viernes, 21 de julio de 2023

Hagamos florecer un poquito más la ternura de nuestro corazón y tendremos un mundo más humano, porque lo que tenemos que hacer es que resplandezca la misericordia

 


Hagamos florecer un poquito más la ternura de nuestro corazón y tendremos un mundo más humano, porque lo que tenemos que hacer es que resplandezca la misericordia

Éxodo 11,10-12,14; Sal 115; Mateo 12,1-8

Es cierto que como seres humanos que somos, sujetos a nuestra libertad personal pero con las limitaciones que surgen de una vida dominada por muchas pasiones y en la que tendríamos la tendencia a querer imponernos los unos a los otros buscando el dominio y nuestra propia relevancia sobre los demás, necesitamos de unas normas de convivencia con las que busquemos siempre el bien común, seamos capaces de armonizar la libertad de cada uno con el bien y el respeto que hemos de tener hacia los demás. Son las leyes que con un sentido ético universal que sea aceptado y respetado por todos nos hemos ido imponiendo en la construcción de nuestra sociedad.

Pero a todo eso hemos de saber ponerle humanidad, porque no es un cumplimiento estricto, frío y formal lo que va a facilitar esa armonía y esa unidad de la comunidad, de la sociedad. Algo de esa humanidad que brota del corazón tendrá que darle color y calor a nuestras relaciones, porque además no somos unos autómatas ciegos para cumplir unas normas. En fin de cuentas lo que estamos buscando es el bien de todo ser humano.

Por eso siempre hemos de mirar a la persona y siempre hemos de tener una mirada de persona. No somos unas máquinas que funcionen automáticamente. Y cuidado que tenemos el peligro de cuadricular así nuestra vida y más ahora que con los avances y los medios de los que hoy disponemos tendemos a esa automatización de todo lo que hacemos. No podemos olvidar a la persona que vale mucho más que todo eso. No es una tecla o un botón que pulsemos para que se realicen las cosas.

Qué frialdad encontramos muchas veces en la tramitación de tantas cosas de la vida. Vamos a resolver algo a un departamento, necesitamos la atención para un problema, y enfrente de nosotros parece que no está una persona sino simplemente una máquina. Necesitamos algo más. Las personas no podemos convertirnos en máquinas y aunque dispongamos de muchos medios técnicos que tendrían que facilitarnos la vida, quizá por encima y más allá de todo eso necesitamos una sonrisa de calor humano, una mirada a los ojos que sean capaces de trasmitirnos un calor y una relación humana.

Hoy Jesús en el evangelio ante una situación que le plantean algunos fariseos desde sus rigorismos y el cumplimiento exigente de las leyes, terminará Jesús pidiendo que seamos capaces de poner humanidad en la vida. Vienen reclamando porque los discípulos se han atrevido a coger unas espigas mientras van de camino en medio de aquellos sembrados, pero además lo han hecho en sábado. Aquel gesto de coger unas espigas, estrujarlas para sacar unos granos que llevarse a la boda, quizás matando una fatiga en el cansancio del camino, se ha convertido en el trabajo de la siega que no podría realizarse porque había que guardar el descanso sabático. Un rigorismo que no mira a la persona, como tantas exigencias que muchas veces nos imponemos con nuestras normas y reglamentos. ¿Dónde está el corazón?

Jesús quiere hacerles comprender el sin sentido de lo que plantean apelando incluso a las Escrituras santas, pero Jesús lo que quiere es que sepamos poner corazón en la vida y en lo que hacemos. Conectando con lo que veníamos reflexionando podemos aplicar aquí esta sentencia de Jesús a esa falta de humanidad con que vivimos tantas veces.

Simplemente vamos tan preocupados por hacer nuestras cosas, por cumplir quizá con nuestras obligaciones, atentos a los protocolos que nos imponemos en la vida, que no somos capaces de mirarnos los unos a los otros, que nos lleva consigo a esa cerrazón del corazón con que tantas veces vivimos que no sabemos ver ni escuchar el clamor de muchos que sufren a nuestro lado. Muy preocupados ‘por llegar temprano al templo’, no miramos a los ojos a los que encontramos a su puerta o con los que nos cruzamos por la calle, y tantas veces en la vida pasamos de largo.

‘Misericordia quiero, y no sacrificios’, nos está diciendo hoy Jesús. Hagamos florecer un poquito más la ternura de nuestro corazón y tendremos un mundo más humano.

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