lunes, 9 de octubre de 2023

No solo es cuestión de saber quién es mi prójimo sino de ser yo capaz de comportarme como prójimo

 


No solo es cuestión de saber quién es mi prójimo sino de ser yo capaz de comportarme como prójimo

Jonás 1,1–2,1.11; Sal. Jon 2,3.4.5.8; Lucas 10,25-37

Todos nos hacemos preguntas; son nuestros deseos innatos de saber, de aprender, de conocer; preguntas que buscan caminos, preguntas que esperan una respuesta, preguntas que se hace uno a sí mismo, preguntas en cuya respuesta queremos darle una profundidad o un sentido a la vida, preguntas que son una petición de ayuda; preguntas llenas de sinceridad en esos deseos de búsquedas, pero preguntas en ocasiones maliciosas, envenenadas, porque buscan una respuesta a su gusto y su ritmo, porque quieren dejar en evidencia a aquel a quien le hacen la pregunta, preguntas retóricas que se quedan en el aire porque no esperan respuesta, o no queremos escuchar la respuesta. De todo eso tenemos en la vida, de todo eso tenemos experiencias porque nosotros mismos las hacemos, o porque somos interrogados por los que nos rodean.

Un letrado se acerca a Jesús. ¿Busca respuestas? ¿Quiere enreversar el asunto? La pregunta parece ser seria. ¿Qué tiene que hacer para heredar la vida? ¿Busca recetas o busca cosas sabidas? Porque Jesús le abre el camino. ‘¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?’ La respuesta tenía que darla el mismo porque para eso era maestro de la ley. Y no le quedará más remedio que recitar aquello que todo judío sabía de memoria y repetía varias veces al día.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo’. Lo repetían al acostarse y al levantarse, al sentarse a la mesa, al salir de casa o al entrar en casa. Y Jesús le dice que ha respondido sensatamente, que haga eso y tendrá vida. ¿Querrá aún justificarse en las preguntas que está haciendo? ‘Y, ¿quién es mi prójimo?’

Jesús nos dejará la parábola del buen samaritano que todos conocemos bien y tantas veces hemos meditado. Pero, ¿nos sucederá a nosotros lo mismo que por mucho saberlo a final terminamos por no hacerlo? Sabemos bien quién es nuestro prójimo, no cabe duda. Pero ponemos nuestros entredichos, nuestros paréntesis, nuestras distinciones porque nos parece que no son lo mismo unos que otros; aceptamos como nuestro prójimo al que nos cae bien, piensa como nosotros, es de los nuestros, pero pronto comenzamos a hacernos reservas, porque no es de aquí, porque es otro el color de su piel, porque su apariencia no nos es agradable o incluso quizás nos repugna, porque un día me hizo o me dijo, me trató más o me despreció, porque tuvimos nuestras diferencias y ya lo miramos de otra manera…

Por cuantos pasamos de largo, como aquel sacerdote o aquel levita de la parábola que nos propone Jesús. Queremos llegar temprano al templo, tenemos tantas cosas que hacer que ahora no me voy a entretener, no llevo suelto en el bolsillo… cuantas cosas, cuantas disculpas nos buscamos. No es fácil mirar como prójimo al otro, porque creamos tantas distancias, inventamos tantas barreras, seguimos poniendo tantos escalones y pedestales. Lo sabemos muy bien, pero no lo hacemos tan bien.

Cuando el escriba le respondía textualmente diciendo lo que estaba en la ley de Moisés, Jesús le dijo ‘haz esto, y tendrás vida’. Ahora tras la parábola en la que Jesús nos quiere decir quien es nuestro prójimo y lo que no tenemos que hacer con él, le dirá que vaya y haga lo mismo que aquel que se portó como prójimo del otro. No es cuestión solo de saber quien es el prójimo y miramos hacia fuera, sino que tenemos que mirarnos a nosotros mismos y portarnos como prójimo del que está a nuestro lado sea quien sea.

‘Anda, haz tú lo mismo’.

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