viernes, 1 de marzo de 2024

Con nuestro trabajo, nuestro tiempo, nuestros valores tenemos que saber también dar frutos para los demás, es la riqueza que ofrecemos al mundo que nos rodea

 


Con nuestro trabajo, nuestro tiempo, nuestros valores tenemos que saber también dar frutos para los demás, es la riqueza que ofrecemos al mundo que nos rodea

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Salmo 104; Mateo 21, 33-43, 45-46

Se me ocurre comenzar esta reflexión – porque primero que nada me la hago para mí – preguntándome qué hago con mi tiempo, qué hago con las cosas que tengo, las posesiones que pueda tener, qué hago con mi trabajo, con mis valores y cualidades; podría pensar, podríamos pensar – porque os invito a que también os hagáis esas preguntas – que es mi tiempo, que es mi trabajo, que son mis cosas y yo puedo hacer lo que me apetezca. Nos parece que no tenemos que rendir cuentas a nadie. Pero, ¿somos dueños y propietarios o somos administradores?

Es cierto que es mi vida, tengo que sentirme responsable de mi vida, de lo que soy, de lo que tengo; busco en el fruto de lo que hago, es cierto, un rendimiento podríamos decir personal. Pero ¿podemos vivir así aislados del mundo que me rodea de manera que lo que yo haga no tenga repercusión en los demás? Creo que son reflexiones que tenemos que hacernos en la vida y encontrar así el verdadero valor de lo que somos y de lo que hacemos.

Además, ese rendimiento, como lo llamábamos antes, no se puede quedar en lo material porque sabemos que es mucho más hondo lo que somos, lo que tenemos y lo que conseguimos. La persona nunca se queda solo en unos, llamémoslos así, rendimientos materiales; hay, tiene que haber un crecimiento y enriquecimiento interior, algo profundo en nosotros que dará grandeza a nuestra vida y con lo que estaremos enriqueciendo espiritualmente nuestro entorno, a cuantos nos rodean. Por eso, tendríamos que seguir preguntándonos si somos unos meros propietarios o somos unos administradores.

Me estoy haciendo esta reflexión desde la parábola que se nos ofrece hoy en el evangelio que tendría que hacernos pensar mucho y en muchas cosas. Un propietario de una finca que la prepara de la mejor manera posible, nos habla de plantar una viña, de poner una cerca, de hacer una bodega, y la arrienda a unos agricultores que han de trabajarla. La expresión de que la arrienda significa como aquellos viticultores un día han de rendir cuentas al dueño de la viña de los frutos recogidos.

Pero vemos el desarrollo de la parábola; aquellos trabajadores de la viña se niegan a rendir cuentas, vemos la violencia con que actúan para intentar quedarse con la viña y sus frutos, pues hasta quitan de en medio al que sería el heredero de aquella finca. Se han sentido dueños absolutos, cuando ha sido algo que se ha confiado a sus manos y a su trabajo para obtener unos frutos del que todos se beneficiarían.

¿No estará reflejando esa actitud egoísta e insolidaria con que muchas veces vamos por la vida cuando solo pensamos en nosotros mismos y en nuestras ganancias? Por eso decía que nos da mucho que pensar. Nos enseña cuál ha de ser en verdad el valor de nuestro trabajo y nuestra vida; nos enseña cómo vivimos en un mundo en el que todos tendríamos que sentirnos solidarios los unos con los otros, y como nuestra vida, nuestro tiempo, nuestro trabajo no solo nos va a beneficiar a nosotros mismos, porque es normal que obtengamos unos frutos, sino que esos frutos de nuestra vida son una riqueza para todo nuestro mundo.

Es que incluso con nuestro trabajo material estaremos desarrollando algo que va más allá de esos rendimientos podríamos decir económicos o materiales, porque está el desarrollo de nuestra persona, esa riqueza espiritual desde la realización de nuestras responsabilidades, ese bien para un mundo que queremos hacer mejor y con el que estamos contribuyendo desde nuestro yo, desde nuestras capacidades, desde todo lo que es el desarrollo de nuestra vida.

Pero es además cuanto podemos hacer y en cuanto nos podemos comprometer para y por los demás. Es nuestro trabajo, es cierto, pero es también lo que en ese mí tiempo, el que podría querer solo para mí, podría hacer por los demás. Eso que llamamos voluntariado o compromiso social, eso que en nuestras comunidades en nuestro tiempo podemos hacer desinteresadamente por los demás, ese compromiso que vamos a tener y realizar con nuestra comunidad, esa sociedad en la que hacemos nuestra vida y de la que no nos desentendemos.


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