jueves, 4 de enero de 2024

Noches de silencio, noches de encuentro, noches de las que arranca una nueva vida, experiencias que transforman, es sentir una presencia, es el paso de Dios en nosotros

 


Noches de silencio, noches de encuentro, noches de las que arranca una nueva vida, experiencias que transforman, es sentir una presencia, es el paso de Dios en nosotros

1 Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42

Nos gusta que nos digan las cosas y nos las expliquen y por supuesto a través de las palabras tenemos conocimiento de las cosas, de lo que sucede o de lo que llega a ser un sentido del vivir, pero diríamos que es mejor aprendido cuando por nosotros mismos experimentamos las cosas. ‘Eso yo lo viví’, decimos, ‘y no necesitamos que nos expliquen como fueron las cosas’, razonamos ‘porque por mi mismo lo he experimentado’. Importantes y necesarias las palabras, pero muy importante para llegar al más profundo convencimiento lo que por nosotros mismos hemos experimentado, porque podemos decir que lo hemos plantado en la tierra de nuestra vida.

Es también el camino de la fe y de la experiencia cristiana que se hace vida y termina haciéndose de verdad compromiso. Aquello que nos han enseñado, aquello que nos han comunicado, que lo hemos escuchado pero también lo hemos visto plasmado en la experiencia de vida de los demás, será lo que llegará a un convencimiento personal cuando lo hemos masticado, cuando lo hemos experimentado en nosotros y hecho vida en consecuencia.

Y esa tiene que ser la tarea del buen predicador; no solo enseñará con sus palabras sino de la experiencia de su vida, no solo enseñará con lo que nos diga, sino también lo que en su vida veamos reflejados, pero aun más tendrá que provocar en nosotros ese deseo de vivir, de hacer vida, de experimentar por nosotros mismos, y será así como iremos llegando a una fe cada vez más madura. No sé si siempre lo sabremos hacer, porque ese es además el testimonio que todo creyente, que todo cristiano tiene que dar de su fe, hacer que nuestra fe provoque la fe también de los demás. No es tarea fácil.

Lo vemos palpable en el evangelio que se nos ha ofrecido. Juan Bautista señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Allí estaba su anuncio, su palabra, pero que iba acompañado por el testimonio de su vivir. Serían muchos los que escucharon su palabra, entre tantos que acudían a él para escucharle y bautizarse como una señal de que querían preparar los caminos del Señor. Pero son dos de sus discípulos los que se ponen a hacer el camino, pues se van tras Jesús. Querían conocerle.

Ante la pregunta de Jesús que se vuelve hacia ellos ‘¿qué buscáis?’, responden preguntando ‘¿Dónde vives?’. No es un lugar por el que preguntan, es por una forma de vivir por lo que están interesados; es algo más, es como querer acercarse a El y no saber cómo expresarlo. Como tantas veces nos sucede. Ansiamos saber algo, conocer algo, y cuando tenemos la oportunidad de expresar lo que buscamos no encontramos palabras y nos ponemos como a balbucir. Pero como se suele decir a buen entendedor pocas palabras bastan, por eso la respuesta de Jesús pudiera parecer parca en palabras, pero es toda una invitación. ‘Venid y lo veréis’. No les dice Jesús que vengan y lo escuchen que El se lo va a explicar muy bien. Jesús invita a estar con El.

¿Cuál fue la experiencia que vivieron aquellos dos primeros discípulos cuando se fueron con Jesús aquella tarde? No dice nada el evangelio de lo que allí sucedió, de lo que allí vieron o allí escucharan, simplemente nos dice que a la mañana siguiente – y no es cuestión de cronologías – ya ellos estaban anunciando que habían encontrado al Mesías. ¿Una noche de silencio? Fue mucho más, fue una noche de vida, de experiencia, de encuentro, estar con…

Necesitamos también nosotros noches de silencio, necesitamos noches de encuentro, necesitamos noches de vida. Que ya sabemos que no lo reducimos ni a una noche, ni a unas horas, ni a un día. Cada uno tiene su tiempo, porque es descubrir la presencia y es sentir que esa presencia nos inunda, es sentir que la noche se vuelve luz y que el tiempo se convierte en eternidad.

Es, en una palabra, hacer Pascua de Dios en nosotros, sentir cómo Dios pasa por nuestra vida para que renazcamos a una nueva vida. Pero esto no lo podemos explicar con palabras, esto es algo que tenemos que llegar a vivir por nosotros mismos, esto lo vamos luego a reflejar en nueva vida. Esto es un don de Dios, pero que El quiere regalar a todos.

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