sábado, 30 de diciembre de 2023

El testimonio de aquella anciana que servía al Señor en el templo noche y día es un reto para aprender a valorar a los pequeños y sencillos que con sus vidas nos hablan de Dios

 


El testimonio de aquella anciana que servía al Señor en el templo noche y día es un reto para aprender a valorar a los pequeños y sencillos que con sus vidas  nos hablan de Dios

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40

El marco no dista mucho de lo que habitualmente sucede también en nuestros templos, en nuestras iglesias, como comúnmente decimos; no nos faltarán en nuestras celebraciones esas personas mayores, que prácticamente pasan casi todo su tiempo alrededor de nuestras Iglesias; personas buenas cargadas con el peso de los años, a las que ya no les obligan mayores responsabilidades familiares; personas muchas veces que viven solas, y que su momentos mejores de compañía es cuando vienen a nuestras celebraciones y que se apuntan a todo; que estarán pendientes de si hay que limpiar algo, colocar unas flores, adornar una imagen para una celebración o procesión; personas que no hacen daño a nadie, de una bondad natural, o aprendida también con el paso de los años.

Claro que cuando nos hacemos esta descripción tendríamos que hacer notar nuestros juicios, nuestras prevenciones, nuestras desconfianzas, o, al menos, la poca valoración que les damos. Otra tendría que ser nuestra mirada, otra tendría que ser la valoración que nosotros hiciéramos de esas personas.

Hoy nos encontramos, sí, en el evangelio, esta mujer anciana, de muchos años, y que muchos años se había pasado siempre alrededor del templo; era viuda, además nos hace notar el evangelista. Una mujer de una religiosidad grande, para ella todo su gozo era estar en el templo del Señor, era su servicio, era la manera de dar gloria a Dios; pero era una mujer de una mirada distinta, que sabía discernir muy bien donde estaba Dios, donde actuaba Dios.

Se unió también esa mujer al grupo que se había formado alrededor de aquel matrimonio con aquel anciano que hacía profecías tan maravillosas sobre lo que iba a ser aquel niño y también del sufrimiento de la madre. Hay sensibilidades que llaman los corazones. Y Ana se unió al cántico de alabanzas que había iniciado el anciano Simeón. Ella también alababa a Dios y hablaba del niño a cuantos aguardaban la liberación de Israel.

Un hermoso testimonio que nos ofrece hoy el evangelio con la presencia y la sensibilidad de esta anciana que viene a ser para nosotros también como un estimulo en esa búsqueda de Dios. Pero es también para nosotros como un reto que nos enseña a valorar esos gestos maravillosos que nos pueden ofrecen los que parecen pequeños e insignificantes. Ojalá supiéramos tener más en cuenta esas almas de Dios, que viven una religiosidad sencilla pero que en su humildad saben tener abierto el corazón a Dios.

Alejemos de nosotros esos orgullos de creernos sabios, de creemos que nosotros sí sabemos muchas cosas de Dios, esa vanidad en que muchas veces envolvemos nuestra vida y también nuestra religiosidad; sepamos ir a lo sencillo, sepamos tener esos pequeños gestos de valoración de los que parecen pequeños a nuestro alrededor pero que quizás con sus vidas nos están hablando mucho de Dios.

El texto del evangelio de hoy termina hablándonos de la vuelta de la Sagrada Familia a Nazaret. ‘Cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret’. Y nos resume en pocas palabras lo que fue el crecimiento de aquel niño. ‘El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él’.

viernes, 29 de diciembre de 2023

Los misterios grandes manifestados en lo pequeño e insignificante solo serán capaces de contemplarlos quienes tienen una sintonía especial de Dios en los ojos y el corazón

 


Los misterios grandes manifestados en lo pequeño e insignificante solo serán capaces de contemplarlos quienes tienen una sintonía especial de Dios en los ojos y el corazón

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

Quienes estuvieran contemplando aquella mañana, quizás desde una distancia emocional o quizá por simple curiosidad, lo que estaba sucediendo en aquellos pórticos del templo, no habría notado nada especial, sino unos matrimonios, en general jóvenes, que se acercaban a hacer las ofrendas rituales por el primogénito que les había nacido y a las correspondientes purificaciones de las madres. Era una escena normal como otras que cada día se sucedían en el templo aparentemente sin ninguna connotación especial.

Pero alguien tenía una visión distinta. Era un hombre de Dios que aguardaba impaciente la llegada del Mesías de Dios y que allá en su interior había sentido el Espíritu divino que le aseguraba que no cerraría sus ojos sin contemplar a ese enviado de Dios. Los misterios grandes que se manifiestan en cosas pequeñas e insignificantes solo serán capaces de contemplarlas quienes tienen una sintonía especial de Dios en sus ojos y en su corazón. Es lo que sucedía en aquel anciano, y posteriormente también en la que llamaríamos la profetisa Ana.

Se adelantó aquel anciano hasta aquellos jóvenes esposos que con su niño en brazos se dirigían a realizar la ofrenda prescrita. Y ahora todo serán gritos de alabanza y de bendición al Señor porque le ha permitido que antes de cerrar sus ojos a la luz de este mundo pudiera contemplar la luz de Dios que nos visitaba. ‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador… luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel’.

Todo son bendiciones y alabanzas pero también serán anuncios proféticos. Será grande aquel niño, pero será ‘un signo de contradicción’; y la contradicción comenzará para aquella madre que se une gozosa también a ese cántico de alabanza, como ella había venido haciéndolo desde que el ángel del Señor le anunciara las maravillas que Dios iba a realizar en ella, pero se le anuncia ahora una espada de dolor que atravesará su alma. Podíamos decir que María lo sabía. Conocedora era de las Escrituras santas que tantas veces había rumiado en su corazón, y conocería pues los cánticos del siervo de Yahvé que había proclamado el profeta Isaías y que son toda una descripción de lo que iba a ser la pasión de su Hijo.

Pero era aquel Niño el que estaba puesto también como signo de contradicción para todas las gentes. Más tarde mientras uno lo alaban y bendicen, como bendecirán también los pechos que lo alimentaron y el vientre que lo llevó, porque nadie ha hablado como este hombre y Dios ha visitado a su pueblo, habrá quienes estén sin embargo acechando y buscando como quitarlo de en medio. Y es que ante Jesús hay que decantarse siempre, o se está con El o se estará contra El, y el que no esté con él no siembra sino que desparrama. Será un signo de contradicción ‘para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones’. Bien que lo veremos a lo largo de todo el evangelio. ¿Qué significará para nosotros? ¿No tendremos que decantarnos también ante El?

De una cosa si que tenemos que estar seguros ya desde este primer momento, tenemos que saber sintonizar la sintonía de Dios; hemos de aprender a tener unos ojos límpidos como los de aquel anciano que aparece en aquellos momentos por el templo, para saber reconocer el actuar de Dios, la presencia de Dios. Y será en lo pequeño y en lo que es nada aparatoso, será en los gestos sencillos, será desde un corazón humilde y abierto a Dios, será quien se deje conducir por el espíritu divino el que se encontrará en los caminos de Dios y podrá encontrarse con Dios. ¿Serán esas las actitudes de nuestro corazón?

jueves, 28 de diciembre de 2023

Ese niño recién nacido en Belén ha venido para destruir toda muerte, ha venido para que reine la vida, ha venido para transformar nuestro mundo, es nuestro salvador

 


Ese niño recién nacido en Belén ha venido para destruir toda muerte, ha venido para que reine la vida, ha venido para transformar nuestro mundo, es nuestro salvador

1Juan 1, 5 – 2, 2; Sal 123; Mateo 2, 13-18

¿No será lo que nosotros quisiéramos hacer también? A los que no son de los nuestros, a quienes nos pueden presentar alguna oposición a lo que nosotros queremos lograr, a aquellos que nos pudieran parecer un peligro para nuestros triunfos, si pudiéramos. Los queremos quitar de en medio. Son tantos a los que queremos descartar, hacer desaparecer.

El evangelio de hoy es de escalofríos, por el relato que se nos hace; la muerte de aquellos niños inocentes en Belén y sus alrededores. Todo, porque Herodes podía ver en peligro su trono. La habían anunciado que había nacido un nuevo rey de los judíos. Y él no se había enterado, tuvieron que venir aquellos Magos de países lejanos, que leyendo el curso de las estrellas había adivinado que se cumplían las promesas de los profetas, que contenían sus Escrituras Santas, y habían llegado hasta Jerusalén. Sus medios de información quedaban en entredicho y con ello se ponía en peligro su autoridad. Y aunque había advertido a aquellos personajes que si encontraban el niño le avisaran, a él no le volvieron a llegar noticias, y como los había enviado a Belén, porque así lo decían las Escrituras Santas consultadas a los maestros de la ley, ahora reaccionaba con aquella matanza.

No está tan lejano este cuadro de los trapicheos en los que andamos tantas veces; a los juegos sucios que vemos a los que tienen poder; a las luchas por el poder, por las influencias, por las manipulaciones que vemos en tantos que se creen poderosos o al menos tienen algunos hilos de poder en sus manos; pero también en núcleos más cercanos, en los ámbitos de los negocios o en la consecución de algún tipo de influencias que nos puedan mantener en ciertas posiciones en la vida social donde contemplamos tantas zancadillas, tantos desprestigios. Parece que el cuadro de Herodes con sus revanchas y con tantas sombras de muerte en su entorno, es algo que se sigue reflejando en nuestra sociedad. Como decíamos antes, es de escalofrío.

Es cierto que cuando contemplamos el evangelio este relato está haciendo una referencia clara ala rechazo de Jesús que ya vislumbramos de estas primeras páginas. Pero contemplamos también esa corona de mártires alrededor de Jesús en aquellos niños que fueron masacrados en los alrededores de Belén. Aparece de nuevo, como reflexionábamos hace unos días, esa Pascua, ese paso de Dios que algunas veces se nos puede hacer misterioso e incomprensible. Pero bien tenemos que comprender que el grano de trigo que es enterrado es el que nos va a producir fruto, y que la muerte de esos inocentes viene a ser como un preludio y un anticipo de lo que iba a significar la Pascua de Cristo, que no podemos olvidar ya desde estos primeros momentos en que estamos celebrando aun su nacimiento.

Nos hará mirar nuestros propios sufrimientos, que algunas veces nos puede parecer que padecemos de forma injusta; piedras que nos hacen sufrir y que nos aparecen en el camino de nuestra vida que nos tienen que ayudar por otra parte a encontrarle un sentido y un valor, cuando somos capaces de ponernos al lado de la pasión de Cristo, porque con El tenemos que aprender a morir para poder renacer a nueva vida.


También nos hace reflexionar en algo más cuando contemplamos el sufrimiento y la muerte de tantos inocentes en nuestro mundo, desde la violencia de las guerras, desde ese mundo tan injusto en el que vivimos con tantas desigualdades, desde ese violencia que se adueña de nuestras calles, de nuestros hogares o en esos locos que van sembrando terror y muerte a su paso. ¿No tendremos que mirar al trasluz de la muerte de los niños inocentes todo ese cuadro de muerte que enmarca la vida del hoy de nuestro mundo?

Ese niño recién nacido en Belén, que ahora le vemos incluso huir como tantos desterrados a Egipto, ha venido para destruir esa muerte, ha venido para que reine la vida, ha venido para transformar nuestro mundo, es nuestro salvador. Pongamos en El nuestra fe y nuestra esperanza que nos haga luchar por la vida, que nos ayude a desterrar tanta muerte de nuestro mundo.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

La buena noticia de Jesús es su Pascua, el paso de Dios entre nosotros, haciéndose Emmanuel, para traernos su salvación

 


La buena noticia de Jesús es su Pascua, el paso de Dios entre nosotros, haciéndose Emmanuel, para traernos su salvación

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…’ nos dice hoy san Juan casi al principio de su carta, ‘lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida’.

Todo son anuncios de gozo en estos días para que la tierra se llene de alegría. Había sido el ángel el que le anunciaba a María el Misterio de Dios que en ella había de realizarse. Luego fueron los ángeles en la noche de Belén los que anunciaron a los pastores que ‘en la ciudad de David les había nacido un Salvador’. Es el anuncio repetido a través de los siglos siguiendo el mandato de Jesús para que todos los hombres conociesen y alcanzasen la salvación. Son los anuncios llenos de música que en estos días resuenan en nuestras casas, en nuestros templos y en nuestros hogares con los villancicos que nos anuncian el Nacimiento de Dios hecho hombre en Belén. Pero es el anuncio que nosotros también hemos de seguir haciendo, porque lo que hemos visto y oído, lo que hemos palpado con lo más hondo de nuestro corazón no se puede quedar en el olvido y todos han de ser participes de esa salvación.

Pero ¿qué es lo que tenemos que anunciar? No nos podemos quedar solo con parte de lo que en realidad tiene que ser ese anuncio. Tenemos el peligro de infantilizar todo este misterio del Emmanuel, del Dios con nosotros, que es lo que realmente estamos celebrando. Nos detenemos, es cierto, a contemplar en estos días esa escena de Belén con el nacimiento del Hijo de Dios y aquellas circunstancias que rodearon ese momento. Es san Lucas el que más entra en detalles de ese momento, porque será el que más en concreto nos hablará de ese lugar y de las circunstancias de ese momento. Los demás evangelistas son parcos en la descripción del nacimiento de Jesús porque el evangelio  nos quiere presentar es esa Buena Noticia de Jesús que nos trae la salvación.

Es muy significativo que a dos días del nacimiento de Jesús, celebrando hoy a aquel discípulo tan amado de Jesús, como para reposar su cabeza en su costado en la hora de la cena pascual, el evangelio hoy nos trasporte, por así decirlo, al momento de la Pascua, al momento de la resurrección del Señor. En aquellas circunstancias de las mujeres que viene al sepulcro y se lo encuentran vacío, las carreras de aquellas buenas mujeres para ir a anunciar a los discípulos escondidos en el cenáculo el vacío del sepulcro que se habían encontrado, vemos como Pedro y Juan corren también al sepulcro para encontrarse las mismas circunstancias del sepulcro vacío. Pero allí, en lo que parecía un vacío porque no veían la presencia física del cuerpo de Jesús, en aquellas vendas y sudario doblados en distintos lugares del sepulcro, vieron y creyeron. Juan tras Pedro también entró al sepulcro vacío, pero nos dice el evangelista que vio y creyó.

Es el que luego nos dirá que aquello que vieron sus ojos y palparon sus manos no podían callarlo y tienen que anunciarlo. El evangelio de Jesús no se queda en Belén, aun con todo lo que allí aprendemos, la Buena Noticia de Jesús es su Pascua, es ese paso de Dios en medio de nosotros, es Emmanuel, Dios con nosotros, para traernos la salvación. Y es lo que tenemos que anunciar, es a donde tenemos que llegar, es lo que hondamente tenemos que vivir. Es lo que en verdad va a centrar toda nuestra vida.

No nos quedamos en la infancia de Jesús sino que tenemos que contemplar todo el misterio de Cristo en su conjunto, porque en consecuencia nos hagamos una religiosidad demasiado infantil y excesivamente sentimental. Tenemos que dar el paso más allá para abarcar todo el evangelio porque centramos nuestra vida en el misterio pascual de Cristo y es lo que en verdad celebramos. No nos quedamos en lo que puede parecer la anécdota más llamativa y más sentimental para comprender todo lo que es el Evangelio.

martes, 26 de diciembre de 2023

Desde el nacimiento de Jesús estamos queriendo emprender un camino de amor que nos llevará a una entrega sin límites y a un nuevo sentido de vida

 


Desde el nacimiento de Jesús estamos queriendo emprender un camino de amor que nos llevará a una entrega sin límites y a un nuevo sentido de vida

Hechos 6, 8-10; 7, 54-59; Sal 30; Mateo 10, 17-22

Hay cosas que nos pueden caer en un momento determinado como un jarro de agua fría en un ambiente que está hirviente. Nos cuesta comprender quien nos puede echar ese jarro de agua fría.

¿Será esto lo que podemos sentir en este ambiente festivo de la navidad que estamos celebrando – estando aun en el primer día de la semana de la octava de la Natividad – que hoy se nos presente la figura de un mártir como primera celebración? Pudiera parecer que desentonara el rojo de la sangre de los mártires en medio del blanco radiante de la alegría de la Navidad. Pero así nos lo presenta la liturgia, no solo en este día, sino que en próximos días volverá a aparecer el rojo de la sangre derramada con el martirio. Parece que viniera a romper el jolgorio, vamos a llamarlo así, que nos hemos creado en torno a las fiestas navideñas. ¿Nos podrían llamar aguafiestas?

¿Qué es lo que estamos celebrando precisamente en la Navidad? ‘Le pondrá por nombre Jesús porque el salvará al pueblo de sus pecados’, algo así venía a ser el mensaje del ángel tanto a María como a José. Jesús viene como nuestro salvador, y ahí tenemos el motivo más hondo, es cierto, de nuestra alegría y nuestra fiesta. Nos vendrá a mostrar un camino de amor que será el que en verdad va a transformar nuestras vidas.

Y amor significa entrega hasta lo infinito, hasta el sacrificio; amor es un camino nuevo que nos enseñará a morir a nosotros mismos para arrancar de lo más hondo de nosotros cualquier raíz de egoísmo, de odio o de maldad. Y arrancar una raíz produce un desgarro allí donde está enterrada aquella raíz; es lo que se va a producir en el corazón cuando frente a la tentación del egoísmo y del orgullo nos veamos obligados a realizar una transformación profunda de lo más hondo de nosotros mismos. Y por ese amor que va a envolver totalmente nuestras vidas estaremos dispuestos a lo más.

Y ese testimonio que vamos a dar con nuestra transformación va a producir chirríos en el mundo que nos rodea. Lo que podría parecer ser aspiración a grandezas y a orgullos, lo que es una vida de superficialidad y de vanidad, lo que son esos sueños de poder y dominación, lo que es esa fiesta ilimitada que queremos hacer de la vida donde solo pensamos en disfrutar de todo y en hacernos el centro de todo, se va a topar con ese nuevo plan de vida que nosotros presentamos con nuestro testimonio.

Será un testimonio que nos costará ofrecer y por el que estamos dispuestos hasta derramar sangre. Y viene la oposición, y vendrán las formas como querrán desprestigiarnos para que nadie nos escuche, vendrá el eliminar esa nueva luz que está queriendo iluminar de manera nueva nuestro mundo, vendrá el querer ocultar esa luz.

Cuando ahora mismo nosotros queremos ofrecer al mundo una nueva forma de vivir la navidad porque no nos satisface en lo que el mundo ha convertido la navidad, vamos a encontrar muchos a nuestro lado que no nos entiendan, que quieran justificar lo que la mayoría hace, de la misma manera que en cierto modo ha ido desapareciendo el nombre y el testimonio de Jesús en la misma fiesta de la Navidad; pensemos en cuántas cosas nos hemos creado para ir eliminando todo elemento religioso y que no se haga referencia a Jesús.

No nos extrañe, pues, que en este primer día de la navidad la Iglesia nos proponga la figura de quien fue el protomártir, el primero en dar testimonio con su sangre del nombre de Jesús. El relato de los Hechos de los Apóstoles nos presenta incluso su martirio casi como una repetición calcada en gestos y palabras con lo que fue la muerte de Jesús en la cruz. Es el testimonio que se nos ofrece de lo que ha de ser el convertirnos en verdaderos testigos del nombre de Jesús. Ya El nos lo había anunciado, como escuchamos en el evangelio, ‘pero el que persevere hasta el final se salvará’, concluirá diciéndonos Jesús.

No es aguarnos la fiesta, como expresábamos al principio. Es poner ante nuestros ojos el valor del amor que nosotros hemos de testimoniar, incluso si es necesario con nuestra vida. Somos unos testigos, y también hemos de serlo con la autenticidad con que queremos celebrar la navidad, aunque haya muchos que no lo entiendan.


lunes, 25 de diciembre de 2023

Alegrémonos con la auténtica alegría de la Navidad plantando a Jesús en nuestro corazón y sembrando cada día más amor en el campo de nuestro mundo

 


Alegrémonos con la auténtica alegría de la Navidad plantando a Jesús en nuestro corazón y sembrando cada día más amor en el campo de nuestro mundo

Isaías 52, 7-10; Sal 97; Hebreos 1, 1-6; Juan 1, 1-18

Alegrémonos, sí, es la palabra y el sentimiento que más resuena en estos días. Pero alegrémonos no con una alegría cualquiera, no con la que nos quieran imponer porque ahora toca, no la que necesite de sucedáneos para mantenerse porque le falta fundamento, no una alegría hueca que dentro no tiene nada. Es navidad y todos tienen que estar alegres, no porque suenen unas músicas cada vez más chillonas, no porque las luces nos hagan guiños con sus colores pero que en un momento dado se apagarán y nos seguiremos quedando en oscuridad. Busquemos el sentido más hondo, más permanente, más duradero, busquemos el verdadero sentido de esta alegría que no va a ser solo para unos días y que no tiene fecha de caducidad.

Vayamos al misterio hondo que celebramos. No hagamos paréntesis. Lo que sucede en Belén no es una imagen bucólica para endulzarnos unos momentos de amargura ni es para que agucemos nuestro sentido artístico y plasmemos bellos cuadros plásticos en nuestros belenes y nacimientos. La luz que brota de belén es luz que tiene sentido de eternidad. Es la que en verdad va a iluminar nuestras tinieblas, pero para que tengamos ya luz para siempre y nosotros además seamos capaces de repartirla, porque no se mengua al repartirla sino que se crece y nos va a dar la más honda alegría.

Ha aparecido la gloria y la gracia de Dios. Resplandece la gloria y con resplandor eterno que todo lo ilumina, se nos regala la gracia y de forma gratuita, porque es el amor de Dios el que aparece sobre la tierra y el amor de Dios es eterno para siempre, no tiene límites ni final. Cuando lo llegamos a entender y lo comenzamos a vivir entonces aparecerá la verdadera alegría en nuestros corazones, que no necesita sucedáneos y tiene fundamento para siempre. Y eso lo contemplamos en el misterio de Belén.

Tenemos que detenernos y hacer callar tantos ruidos bulliciosos que resuenan en nuestros oídos estos días. Vamos a contemplar cuanto sucede en Belén pero trascendiendo más allá para meternos en el misterio de Dios, hacemos silencio en el corazón para escuchar esa Palabra que nos habla.

Esa Palabra que es Vida y que es Luz, esa Palabra que está en Dios desde toda la eternidad y por la cual fueron creadas todas las cosas, esa Palabra que viene a nosotros no para hacernos soñar con ilusiones que puedan ser irrealizables sino esa Palabra que viene a darnos vida y ponernos en la realidad de la vida verdadera, esa Palabra que planta su tienda entre nosotros porque en nosotros quiere ser para siempre Emmanuel, Dios con nosotros. Es el misterio de la Navidad que tan maravillosa y profundamente nos describe el evangelio de san Juan.

Cuando ya no solo contemplamos tan maravilloso misterio sino que vamos haciéndolo vida en nosotros – en nosotros planta su tienda – van desapareciendo las tinieblas que nos abruman y las tristezas que nos amargan, van encendiéndose nuevas luces en nuestro corazón, comenzaremos nuevos caminos y nuevas tareas porque esa luz tenemos que repartirla, porque ese mundo tenemos que hacerlo distinto, porque ya no podemos permitir que la vanidad nos engatuse y nos engañe o el orgullo nos engulla, porque entenderemos que nuestras relaciones han de tener para siempre otra dimensión.

Comenzaremos, sí, a envolvernos en esa espiral del amor y de la fraternidad que cada vez más ha de ir ‘in crescendo’ para envolver al mundo con la paz. Comenzaremos a entendernos y a dialogar de forma sincera, a dejar atrás viejas cuentas y resentimientos porque entendemos el gozo que significa el perdón como fuerza para comenzar algo nuevo, a sentirnos todos igual de débiles pero con algo nuevo en el corazón que nos hace fuertes para mantener esa nueva unión que se convertirá en creadora de vida.

Navidad entonces no será un paréntesis de unos días para que todo luego siga igual, sino que será punto de partida de una vida nueva que brota en nosotros y que necesitamos llevar también a los demás. Y eso sí que nos dará una alegría honda y duradera, que contagia de verdad aunque no se impone, que nos hace a todos tener un nuevo brillo en los ojos y una felicidad que se desborda de nuestros corazones. Es que hemos puesto en el centro de nuestro corazón a Jesús, que es el verdadero motor de vida nueva en nosotros.

Eso es de verdad Navidad. Así tendrá un nuevo sentido nuestra navidad y lo será cada día en que sintiendo a Dios en nuestro corazón sembremos más amor en el campo de nuestro mundo.

Así diremos con sentido, ¡Feliz Navidad!

 

domingo, 24 de diciembre de 2023

Somos ese nuevo templo de Dios, el que El quiere construir en nuestro corazón, como lo hizo en María, que se convierta en señal de Dios para la humanidad

 


Somos ese nuevo templo de Dios, el que El quiere construir en nuestro corazón, como lo hizo en María, que se convierta en señal de Dios para la humanidad

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1, 26-38

Todos soñamos en la vida con tener una casa, nuestra propia casa, donde habitar, donde sentirnos a gusto. Son los esfuerzos de tantos a lo largo de su vida, porque queremos tener algo propio, donde incluso en la medida que la vivimos vamos marcando nuestro propio ser, que son nuestros gustos o que es incluso nuestro propio olor; algo propio de todo ser vivo, los animales del campo tienen sus guaridas y los pájaros del cielo se construyen sus nidos. Construimos nuestra propia casa que es algo más que levantar unas paredes, es una morada y es un signo de nuestro vivir.

Nos acercamos a la primera lectura que hoy se nos ofrece. Los israelitas que habitaban en tiendas en el desierto, una vez que se establecieron en la tierra prometida fueron construyendo su morada; hoy contemplamos que con el paso de la historia ya el rey David se había construido su palacio en lo que era la capital de su reino, pero el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios entre ellos, aun moraba en una tienda, llevada en muchas ocasiones de un lado para otro según sus conveniencias.

David quiso construir un templo para el Señor, que fuera signo y señal de esa morada de Dios entre ellos. Pero Dios, por medio del profeta, no se lo permitió. ‘¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?’ Recordándole lo que ha sido la propia historia personal de David desde que el Señor lo sacó de entre los pastizales y las ovejas para ser rey de Israel, ahora le dice el Señor, ‘el Señor te anuncia que te va a edificar una casa… Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino… Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre’. Otra era la morada que Dios quería para hacerse presente entre ellos. Su reino sería la señal.

En el evangelio encontramos la respuesta. Era lo anunciado por los profetas y lo esperado no solo por el pueblo de Israel sino por las naciones. Dios quiere morar entre nosotros, Dios quiere hacerse en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, y para eso se encarna en las entrañas de María, para eso se hace el hijo de María, se hace hombre, y será ya para siempre Dios con nosotros. ‘Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos’, les dirá a los discípulos.

Y eso es lo que vamos a celebrar. Para eso nos hemos venido preparando a lo largo de todo el Adviento y llega el día y la hora. Dios hecho hombre en el seno de María va a nacer en Belén. Tampoco tendrá un templo a la manera que los hombres deseamos hacer, no tendrá ni una casa material ni una posada que le acoja, porque va a nacer pobre entre los más pobres; María y José tendrán que acogerse a un establo y allí Dios plantará su tienda entre los hombres.

¿Qué nos está señalando hoy la Palabra de Dios en este cuarto domingo, en las propias vísperas de la Navidad? Dios que viene a buscar una morada para habitar entre nosotros está pidiéndonos nuestro corazón. Como a María. El ángel del Señor con el mensaje de parte de Dios no solo se le manifiesta a María, sino que está manifestándose a todos nosotros. Podemos sentirnos poca cosa e indignos de esa embajada angélica, pero a nosotros también quiere decirnos que somos los agraciados de Dios, somos los amados de Dios en los que Dios quiere morar. Solo nos está pidiendo que le abramos las puertas de nuestro corazón.

Dios ha puesto su mirada en nosotros para seguir haciéndose presente en nuestro mundo. Dejémonos mirar por Dios, porque su mirada siempre es una mirada de amor. Los antiguos decía que mirar a Dios era morir, pero desde la presencia de Jesús entre nosotros sentirnos mirados por Dios es comenzar a vivir. Sentirnos mirados por Dios, aunque en nuestro humildad nos sintamos llenos de turbación porque consideramos nuestra indignidad y nuestro pecado, es sin embargo la mayor alegría que podamos vivir porque es sentirnos amados de Dios.

¿Cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuáles van a ser las actitudes nuevas que van a nacer en nuestro corazón? ¿Cuál va a ser la forma de nuestro acoger a Dios en nuestra vida para hacerlo vida ahora en esta navidad? María que se sintió pequeña – aquí está la esclava del Señor, serían sus palabras – al mismo tiempo se sintió engrandecida – porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí, que cantaría en el Magnificat – se puso en camino.

Sabía bien que acoger a Dios, como ella lo estaba haciendo en su propio seno, significaba poner en camino de amor y de servicio, significaba compartir lo que llevaba en su seno para que fuera puente de gracia también para los demás. La veremos caminar hacia casa de su prima Isabel, pero con su presencia todo se va a llenar del Espíritu del Señor, porque hasta el hijo de Isabel en sus entrañas saltará de gozo con la buena nueva que significaba María en aquel hogar de la montaña.

¿Cómo nos vamos a poner nosotros en camino en este mundo nuestro tan lleno de montañas de indiferencia, tan confundido que incluso querrá celebrar la navidad sin hacer sentir la presencia de Dios? Es de lo que nosotros tenemos que ser testigos, dar testimonio en medio de ese mundo. Ojalá muchos sientan temblar su corazón con nuestra presencia, porque con nuestra manera de hacer y de celebrar la navidad, con nuestros gestos de amor y nuestro espíritu de servicio estemos haciendo más presente a Dios en nuestro mundo. Somos ese nuevo templo de Dios, el que El quiere construir en nuestro corazón, que se convierta en señal de Dios para la humanidad. ¿Cómo lo vamos a hacer?