martes, 9 de abril de 2024

Nunca olvidemos que por la Pascua de Jesús somos hombre nuevo porque en el bautismo hemos nacido de nuevo viviendo el paso de Dios en nuestra vida

 


Nunca olvidemos que por la Pascua de Jesús somos hombre nuevo porque en el bautismo hemos nacido de nuevo viviendo el paso de Dios en nuestra vida

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Salmo 92; Juan 3, 1-15

Hemos de comenzar diciendo en nuestra reflexión de hoy que va siguiendo los textos de la Palabra de Dios que nos ofrece la liturgia, se ven como recortados por la falta del texto de ayer, que por celebrar el misterio de la Encarnación se vieron sustituidos. Por eso nos aparece como recortado el pasaje del encuentro con Jesús de Nicodemo, aquel magistrado judío que de noche fue a ver a Jesús.

Recordamos que en el texto que se hubiera leído ayer, el inicio de la conversación de Nicodemo con Jesús, se nos ofrecían aquellas palabras de Jesús que hablaban del nacer de nuevo, que Nicodemo no comprendía, porque cómo un hombre viejo puede volver al seno de su madre para volver a nacer. Es cuando Jesús proclama solemnemente lo de nacer del agua y del Espíritu con esa referencia clara al sentido del bautismo. ‘El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es espíritu’, nos dice.

Una radicalidad que Jesús constantemente nos va planteando en el evangelio. Conversión había sido su primer anuncio para poder creer y llegar a vivir el Reino de Dios. Es la invitación continua que seguiremos escuchando de una forma o de otra a lo largo del evangelio. Ahora nos habla de un nuevo nacer, porque quien cree en Jesús es un resucitado, también con Jesús ha vivido su pascua para pasar de la muerte a la vida. Como nos hablará en otros momentos de odres nuevos para vino nuevo, o nos hablará de una vestidura nueva porque no nos valen los remiendos de lo viejo. San Pablo nos dirá que somos hombres nuevos en el que la criatura vieja tiene que haber muerto para renacer a la vida. ‘Tenéis que nacer de nuevo’,  nos dice hoy Jesús, porque nos dejamos hacer criaturas nuevas por el Espíritu.

¿No nos había hablado el principio del evangelio de san Juan que quienes creemos y aceptamos la luz que nos ofrece Jesús nacemos como hijos de Dios, no como filiación nacida de la carne o de la sangre, sino por el don de Dios en nosotros? ‘Porque a cuantos le recibieron, les dio poder ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre; estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de bacón, sino que han nacido de Dios’.

Es lo que significa la Pascua que hemos vivido y celebrado en estos días. Es lo que tiene que significar nuestra condición de bautizados en la vida. En la noche de Pascua, noche bautismal por excelencia, hemos querido renovar nuestra condición de bautizados. No es un nuevo bautismo porque ya estamos bautizados y el bautismo no se repite, pero se renueva en nuestro corazón. Por eso fuimos aspergeados con el agua bautismal después de hacer la renovación de nuestro compromiso bautismal. Aunque habitualmente empleamos la expresión de renovación de las promesas bautismales, es algo más que una promesa, es un compromiso de vida, que renovamos desde lo hondo del corazón volviendo a prometer nuestra renuncia al hombre viejo, nuestra renuncia al mal y al pecado con todas sus tentaciones, y proclamando solemnemente nuestra fe al pie del Cirio Pascual y junto a la fuente bautismal.

Es el camino que iniciamos el miércoles de ceniza cuando fuimos convocados a la conversión y a la penitencia; es el recorrido que de mano de la Palabra de Dios fuimos haciendo a lo largo de la Cuaresma; ha tenido que ser ese renacer a una vida nueva en la celebración de la Pascua. Lo seguimos recordando, lo seguimos renovando, nos seguimos empapando de ese espíritu nuevo a lo largo del tiempo pascual, lo tenemos que seguir viviendo en el compromiso diario de nuestra vida.

 

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