miércoles, 30 de agosto de 2023

Cuidado hagamos de nuestra vida un regalo bonito en su apariencia pero vacío en su contenido, sepamos hablar a Dios nuestro Padre con palabras de hijo rebosante de amor



 Cuidado hagamos de nuestra vida un regalo bonito en su apariencia pero vacío en su contenido, sepamos hablar a Dios nuestro Padre con palabras de hijo rebosante de amor

Tesalonicenses 2, 9-13; Sal 138; Mateo 23, 27-32

Una vez me ofrecieron un regalo que yo nunca supe interpretar qué significado tenía. Venía envuelto en un hermoso papel de regalo presentado además con un bonito lazo. Como suele suceder cuando recibes un regalo pronto con la ansiedad de la curiosidad desaté como pude aquel lazo y rompí el papel para ver el contenido; me encontré con una bonita caja que pronto busque la manera de abrirla pero no sé por qué fue así me encontré con el vacío en su interior; no contenía nada, solo el vacío. Confieso que me quedé muy desconcertado y no entendía su significado. 

Un regalo muy bonito en su apariencia, pero vacío de contenido. Después he venido pensando mucho haciendo comparaciones con la vida. No sé si querían decirme algo quienes me hicieron aquel regalo, pero si me ha dado qué pensar lo que realmente muchas veces nos puede suceder en la vida, lo que de hecho sucede tantas veces en la vida. Tenemos la tentación de vivir un mundo de apariencias en el que todo puede quedarse en adornos externos pero realmente bien vacíos de contenido. 

¿Será acaso la superficialidad con que vivimos la vida? Me pregunto muchas veces qué es lo que llevo en mi interior. Nuestra vanidad nos hace presentarnos muchas veces con apariencias de bonito, con apariencias de cumplimientos, con apariencias de de mucha religiosidad porque llenamos nuestra vida se signos religiosos, de prácticas religiosas que solo vivimos en la formalidad de las palabras que pronuncian nuestros labios, de realización rigurosa de unos ritos que queremos realizar a la perfección en su formalidad, pero donde quizás nuestro corazón está lejos de aquellas palabras que pronunciamos, de aquellos ritos que realizamos, porque ni siquiera somos capaces de elevar nuestra mente hacia lo alto.

Me dan miedo esos ritos realizados mecánicamente y que las palabras que se pronuncian en su realización se quedan en una cantinela que recitamos donde ni siquiera le damos una entonación que exprese una oración que realizamos saliendo desde dentro del corazón. Algunos dicen que rezan para dormirse y otros se duermen irremediablemente con esa cantinela adormecedora que van escuchando. ¿Lo que decimos en las palabras de nuestras oraciones son algo que estamos diciendo como verdaderamente salido del corazón? Cuidado con ese vacío interior en que nada decimos y desde el que no somos capaces de dirigirnos en verdad a Dios como un hijo que habla con su padre.

Muchas  veces cuando comentamos el evangelio que hoy se nos ofrece tenemos la tentación de querer recaer una y otra vez sobre las actitudes de los escribas y fariseos como si lo que Jesús anda denunciando solo se refiriera a gente de aquellos tiempos y no tuviera una real continuidad en nosotros mismos que ahora lo escuchamos.

¿Cuál es nuestro vacío? ¿cuáles son nuestras rutinas? ¿cuál es la vivencia honda que nosotros hacemos de estas palabras de Jesús viéndolas retratadas en el actuar de hoy de nuestra vida? No estamos muy lejos de parecernos a aquellos que denuncia Jesús en el evangelio. Es también evangelio para nosotros hoy y como tal tenemos que escucharlo. 

Es necesario que dejemos meter la sorpresa en nuestra alma ante lo que hoy nos está diciendo Jesús, dejarnos sorprender. Es necesario detenernos para ver nuestra cruda realidad, para descubrir lo que hoy Jesús está denunciando de nuestra vida. Sin temores, sin complejos, sin miedos, afrontando con valentía esa palabra que hoy Jesús quiere decirnos. No tiremos balones fuera como si eso no nos atañe en la realidad cruel de nuestra vida.


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