sábado, 22 de julio de 2023

En Jesús encontraremos el sentido de nuestro amor, el valor de un amor verdadero, la satisfacción más honda en nuestro corazón cuando somos capaces de darnos por amor

 


En Jesús encontraremos el sentido de nuestro amor, el valor de un amor verdadero, la satisfacción más honda en nuestro corazón cuando somos capaces de darnos por amor

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Hoy no hacemos sino hablar de amor, de amor nos habla la literatura y nos habla la música, mensajes de amor estamos trasmitiendo en todas direcciones en todos los rincones del mundo, es la palabra que más fácil y pronto sale de los labios, la gente dice que está muriendo de amor. Suena muy romántico, parece ser que es una cosa sabida, pero también podemos decir que se muere de amor porque quizás no se alcanza el amor; no sabemos llegar al amor y ser felices porque quizás algunas veces creamos confusiones con la palabra y con el concepto y cuando se está hablando decimos de amor, quizás son otras cosas las que están en nuestro deseo interior. Hemos de tener cuidado con no jugar con esa palabra de amor y lo echemos a perder.

Hoy estamos celebrando y contemplando en algunos momentos de su vida en el evangelio a quien vivió una búsqueda intensa de amor. María Magdalena y el evangelio con certeros trazos nos describe su búsqueda del amor. Marcos nos dirá que de ella Jesús arrojó siete espíritus, que pueden reflejar etapas de su vida y de su búsqueda de amor quizás no siempre de forma correcta; pero se encontró con Jesús y se vio liberada del mal y de la muerte, la vemos caminando con Jesús entre aquellas mujeres que le acompañaban y le ayudaban, pero destacan esos momentos en que la vemos en toda la fidelidad de amor junto a la cruz de Jesús. Nos lo describe el evangelista. No era fácil estar al lado de un reo en el momento de su condena, pero allí está María Magdalena; no era fácil en ese momento supremo de la muerte estar a su lado sin poder hacer nada, pero allí estaba María Magdalena. No podría nunca arrancar de su corazón al amor que había encontrado.

Pero su presencia no termina ahí, porque será del grupo de mujeres que en el primer día de la semana al amanecer corren al sepulcro porque había que cumplir con todos los ritos funerarios en la víspera del sábado no pudieron cumplir. ¿Quién moverá la piedra de la entrada del sepulcro?, iban pensando en el camino pero sentían que la fuerza del amor haría lo posible. Pero la piedra estaba corrida y el cuerpo de Jesús no estaba allí. La llamo la mañana de las carreras; había que contarlo a los discípulos que seguían encerrados en el cenáculo, Pedro y Juan vendrían y constatarían lo mismo, y mientras María se quedaba a la entrada del sepulcro entre sus lágrimas y sollozos porque quería saber donde estaba el cuerpo de Jesús que de allí habían sacado.

Sus lágrimas le impiden ver y entender el mensaje de los ángeles, por cuando alguien se acerca pensando que era el encargado del huerto ya está pidiendo, reclamando donde se ha llevado el cuerpo de Jesús, que ella lo recogería. Será la voz de Jesús la que le hará escuchar y comprender, para encontrarse con Jesús mismo que le ha salido al encuentro. ‘¡Maestro!’ exclama y quiere agarrarse a sus pies porque ya nada ni nadie podrán separarla de Jesús, aunque recibirá un encargo y una misión. Hay que llevar la Buena Noticia a los apóstoles, por eso se convertirá en la primera portadora de evangelio para comunicarlo a los demás. ¿Quién mejor podía ser la primera portadora del evangelio que quien tanto había llenado su corazón del amor de Jesús?

El amor la hace buscar y el amor la hace misionera. ¿Por qué lloras? ¿A quien buscas? Habían sido las preguntas que se le habían repetido en aquella mañana. Ahora había encontrado definitivamente el amor y tenía que ser esa mensajera de amor, del amor verdadero, del amor de quien había dado su vida por aquellos que amaba, que es el amor más sublime.

Es nuestra búsqueda y son también nuestras lágrimas, porque muchas veces buscamos pero no encontramos ese amor porque no sabemos bien donde hemos de ponerlo y se crean tantas confusiones en nuestra mente y en nuestro corazón. No era suficiente para María Magdalena buscar en un lugar de muerte, sino que tenía que encontrarse con quien en verdad estaba vivo. Buscamos a veces amores de muerte, que no nos satisfacen, que nos dejan vacíos, que se nos desbordan en nuestras vidas en cosas que no son verdadero amor. Tenemos que aprender de María Magdalena, aunque también tengamos que pasar muchas veces por el dolor del calvario, pero sabemos que es camino a la vida verdadera, al amor verdadero.

En Jesús encontraremos el sentido de nuestro amor, el valor de un amor verdadero, la satisfacción más hondo que podemos sentir en nuestro corazón cuando somos capaces de darnos por amor. Hagamos ese recorrido con arrojo y valentía, porque sabemos además que luego tenemos que seguir caminando porque tenemos que convertirnos en mensajeros del amor verdadero que puede salvar a nuestro mundo. Es el evangelio que tenemos que comunicar.

 

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