jueves, 5 de octubre de 2023

Acuérdate del Señor, tu Dios, que es el quien te da la fuerza para adquirir esa riqueza y te ha dado el bienestar en que vives

 


Acuérdate del Señor, tu Dios, que es el quien te da la fuerza para adquirir esa riqueza y te ha dado el bienestar en que vives

Deuteronomio 8, 7-18; Sal: 1 Crón 29, 10-12; 2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11

¿Nos creemos merecedores de todo? Algunas veces parece que damos esa impresión. No es que vayamos buscando pleitesía pero sí pasamos como insensibles ante lo que recibimos y no tenemos palabras ni gestos para mostrar nuestra gratitud a los demás. Es cierto que mascullamos la palabra ‘gracias’ un poco por cortesía cuando nos dan algo, aunque también hemos de reconocer que esos buenos modales de educación también se van perdiendo hoy. Se nos puede quedar en una palabra de cortesía sin que lleguemos a mostrar una actitud interior de gratitud.

Son los pequeños detalles de la vida de cada día, que muchas veces nos faltan, pero también hemos de decir que nos sobra mucha autosuficiencia en que nos creemos que nos valemos por nosotros mismos sin necesitar nunca nada de los demás. Sí, es nuestra relación de los unos con los otros donde fallamos, pero reconozcamos que muchas veces nos envolvemos de una sequedad en la vida que nos hace caminar sin querer mirar a los lados, a los que caminan con nosotros, de los que estamos recibiendo mucho, o de la vida misma que nos regala multitud de ocasiones y oportunidades, que no siempre es que lo hayamos cosechado por nosotros mismos.

No sabemos mirar tampoco el conjunto de la vida, para dar gracias también por lo que por nosotros mismos hemos ido avanzando, pero también de la riqueza que estamos recibiendo de nuestro entorno, que tendríamos que ver con una trascendencia mayor. Quizás cuando pasamos por malos momentos buscamos apoyos y ayudas, no queremos sentirnos solos y queremos que nos arropen en nuestras luchas y esfuerzos, y ahí entra también nuestra dimensión espiritual donde estamos en esos momentos muy prontos para acudir a Dios que nos ayude o nos haga salir vivos de esas situaciones por las que estamos pasando. Pero bien sabemos que cuando pasa la tempestad pronto olvidamos todo aquello que antes habíamos pedido quizás con tanta angustia.

Es necesario detenernos, recapacitar, reconocer, descubrir nuevas actitudes y nuevos valores que tendríamos que tener más en cuenta. Algunas veces no sabemos cómo hacerlo. Pero es necesario. Tenemos que mirarnos menos a nosotros mismos para descubrir la riqueza que tenemos a nuestro alrededor, para apreciar lo que recibimos de los demás, lo que nos viene por la gracia de Dios.

Estamos en un día en que la Iglesia con la luz de la Palabra de Dios quiere hacer que nos detengamos un poco. En el lenguaje litúrgico lo llamamos las témporas de acción de gracias, de petición de perdón y de petición y súplica confiada al Señor en todas nuestras necesidades. En ese sentido la Palabra de Dios que hoy escuchamos nos da un toque de atención.

En la primera lectura Moisés, antes de la entrada en la tierra prometida, les recuerda que no olviden las acciones del Señor. Vendrán momentos de paz y de bienestar cuando se establezcan en la tierra prometida cuando ya puedan comer del fruto que les de la tierra en sus cosechas; pero no pueden olvidar el camino recorrido desde que salieron de Egipto, no pueden olvidar cómo el Señor les ha conducido por el desierto, como una nube luminosa que les iluminaba el camino en la noche o como una nube de sombra que suavizaba los ardores del sol durante el día. Lo han de recordar siempre. Han de ser agradecidos al Señor.

Nos insiste Jesús en el evangelio cómo hemos de tener toda nuestra confianza para pedirle al Señor en nuestras necesidades; somos pobres y débiles, humildemente hemos de saber reconocer que solo por nosotros mismos no sabremos salir siempre adelante.

Nos viene bien esa cura de humildad para que alejemos de nosotros esa soberbia y esos orgullos que tanto daño nos hacen, porque nos creemos prepotentes. Nos viene bien reconocer esa pobreza, esa incapacidad, que no se enfríe nuestra fe porque es la pendiente por la que pronto resbalamos cuando nos llenamos de autosuficiencia creyendo que en todo nos valemos por nosotros mismos.


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