miércoles, 2 de agosto de 2023

Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido, tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida

 


Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido, tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida

Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46

Siempre en la vida nos encontramos con cosas, con momentos, con acontecimientos, con personas que nos dan alegría.  Un acontecimiento inesperado que nos sorprende y que puede ser motivo de nuevas cosas para mi vida, nos llena de alegría; una buena noticia de algo que le ha sucedido a alguien y le ha dado mucha alegría, nos llena a nosotros de alegría también; la solución de unos problemas que teníamos enconados en la vida y que parecía que no tenían salida, nos da alegría; una buena cosecha, la consecución del fruto de unos trabajos y de unos esfuerzos, el alcanzar unas metas que nos habíamos propuesto, nos llena de alegría; el contemplar a alguien que es muy feliz y se siente realizada con lo que hace y con lo que ha conseguido, nos llena de alegría también… así podíamos seguir haciendo una lista grande de cosas que nos motivan, nos llenan de alegría, e incluso nos sentimos como impulsados a compartirlo con los demás para que participen también de esa misma alegría.

Hoy nos habla Jesús en la parábola del hombre que trabajando el campo de pronto se ha encontrado un tesoro escondido en él; se llena de alegría, nos dice el relato de la parábola, y va a conseguir los medios necesarios para adquirir aquel campo y con ello conseguir para sí el tesoro en él escondido. Jesús hace la comparación con esta parábola de lo que es el Reino de los cielos; en cierto modo nos está hablando de la alegría de encontrar el tesoro de la fe, el tesoro del evangelio, en una palabra, del encuentro con Jesús y su salvación.

Descubrir el mensaje del evangelio, tener un encuentro vivo con Jesús es algo profundo que sucede en nuestra vida y nos vamos a sentir totalmente transformados por ese encuentro y ese mensaje. Es encontrar luz para la vida; por eso el evangelio nos hace la comparación, incluso con palabras del profeta, que la aparición de Jesús de Nazaret por los pueblos y aldeas de Galilea fue como el aparecer una luz grande que iluminó aquellas tinieblas en que vivían. Con la presencia de Jesús algo nuevo se estaba sintiendo en aquellos lugares, en aquellas personas; querían seguir a Jesús, querían estar con El, querían escuchar su Palabra, se iban conviviendo en sus discípulos. Su vida se transformaba; Jesús había pedido conversión para creer y para aceptar aquella buena noticia que les estaba llegando.

¿Será en verdad para nosotros el encuentro con el evangelio y con Jesús algo semejante? ¿Sentiremos que en verdad hay una luz nueva que nos está iluminando y entonces haciéndonos ver las cosas de forma distinta – la luz nos hace descubrir lo más bello de la realidad – y trasformando nuestra vida que ya no será distinta?

Tenemos que redescubrir la alegría que produce en nosotros nuestra fe. Tenemos que despertar nuestra fe para que en verdad produzca esa alegría en nuestra vida. No podemos ser cristianos tristes; tenemos que ser los que creemos en Jesús los que vivimos la más intensa y profunda alegría. Yo tengo un gozo en el alma, recuerdo un canto que hacíamos hace unos años en la catequesis y en las celebraciones. Sí, tenemos un gozo en el alma, el gozo y la alegría que despierta en nosotros nuestra fe, nuestro encuentro vivo con Jesús; es la alegría de ser cristiano que llevamos con el mayor orgullo del mundo, y aquí el orgullo sí que no es pecado.

Tenemos que darlo todo para comprar aquel campo que contiene el tesoro escondido; tenemos que darlo todo para vivir la alegría más honda de nuestra vida; tenemos que darlo todo para vivir con alegría y con gallardía nuestra fe, dando testimonio valiente, contagiando de nuestra alegría a los demás.

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