martes, 26 de diciembre de 2023

Desde el nacimiento de Jesús estamos queriendo emprender un camino de amor que nos llevará a una entrega sin límites y a un nuevo sentido de vida

 


Desde el nacimiento de Jesús estamos queriendo emprender un camino de amor que nos llevará a una entrega sin límites y a un nuevo sentido de vida

Hechos 6, 8-10; 7, 54-59; Sal 30; Mateo 10, 17-22

Hay cosas que nos pueden caer en un momento determinado como un jarro de agua fría en un ambiente que está hirviente. Nos cuesta comprender quien nos puede echar ese jarro de agua fría.

¿Será esto lo que podemos sentir en este ambiente festivo de la navidad que estamos celebrando – estando aun en el primer día de la semana de la octava de la Natividad – que hoy se nos presente la figura de un mártir como primera celebración? Pudiera parecer que desentonara el rojo de la sangre de los mártires en medio del blanco radiante de la alegría de la Navidad. Pero así nos lo presenta la liturgia, no solo en este día, sino que en próximos días volverá a aparecer el rojo de la sangre derramada con el martirio. Parece que viniera a romper el jolgorio, vamos a llamarlo así, que nos hemos creado en torno a las fiestas navideñas. ¿Nos podrían llamar aguafiestas?

¿Qué es lo que estamos celebrando precisamente en la Navidad? ‘Le pondrá por nombre Jesús porque el salvará al pueblo de sus pecados’, algo así venía a ser el mensaje del ángel tanto a María como a José. Jesús viene como nuestro salvador, y ahí tenemos el motivo más hondo, es cierto, de nuestra alegría y nuestra fiesta. Nos vendrá a mostrar un camino de amor que será el que en verdad va a transformar nuestras vidas.

Y amor significa entrega hasta lo infinito, hasta el sacrificio; amor es un camino nuevo que nos enseñará a morir a nosotros mismos para arrancar de lo más hondo de nosotros cualquier raíz de egoísmo, de odio o de maldad. Y arrancar una raíz produce un desgarro allí donde está enterrada aquella raíz; es lo que se va a producir en el corazón cuando frente a la tentación del egoísmo y del orgullo nos veamos obligados a realizar una transformación profunda de lo más hondo de nosotros mismos. Y por ese amor que va a envolver totalmente nuestras vidas estaremos dispuestos a lo más.

Y ese testimonio que vamos a dar con nuestra transformación va a producir chirríos en el mundo que nos rodea. Lo que podría parecer ser aspiración a grandezas y a orgullos, lo que es una vida de superficialidad y de vanidad, lo que son esos sueños de poder y dominación, lo que es esa fiesta ilimitada que queremos hacer de la vida donde solo pensamos en disfrutar de todo y en hacernos el centro de todo, se va a topar con ese nuevo plan de vida que nosotros presentamos con nuestro testimonio.

Será un testimonio que nos costará ofrecer y por el que estamos dispuestos hasta derramar sangre. Y viene la oposición, y vendrán las formas como querrán desprestigiarnos para que nadie nos escuche, vendrá el eliminar esa nueva luz que está queriendo iluminar de manera nueva nuestro mundo, vendrá el querer ocultar esa luz.

Cuando ahora mismo nosotros queremos ofrecer al mundo una nueva forma de vivir la navidad porque no nos satisface en lo que el mundo ha convertido la navidad, vamos a encontrar muchos a nuestro lado que no nos entiendan, que quieran justificar lo que la mayoría hace, de la misma manera que en cierto modo ha ido desapareciendo el nombre y el testimonio de Jesús en la misma fiesta de la Navidad; pensemos en cuántas cosas nos hemos creado para ir eliminando todo elemento religioso y que no se haga referencia a Jesús.

No nos extrañe, pues, que en este primer día de la navidad la Iglesia nos proponga la figura de quien fue el protomártir, el primero en dar testimonio con su sangre del nombre de Jesús. El relato de los Hechos de los Apóstoles nos presenta incluso su martirio casi como una repetición calcada en gestos y palabras con lo que fue la muerte de Jesús en la cruz. Es el testimonio que se nos ofrece de lo que ha de ser el convertirnos en verdaderos testigos del nombre de Jesús. Ya El nos lo había anunciado, como escuchamos en el evangelio, ‘pero el que persevere hasta el final se salvará’, concluirá diciéndonos Jesús.

No es aguarnos la fiesta, como expresábamos al principio. Es poner ante nuestros ojos el valor del amor que nosotros hemos de testimoniar, incluso si es necesario con nuestra vida. Somos unos testigos, y también hemos de serlo con la autenticidad con que queremos celebrar la navidad, aunque haya muchos que no lo entiendan.


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