domingo, 16 de julio de 2023

Una buena semilla que Dios planta de mil maneras en nuestro corazón, que hemos de saber asimilar al tiempo que ser sembradores también para los demás

 


Una buena semilla que Dios planta de mil maneras en nuestro corazón, que hemos de saber asimilar al tiempo que ser sembradores también para los demás

Isaías 55, 10-11; Sal 64; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23

Una palabra puede tener muchas y diferentes resonancias según quien la escuche, porque podemos darle diferentes significados, o porque la miramos y escuchamos desde diferentes ecos que llevemos en el corazón; podemos ir precavidos de entrada ante quien nos pronuncia esa palabra y esa malicia que llevamos en el corazón nos haga tergiversar esa palabra que se nos dice; experiencia tenemos de cuantos conflictos se han producido en nuestras relaciones humanas, por esa malicia que llevábamos como prejuicio y esa interpretación que le dimos a algo que era bueno en sí. La palabra era buena en si misma, pero nosotros la maleamos y no será ya para nosotros palabra de sabiduría que nos enriquezca.

Decimos las palabras, decimos los gestos, decimos cualquier cosa que hagamos que siendo algo bueno sin embargo no encuentra la misma reacción por quienes nos rodean, nos escuchan, o caminan con nosotros en la vida. Es también la valoración que nosotros hacemos tantas veces de lo que nos dicen o hacen junto a nosotros los que nos rodean.

Hoy el evangelio nos está hablando de momentos de placidez, de sentirnos a gusto disfrutando de cuanto nos rodea. La escena que nos presenta el evangelio realmente es bucólica; la orilla del lago, la gente que va y viene, los pescadores que a la vuelta de sus faenas reparan redes, mantienen en orden las artes de pesca y Jesús allí en medio sentado entre la gente hablando y comentando, como suele suceder, los acontecimientos del día.

Pero la palabra de Jesús no será nunca una palabra superficial que se lleva el viento, la palabra de Jesús tiene la sabiduría de hacernos pensar, de hacernos reflexionar, de hacer que nos miremos por dentro, pero también de despertar muchas cosas buenas en nuestros corazones. Una palabra dicha con sencillez, como quien va desgranando los granos de una espiga, que no simplemente alimentan a los pajarillos que revolotean a nuestro lado si cae en el suelo, sino que van siendo alimento para nuestra vida, despertando nuevas ilusiones de cosas grandes, sembrando inquietud en nuestras vidas, abriéndonos horizontes y caminos que nos hacen avanzar hacia una nueva plenitud.

Y nos está hablando de esa riqueza de vida que encierra la semilla; cuántas nuevas plantas que produzcan nuevos frutos pueden surgir, qué hermoso alimento y energía para la vida cuando comemos ese fruto. En misma tiene su valor ¿sabremos apreciar cuanto nos ofrece? ‘La semilla cayó a tierra y dio fruto’, repetimos en el salmo recordando el meollo del mensaje.

Hoy nos hablado Jesús de una semilla que sale el sembrador a sembrar. La parábola, es cierto, nos describe los diferentes terrenos en que puede caer y del fruto o no fruto que pudiera producir. Muchas veces en nuestra reflexión hemos hecho mucho hincapié en esa diferencia de terrenos que nosotros podemos ser; y tenemos que hacerlo también. Pero me atrevo a decir que el protagonista de la parábola es la semilla y la riqueza de esa semilla que el sembrador ha salido a sembrar. No era una semilla estéril, no era una semilla dañada, como en otros momentos Jesús nos dirá en otras parábolas, era una semilla buena.

Valoremos, pues, esa buena semilla. Es cierto que es una clara referencia a la Palabra de Dios que se siembra o se ha de sembrar en los campos de nuestro mundo. Una semilla que está ahí y a su tiempo producirá su fruto. Una buena semilla que también podemos encontrar en cuanto de bueno vamos encontrando en la vida, que podemos encontrar en esa palabra enriquecedora que podemos recibir, que podemos escuchar a los que están a nuestro lado, y tanto nos puede ayudar.

Una buena semilla en tantos gestos de humanidad que podemos encontrar en los que nos rodean, una buena semilla en ese buen testimonio y ejemplo que recibimos de alguien que pasa a nuestro lado, una buena semilla que podemos encontrar en la generosidad de tantos corazones que hacen el bien, que tienen una mano para ayudar al que va tambaleante por los caminos de la vida, en una sonrisa que llena de un nuevo azul el cielo que nos rodea para desterrar sombras, una buena semilla que podemos encontrar en tantas cosas si somos capaces de abrir los ojos para ver la bondad y generosidad de muchos corazones. Una buena semilla, es cierto, que nosotros también podemos ir sembrando al borde del camino de nuestra vida.

Vamos, pues, a intentar descubrir esas buenas semillas, porque son también una forma de cómo Dios nos habla. Seamos capaces de crear en nuestros corazones aquellos momentos de placidez de los que hablábamos al principio cuando contemplábamos a Jesús junto al lago hablando con la gente. No vamos a permitir ni que nuestros oídos ni nuestra mirada se llenen de malicia que malinterpreten esa Palabra de vida que llega a nosotros. Hagamos ese silencio interior, llenemos de paz y serenidad nuestro corazón y nos vamos a encontrar con Jesús que desgranará para nosotros esos granos de semillas que alimenten nuestra vida.

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