martes, 25 de julio de 2023

No dejemos de soñar en cómo mejor podemos servir a la tarea de la Evangelización, aunque tengamos que beber el cáliz, tenemos a María como fortaleza de nuestra fe

 


No dejemos de soñar en cómo mejor podemos servir a la tarea de la Evangelización, aunque tengamos que beber el cáliz, tenemos a María como fortaleza de nuestra fe

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4, 7-15;  Mateo 20, 20-28

También nosotros tenemos nuestros sueños, y solemos decir que soñar es bueno, no sé si para justificarnos; pero, es cierto, soñamos con algo mejor, soñamos que haya cambios en nuestra sociedad, aunque algunas veces nos sintamos un poco frustrados o derrotados cuando no lo logramos como a nosotros nos hubiera gustado – pensemos cómo se sienten muchos en nuestra sociedad en el momento concreto en que vivimos -, soñamos con algo mejor y tenemos el sueño de que seamos nosotros lo que hagamos eso mejor para el mundo y para los demás; soñamos que queremos ser grandes, aunque muchas veces no nos clarificamos bien el como lo vamos a hacer o como lo vamos a lograr. Soñamos porque tenemos ambición en nuestra vida, lo que tendríamos que clarificar bien cuales son esas ambiciones. Y puede ser ahí donde nos podemos comenzar a plantear el sentido o el valor de esos sueños.

Como soñaban los contemporáneos de Jesús en la situación en la que estaban viviendo, con sus pobrezas y sus miserias, con el sentirse oprimidos y sin libertad porque el poder estaba en manos de otros o porque incluso se veían manipulados por los que se consideraban poderosos e influyentes en su sociedad; y la aparición de aquel nuevo profeta de Galilea también les hacia soñar en la pronta llegada de aquel Mesías liberador y en Jesús podían ver su realización. Claro que soñaban los discípulos más cercanos a Jesús, que precisamente por esa cercanía, también quizás por razones de parentesco, con aquel Mesías que se barruntaba ellos podían tener alguna situación mejor, o alguna situación de dominio también sobre los demás. Era bueno el sueño que alimentaba sus esperanzas, pero todo se podía torcer cuando se dejasen envolver por ciertas ambiciones de poder.

Con ese sueño llegaron aquellos dos discípulos hasta Jesús, valiéndose además de la influencia que pudiera tener su madre en razón del parentesco con Jesús. ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’, es la petición directa y clara que se atreve a hacerle a Jesús. Pero detrás de aquella madre soñadora estaban los hijos con sus ambiciones también en el corazón. Jesús escucha, Jesús comprende, Jesús no recrimina, Jesús quiere hacer pensar, Jesús quiere que se aclaren en su interior cuales son las verdaderas ambiciones que llevan dentro de sí.

‘No sabéis lo que pedís… ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ Muy decididos están y parecen tenerlo claro por su pronta respuesta, aunque como les dice Jesús no saben lo que están pidiendo. ‘Podemos’, fue su pronta respuesta. ‘El cáliz lo beberéis…’ y ellos que a pesar de su prontitud pensaban que no habría momentos de pasarlo mal porque todo sería como un discurrir sobre ruedas.

Pero los primeros puestos no son para quienes los piden así con sus corazones llenos de ambiciones. Había que entender el espíritu de servicio que había de envolver sus vidas; tenían que entender que la grandeza no estaba en esos primeros lugares que estaban pidiendo, sino en hacerse los últimos; otros eran los parámetros de Jesús para medir las grandezas, como el mismo Jesús había de vivir, habría de beber también el cáliz, aunque fuera amargo y llegara el momento de pedirle al Padre que le librara de aquel cáliz. Pero ellos no se iban a librar de aquel cáliz tampoco. ‘Lo beberéis…’

Cuando hoy escuchamos este evangelio, precisamente porque celebramos la fiesta del Apóstol Santiago, patrón de España tendríamos que entender nosotros lo que ha de significar en nuestras vidas ese cáliz que quizás habremos de beber. No le fue fácil al apóstol como nos señalan las buenas tradiciones la predicación del evangelio en nuestras tierras. Muestra de ello es lo que la tradición también nos habla de la presencia de María junto al apóstol para ser un pilar en la tarea de la evangelización. Pero también, por otra parte, las Escrituras nos hablan en los Hechos de los Apóstoles, del pronto martirio decapitado en Jerusalén. Bebió el cáliz en la dificultad de la evangelización de nuestras tierras y bebió el cáliz en el pronto martirio sufrido por el nombre de Jesús. Del Apóstol conservamos el recuerdo de lo que nos dice el evangelio que formaba parte de aquellos discípulos especialmente escogidos por Jesús y estaría al lado de Jesús en momentos importantes como sería la Transfiguración del Tabor, la resurrección de la hija de Jairo y la agonía de la oración en el huerto de Getsemaní al comenzar la pasión.

¿Qué nos puede decir todo esto cuando estamos celebrando su fiesta? ¿Seremos capaces de decir también ‘podemos’ como lo hicieron los hijos del Zebedeo ante la invitación de Jesús a seguirle y al sentirnos también enviados al anuncio del Evangelio? Sabemos que no es tarea fácil, sabemos que vivimos en una sociedad de indiferencia ante el hecho religioso cuando no de una sorda oposición al anuncio y a la vivencia de nuestra fe. Esto nos está pidiendo y exigiendo una fortaleza interior, de la que algunas veces carecemos, porque no hemos cuidado lo suficiente la maduración de nuestra fe.

Hay, sin embargo, una esperanza que podemos tener en la presencia de María, como lo fue para el apóstol Santiago, en esa devoción que aun mantienen a la Virgen mucha de la gente que nos rodea y a quienes hemos de llevar ese anuncio del evangelio. El Seños nos la quiso dejar como madre, y fue precisamente Juan, el hermano de Santiago, el que la acogió en su casa. Acojamos a María y sintamos la presencia de María, que sea un pilar seguro en esa misión que también nosotros hemos recibido de hacer el anuncio del Evangelio.

No temamos el cáliz que también tengamos que beber, porque aunque sabemos que es dura la tarea y nos cuesta tanto doblegar nuestra cerviz para aprender humildemente a hacernos los últimos y los servidores de todos, en se cáliz sabemos que estamos bebiendo la Sangre de Cristo – así nos lo dejó al instituir la Eucaristía – que será para nosotros cáliz de fortaleza y bebida de salvación. No dejemos de soñar en cómo mejor nosotros podemos servir a la tarea de la Evangelización.

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