jueves, 29 de junio de 2023

Como Pedro dejémonos encontrar con Jesús y a pesar de nuestras sombras intentemos seguir haciendo el camino con fidelidad total

 


Como Pedro dejémonos encontrar con Jesús y a pesar de nuestras sombras intentemos seguir haciendo el camino con fidelidad total

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18;  Mateo 16, 13-19

Un encuentro puede convertirse en algo decisivo en la vida. Será algo ocasional, aparentemente circunstancial, será algo buscado por alguna de las partes, alguien a quien nos presentan en un momento determinado… muchas son las formas, las circunstancias que pueden llevar a ese encuentro. Pero nos deja marcados;  es la impresión favorable que recibimos, son los interrogantes que se nos plantean por dentro, es algo que nos llama la atención, puede ser el comienzo de un camino nuevo que se abre ante nosotros. Nada va a ser igual a partir de entonces.

Todos habremos podido tener momentos así, que sin embargo nos podrían haber dejado diferente huella; siempre ha habido un momento en que nos hemos sentido impresionados por algo y nos dimos cuenta que aquello merecía una respuesta, un cambio de actitud o de rumbo, pero quizás por las marejadas de la vida habremos también haber podido olvidar.

Pero en lo que hoy escuchamos en el evangelio motivando esta celebración no cayó en saco roto. Aunque luego también hubieron sus sombras, sus momentos de duda, sus interrogantes y preguntas que no siempre encontraron respuesta.

Según nos narra el principio del evangelio de san Juan el primer encuentro fue con una mediación. Quien primero se había encontrado con Jesús era Andrés, pero como dice el evangelio a la mañana siguiente – y es también una manera de hablar – quiso presentarle a Jesús a su hermano Simón. Con sus reticencias y desconfianzas interiores quizás, como les sucedía a tantos, se dejó llevar por su hermano. ‘Aquel de quien nos hablan las escrituras lo hemos encontrado’. Y ya aquel momento fue decisivo, ‘tú te llamarás Pedro’. Jesús le cambia el nombre. Algo muy significativo.

Sería más tarde en la orilla del lago, mientras repasaban las redes después de una noche de faena – habrían ya escuchado a Jesús en algunos de aquellos encuentros que iba teniendo Jesús con la gente y en la sinagoga – es Jesús quien al pasar por ellos los invitará a una nueva pesca, ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Algo había estado ya sucediendo en su corazón desde esos encuentros con Jesús que ahora lo dejan todo para seguirle.

En otro momento del evangelio se hablará de una pesca forzada por Jesús cuando habían pasado la noche bregando sin coger nada, pero porque a Pedro las palabras de Jesús ya comenzaban a llenarle el corazón, a hacerle cosquillas en el corazón, fiándose de la palabra de Jesús lanzará las redes al agua cogiendo una redada tan grande que tendrán que pedir ayuda a otros pescadores, pero se quedará anonadado ante lo que estaba sucediendo deseando estar incluso lejos de Jesús. ‘Apártate de mi que soy un hombre pecador’. ‘Seréis pescadores de hombres’. Volverá a repetirles Jesús.

Ya desde entonces nada sería igual. Ya con Jesús irían a todas partes en ese camino itinerante que Jesús hacía por todas las aldeas y ciudades de Galilea. La casa de Simón se convertirá en el centro de toda esa actividad y allí se reunirán continuamente los que de cerca seguían a Jesús.

Los llamará Jesús con una llamada especial para hacerlos sus compañeros y de Jesús irán bebiendo aquella vida que los va transformando. A ellos Jesús de manera especial se les revela, será el Tabor, será llevándolos especialmente consigo en algunas cosas especiales, será anunciándoles lo que habrá de suceder cuando suban a Jerusalén. A Pedro le costará entender algunas cosas y por el amor que ya comenzaba a tenerle a Jesús no quiere que nada le suceda. Eso no te puede suceder a ti.

Y será Pedro el que haga la mejor confesión cuando Jesús pregunte por lo que piensan de El, aunque como le dirá Jesús eso no lo sabe por si mismo sino porque en su corazón se lo ha revelado el Padre del cielo. Cuando lleguen momentos de crisis y la gente cansada y en cierto modo desalentada comience a abandonar, será Pedro el que saltará el primero para decir que no, que ellos no lo abandonarán, porque, ¿a dónde van a ir si solo Jesús tiene palabras de vida eterna?

Pasarán ellos también por la crisis cuando no entiendan lo que a Jesús les está sucediendo, y como suele suceder los miedos se meten en alma y nos traicionan. Son momentos oscuros y llegará a negar que conozca a Jesús. Pero todo será subsanado por el amor. Llorará Pedro su negación, pero pronto estará para buscarlo en el sepulcro, para dejarse sorprender en el Cenáculo, para correr a sus pies cuando de nuevo Jesús resucitado se les manifiesta de nuevo en las orillas del mar de Galilea. Y Jesús solo pide amor, que se mantenga en el amor, como un día le había pedido que se mantuviera firme en la fe porque tenía una misión para él, había de confirmar en la fe a sus hermanos, había de ser el pastor del nuevo rebaño. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le diría Jesús.

Todo a partir de un encuentro, un encuentro decisivo que se remitiría con gran intensidad de nuevo en las orillas del Tiberíades. Es a quien hoy estamos contemplando, a quien estamos celebrando. Nos quedamos en estos retazos del evangelio porque en ellos vemos reflejado también nuestro camino. Pedro siguió haciendo ese camino, ahora ya al frente de la Iglesia, hasta el final, en el momento en que él también daría su vida. El discípulo no es mejor que su maestro, y si El, el Señor había lavado los pies a los discípulos como signo y señal de lo que era su entrega, era también lo que el discípulo tendría que hacer, lo que nosotros también hemos de hacer.

La fiesta de san Pedro nos recuerda nuestro camino y nuestra misión, nos hace que continuemos con fidelidad nuestro camino para que también vayamos frente al mundo dando testimonio de nuestra fe y de nuestro amor.

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