lunes, 14 de agosto de 2023

Saber llenar la vida de esperanza; sembrar semillas de esperanza, quitará la tristeza de nuestra vida, hará repicar nuestros corazones con una nueva alegría

 


Saber llenar la vida de esperanza; sembrar semillas de esperanza, quitará la tristeza de nuestra vida, hará repicar nuestros corazones con una nueva alegría

 Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27

Cuando nos suceden cosas que nos afectan, nos surgen contrariedades que quizás nos hagan tomar otros rumbos en la vida, cuando los problemas nos llenan de preocupaciones, pronto se notará en nosotros ese desasosiego y tristeza que marcará incluso nuestra presencia. ¿Qué es lo que te pasa?, nos pregunta el amigo porque en nuestros ojos nota la tristeza y la preocupación. Bueno es sentir esa presencia del amigo que así se interesa por nosotros y nos ayudará a salir de esos momentos oscuros que nos pueden aparecer en la vida.

Pero hay que afrontar la realidad, no nos puede faltar la esperanza para no hundirnos en esas sombras de tristeza. Pero es que además desde la fe que vivimos tenemos que encontrar esas razones para la esperanza y para que no nos dejemos abrumar por esos nubarrones negros de la tristeza.

Y esto es algo que tenemos que cuidar muchos los cristianos. Algunas veces parece que nos falta alegría, porque nos falta esperanza. Muchas veces hemos hecho nuestra religión demasiado cargada de lágrimas y de tristezas; algunas veces a algunos les parece que tienen que poner cara de circunstancias, como se suele decir, en todo momento, y no terminan de dejar aflorar toda la alegría que tiene que engendrar nuestra fe.

Demasiados cortinajes lúgubres hemos puesto incluso en nuestros ritos religiosos, haciendo que esas cosas externas nos puedan envolver también el sentido de nuestra vida. Para muchos cristianos todo el sentido de su religiosidad se queda muchas veces en unos ritos funerarios y no va más allá del cementerio. Algo tiene que hacernos trascender de todo eso. Nuestra fe nos tiene que llevar siempre a la vida, a la luz, al resplandor de la resurrección para que así podamos encontrar el sentido del dolor y de la muerte. Solo adquiere su profundo sentido mirada a través del cristal de la resurrección. Todo tenemos que mirarlo desde la óptica del amor.

Hoy nos dice el evangelista que tras los anuncios que Jesús les está haciendo ellos se llenaron de tristeza. Jesús les habló de entrega y de muerte; ellos lo único que atisbaban en las palabras de Jesús era el principio de un fracaso, pero no terminaban de comprender todo lo que les decía Jesús cuando les hablaba de esa entrega. La muestre no es una destrucción para eliminar todo germen de vida nueva, sino todo lo contrario. No era simplemente que algunos quisieran quitar de en medio a Jesús – quizás a muchos les molestaba la presencia de Jesús por el sentido nuevo de la vida que les estaba ofreciendo – era la entrega de amor que Jesús estaba realizando.

Desde esa óptica del amor sí que tendría sentido la muerte de Jesús. Era lo difícil de comprender, porque siempre rehusamos lo que nos parece que nos puede hacer sufrir. Cuando falta la óptica del amor es difícil comprender la entrega de Jesús dando su vida por nosotros; cuando nos falta esa óptica del amor difícilmente se nos correr eran esos velos que envuelven el sentido de la muerte para muchos y no serán capaces de vislumbrar esa vida nueva que nace cuando germina la semilla enterrada para que pueda dar fruto.

Tenemos que saber llenar la vida de esperanza; tenemos que sembrar semillas de esperanza en nuestro entorno y en el mundo en que vivimos. Es lo que podrá hacer repicar nuestros corazones con una alegría nueva, con el sentido que Jesús quiere dar a nuestra vida.

 

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