sábado, 1 de julio de 2023

Nos acercamos a Jesús sin protocolos ni barreras, siempre sintiéndonos indignos pero siempre con la confianza en la Palabra de Jesús que nosotros hace maravillas

 


Nos acercamos a Jesús sin protocolos ni barreras, siempre sintiéndonos indignos pero siempre con la confianza en la Palabra de Jesús que nosotros hace maravillas

Génesis 18,1-15; Sal.: Lc.1, 6-55; Mateo 8,5-17

Todos se acercan a Jesús. No hay protocolos ni barreras. Cómo nos gusta poner nuestras barreras, crear nuestros distanciamientos. ¿Con quién andamos? Con nuestros amigos, los que son de nuestra honda, con los que tenemos una cierta sintonía; ¿a quién saludamos cuando vamos por la calle? Reconozcamos que de alguna manera ponemos un velo en nuestros ojos con lo que no llegamos a ver muchas veces a los que pasan a nuestro lado, incluso rozándonos. Más de una vez nos habrán dicho, pasaste a mi lado y ni adiós dijiste. Íbamos en nuestros pensamientos, en nuestras cosas, no era la persona que pensábamos encontrar y por eso pusimos el paraguas alrededor para no ver a nadie.

He querido comenzar el comentario del evangelio de hoy con esta reflexión que parece que no viene a cuento, pero que sí es importante y tiene relación con lo que sucede en el evangelio. Recordamos, incluso, que cuando envía a sus discípulos a anunciar el Reino les dice que solo vayan a las ovejas descarriadas de Israel; diríamos que de alguna manera el círculo parece cerrarse.

Pero, ¿quién es el que se acerca ahora a Jesús? Un centurión romano que tiene en casa un criado al que aprecia mucho y que está muy enfermo. Sorprende el acercamiento de este gentil a Jesús. Normalmente los judíos miraban con desconfianza a todo el que no fuera judío, y más en esta situación en que era la expresión de la dominación romana; no solo era un romano, un gentil, un pagano, sino además un centurión, quien estaba al frente de aquella centuria de soldados que mantenían la opresión del pueblo judío. Es cierto que como nos muestra otro evangelista en este mismo episodio nos dirá que era bien considerado por los principales de la ciudad, porque quizás se había preocupado de arreglarles la Sinagoga y otros aspectos de la vida de su ciudad.

Se presenta a Jesús y presenta su situación. No pide que Jesús vaya a curarlo, como un día pidiera Jairo el jefe de la Sinagoga cuando tenía a su niña en las últimas. Es más, cuando Jesús dice que quiere ir a su casa para curarlo, aparecerá la grandeza de este hombre. ‘No soy digno…’ dirá. ¿Quién es él para que Jesús llegue a su casa? El tiene fe en el poder de su Palabra. ‘Basta que lo digas de palabra’ y mi criado quedará sano. Algo grande se estaba manifestando. Cuando otros le reclaman a Jesús con qué autoridad realiza cuanto hace, este hombre tiene fe en la palabra de Jesús; ahí está su autoridad. Y se pone por ejemplo un hombre acostumbrado a mandar a sus criados y a los soldados. A su palabra todos tienen que obedecer; a la Palabra de Jesús todo mal puede desaparecer.

Jesús reconocerá la fe de este hombre. ‘Vete, que te sucede conforme has creído’, le dirá finalmente. Pero antes Jesús levantará la voz para que todo reconozca la fe de este hombre. Es un pagano, es un gentil, pero ‘ni en todo Israel he encontrado tanta fe’, dirá Jesús. Y quedará para nosotros como ejemplo para nuestra fe. Por su fe este hombre se está convirtiendo en un signo para nosotros, un revulsivo para nuestra fe.

¿Hasta donde llegamos en nuestra fe? Nos decimos tan creyentes y siempre estamos poniendo límites con nuestras desconfianzas. ¿Me escuchará o no me escuchará el Señor? nos preguntamos tantas veces. Y además queremos que nos escuche conforme a nuestros criterios, a nuestros deseos, a que se realicen las cosas como yo quiero, son los condicionamientos que ponemos tantas veces. 

Pero qué sencillo es aquel hombre, no pide, solo expone su situación, y luego aparece como en cascada todas esas obras maravillosas, comenzando por la fe de aquel hombre. ¿Quién le ha dado ese don de la fe? No olvidemos que es algo sobrenatural, es algo que nos viene de Dios. Dios ha estado también obrando maravillas en él.

viernes, 30 de junio de 2023

Comencemos de verdad a dar las señales del Reino de Dios y que el anuncio de la Buena Noticia sea algo más que palabras, en nosotros está

 

Comencemos de verdad a dar las señales del Reino de Dios y que el anuncio de la Buena Noticia sea algo más que palabras, en nosotros está

Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127;  Mateo 8,1-4

¿Alguna vez nos hemos encontrado en la situación de que alguien se acerque a nosotros para decirnos que en nuestras manos está, el que le resolvamos aquel problema que tiene, que él sí está seguro que nosotros podemos resolvérselo?

¿Qué hacemos si nos encontramos en una situación así? ¿No nos creemos que esté en nuestras manos la solución? ¿Dar la vuelta y volverle la espalda ignorando aquello que nos piden, pues vete a saber… como siempre sospechamos? ¿Intentamos encontrar alguna salida y ver lo que podemos hacer? Diversas reacciones podemos tener. ¿Cuál será la medida de nuestro corazón? ¿Por qué son esas seguridades en quien viene a pedirnos?

Jesús había estado enseñando en el monte; ya había reunido en torno a él un grupo de discípulos más cercanos que siempre le seguían que iba a ser como principio de aquel grupo, de aquella pequeña comunidad que iba creando. Les enviaría también a ellos a anunciar el Reino y curar enfermos. Ahora alguien, que quizás de lejos le había estado escuchado dada su situación de leproso que no podía mezclarse con los demás viene a decirle que si quiere El puede curarle; y Jesús lo tocó diciéndole, quiero, queda limpio, y al momento aquel hombre quedó curado.

¿Eran los signos del Reino de Dios que Jesús había estado anunciando? Se está manifestando claramente que la buena noticia llega a los pobres y a los que sufren; aquello anunciado por el profeta y proclamado en la sinagoga de Nazaret que era algo así como una proclamación programática de la acción del Mesías de Dios. ‘Los pobres son evangelizados’ y se están dando las señales de liberación y de salvación que anunciaba el profeta.

No me quiero quedar en lo acaecido aquel día al pie de la montaña cuando Jesús de nuevo baja a la llanura para el encuentro con los que sufren. Es que ese evangelio lo escuchamos hoy. Pero no como un relato bonito del que podemos hacernos hermosas consideración. Es evangelio hoy, es buena noticia hoy para este mundo, estos hombres y mujeres que vivimos en este momento concreto de la historia

¿A quien estará representando este leproso? ¿De quienes será signos hoy este leproso? Podemos ser tu y yo que también con nuestra lepra – ¡cuánto mal se sigue encerrando en nuestros corazones y del que tenemos necesidad de liberarnos! – nos acercamos a Jesús para decirle también ‘si quieres, puedes limpiarme’.

Pero es que podemos decir también que nosotros estamos en el lado de Jesús, porque a nosotros también se nos ha confiado una misión como Iglesia en medio de nuestro mundo donde también tenemos con urgencia que anunciar el Reino de Dios. ¿Podríamos ver representado en ese leproso a ese mundo que nos rodea y también se acerca para decirnos ‘si quieres, puedes sanarme’?

Ante nosotros, ante la Iglesia está ese mundo que tantas veces los describimos envuelto en tantos males, pero que muchas veces nos quedamos en eso, en hacer bonitas descripciones. Pero también se nos está diciendo en tus manos está, ¿y qué hacemos? ¿No estará el mundo esperando una respuesta de nuestra parte? ¿Tendremos miedo de tender nuestra mano para tocar al leproso? ¿Tendremos miedo de meternos en medio de ese mundo para comenzar, pero en serio, a hacer una transformación?

¿Cuándo comenzaremos de verdad a dar las señales del Reino de Dios y que esa buena noticia sea algo más que palabras?

jueves, 29 de junio de 2023

Como Pedro dejémonos encontrar con Jesús y a pesar de nuestras sombras intentemos seguir haciendo el camino con fidelidad total

 


Como Pedro dejémonos encontrar con Jesús y a pesar de nuestras sombras intentemos seguir haciendo el camino con fidelidad total

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18;  Mateo 16, 13-19

Un encuentro puede convertirse en algo decisivo en la vida. Será algo ocasional, aparentemente circunstancial, será algo buscado por alguna de las partes, alguien a quien nos presentan en un momento determinado… muchas son las formas, las circunstancias que pueden llevar a ese encuentro. Pero nos deja marcados;  es la impresión favorable que recibimos, son los interrogantes que se nos plantean por dentro, es algo que nos llama la atención, puede ser el comienzo de un camino nuevo que se abre ante nosotros. Nada va a ser igual a partir de entonces.

Todos habremos podido tener momentos así, que sin embargo nos podrían haber dejado diferente huella; siempre ha habido un momento en que nos hemos sentido impresionados por algo y nos dimos cuenta que aquello merecía una respuesta, un cambio de actitud o de rumbo, pero quizás por las marejadas de la vida habremos también haber podido olvidar.

Pero en lo que hoy escuchamos en el evangelio motivando esta celebración no cayó en saco roto. Aunque luego también hubieron sus sombras, sus momentos de duda, sus interrogantes y preguntas que no siempre encontraron respuesta.

Según nos narra el principio del evangelio de san Juan el primer encuentro fue con una mediación. Quien primero se había encontrado con Jesús era Andrés, pero como dice el evangelio a la mañana siguiente – y es también una manera de hablar – quiso presentarle a Jesús a su hermano Simón. Con sus reticencias y desconfianzas interiores quizás, como les sucedía a tantos, se dejó llevar por su hermano. ‘Aquel de quien nos hablan las escrituras lo hemos encontrado’. Y ya aquel momento fue decisivo, ‘tú te llamarás Pedro’. Jesús le cambia el nombre. Algo muy significativo.

Sería más tarde en la orilla del lago, mientras repasaban las redes después de una noche de faena – habrían ya escuchado a Jesús en algunos de aquellos encuentros que iba teniendo Jesús con la gente y en la sinagoga – es Jesús quien al pasar por ellos los invitará a una nueva pesca, ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Algo había estado ya sucediendo en su corazón desde esos encuentros con Jesús que ahora lo dejan todo para seguirle.

En otro momento del evangelio se hablará de una pesca forzada por Jesús cuando habían pasado la noche bregando sin coger nada, pero porque a Pedro las palabras de Jesús ya comenzaban a llenarle el corazón, a hacerle cosquillas en el corazón, fiándose de la palabra de Jesús lanzará las redes al agua cogiendo una redada tan grande que tendrán que pedir ayuda a otros pescadores, pero se quedará anonadado ante lo que estaba sucediendo deseando estar incluso lejos de Jesús. ‘Apártate de mi que soy un hombre pecador’. ‘Seréis pescadores de hombres’. Volverá a repetirles Jesús.

Ya desde entonces nada sería igual. Ya con Jesús irían a todas partes en ese camino itinerante que Jesús hacía por todas las aldeas y ciudades de Galilea. La casa de Simón se convertirá en el centro de toda esa actividad y allí se reunirán continuamente los que de cerca seguían a Jesús.

Los llamará Jesús con una llamada especial para hacerlos sus compañeros y de Jesús irán bebiendo aquella vida que los va transformando. A ellos Jesús de manera especial se les revela, será el Tabor, será llevándolos especialmente consigo en algunas cosas especiales, será anunciándoles lo que habrá de suceder cuando suban a Jerusalén. A Pedro le costará entender algunas cosas y por el amor que ya comenzaba a tenerle a Jesús no quiere que nada le suceda. Eso no te puede suceder a ti.

Y será Pedro el que haga la mejor confesión cuando Jesús pregunte por lo que piensan de El, aunque como le dirá Jesús eso no lo sabe por si mismo sino porque en su corazón se lo ha revelado el Padre del cielo. Cuando lleguen momentos de crisis y la gente cansada y en cierto modo desalentada comience a abandonar, será Pedro el que saltará el primero para decir que no, que ellos no lo abandonarán, porque, ¿a dónde van a ir si solo Jesús tiene palabras de vida eterna?

Pasarán ellos también por la crisis cuando no entiendan lo que a Jesús les está sucediendo, y como suele suceder los miedos se meten en alma y nos traicionan. Son momentos oscuros y llegará a negar que conozca a Jesús. Pero todo será subsanado por el amor. Llorará Pedro su negación, pero pronto estará para buscarlo en el sepulcro, para dejarse sorprender en el Cenáculo, para correr a sus pies cuando de nuevo Jesús resucitado se les manifiesta de nuevo en las orillas del mar de Galilea. Y Jesús solo pide amor, que se mantenga en el amor, como un día le había pedido que se mantuviera firme en la fe porque tenía una misión para él, había de confirmar en la fe a sus hermanos, había de ser el pastor del nuevo rebaño. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le diría Jesús.

Todo a partir de un encuentro, un encuentro decisivo que se remitiría con gran intensidad de nuevo en las orillas del Tiberíades. Es a quien hoy estamos contemplando, a quien estamos celebrando. Nos quedamos en estos retazos del evangelio porque en ellos vemos reflejado también nuestro camino. Pedro siguió haciendo ese camino, ahora ya al frente de la Iglesia, hasta el final, en el momento en que él también daría su vida. El discípulo no es mejor que su maestro, y si El, el Señor había lavado los pies a los discípulos como signo y señal de lo que era su entrega, era también lo que el discípulo tendría que hacer, lo que nosotros también hemos de hacer.

La fiesta de san Pedro nos recuerda nuestro camino y nuestra misión, nos hace que continuemos con fidelidad nuestro camino para que también vayamos frente al mundo dando testimonio de nuestra fe y de nuestro amor.

miércoles, 28 de junio de 2023

Cuidemos el árbol si queremos que dé buenos frutos, cuidemos nuestro espíritu y cuidemos nuestra fe haciéndola madura y comprometida

 


Cuidemos el árbol si queremos que dé buenos frutos, cuidemos nuestro espíritu y cuidemos nuestra fe haciéndola madura y comprometida

Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20

Tengo un amigo que trabaja en el campo sobre todo en la recolección de fruta y en el cuidado de los árboles frutales; me cuenta de su trabajo, por una parte del cuidado en la recolección de las frutas para que no se dañen y tengan la mejor presentación, pero me cuenta también de las tareas que realiza en gran parte del año en el cuidado de los árboles frutales, el tiempo de la poda para eliminar aquellas ramas que ya están secas y no producen, pero también de muchas ramas que son como chupones que mermarían la fuerza del árbol y la calidad de sus frutos. Hace unos días contemplaba en un documental como el agricultor iba incluso desechando muchos de los brotes de su frutal para que los frutos que diera fueran de verdadera calidad. Un árbol cuidado puede dar buenos frutos.

Una imagen muy hermosa para la vida. ¿Cuáles son nuestros frutos? ¿Cómo son nuestros frutos? Hoy escuchamos precisamente en el evangelio que Jesús nos dice que ‘por sus frutos los conoceréis’, y que aquel árbol que no da buenos frutos no sirve sino para arrancarlo y echarlo al fuego. Pero como estamos viendo en la imagen de la vida sabemos también que tenemos que cuidar el árbol para que dé buenos frutos.

Es la tarea de nuestra vida. En todos los aspectos. Humanamente tenemos que prepararnos, tenemos que crecer, tenemos que madurar. No nos podemos quedar en una etapa infantil en la vida. Quizás al niño, e incluso al joven, le cuesta comprenderlo, tiempo que tiene que dedicar a prepararse, a formarse, para de verdad ir creciendo en la vida; ahí está la labor educadora de la familia, de los padres, pero también de cuantos tienen que ver que la formación humana de las personas, de niños y de juventud.

Pero bien sabemos que ese crecimiento no se acaba porque lleguemos a una determinada edad en que ya nos consideremos adultos. No son solo los nuevos conocimientos que podamos ir adquiriendo, sino que será esa maduración como personas para en verdad poder enfrentarnos con los mejores equipajes a la vida. Bien sabemos que aunque lleguemos a una etapa profesional en nuestro trabajo aun tenemos que seguir preparándonos, la etapa de formación y crecimiento de la persona no se acaba nunca.

Quizás ese aspecto humano de las personas más o menos todos los tenemos claro, pero aun así hay aspectos de la vida que algunas veces descuidamos, y es la atención a nuestro espíritu, es el cuidado de nuestra fe, es la maduración espiritual de la persona, es la espiritualidad en que hemos de fundamentar nuestra vida. Nos decimos muchas veces que somos creyentes de siempre, que somos viejos cristianos, que ya nuestros padres nos enseñaron cuando éramos pequeños que nos llevaron a la catequesis para que recibiéramos los sacramentos, pero quizás todo se detuvo ahí y luego nunca más nos preocupamos de madurar esa fe, de hacer crecer nuestra vida espiritual y nos quedamos en unas oraciones que aprendimos de pequeños pero no hemos dado el paso delante de hacer más personal y más intensa nuestra vida de fe.

Cuando una planta no se cuida debidamente, no se riega ni se abona, se nos quedará raquítica, estará mustia y sin vitalidad para poder florecer y poder darnos unos frutos; si la descuidamos en demasía esa planta no solo no nos dará fruto sino que tendrá el peligro de secarse, de morirse. Así andamos en nuestra vida cristiana, porque no le damos ese necesario crecimiento espiritual, así terminamos muchas veces como ramas y hojas secas que se las lleva el viento y no terminamos de ver esos frutos de vida cristiana que tendríamos que dar.

Nuestras comunidades cristianas se nos mueren, la vida de nuestras parroquias va perdiendo intensidad, no terminamos de ser esos cristianos comprometidos en medio del mundo, nuestra sociedad ha ido perdiendo esos valores espirituales y cristianos, nos damos cuenta de que nuestras iglesias se nos vacían cada vez más y no se renuevan nuestras comunidades con gente joven y entregada, nos contentamos con una vida religiosa ramplona y fría que tampoco atrae a los demás porque además nos falta verdadero espíritu misionero.

‘Por sus frutos los conoceréis’, nos dice hoy Jesús. ¿Nuestro árbol estará dañado que ya no produce frutos? ¿Dónde está nuestra espiritualidad cristiana madura y comprometida? Aunque somos adultos en la vida porque los años han pasado por nosotros, ¿seguiremos teniendo todavía una religiosidad y un sentido cristiano de la vida demasiado infantil? Me preocupa tremendamente qué es lo que estamos haciendo como cristianos y como Iglesia. Habrá mucho que abonar para revitalizar, pero también mucho que podar para quitar todo lo que sigue siendo muerte.

Cuidemos el árbol, si queremos dar frutos.

martes, 27 de junio de 2023

Camino de esfuerzo y de superación, camino estrecho recorrido no con resignación sino con esperanza y alegría, camino de verdadera felicidad

 


Camino de esfuerzo y de superación, camino estrecho recorrido no con resignación sino con esperanza y alegría, camino de verdadera felicidad

Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14

Nos habrá pasado en alguna ocasión; estábamos realizando algo que estábamos haciendo con mucho gusto e ilusión, las cosas nos iban saliendo bien y estábamos viendo el resultado bello y bueno de lo que estábamos realizando, pero por un descuido, por una distracción, por querer quizás probar algo nuevo con lo que pensábamos que nos podría salir mejor, bajo la influencia de alguien que quiso atraernos a su idea o lo que él pensaba a su manera que podría ser mejor, y de pronto todo se nos echó a perder.

¿Circunstancias adversas? ¿Egolatría que íbamos alimentando con aquello que estábamos realizando? ¿Influencias externas que nos distrajeron de lo que era la idea original? ¿Tentaciones de vanidad? ¿Superficialismo que nos separó de lo que haciéndolo con profundidad nos hubiera llevado a cosas hermosas? Muchas cosas podríamos pensar, pero al final echamos a la basura algo que podía ser realmente hermoso.

¿No nos sucederá algo así, no en cosas externas o materiales que podamos hacer, sino más bien en lo mejor del yo profundo de nuestra vida que malogramos por un capricho, por una mala influencia? Podríamos pensar en muchas cosas; esa lucha interior de superación que vamos realizando en nuestra vida con la que vamos avanzando como personas, vamos dándole una profundidad y madurez a nuestra vida, pero que en un momento determinado lo echamos todo a perder, cuando perdemos la tensión del crecimiento, nos dejamos arrastrar por superficialidades y vanidades, cuando nos entran las modorras y los cansancios y ya no tenemos ganas de luchar, cuando contemplamos lo que hay a nuestro alrededor y nos parecen felices los que viven en la superficialidad de la vida y nos decimos que para qué tanto esfuerzo y tanta lucha.

Como nos dice hoy Jesús en el evangelio, por un nada, tiramos a los pies de los cerdos la perla preciosa que con tanto esfuerzo habíamos ido cultivando. Nos quiere precaver Jesús, que tengamos cuidado, que no nos dejemos engatusar por caminos que nos pueden parece fáciles, porque no queremos seguir en la misma lucha de superación. Equivocamos el camino, nos queremos ir por la senda espaciosa y que nos parece fácil pero que no nos va a llevar a alcanzar esas metas altas que de la otra manera hubiéramos alcanzado.

No es que tengamos que resignarnos a hacer esas cosas que nos cuestan esfuerzo, porque pensamos que no nos queda otro remedio. No es precisamente la resignación un valor demasiado evangélico, aunque tantas veces nos hayan aconsejado la resignación cuando nos llegan los momentos de sacrificio. Cuando tenemos una meta grande en la vida, cuando queremos alcanzar algo que en verdad merece la pena y sabemos que es lo que nos va a dar la verdadera felicidad, aquellas cosas que tenemos que hacer y que nos cuestan esfuerzo y sacrificio las realizamos con ganas, con ilusión, con entusiasmo porque lo que estamos deseando es alcanzar aquella meta.

Y en ese esfuerzo e incluso sacrificio sabemos ser felices, porque estamos pregustando la gloria de la victoria final. El deportista que se entrena duramente preparándose para una competición no lo hace de mala gana sino poniendo toda su ilusión en aquel esfuerzo de entrenamiento, de superación que está realizando. Somos felices en el camino de nuestra vida cristiana, no tenemos el esfuerzo, el sacrificio, no rehuimos el camino estrecho, sabemos a donde vamos, que es lo que queremos vivir, tenemos ya de antemano el gozo de la presencia del Señor que es nuestro premio.

Es el camino que nos conduce a la vida, es lo que da sentido al camino que vamos realizando, es el gozo que sentimos en el espíritu que nos hace vivir la mejor felicidad. No tiremos a los cerdos las perlas preciosas que Dios ha puesto en nuestra vida.

lunes, 26 de junio de 2023

Repasemos la vara que tenemos para medir, revisemos la suciedad de nuestros ojos, que reconozcamos que muchas veces la maldad la tenemos en nuestro corazón

 


Repasemos la vara que tenemos para medir, revisemos la suciedad de nuestros ojos, que reconozcamos que muchas veces la maldad la tenemos en nuestro corazón

Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5

Con qué facilidad acomodamos las varas de medir, acrecentándolas o disminuyéndolas según sea lo que presuntuosamente pensamos de nosotros o el juicio que queremos hacer de los demás. Siempre nos consideraremos que valemos más o somos más importantes que lo que los demás puedan ver en nosotros, y siempre usaremos una vara raquítica para valorar, y este caso siempre por las mínimas, la importancia o el valor que puedan tener las cosas que hacen los otros. Nos molesta que hablen de nosotros, que valoren o no lo que hacemos, pero no nos importa ser duros en el juicio en contra siempre de los que están a nuestro lado, porque no podemos permitir que nos hagan sombra.

Así es nuestra miseria humana, así es en muchas ocasiones la mezquindad de nuestro corazón, así es nuestro orgullo y amor propio con el que nos endiosamos y nos subimos por encima de todos los pedestales, así son esas malas raíces que parece que todo lo enredan y en todo queremos hacer sombra, así es la soberbia de la vida que terminará por arrasar cuanto de bueno pueda surgir en nuestro entorno, así andamos por la vida revestidos de vanidad para aparentar unos brillos que no tenemos.

Desde que la serpiente maligna inoculó en nosotros el veneno de la maldad, de la desconfianza, del orgullo no seremos capaces de ver nuestros errores, pero entramos a saco en el juicio que nos hacemos de los demás viendo por todos lados defectos e irregularidades.

¿Por qué no seremos capaces de reconocer lo bueno que tienen o que puedan hacer los demás? ¿Por qué andaremos por la vida siempre como contrincantes dándonos la batalla, queriendo destruir todo lo bueno que puedan hacer los demás, queriendo echar nubes de sombras y de cenizas sobre las obras de los otros para dar por inservible todo lo que puedan hacer los otros? Es normal que haya disparidad de criterios y de opiniones en todos los ámbitos y aspectos de la vida, ¿Por qué no podemos ver lo bueno que tiene todo proyecto aunque no sea el nuestro, para sumar y para aunar esfuerzos, ofreciendo cada uno lo bueno que tenemos en nuestras ideas o en nuestra manera de hacer para lograr entre todos algo mejor que a todos a la larga nos beneficie?

En nuestros egoísmos insolidarios, en nuestros orgullos y ambiciones de querer quedar siempre por encima del otro, nos destruimos, no somos capaces de ver las limitaciones y lagunas que puedan tener nuestros proyectos y nuestras ideas, y siempre estaremos echando la culpa a los demás del fracaso de la vida misma porque consideramos incapaces a los otros poder hacer algo bueno.

Y esto lo estamos viendo todos los días en nosotros mismos con nuestros juicios y nuestra falta de respeto a lo que hacen los demás, esto lo estamos viendo en el desarrollo de nuestra vida social en que todo lo convertimos en una lucha parece sin cuartel contra todo lo que no salga de nuestras ideas, esto lo estamos viendo en la construcción y desarrollo de nuestra sociedad donde nunca terminamos de colaborar porque nos parecería que nos quitarían nuestros méritos de ser los únicos y los mejores.

Hoy Jesús nos habla de que cuidemos nuestros juicios, porque esa medida que usamos contra los demás también la usarán contra nosotros. Qué bonito sería un mundo sin prejuicios y sin condenas a los que no piensan como nosotros. Nos dice Jesús que nos miremos a nosotros mismos, que seamos reconocer la realidad de nuestra vida también tan llena de limitaciones, tan llena de lagunas. Que no estemos mirando con terror la pequeña mota que puede haber en el ojo del otro, mientras nuestros ojos están atravesados por tantas vigas de maldad.

Que seamos capaces de tener limpio el cristal de nuestros ojos para tener una mirada luminosa para que podamos disfrutar de la belleza de la vida de los demás; pensemos si cuando estamos viendo tanta maldad en los otros, acaso sea la suciedad y maldad de nuestro corazón la que empaña nuestra vida para estar viendo siempre maldad a nuestro alrededor. ‘Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano’. Qué distinta sería nuestra mirada.

 

domingo, 25 de junio de 2023

Las palabras de Jesús quieren mover a la confianza, a quitar los miedos, ‘no tengáis miedo…’ porque la gracia de Dios se ha desbordado sobre nosotros

 


Las palabras de Jesús quieren mover a la confianza, a quitar los miedos, ‘no tengáis miedo…’ porque la gracia de Dios se ha desbordado sobre nosotros

Jeremías 20, 10-13; Sal 68; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33

Miedos, algo a lo que muchas veces en la vida tenemos que enfrentarnos. Miedos a los peligros, a lo que nos pueda suceder, a un accidente, a una noche oscura, ante un futuro incierto, a tomar una decisión que nos compromete… pero los vamos afrontando, intentamos superarlos, buscamos seguridades, ponemos precaución, a prepararnos de alguna manera, nos apoyamos en algo o en alguien.

Pero no es solo el miedo a las cosas, o a esos imprevistos que se nos puedan presentar; el miedo nos puede venir de la desconfianza, en nosotros mismos o en los demás; puede aparecer después de experiencias amargas en que nos hemos visto implicados como consecuencias de muchas cosas; miedos porque nos sentimos inseguros en nosotros mismos ante una misión que se nos confía y que no sabemos si somos capaces de afrontarla; miedos desde culpabilidades quizás de nuestros propios errores o de los tropiezos que hayamos tenido en la vida.

¿Cómo se sentía el profeta que hemos escuchado en la primera lectura cuando se ve cercado por todos los que no quieren escuchar ni aceptar su palabra profética? Hasta en las mismas autoridades encuentra rechazo, aparte de tantos enemigos que buscaban sus traspiés. No fue fácil la misión del profeta Jeremías y de algún modo se sentía solo y abandonado porque  ‘se sentía como un extraño para sus hermanos, y un extranjero para los hijos de su madre’, como expresa muy bien el salmista. Pero el siente que ‘el Señor es su fuerte defensor y algún día aquellos que atentan contra él sentirán sonrojo por lo que hacen, acabarán avergonzados de su fracaso, porque el Señor libera la vida del pobre de las manos de los perversos’.

No era fácil tampoco la misión que Jesús encomendaba a sus discípulos, a los que enviaba como ovejas en medio de lobos. Grande era la tarea que les encomendaba porque mucha era también la mies y pocos los obreros. Ya les dirá Jesús en otro momento que el discípulo no es mayor que su maestro, y que igual van a encontrar oposición y rechazo como lo tuvo Jesús. Seguro que también se sentían débiles e incapaces para la misión que Jesús les estaba confiando.

Pero hoy las palabras de Jesús quieren mover a la confianza, a quitar los miedos. ‘No tengáis miedo…’ les dirá, nos dirá por tres veces Jesús. La luz tiene que brillar, y aunque se pretenda ocultar sus resplandores terminarán por iluminar el mundo. La verdad del Evangelio ha de ser proclamada, la luz no se puede esconder debajo del celemín. Y en ese testimonio que tenemos que dar ante el mundo con nosotros va el Señor.

‘No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma…’ les dice. Y nos habla de la Providencia de Dios que siempre nos cuida. ¿No cuida de los gorriones, de los pajarillos del cielo? ¿No valemos nosotros mucho más que unos gorriones que somos los hijos amados del Padre? ‘No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna’. Hay muchas maneras en que nos pueden llevar a esa perdición. No podemos dejar que nos maten nuestro espíritu, eso sería lo terrible, cuando nos hacen perder la paz, cuando perdemos la confianza, cuando se nos apaga la ilusión, cuando nos faltan los ánimos para luchar, cuando lo damos todo por perdido.

Son los peligros, son los miedos que se nos meten en el alma, de los que tenemos que precavernos, sombras que tenemos que arrancar de nuestro espíritu. Muchas son las tentaciones de desánimo que muchas veces nos pueden envolver, nos sentimos débiles, nos sentimos pecadores, no siempre nos sentimos apreciados por los que a nuestro lado quizá tendrían la misión y la labor de animarnos, podemos encontrar muchos rechazos o también muchos prejuicios contra lo que hacemos; son muchas las soledades que nos pueden enturbiar el alma. Tenemos el peligro, como decíamos, que las sombras nos llenen de oscuridad.

Nuestro camino tiene que ser siempre un camino de luz; nuestro camino tenemos que hacerlo con esperanza; a nuestro camino no nos puede faltar la seguridad de aquello en lo que creemos y que queremos proclamar; en nuestro camino no podemos perder nunca la paz. Por eso nuestro testimonio tiene que ser valiente, decidido. No nos podemos acobardar. No nos podemos dejar apabullar por los ruidos y los gritos que se puedan poner en contra queriendo silenciar nuestra palabra. ‘A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos’. Como nos decía san Pablo, y eso aumenta nuestra confianza, ‘la gracia de Dios se ha desbordado sobre nosotros’.