domingo, 4 de febrero de 2024

Tenemos que seguir estando en camino, siempre se están abriendo caminos para seguir tendiendo la mano, para seguir haciendo el anuncio de esa Buena Nueva

 


Tenemos que seguir estando en camino, siempre se están abriendo caminos para seguir tendiendo la mano, para seguir haciendo el anuncio de esa Buena Nueva

Job 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1 Corintios 9, 16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39

Cuando nos ponemos en camino en la vida, y decimos también que la vida misma es camino, ¿qué es lo que nos vamos encontrando? Personas, situaciones, acontecimientos, diversos, unos más buenos y agradables, pero también nos encontraremos con otras cosas que no nos agradan tanto, porque no solo puede ser la maldad de las mismas personas o de las situaciones que provocamos, sino que también nos encontraremos con dolor, con sufrimiento, con muchas angustias y desesperanzas. Es la misma realidad de la vida, porque así somos nosotros también, a pesar de los buenos deseos, tenemos tropiezos, no siempre hacemos lo mejor ni lo más correcto, muchas veces podemos ser incluso causa del mal de los demás, del sufrimientos de muchos que están nuestro lado.

¿Qué hacemos? ¿Cerramos los ojos para no enterarnos? ¿Nos desentendemos de esa realidad? Ya quisiera que todo fuera bueno y que todo fuera causa de felicidad, pero bien sabemos que no es así. ¿Tendremos suficiente sensibilidad en nuestro corazón para sentirnos de alguna manera solidarios? ¿Nos cruzamos de brazos y hacemos como que no nos hemos enterado? Por algo de humanidad que quede dentro de nosotros, seguro que nos pondremos a hacer algo.

Me estoy haciendo esta consideración, mirando lo que es la realidad de nuestra vida de cada día, y queriendo pensar además en lo que tendríamos que hacer, pero precisamente partiendo del texto del evangelio que hoy se nos ofrece. Vemos a Jesús en camino. Había llegado a Cafarnaún, el sábado había acudido a la sinagoga, aunque ahora no entremos en detalles de lo allí sucedido que ya comentamos el pasado domingo, y al salir va de camino, lo llevan a casa de Simón y Andrés. ¿Qué se va a encontrar allí? La suegra de Simón está enferma, le dice, y se acercó hasta ella. ¿Cuál sería el diálogo en aquellos momentos? El evangelista no nos dice nada, sino que tomándola de la mano la levantó de su postración. Se sintió curada y se puso a servirles, termina diciendo el evangelista.

Tender la mano para levantar, lo veremos hacer muchas veces a Jesús, nos mandará que nosotros también lo hagamos. Levantar, ¿de la postración? ¿De la enfermedad? De cuantas cosas necesitamos nosotros ser levantados, y de cuantas cosas también nosotros tenemos que ir levantando. Postrados en el sufrimiento, que no es solo la enfermedad corporal; levantar del desánimo y de la desesperanza, de la apatía y del aburrimiento, de nuestras comodidades y de nuestra insolidaridad, del miedo al compromiso y al implicarnos en lo que vamos porque tememos complicarnos. Postrados podemos sentirnos nosotros, pero postrados vemos a tantos a nuestro alrededor. ¿No tendremos que ir aprendiendo a tender la mano para levantar?

Al anochecer la puerta de la casa se llenó de gente que también quería agarrarse de esa mano de Jesús que los levantara. Le trajeron muchos enfermos de toda clase para que los curara. No habían venido antes quizá por aquello del descanso sabático, pero al anochecer había terminado el sábado y ya podían moverse con total libertad; las noticias habían corrido de lo que había realizado en la sinagoga con el que estaba poseído por un espíritu inmundo, y la noticia de la curación de la suegra de Simón habría corrido también como un reguero de pólvora, y allí estaban. ‘La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios’.

Pero nos dice algo importante a continuación el evangelio. ‘Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar’. El silencio de la madrugada, antes de la salida del sol, un momento propicio para repasar las cosas, para rebobinar todo lo sucedido, para repensarnos las cosas y encontrar el sentido profundo de lo que hacemos; Con momentos más o menos largo todos cuando vamos queriendo dar los pasos de la vida con madurez y equilibrio tenemos momentos así, de reflexión, de silencio; si somos creyentes lo hacemos sintiéndonos en la presencia de Dios, queriendo tener esa luz y esa visión de Dios sobre nuestra vida; es lo que llamamos oración. Daremos gracias por lo que vamos viviendo, pedimos perdón por los errores o por lo que no hemos sabido hacer, queremos sentir esa fuerza y esa luz que nos viene de lo alto y nos ilumina y nos anima, que nos hace encontrar los verdaderos caminos y nos dará fuerza para el compromiso.

A Jesús lo contemplamos en muchos momentos del evangelio en ese estado de oración. Humanamente podría ver delante de si muchos fantasmas que le confundieran; recordamos en su oración en el desierto que se siente tentado por el diablo, ya tendremos pronto ocasión de reflexionarlo; ahora mismo son los primeros discípulos los que le buscarán porque allí hay quizás una ocasión para buscar prestigios y aclamaciones, ‘todo el mundo te busca’, le dicen. ‘Tenemos que ir a otra parte, que para eso he venido’, les dirá y se pone de nuevo en camino. Jesús lo tiene claro.

Tenemos que seguir estando en camino, tenemos que ir a otra parte, no nos podemos quedar en lo mismo o donde pensamos que ya lo tenemos todo conseguido; siempre se están abriendo caminos delante de nosotros, porque tenemos que seguir tendiendo la mano, tenemos que seguir haciendo con nuestra vida ese anuncio de esa Buena Nueva. ¿Qué paso más nos pedirá el Señor? '¡Ay de mí si no evangelizare!'

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