de un camino oscuro en una noche oscura y en un lugar peligroso, todos nos damos cuenta que estamos refiriéndonos a otras muchas situaciones de la vida. Cómo queremos tener a nuestro lado quien nos dé seguridad, quien nos levante con su mano, quien dirija su mirada sobre nosotros para hacernos sentirnos seguros.

El evangelio nos habla hoy de una situación así que pasaron los discípulos atravesando el lago, pero que es signo de muchas cosas más por las que pasarían los discípulos de Jesús y precisamente por ser discípulos de Jesús.

En esta ocasión, cuando la gente, a quienes había alimentado con aquellos panes y peces que había ofrecido aquel chiquillo, y entusiasmados querían hacerle rey, Jesús les pidió a los discípulos que tomaran la barca que estaba allí en la orilla y se volvieran a Cafarnaún. El se quedó atrás y pensarían que iba a apaciguar la gente, pero la barca zarpó y Jesús no estaba con ellos. Después de estar con El nunca habían ya embarcado solos. No hubiera tenido importancia, si no fuera el viento en contra que apareció y no dejaba avanzar la barca. ¿Recordarían lo de la tempestad de otra ocasión? Era algo además habitual en el lago por su situación cercano a las altas montañas del Hermón. Cómo hubieran deseado que Jesús fuera con ellos en la barca.

Así andaban en sus esfuerzos cuando ven que alguien viene hacia ellos caminando sobre el agua. Es normal que con su cultura y sus costumbres pensaran que era un fantasma, y ya andaban gritando llenos de miedo. ‘Soy yo, no temáis’, escucharon la voz del maestro. Ya estaba Jesús con ellos de nuevo y pronto llegaron a la orilla, más pronto incluso de lo que pensaban.

‘Soy yo, no temáis’, ha tenido que decir Jesús más de una vez a su Iglesia, a sus seguidores, a través de los siglos. Cuántos mares embravecidos en la historia de la Iglesia y del mundo, que tenemos que seguir atravesando y aunque nos parezca que estamos solos, no lo estamos. Jesús está ahí, no es un fantasma, no es una ilusión ni un sueño, no es fruto de nuestra imaginación ni lo de lo que nosotros nos parezca. ¿Dónde está nuestra fe?

Soy yo, no temáis’, nos dice el Señor. Nos prometió que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos y su Espíritu está con nosotros. Muchas veces, es cierto, nos vemos turbados en los caminos de nuestra vida, nos sentimos débiles, no sabemos qué hacer, son muchas las influencias que recibimos de un lado y de otro que nos confunden, o porque nos veamos acosados por muchas cosas en contra, pero el Señor está ahí, a nuestro lado, en lo hondo del corazón, en el camino que realizamos. 

El nos va dejando muchas señales de su presencia y de su gracia. Despertemos nuestra fe.

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