martes, 23 de enero de 2024

Levantemos nuestros oídos y escuchemos, el Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’

 


Levantemos nuestros oídos y escuchemos, el Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’

2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23; Marcos 3, 31-35

‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Es la pregunta que se hace Jesús cuando estando rodeado de mucha gente que va a oírle, que van están allí a su alrededor con sus sufrimientos y esperanzas, con sus desconsuelos y con sus amarguras, le dicen que fuera están sus madre y sus hermanos que quieren verle.

No es una pregunta cualquiera la que se hace Jesús. No es decir simplemente, mira que bien, que ha venido mi familia, sería bueno que estuviera con ellos un rato; no es valerse de su autoridad o su influencia para abrirles paso y que puedan llegar más pronto y mejor hasta El, Algo más quiere decirnos Jesús con esa pregunta que se hace, cuando le dicen que allí están su madre y sus parientes que quieren verle.

Parece como si Jesús quisiera hacer una distinción, sin quitarle importancia, por supuesto, a lo que significa la familia. ¿No estará abriéndonos Jesús a que esos sentimientos que tenemos cuando pensamos en la familia, en los hermanos, en los que son cercanos a nosotros por razón de la sangre, les demos una mayor amplitud para darnos cuenta de que podemos amar con un amor así, un amor que nos hace sentir familia, un amor que nos hace sentir hermanos, con un carácter más universal?

También nosotros decimos muchas veces a alguien a quien apreciamos mucho que para nosotros es más que un amigo, que es un hermano. Y no hablamos aquí de un amor afectivo que nos lleve, por ejemplo, a la unión matrimonial. Es una relación que establecemos entre personas que nos sentimos eso, amigos, pero que crean otros lazos, otro estilo de comunión. Una relación, tenemos que reconocer, que muchas veces es mucho más honda que la que podamos tener con muchos familiares por lazos de sangre. Es también la belleza y hermosura de la amistad.

Pero sí, Jesús cuando se hace esta pregunta en aquellas circunstancias está abriéndonos los horizontes. Es esa nueva comunión y fraternidad que vamos a tener todos los que pongamos en El nuestra fe y nuestro amor. Dirá Jesús en aquel momento, mirando alrededor nos dice el evangelista, que su madre y sus hermanos están allí, en todos aquellos que le escuchan, en todos aquellos que no se contentan con oír algo que pronto quizás podrán olvidar, sino que aquello que escuchan de labios de Jesús lo van a plantar en su corazón. ‘Estos son mi madre y mis hermanos, dirá. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

Mira Jesús alrededor mientras pronuncia estas palabras y mira, sí, a aquellos que allí y ahora están escuchándole, pero mira más allá, lo que sus ojos no pueden ver porque está detrás de la puerta, y es que está también mirando a su madre, la que plantó la Palabra de Dios en su corazón. ‘Hágase en mi según tu palabra’, según lo que Dios me está transmitiendo por tu palabra, le respondió María al ángel de la anunciación.

Es el camino que hemos de seguir. Y no es solamente oír, porque oímos muchas cosas, muchas palabras resuenan continuamente en nuestro mundo, muchas músicas o muchos ruidos aturden continuamente nuestros oídos, muchos mensajes nos pueden llegar desde todos lados, oímos muchas cosas, pero ¿qué escuchamos?

Cuando estamos en un lugar donde hay mucho bullicio a nuestros oídos llegan muchos sonidos, pero cuando entre todo eso surge algo que nos interesa, levantamos nuestros oídos podríamos decir siguiendo la imagen de los animalitos que levantan sus orejas para prestar atención, para poder escuchar mejor. Levantemos nuestros oídos y escuchemos. El Señor nos habla, y como le enseñó el anciano sacerdote al niño Samuel, le decimos, ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.

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