miércoles, 7 de junio de 2023

Todos llevamos una semilla de vida en plenitud en el corazón que se hace fecunda porque Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia

 


Todos llevamos una semilla de vida en plenitud en el corazón que se hace fecunda porque Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia

Tobías 3, 1-11a. 16-17ª; Sal 24; Marcos 12,18-27

Dicen que es bueno tener imaginación porque nos permite soñar y en estas andanzas en que andamos en las turbulencias de la vida bueno es soñar, porque al menos mientras estamos en los sueños estamos en un mundo idílico del que podemos hacer desaparecer los sufrimientos.

Pero la vida todo no es sueño y algunas veces nos puede jugar malas pasadas porque nos parece tan real eso que soñamos que nos confunde pensando que es la realidad, y cuando nos despertamos nos damos cuenta de donde realmente estamos. No vamos a entrar en polémicas de si es bueno o no es bueno, porque también necesitamos de esos sueños y quizá a partir de esos sueños podemos comenzar a planificar un mundo distinto, un mundo donde intentemos al menos que las cosas sean mejor.

Pero cuando andamos en el ámbito de la vida religiosa, de lo que es nuestra fe y nuestra esperanza, aunque los sueños sean buenos, cuidemos de no transportar a lo infinito de la vida espiritual lo que son nuestros deseos, que siempre pueden estar marcados por lo que son nuestras aspiraciones materiales y terrenas y queramos convertir ese mundo de la trascendencia y de lo espiritual en un reflejo simplemente de lo que vivimos en este mundo. En las cosas de Dios cuidemos la imaginación, atengámonos a lo que nos enseña la fe y dejémonos conducir por la autentica revelación de Dios. Cuidado, entonces, no nos vayamos a crear un dios simplemente a partir de nuestros deseos humanos, aun sabiendo que todo lo bueno y hermoso que vivimos en esta vida, en Dios lo vamos a tener en plenitud. Y es ahí donde hemos de cuidar nuestra imaginación.

Es, en cierto modo, lo que se nos plantea en el evangelio de hoy. Parte el evangelio de aquellos que no creen en la resurrección ni en la vida eterna, los saduceos, un grupo muy influyente en la sociedad judía. Y sus argumentos arrancan de la mezcla de la imaginación con aquellas cosas reveladas ya en la Escritura Santa. Están pensando que esa vida de eternidad junto a Dios es un trasponer lo mismo que aquí en la vida hemos vivido.

Y surge el caso de la ley del levítico que al enviudar una mujer sin descendencia, el hermano de su difunto marido está obligado a tomarla en matrimonio. Es aquí cuando llega la imaginación al exceso, porque aquella mujer ha tenido que casarse con siete hermanos uno detrás de otro porque ninguna ha dejado descendencia. Entonces, concluyen los saduceos, en la vida futura ¿de quien será esposa aquella mujer si siete maridos han tenido en esta vida? la imaginación les ha jugado una mala pasada.

Estáis equivocados, les viene a decir Jesús. La vida futura, la vida junto a Dios es otra cosa, allí no hay marido ni mujer, allí la gente no se casa o se vuelve a casar, disfrutar de la vida de Dios es otra cosa. Y es aquí cuando tenemos que poner llave a nuestra imaginación, y simplemente confiarnos en la palabra de Jesús que nos habla de vida eterna, que nos habla de resurrección porque Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de vida. No es reproducir esta vida de muerte, de dolor y de sufrimiento que vivimos en este mundo.

Todos llevamos una semilla de vida y de vida en plenitud en el corazón, porque son las ansias más nobles que podemos tener en nuestra vida, donde sin embargo a pesar de esas ansias nunca alcanzaremos la felicidad total. Ha venido Jesús, como nos dice en el evangelio tantas veces para que tengamos vida y tengamos vida en abundancia; Dios nos ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de El. Es el camino que queremos emprender, es la plenitud que queremos alcanzar y que solo en la plenitud de Dios podremos obtener.

Confiémonos en la palabra de Jesús. Y le pedimos Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador’.

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