viernes, 6 de octubre de 2023

Abramos nuestros oídos para escuchar lo que el Señor ahora nos está pidiendo y demos respuesta, abramos nuestro corazón para que en verdad Dios reine en nosotros

 


Abramos nuestros oídos para escuchar lo que el Señor ahora nos está pidiendo y demos respuesta, abramos nuestro corazón para que en verdad Dios reine en nosotros

Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16

Qué fáciles somos para hacer juicio sobre la conducta de los demás y para nuestras condenas. No nos miramos a nosotros mismos. Como nos dice en otro lugar el evangelio somos fáciles para ver la paja en el ojo ajeno pero no nos damos cuenta de la viga que hay en el nuestro. Y esos juicios crean desconfianzas, distanciamientos, marcamos con un sambenito a personas o lugares con mucha facilidad y ya siempre los estaremos viendo desde ese prisma turbio que nos hemos creado; nos encerramos por otra parte en nosotros mismos, porque claro con cualquiera no nos vamos a mezclar.

Y nos sucede hasta en las interpretaciones que nos podamos hacer del texto sagrado de la Palabra de Dios. Además parece más fácil aplicárselo a los demás que aplicárnoslo a nosotros mismos. Es una tentación que podemos tener con el evangelio que hoy se nos ofrece. Son las imprecaciones de Jesús a Corozaín, Betsaida y el propio Cafarnaúm, por la poca respuesta que están dando a la acción de Jesús en aquellos lugares. ‘Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotros, ya hay tiempo que se hubieran convertido…’ les dice. Y lo mismo le dice a Cafarnaúm.

Pero es aquí donde tenemos que detenernos en nuestra reflexión. Parece que nos contentamos con estas imprecaciones que Jesús hace a aquellas ciudades, y de ahí no pasamos. Es donde tenemos que hacernos una lectura de nosotros, de nuestra vida, de nuestra respuesta. Cuando hoy el evangelio nos está narrando este hecho no es solo para que veamos lo malas que eran aquellas ciudades, sino para que nos miremos a nosotros mismos.

Cuántas maravillas ha realizado el Señor en nosotros, en nuestra vida. Si quisiéramos hacer un listado de las veces que hemos escuchado el Evangelio a lo largo de nuestra vida, y con la escucha del evangelio tantas reflexiones que se nos han ofrecido en homilías, en charlas, en encuentros, la lista sería interminable. Si nos detuviéramos a pensar en cuántas ocasiones hemos visto la acción de Dios en nuestra vida, por ejemplo, que nos ha ayudado cuando hemos acudido con nuestros problemas y necesidades, ¿hasta donde llegaría esa lista? Y así podríamos seguir haciéndonos muchas más consideraciones, de las veces que hemos recibido el perdón en el Sacramento de la Penitencia, de las veces que hemos comulgado al participar en la Eucaristía… tendríamos que preguntarnos ¿y hasta donde llega nuestra respuesta?

Bien sabemos, y lo reconocemos, que somos pecadores que hemos vuelto a caer una y otra vez en las mismas cosas de las que nos habíamos arrepentido, bien sabemos cómo nos enfriamos espiritualmente con tanta facilidad y caemos en tibiezas y rutinas una y otra vez, bien sabemos las veces que le hemos dado la espalda y no hemos querido escuchar, hemos querido silenciar nuestra conciencia y buscamos mil justificaciones que de nada nos sirven porque nos falta sinceridad. ¿Quiénes somos para juzgar y para condenar a los demás?

Tenemos que ser más congruentes en la vida, obrar en consecuencia a esa fe que decimos que tenemos, aprender a superarnos de una vez por todas para recomenzar de una vez por todas esos caminos de rectitud y buena conciencia que tendríamos que tener. Abramos nuestros oídos para escuchar lo que el Señor ahora nos está pidiendo y demos respuesta a esa llamada del Señor, abramos nuestro corazón para que en verdad Dios reine en nosotros.


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