jueves, 29 de febrero de 2024

El cristiano va siempre con los ojos bien abiertos, no vuelve su rostro hacia otro lado al pasar junto a los demás y sus manos siempre están tendidas para sanar y para compartir

 


El cristiano va siempre con los ojos bien abiertos, no vuelve su rostro hacia otro lado al pasar junto a los demás y sus manos siempre están tendidas para sanar y para compartir

Jeremías 17, 5-10; Salmo 1; Lucas 16, 19-31

No sabía nada, nos disculpamos tantas veces; no me había enterado, nadie me dijo nada, seguimos auto justificándonos, porque aquello que sucedió, la muerte de aquella persona, de aquel vecino quizás a la puerta de nuestra casa, nos sorprendió porque no lo esperábamos. 

Pero quizás tenemos que interrogarnos a nosotros mismos, ¿es que tú te habías interesado alguna vez por esa persona? ¿Fuiste capaz de notar su ausencia y preocuparte por lo que podía pasarle? Vivimos tan absortos en nuestras cosas que muchas veces no nos enteramos de lo que sucede a la puerta de nuestra casa. Es una lástima que vayamos con tanta insensibilidad por la vida. Quizás luego hasta nos quejamos porque nadie me atiende, me visita, o se interesa por mí.

Quizás cuando escuchamos la parábola que nos ofrece hoy el evangelio pronto nos hacemos nuestros juicios sobre la actitud de aquel hombre, al que luego encima llamamos el rico epulón. Nos parece incomprensible que estuviese banqueteando y haciendo fiesta en su casa mientras a su puerta estaba el pobre Lázaro, al que solo los perros le lamían las llagas, porque nadie hacia nada por él pasando necesidad y poder alcanzar alguna migaja que cayese de la mesa de aquel rico a cuya puerta estaba.

Luego en el desarrollo de la parábola veremos al pobre en el seno de Abrahán mientras el rico estaba sumergido, por decirlo de alguna manera, en el abismo del infierno, deseando que alguien viniera a calmar lo amargo de sus labios. Un abismo inmenso los separaba ahora en la eternidad, como consecuencia de aquel abismo que había creado aquel hombre en vida entre él y los que estaban a su alrededor. Suspiraba porque a sus hermanos no les sucediera lo mismo y allí estaba pidiendo que fuera enviado Lázaro como mensajero a sus hermanos para que no cayeran en su mismo error y en sus mismos abismos. ‘Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen’, se le dice desde lo alto, pero él insiste en que si un muerto se les aparece ellos creerán. ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto’, se les señala.

¿Qué se nos está queriendo decir con esta parábola? Amplio y diverso es el mensaje. ¿Cómo rompemos esa espiral de insensibilidad en que nos metemos en la vida? Algunas veces decimos, yo no hago mal a nadie, yo no molesto, no me meto con nadie, y con eso queremos justificarnos. Aquel rico no hacía mal a nadie, él vivía su vida de puertas para adentro, lo que sucedía es que no era capaz de prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. 

No podemos decir que somos buenos solamente porque no hacemos mal, porque no molestamos, no hablamos mal ni criticamos ni levantamos calumnias, tampoco tenemos resentimientos en el corazón contra nadie porque a nadie queremos mal, sino que dejamos que cada uno viva su vida y no nos metemos con los demás.

Pero bien creo que podemos comprender que cuando queremos entrar en la órbita del amor que nos enseña Jesús no es eso solo lo que tenemos que hacer; eso sería un amor pasivo e inactivo, podríamos decir, pero el amor verdadero tiene que ponernos en camino, el amor verdadero nos tiene que llevar al encuentro con los demás, el amor verdadero tiene que llevar a hacer el bien aunque no nos pidan nada, pero el amor verdadero tiene sensibilidad en el corazón y ve donde tiene que poner la mano para sanar, para levantar, para servir de apoyo en el camino, para consolar, para compartir.

El amor verdadero no nos puede dejar con los brazos cruzados y es demasiado que nos cruzamos los brazos en la vida, porque no nos queremos meter en líos, porque no queremos complicarnos nuestra vida, porque nos aislamos y vivimos encerrados en nuestro círculo. Por eso Jesús nos dirá que tenemos que saber hacernos los últimos y los servidores de todos.

El cristiano verdadero es el que va siempre con los ojos bien abiertos, no vuelve su rostro hacia otro lado cuando pasa al lado de los demás, y sus manos siempre están tendidas para sanar y para compartir.

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