martes, 11 de julio de 2023

Dejarlo todo por seguir a Jesús es algo más que desprendernos de algunas cosas porque busquemos esa profunda espiritualidad que necesita nuestra vida


 

Dejarlo todo por seguir a Jesús es algo más que desprendernos de algunas cosas porque busquemos esa profunda espiritualidad que necesita nuestra vida

Proverbios 2, 1-9; Sal 33; Mateo 19, 27-29

‘Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’,  una pregunta que parece interesada, una pregunta hecho según los parámetros de nuestro mundo, donde lo que hacemos tiene una retribución, porque el trabajo que realizamos aunque en sí mismo sea una realización de la propia persona, sin embargo lo hacemos porque con lo que alcancemos por ese trabajo, las retribuciones que recibamos van a contribuir a nuestra propia vida para vivir dignamente. En fin de cuentas es un intercambio desde lo que nosotros ofrecemos con nuestro trabajo con lo que recibimos por lo realizado para bien nuestro y de los nuestros. Lo cual también es digno y entra en juego la justicia en nuestras mutuas relaciones.

Claro que esa pregunta tiene un contexto, cuando hoy la escuchamos en el evangelio en esta fiesta de san Benito, pero también por el momento mismo en que fue expresada y por quien fue expresada. En los momentos previos a este episodio Jesús les había estado hablando a los discípulos cómo tenían que liberarse de todo tipo de codicia, había acaecido el hecho del joven que quería alcanzar la vida eterna y quería seguir a Jesús, pero cuando Jesús le pide que tiene que despojarse de todo buscando el tesoro del cielo, lo abandona y no sigue a Jesús porque era muy rico. Y es en este contexto donde Pedro se pregunta qué es lo que van a recibir ellos que ya lo habían dejado todo por seguir a Jesús.

Nos está haciendo recapacitar Jesús sobre el desprendimiento con que hemos de vivir nuestra vida. Cuando hablamos de desprendimiento fácilmente lo relacionamos a riquezas, a posesiones, a cosas de nuestro entorno que si seguimos apegadas a ellas van a ser una rémora que nos frene el seguimiento de Jesús. Primero que nada tenemos que hacernos una escala de valores en todo eso que es nuestra vida, en esas cosas que poseemos o en esas riquezas que atesoramos. ¿Somos más felices porque estemos rodeados o apoyados en tantas cosas? No pueden ser nunca lo primero de nuestra vida, porque además serán como un imán al que apegamos el corazón; cuando nos sentimos arrastrados por un imán perdemos hasta la libertad porque será lo que nos arrastre y nos domine. No pueden ser, pues, nuestro tesoro por el que lo demos todo.

Pero, ¿son solo esos bienes materiales, esas riquezas o esas posesiones de lo único que tenemos que desprendernos? Hay ocasiones que tenemos otros apegos en el corazón que nos hacen más daño. Y tenemos que pensar en tantas rutinas de nuestra vida que nos llevan a hacer las cosas sin razón ni motivación; tantos descontroles que hay en nosotros donde no tenemos la fuerza de voluntad para superarnos, o para arrancarnos de esas cosas que se han convertido en vicios de nuestra vida; tenemos que pensar en ese amor propio y orgullo que nos domina y que nos ciega, que nos vuelve exigentes con cuanto nos rodea y hasta nos llena de violencias; tenemos que pensar en esas inseguridades que tenemos en el corazón porque no somos capaces de forjar nuestra voluntad, esas desganas con que vivimos la vida, esa falta de ilusión y de alegría que nos vuelve amargos e insufribles para los que están a nuestro lado. Así podríamos pensar en muchas cosas y cada uno sabe cual es su piedra de tropezar.

¿No tendríamos que comenzar por ahí? Es necesario que logremos esa madurez de nuestra vida, que sepamos darle profundidad a lo que vivimos y a lo que hacemos arrancándonos de tantas superficialidades que nos llenan de vanidad. Sepamos buscar esa verdadera sabiduría de nuestra vida. En verdad lo habremos dejado todo por seguir a Jesús cuando busquemos esa profunda espiritualidad que El quiere que tengamos en nuestra vida. Mucho nos hace pensar.

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